lunes, 29 de julio de 2013

Capitulo 21

Hola chicas si perdón se que anduve perdida pero mi compu se averio pero ya esta buena asi que seguimos con la nove Vienvenida vsyasbes Gracias por comentar y espero que te guste.. besos.



 Lali se dio por vencida. Definitivamente, se había perdido.
Iba tan absorta en sus pensamientos que apenas había prestado atención al camino que recorría, o más bien el que no recorría. Ése era el problema. Había abandonado el sendero enlosado y se había adentrado en el bosque, y ahora que los oscuros nubarrones tapaban la luna, ya no sabía volver. Para empeorar las cosas, había estallado una tormenta inesperada que la había calado hasta los huesos, y aquella humedad fría se sumaba a su desgracia.
Estaba rodeada de árboles, y el candil daba tan poca luz que apenas veía un pequeño tramo delante de sí. Apoyó la espalda en un árbol y se deslizó hasta el suelo, sin poder contener las lágrimas. Jamás se había sentido tan abandonada, tan poco deseada, tan desgraciada.
¿Qué había sido del hombre que había reído feliz con ella? Por lo visto, no había llegado a conocer bien a Killingsworth, pero le parecía conocerlo mejor antes de la boda que después. ¿Por qué la había desterrado a un rincón de la casa? Su conducta no tenía sentido.
Aquél iba a ser su viaje de bodas, el momento de intimar, de consumar su matrimonio. Pero en realidad había sido ella quien había iniciado todas las conversaciones, quien había instigado todos los besos. Había divagado sin cesar sobre su vida, sus sueños, su color favorito mientras él se limitaba a mirarla, allí sentado, como si ella fuera un espécimen de laboratorio. Todas las dudas que había tenido el día anterior por la mañana la asaltaban de nuevo, duplicadas, triplicadas. ¿Cómo iba a enamorarse de él si no pasaban tiempo juntos? ¿Cómo iba a conocerlo mejor si él no hacía más que plantearle preguntas pero nunca respondía a las suyas? ¿Y cómo diablos podía ser un buen marido si nunca estaba con ella?
¿Debía aceptar sumisamente el trato que él le daba o recriminárselo?
Su comportamiento era incomprensible, en absoluto lo que podía esperarse de un hombre que la había cortejado. Tampoco le importaba. Probablemente moriría de frío allí mismo, sin llegar a saber cómo sería acostarse con un hombre por el que sentía un gran afecto.

Quería vivir y ser amada, y aunque se decía que el matrimonio con un aristócrata resultaba a menudo decepcionante, había albergado la esperanza de que el suyo sería uno de los pocos envidiables. No quería conformarse con la complacencia. Quería entusiasmo, emoción, pasión.
Oyó el trote lejano de unos caballos por los charcos cada vez más profundos y vio unas luces que bailaban en la oscuridad.

—¡Lali!

Reconoció la voz: la de su marido. No sabía por qué le sorprendía tanto que hubiera ido a buscarla, pero así era. También se sentía aliviada. Tal vez sí le importara un poco, después de todo. Quizá le había dicho la verdad: necesitaba estar algún tiempo solo. Pero qué inoportuno. Inmediatamente después de la boda. Ésos no debían ser momentos en los que uno deseara soledad.

—¡Lali!

Fueran cuales fuesen las razones de su comportamiento anterior, había ido a buscarla, y se lo agradecía. Se levantó como pudo y alzó el candil.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí!

Entonces la lluvia cesó tan repentinamente como había empezado, las nubes se abrieron y, a la luz de la luna, pudo ver el perfil de los jinetes. No le costó distinguir a su marido entre ellos. Por su porte. Su aire regio. Nadie lo confundiría jamás con un campesino.

Peter desmontó rápidamente y corrió hacia ella mientras se quitaba el grueso abrigo.

—¿Estás bien?

—Sí, he... he salido a dar un paseo, pero ha empezado a llover y me he perdido.

Él le echó el abrigo por los hombros y luego la abrazó, apretándola contra su cuerpo, y entre el calor de éste y el de la prenda que le había cedido, ella notó cómo el frío iba remitiendo. Su proximidad fuerte y robusta le producía una sensación muy agradable.

—Estaba preocupado —le dijo, inclinando la cabeza y acercándole los labios al oído—. Me has dado un buen susto.
Aunque no había sido ésa su intención, la avergonzó percatarse de que en el fondo se alegraba. Si estaba preocupado era porque le importaba.
—Lo siento. Necesitaba alejarme, para pensar.Peter , ¿qué he hecho mal? ¿Por qué ya no me quieres?

Lali notó que la abrazaba con más fuerza, casi aprisionándola.

—Sí te quiero —respondió él con voz áspera—, pero si no tengo cuidado, te haré daño.

—No soy tan delicada que no puedas tocarme.

Oyó un leve gruñido, pero no era de un animal del bosque; le pareció que procedía de su marido.

—Más vale que volvamos a casa para que te seques —dijo, apartándose.

La levantó en brazos, se acercó a su caballo y, con la ayuda de otro hombre, la subió a la silla y montó a su espalda. Luego la rodeó con los brazos para coger las riendas. Cuando el animal se puso en marcha, ella se sorprendió apoyándose enPeter .

—He pedido que trasladen tus cosas al ala familiar —dijo, solemne—, al dormitorio que hay junto al mío.
—Pero tú no quieres que esté allí.
—Es donde debes estar. Estaba equivocado al creer lo contrario.
—Sé que no me amas,Peter , pero siempre he pensado que al menos te gustaba, que te interesaba algo más que mi dote.
—Ya hablaremos cuando estemos en casa y dejen de castañetearte los dientes.
Su voz denotaba cierto tono de reproche que también le agradeció. Mientras demostrara algún tipo de emoción, no todo estaba perdido.
El dormitorio era magnífico. El que correspondía a la señora de la casa. El fuego ardía en el hogar. Tras una cortina de seda, en una bañera de cobre, le habían preparado un baño caliente.

Su marido la había subido en brazos por la amplia escalera como si no pesara nada y, aunque ella había protestado débilmente diciendo que podía caminar, había disfrutado del traslado, acurrucada contra él.
Peter la había depositado en la cama, las ropas mojadas a modo de imán entre ellos, cada uno empapándose del calor del otro. Dejando tras de sí un aroma a lluvia,Peter  había salido después por la puerta del lado opuesto de la habitación, una puerta que sin duda conducía al vestidor, y de ahí a su dormitorio. Lo había oído llamar a Witherspoon justo antes de cerrarla con firmeza a sus espaldas. Mientras su doncella la preparaba, su ayuda de cámara lo preparaba a él. Quizá pronto descubriría si su madre había juzgado con acierto la virilidad del duque, sabría si era rápido o lento. Y, aunque para su progenitura la rapidez era preferible, Lali no podía evitar pensar que la calma resultaría más agradable. Podría disfrutarlo más, como el baño.
Mientras su cuerpo se deleitaba con el agua caliente, pensó en lo agradable que había sido despertar en sus brazos esa mañana. Se preguntó si se quedaría con ella después de que hicieran el amor, si podría volver a quedarse dormida en esos mismos brazos.
Habría podido quedarse sumergida en el agua caliente toda la noche (después de la fría humedad de la tormenta que la había sorprendido, aquel baño le estaba sentando estupendamente), pero sabía que su marido pronto se reuniría con ella, y quería estar preparada. Se sentó delante del tocador donde ya le habían preparado el cepillo, el peine y el espejo de plata. Charity le desenredó el pelo y se lo secó con una toalla suave. Luego la ayudó a ponerse un camisón rosa que transparentaba sus curvas y dejaba poco a la imaginación. Lali se metió en la cama y se tapó hasta la barbilla; después, lo pensó mejor y se descubrió hasta el pecho. No quería parecer demasiado libertina, pero tampoco que su marido pensara que temía su visita.
Cuando llamaron a la puerta, lo único que Lali pudo pensar fue que el momento que tanto esperaba y tanto la aterraba había llegado por fin. Y volvió a parecerle demasiado pronto, sintió que aún no estaba preparada del todo.
Se quedó mirándose los puños apretados mientras Charity abría la puerta. La oyó murmurar algo antes de salir de la habitación y cerrar la puerta; luego oyó acercarse a su marido, su paso mucho más firme que el de los criados.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó en el mismo tono de disculpa que había empleado en el bosque.
Ella levantó la mirada y la sorprendió encontrarlo completamente vestido, y no con un camisón, como había esperado, sino con pantalones y camisa, allí de pie, ¡con una taza en la mano! Una taza y un platito. Nada de vino ni champán para celebrar su inminente unión y tranquilizarla, sino algo en una taza.
—Te he traído un poco de chocolate caliente —dijo, y a Lali le pareció que se sonrojaba al decirlo—. He pensado que te ayudaría a dormir.
—Ah. —Se incorporó con cuidado, procurando no destaparse. Cuando terminó de contorsionarse, él le entregó la taza y el plato.
—¿Puedo? —inquirió, señalando una silla con la cabeza.
Ella asintió y tomó un sorbo de chocolate. Le supo a gloria y le pareció un detalle muy acertado, porque se dio cuenta de que la relajaba más de lo que lo habrían hecho el vino o el champán.
Peter se acercó la silla, se sentó y se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas y la mirada alicaída.
—Debo disculparme por lo de antes —dijo, mirándola—. Por enviarte a la otra ala. Soy consciente de que mi comportamiento puede haberte hecho sentir... no deseada... y quizá haya sido el causante de tu incursión en el bosque.
—Iba distraída, pensando en esto y aquello, sin prestar mucha atención a dónde me llevaban mis pies —repuso ella en seguida para tranquilizarlo.
Él esbozó una sonrisa.
—Sí, pero si me hubiera asegurado de que te sentías bienvenida aquí, tal vez no te habría apetecido alejarte tanto.
Lali posó el plato y la taza en su regazo y lo estudió mientras trataba de decidir si debía preguntarle por qué no había procurado que se sintiera más a gusto, por qué iba completamente vestido, por qué le había traído chocolate caliente en lugar de vino o champán.
—Éste era el dormitorio de mi madre —explicó, solemne—. No estaba seguro de querer que lo ocupara otra persona...
—Seis meses,Peter . No quisiera parecer una arpía, pero has tenido seis meses para hacerte a la idea.
—Mi madre y yo estábamos muy unidos, y cuando llegó su hora...
—No pretendo ocupar su lugar.
—No he querido decir eso. Sólo trataba de explicarte mi reacción cuando llegamos.
—Puedo trasladarme a otra habitación. Hemos pasado por lo menos por media docena de puertas de camino a ésta, y a mí no me importa...
—No —levantó la mano para interrumpirla, luego se llevó un dedo a los labios y frunció el cejo como si concediera mucha importancia a las palabras que estaba a punto de pronunciar—. Cuando te tomé por esposa, te convertiste en duquesa de Killingsworth, y éste es el dormitorio de la duquesa, no el de mi madre. Lo que quiero decir es que todas las duquesas han dormido aquí. Mi madre lo ocupó por duquesa, no por madre. Fue un error no traerte aquí, y te pido disculpas.
—Me parece que te has disculpado más conmigo desde que nos casamos que en todo nuestro noviazgo.
Peter sonrió ligeramente.
—Seguro que sí. Los dos últimos días han sido... extraordinarios. Por eso estoy incomprensiblemente agotado, demasiado cansado como para ser un esposo atento esta noche.
—Ah. —Lali recorrió con el dedo el borde de la taza—. Entonces hoy duermo sola.
—Sí. No creo que la unión de unos esposos deba precipitarse.
Ella lo miró de reojo y esta vez no le cupo duda: se había ruborizado.
—Buenas noches, duquesa —se despidió, levantándose de repente.
—¿Peter?
En su afán por alejarse de ella cuanto antes, ya había dado algunos pasos hacia la puerta, pero se volvió despacio para mirarla.
—¿Sí?
—¿Me quieres?
Él cerró los ojos despacio y suspiró.
—Te aprecio. Jamás te haría daño.
—Si no hubiera tenido una dote sustanciosa, ¿te habrías casado conmigo?
Peter abrió los ojos, dio un paso hacia la cama y se agarró al poste cuadrangular.
—Creo que me habría casado contigo aunque no hubieras tenido dote.
—¿Qué es lo que más te gusta de mí?
Frunció el cejo y ladeó la cabeza.
—¿Me pides que elija una sola cosa?
Ella asintió con la cabeza.
—Me duele admitirlo, pero no estoy segura del lugar que ocupo en tu vida. Siempre pareces tener prisa por escapar de mí, incluso cuando todo va bien y yo...
—Tu sonrisa —la interrumpió antes de que pudiera finalizar su desvarío.
¿Su sonrisa? Meneó la cabeza, asombrada.
—Pero una sonrisa es tan intrascendente...
—Disiento. Contemplar la tuya es un placer. Se te forma un hoyuelo diminuto en la mejilla derecha que te hace parecer pícara y misteriosa al mismo tiempo. Seductora. Y tierna. Tu sonrisa es como un arco iris del revés; tus ojos los pozos de oro de cada extremo.
—No sabía de tus dotes poéticas.
—Los presos de Pentonville de los que hablábamos ayer no ven nunca una sonrisa.
—Con esos capuchones, dudo que tampoco vean un cejo fruncido.
Esperaba que su comentario despreocupado lo hiciera reír, pero al parecer no surtió ese efecto, porque siguió muy serio.
—La sonrisa es algo mágico, Lali. Ilumina el corazón. Hasta una sonrisa fugaz puede alegrar. Imagina que nunca nadie te sonriera. Hace poco que he empezado a apreciar su poder... desde que me ofreciste la tuya.
El elogio la abrumó.
—No sé qué decir. Mi sonrisa siempre me ha parecido muy corriente.
—Ninguna sonrisa es corriente, pero la tuya es excepcional. Sé que nos aconsejan que no sonriamos cuando nos hacen un retrato, pero me gustaría mucho que rompieras la tradición, que fueras la primera duquesa de Killingsworth que sonríe para su retrato, y que me hagan una miniatura para llevarla siempre conmigo.
—Se tarda tanto en pintar un retrato que estoy convencida de que me dolerá la mandíbula, pero lo aguantaré por ti.
—Esa misma sonrisa. Ésa es la que quiero llevar siempre conmigo.
Ella ni siquiera se había dado cuenta de que sonreía.
—¿Me sonreirás tú?
—Tengo poca práctica, pero veré qué puedo hacer. Que duermas bien.
Fue una despedida más amable que la anterior, y lo dejó ir. Se acurrucó bajo las sábanas mientras bebía el chocolate tibio. Desconocía por completo algunas facetas de su marido. ¿Quién habría dicho que concedería tanta importancia a una sonrisa? Y que siguiera preocupándose tanto por aquellos desafortunados presos.

¿Con quién se había casado?

 

martes, 23 de julio de 2013

Capitulo 20

Hola Bombonasas les dejo el cap de hoy, besos COMENTEN!...
PD: Marines y no sabes lo que se viene.... 



De pie, junto a la ventana, con las pesadas cortinas de terciopelo corridas, Lali contemplaba la noche mientras los criados iban de un lado a otro, guardando sus cosas. La habitación era preciosa, aunque olía un poco a cerrado por el desuso.
Diminutas flores blancas salpicaban el papel pintado de color burdeos, tonalidad que parecía predominar en la casa, junto con un verde caza oscuro. También el dorado, el plateado y el blanco. Los techos que había visto en su trayecto hasta el dormitorio la habían dejado boquiabierta. Todos con frescos pintados. En el amplio vestíbulo que conducía a los dormitorios, una serie de recuadros albergaban un camafeo tallado en mármol. En la habitación donde se encontraba, en el techo se veían pinturas de ángeles rodeados de flores diversas o descansando en jardines.
Una gruesa colcha de terciopelo burdeos cubría la cama, y las cortinas del dosel, también de terciopelo, estaban corridas. Aquel dormitorio, con sus sillas, sus mesas y su diván, había sido diseñado para agradar a una huésped femenina.
Por desgracia, el fuego encendido de la chimenea de mármol no lograba calentar el corazón de Lali. ¿Había jugado Peter con ella todo el día, complaciéndola con preguntas sobre su juventud? ¿Qué perverso juego era aquél? ¿Besarla con tan desmedido abandono para apartarla de su vista en cuanto llegaran?
¿Qué había hecho mal? ¿Por qué la despreciaba así?
—Ya está todo, señora —dijo Charity en voz baja—. ¿Quiere que la ayude a acostarse?
Procurando aferrarse a su orgullo, miró a su joven doncella. Los ojos de la muchacha revelaban tristeza. Compasión, incluso. Qué humillante que todos supieran que su marido no la quería.
—Todavía no —respondió, sonriendo amable y fingiendo que el comportamiento de su esposo no la desconcertaba.
Charity frunció aún más el cejo.
—¿Le traigo algo de comer?
—No, gracias. Creo que iré a dar un paseo.
—Pero es de noche.
—Le pediré a Whitney que me busque un candil.
—Antes me ha parecido oír truenos.
—No me pasará nada, Charity. Al igual que mi marido, también yo necesito estar un rato a solas.


 Peter se sentía como un fantasma, deambulando por la casa: abría una puerta, entraba en una habitación, inhalaba con fuerza aquellos aromas familiares, tocaba una reliquia, una estatuilla, una fruslería, buscaba, trataba de hallar lo que había sido suyo. Su hermano le había arrebatado mucho más de lo que creía. No sólo los años que jamás podría recuperar sino también los recuerdos, los momentos pasados en aquella casa, con su familia.
Como es lógico, no había tenido ocasión de asistir al funeral de sus padres. Al día siguiente visitaría el mausoleo familiar. Les presentaría sus respetos. Se concedería el capricho de dedicarle un instante a su dolor. No estaba seguro de haber asimilado aún su muerte. Mientras estaba en Londres, se había hecho a la idea de que ellos se encontraban en Hawthorne House, y ahora de que estaban en Londres.
Tal vez por eso tenía prisa por llegar allí, a la casa. Creía que se reencontraría con ellos. Pero allí no estaban. Aunque los buscara por todo el planeta, jamás volvería a verlos.
Puso fin a su recorrido en el dormitorio que un día le había pertenecido; no estaba preparado para trasladarse al de su padre, pero si John ya se había instalado allí, ¿cómo iba a justificar él su deseo de dormir en su antigua habitación?
Por nostalgia. Así de sencillo. Whitney no le preguntaría nada. Ninguno de los criados lo haría. Después de todo, era el señor de la casa. Sus puestos de trabajo dependían de su discreción frente a la conducta de su amo.
Tenía ya la mano en el pomo cuando oyó el leve golpeteo de unos pies en la escalera. Los peldaños resonaron con una cadencia que le trajo recuerdos, y supo a quién vería aparecer en el descansillo.
Como sospechaba, era Whitney. Algo más lento, algo jadeante, pero con el mismo paso rápido y decidido de siempre.
—Señoría, perdone que lo moleste, pero he creído oportuno comunicarle que la duquesa todavía no ha vuelto.
Peter se pasó los dedos por el pelo, aún sorprendido de encontrárselo tan corto. Luego, ladeó un poco la cabeza como si creyera que eso lo ayudaría a descifrar la afirmación de Whitney.
—Perdona, Whitney. No te entiendo. ¿Volver de dónde?
—La duquesa salió hace más de una hora. Dijo que deseaba dar un paseo.
—¿De noche? —Miró hacia los grandes ventanales que dejaban pasar la luz del sol y de la luna hasta el fondo del pasillo. Vio un rayo y supo que en seguida le seguiría un trueno—. Está lloviendo —dijo, algo desconcertado.
—Sí, señor. No llovía cuando salió la duquesa, pero temo que se haya perdido. Parecía afligida, distraída. Se llevó un candil, pero poco más.
—¿Un candil? Pero si iba a pasear, ¿no hay luz en...? —se interrumpió.
No debía censurar ni manifestar duda alguna sobre el comportamiento de su esposa ante un criado. Ni siquiera ante uno de tanta confianza como Whitney.
—Despierta al servicio. Reúne algunas lámparas y que preparen unos caballos. Tendremos que ir a buscarla.
—Sí, señor.
Peter caminó hasta el final del pasillo y miró por la ventana a la oscuridad. ¿Era él el responsable de la huida de su esposa? ¿Era porque la había evitado y relegado a un dormitorio de la otra ala?
Por supuesto. Debía de sentirse desolada por su falta de atención. ¿Qué esposa querría que le dijeran que no era bienvenida en el ala familiar?
Se había casado con él de buena fe, y él había estado tan preocupado por sus propias necesidades que no había considerado las de ella. Podía ser el duque que ella merecía aunque no pudiera ser el esposo. Podía ser un amigo aunque no fuera un amante.
Bajó a toda prisa la amplia y magnífica escalinata de mármol.
—¡Whitney!
El mayordomo apareció casi en cuanto Peter llegó al vestíbulo. Sostenía un abrigo y ayudó a Peter a ponérselo.
—Haz que lleven las pertenencias de mi esposa al dormitorio de la duquesa.
—¿Al de su madre?
—Mi madre ya no está, Whitney. Hay una nueva duquesa de Killingsworth.
—Sí, señoría. Me encargaré de que trasladen sus cosas inmediatamente. Supongo que usted dormirá en los aposentos de su padre... como siempre.
Estudió el gesto de Whitney, tratando de averiguar si lo cuestionaba o le ofrecía una pista de lo que era normal en aquella casa. ¿Sospechaba que Peter no lo sabía?
No podía sospechar. No era más que...
Estaba cansado, agotado, y no le apetecía analizar la conducta de otros, ni dar a sus palabras más importancia de la que merecían.
—Sí, Whitney. El duque y la duquesa de Killingsworth dormirán en sus respectivos aposentos.
—Muy bien, señoría. Los que lo acompañarán en la búsqueda lo esperan en los establos.
—Gracias, Whitney. —Se volvió hacia la puerta.
—Me alegro de que haya vuelto, señor.
Se detuvo y, sin volver la vista, porque temía que el mayordomo descubriera la verdad en sus ojos, dijo en voz baja:
—Yo también me alegro.


lunes, 22 de julio de 2013

Capitulo 19

bueno ultimo chicas mañana les subo solo uno Gracias a todas las que comentaron son los mas... besos y COMENTEN...



Era ya muy tarde cuando llegaron a Hawthorne House, pero aun así Lali pudo ver claramente el rostro de su marido. Una serie de antorchas iluminaba el camino y los escalones que conducían a la inmensa mansión que parecía haber surgido de la tierra conforme se iban acercando. Al mirarla, se sintió pequeña, insignificante, claro que mirar a su marido también solía producirle ese efecto, porque era alto y bien formado, y tenía un aire muy seguro.
Peter se quedó junto al coche, contemplando la mansión con una especie de asombro desconcertante, como si no la hubiera visto desde hacía años. Cuando por fin se dirigió a la casa, llegó sólo hasta uno de los enormes leones de piedra que guardaban los escalones de entrada y acarició una de las patas de la escultura.
—Cuando era un niño, me sentaba en esta inmensa bestia y fingía ser un explorador en la selva africana.
Su voz denotaba cierta tristeza, como si aquel antiguo recuerdo le resultara doloroso a la vez que reconfortante. Empezó a subir los escalones, y ella lo siguió en seguida. Su comportamiento le parecía extraño, pues sabía que había estado en la residencia familiar hacía un mes como mucho.
Un anciano salió corriendo de la casa.
—Lo estábamos esperando, señoría. —El hombre se detuvo y le hizo una pequeña reverencia.
—Whitney, cuánto me alegro de volverte a ver.
El saludo casi sofocado del duque contenía una extraña mezcla de duda y alivio que Lali no pudo entender.
—¿Es esta hermosa dama la duquesa con quien nos dijo que volvería? —preguntó Whitney.
Peter se volvió, al parecer algo sorprendido de encontrarla a su lado, como si acabara de recordar que iba con él.
—Duquesa, permíteme que te presente a Whitney. Lleva supervisando el funcionamiento de esta casa desde que yo tengo uso de razón.
—Whitney —dijo ella con voz dulce.
—Bienvenida a Hawthorne House, milady —respondió Whitney con una reverencia.
—¿Cuánto tiempo lleva aquí, Whitney? —inquirió Lali.
—Treinta y ocho años si los contara, aunque le aseguro que no lo haré. Me encargaré de que trasladen sus pertenencias inmediatamente al ala familiar...
—No.
Tanto Lali como Whitney se volvieron hacia el duque, que había pronunciado aquel monosílabo con rotundidad, como si el mayordomo hubiera sugerido algo inaudito. Parecía muy incómodo, y su mirada iba de uno a otro sin saber muy bien dónde posarse.
—Necesito estar algún tiempo solo —dijo en voz baja—. Si no te importa, cariño, creo que, de momento, encontrarás plenamente satisfactorias las habitaciones del ala este.
¿Que si no le importaba? ¿Cómo no iba a importarle que la castigaran a alojarse en la otra punta de la casa? ¿Y que se enterara todo el servicio? ¿Que si no le importaba? ¿Se había vuelto loco? Por supuesto que le importaba. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué la trataba con tanta indiferencia después de todo el interés que había mostrado durante el viaje?
Antes de que pudiera recuperarse de su asombro lo suficiente como para articular una respuesta coherente, él ya se había dirigido de nuevo a Whitney.
—Atiende las necesidades de la duquesa. Me instalaré en el ala familiar y no deseo que se me moleste.
—Sí, señoría —contestó Whitney solemnemente.
El duque subió los escalones como un soldado camino del campo de batalla, dejando tras de sí a su esposa y al servicio. Con un solo movimiento de la mano, Whitney comenzó a impartir órdenes entre los diversos criados que habían aparecido discretamente poco después de que llegara el coche.
Luego, Whitney se volvió hacia Lali; sus ojos verdes y amables revelaban compasión.
—El duque tiene por costumbre buscar la soledad poco después de su llegada.
—¿Es eso cierto?
—Sí, señora. Tras la partida de su hermano para América y la pérdida de sus padres como consecuencia de la gripe, nunca ha vuelto a ser el mismo.
—¿En qué sentido?
Whitney meneó la cabeza.
—No soy quién para justificar al duque o su conducta; sólo quería que supiera que no es inusual que quiera estar un tiempo solo.
Entendía que lo hiciera normalmente, pero ¿justo después de su boda? ¿Y dejando plantada a su nueva esposa en el umbral?
—¿Cuántas veces ha traído una esposa a casa y la ha dejado a la puerta como si fuera un bulto más? —preguntó Lali irritada.
—Es un hombre difícil, milady.
—Pues quizá descubra que su esposa es igual de difícil.
—¿Me permite que le muestre sus aposentos? —preguntó Whitney.
La duquesa respiró hondo. No era justo que descargara su ira con Whitney cuando era con su marido con quien estaba disgustada. Era absurdo que la abandonara. No pudo evitar pensar que algo iba muy mal.

Sentado en una lujosa silla de caoba, Peter miraba la cama de su madre. Como había descubierto tristemente en la residencia de Londres, ya quedaba poco de ella allí: su aroma no perduraba, no se oía el eco de su risa, ni de las nanas que un día le cantara. No quedaban ropas suyas que pudiera tocar. Era como si nunca hubiera existido; sin embargo, su recuerdo lo había sostenido durante sus años de aislamiento.
Siempre se había llevado mejor con su madre que con su padre. Ella era quien lo guiaba, le aconsejaba, lo asesoraba. También la influencia de su progenitor había sido importante, pero era a su madre a quien siempre se esforzaba por complacer, quien sonreía al ver las flores silvestres que cogía para ella, como si procedieran del más exquisito de los jardines. Para ella pintaba sus cuadros. Era la aprobación de su madre la que Peter siempre había buscado y obtenido.
¿Cómo iba a instalar ahora a otra mujer en aquella habitación? ¿Cómo iba a alojarse él en el dormitorio de su padre? Significaría aceptar que ya no vivían.
Durante ocho años, había deseado que todo aquello fuera una pesadilla, fugarse y encontrar a sus padres aún vivos. Pero la pesadilla continuaba al otro lado de los muros de Pentonville.
No le cabía duda de que John ya había hecho suyo aquel dormitorio. Quizá también él encontraría consuelo y fortaleza durmiendo en la misma cama que su padre, su abuelo, su bisabuelo y todos los que lo habían precedido. Era una tradición. Hombres buenos y fuertes que habían servido al rey, a la reina y al país. Hombres con un destino. Hombres con un deber. Hombres leales.
A él lo habían educado a imagen y semejanza de aquellos hombres, mientras, al parecer, John había crecido lejos de su influencia.
Con un suspiro, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Estaba agotado de fingir ser la versión que su hermano había creado de él. Era una locura.
Debía acudir al lord Canciller, el jefe de la administración de justicia, y declarar su derecho al ducado... Pero ¿cómo demostraría que de verdad era Peter? Sería la palabra de un hermano contra la del otro.
Se ocuparía de eso al día siguiente, cuando hubiera descansado.
Su esposa se encontraba cómodamente instalada y fuera de peligro en otra ala de la casa, y se le ocurrían múltiples razones para evitarla, algo que debía lograr a toda costa. Lo hechizaba con sus relatos y sus sonrisas, y su condenada inocencia que él podría destruir fácilmente con la verdad. Debía evitar a la única persona que conocía a John lo suficiente como para desmontar la farsa de Peter, que en realidad no era tal.
Él era Peter Lanzani, duque de Killingsworth. Pero para ella sería un impostor, porque no era el hombre al que amaba, el hombre con el que había prometido casarse.
También se ocuparía de eso al día siguiente.
Esa noche lo único que quería era dormir en una cama cómoda, envuelto en calor y familiaridad.
Aquella noche, el verdadero duque de Killingsworth estaba en casa.

Capitulo 18



Peter miró por la ventana, luego se volvió hacia ella.
—Nos acercamos a un pueblo. Pronto pararemos.
—Bien —dijo ella—. Creo que necesito adecentarme un poco.
Él le lanzó una mirada pícara.
—Por mí no lo hagas.
Lali miró para otro lado. Aquella mañana parecía más relajado. También ella lo estaba. El matrimonio precisaba cierta adaptación, y Lali empezaba a pensar que lo estaban haciendo espléndidamente.
  Peter quería recorrerle los costados con los dedos, hacerle cosquillas. La breve carcajada de antes le había hecho anhelar más. Su risa era un sonido alegre y jovial, como la luz del sol que penetra en un bosque oscuro y permite vislumbrar algo más luminoso al otro lado de las sombras.
Podría pasarse la vida pinchándose el trasero con alfileres con tal de oírla reír.
Sentado a la mesa de la posada frente a su esposa, se preguntó cuántas veces habría reído John con ella. Si de verdad fuera suya, buscaría el modo de hacerla reír constantemente, de que sonriera, de que sus ojos resplandecieran. Se esforzaría por alegrarla, porque al hacerlo se alegraba él también.
Lamentó no saber cómo divertirla, salvo poniéndose en ridículo él mismo.
Lali parecía haber recuperado el apetito, porque se terminó hasta el último de los huevos de su plato. Lo había dejado solo un momento, por lo visto para pellizcarse las mejillas, porque ahora las tenía sonrosadas. Además, se había peinado, pues los pocos mechones de pelo que se le habían soltado durante la noche ocupaban de nuevo su lugar.
Una pena.
Odiaba ser testigo de cualquier privación de libertad, aunque fuera de la de un mechón de pelo, pero sobre todo si era de ella. Le gustaría verlo suelto, cayéndole por los hombros.
—¿Hasta dónde te llega la melena? —preguntó.
Ella levantó la vista del plato, ceñuda, y él temió por un instante que fuera una pregunta cuya respuesta debía saber.
—Por debajo de la cadera —contestó al fin en voz baja—. A lo mejor te gustaría cepillármela alguna vez.
Se imaginó pasándole los dedos por los cabellos, sin cepillos ni peines. Una y otra vez, hasta que se le enredaran en la oscura cortina. Le recordaba a la caoba pulida, de un lustre tan intenso que sólo imaginarlo adornando su cuerpo lo excitaba.
—¿Me cepillarías tú el mío? —replicó él en broma.
Pero el afecto que vio en sus ojos sólo sirvió para encender aún más su pasión.
—Si me dejas hacerlo con los dedos —espetó ella.
Peter enmudeció, y sólo fue capaz de asentir con la cabeza.
—Entonces, sí, me gustaría mucho peinarte alguna vez —añadió Lali, dejando ver su lengua un instante al abrir la boca.
Él le mantuvo la mirada, desafiante, durante lo que pareció una eternidad. ¿Ya no eran las mujeres las criaturas tímidas que había conocido en su juventud? Cielo santo, aquélla era un peligro que no podía permitirse.
Carraspeó y se levantó con menos energía que en su última comida juntos.
—Si me disculpas, debo supervisar los preparativos de nuestra partida.
Necesitaba, si era posible, que el cochero los dejara en Hawthorne House antes del anochecer, antes de que tuviera otra oportunidad de abrazarla, porque no estaba seguro de poder reprimirse más.


 A Lali el resto del viaje le resultó más agradable, más como lo había esperado. Lo entretuvo con anécdotas de su juventud, por las que él nunca se había interesado antes. Aunque parecía depositar en ella el peso de la conversación, se mostraba cautivado por cualquier cosa que le contara, como si estuviera tan enamorado de su voz como de los pormenores de sus relatos.
Al principio, ella había querido pasar el tiempo con un juego de palabras, pero él se había limitado a negar con la cabeza.
—¿Cuál es tu primer recuerdo? —le había preguntado—. Empieza por ahí y cuéntame.
—Me llevará todo el día.
—Tenemos todo el día —le había replicado él con una sonrisa.
—¿Me devolverás el favor?
—Tal vez, pero primero tú.
Así que había empezado a hablarle de su recuerdo más antiguo, a hombros de su padre para ver un desfile. Le habló de todas las disciplinas que su madre la había obligado a aprender: la equitación, que le encantaba; el piano, que toleraba; la costura, que aborrecía; y la pintura, que su madre había calificado de espantosa.
Cuando ella le preguntaba algo, él se limitaba a menear la cabeza y decir: «Aún no hemos terminado contigo».
Nunca había estado con nadie que se interesara tanto por todos los aspectos de su vida. Los hombres con los que había coqueteado ocasionalmente preferían hablar de sí mismos. Incluso Peter, antes de la boda, rara vez había indagado en su vida anterior. La halagaba que de pronto sintiera curiosidad.
—Diana y tú estáis muy unidas —susurró en cierto momento.
—Mucho. Es más que mi hermana. Es mi amiga, pero es tan bromista... A mamá la aturde. Ayer mismo me estaba tomando el pelo con que había besado a un francés.
Algo que Lali ahora creía, porque sabía que los besos con lengua existían.
—¿Y por qué iba a hacer algo así? —preguntó él.
—No sé, con la cantidad de ingleses a los que podría besar.
Él soltó una risita.
—Y tú lo sabes porque has besado a muchos.
—He besado a uno, el único que me importa —respondió ella alzando la nariz.
Peter le concedió una sonrisa, al parecer complacido con su afirmación.

Sin embargo, a medida que se aproximaban a su destino, empezó a mostrarse más reflexivo, de repente desprovisto de curiosidad e interés, con la mirada introvertida, como lo había visto en innumerables ocasiones, y al darse cuenta de que ya no la escuchaba, dejó de hablar.

Capitulo 17



No estaba segura de por qué lo sabía, sólo de que lo sabía. Peter no la asediaba con intenciones amorosas ni con pasión. Parecía limitarse a probar las aguas del deseo de ella, y se preguntó si él experimentaba deseo alguno.
Su beso de la noche anterior había sido más apasionado. ¿Era porque se lo había dado en la oscuridad? ¿La luz del sol lo hacía avergonzarse de un simple encuentro de labios?
Mientras su boca jugaba con la de ella, Lali deseó que Peter perdiera el control, que la deseara, que la necesitara...
—Peter —empezó, y esa palabra le concedió a él la oportunidad de deslizar su lengua en la boca de ella.
En ese momento, todo cambió. El beso se hizo más apasionado. Lo oyó gemir, sintió la agitación de su pecho contra el suyo, la presión casi dolorosa de sus dedos en la muñeca. Su lengua le recorrió la boca, y la encendió como el fuego prende la leña.
Oyó un gemido, un suspiro, y le sorprendió descubrir que procedían de ella. Ladeó ligeramente la cabeza para facilitarle el trabajo…
De pronto, él desapareció, se apartó de ella con la mirada de un hombre horrorizado por su propia conducta.
—Perdóname —dijo con voz ronca y la respiración entrecortada.
—¿Qué es lo que tengo que perdonar?
—No voy a tomarte en el coche, como un bárbaro.
Sabía que debía sentirse ofendida, en cambio, se alegró. Él la deseaba. De verdad. ¿Acaso creía que el acto del amor precisaba galanterías? Qué aburrido. En aquel instante, pensó que prefería al bárbaro.
—No me importaría —señaló con sinceridad.
—¿No te importaría? —preguntó él como si hubiera olvidado su comentario anterior.
—Que me tomasen en un coche. La intimidad... Últimamente no pienso en otra cosa, en cómo serán las cosas entre un hombre y una mujer. Ya sé que suena escandaloso pero seguramente tú también lo has pensado.
Los ojos de Peter se oscurecieron y su mirada pareció ensimismarse, como si viera en su propio interior aquellos mismos pensamientos.
—A todas horas desde que te conocí.
Ella soltó una risa avergonzada.
—Siempre has sido tan correcto... No tenía ni idea. Nunca me has dado a entender...
—Es fácil contener lo que nunca se ha liberado.
—No entiendo.
—Dar voz a mis deseos los haría más difíciles de controlar. Es humano y natural excitarse con el aroma de una fragancia, con una caricia... —le acarició la mejilla con el dedo—, con una promesa.
—No sabía que fueras tan poético.
—Quizá sería más fácil si fingieras que me conociste ayer.
Ella sonrió.
—Pero entonces no tendríamos historia, ni recuerdos de los momentos que hemos pasado juntos. No puedo borrar los doce meses de nuestro noviazgo como si nunca hubieran existido. Sin ellos, tal vez no habría estado ayer a tu lado en el altar.
—Por supuesto.
Qué curioso. Le pareció detectar cierta decepción en su tono de voz.
—Precisamente porque me importas no quiero apartarme de esos recuerdos —añadió ella, intentando persuadirlo de su sinceridad.
—Si no de los recuerdos, al menos apártate un poco de mí. Me estoy entumeciendo.
—Lo siento, ni siquiera me había...
Intentó separarse de ella sin dar lugar a mayor intimidad. Cuando se retiraba para dejarle más espacio, perdió el equilibrio al borde del asiento, agitó los brazos para no desplomarse y, logrando al fin enderezarse, se dejó caer en el asiento de enfrente.
—¡Maldita sea! —rugió cuando, al levantarse de un respingo, se dio con el techo del coche en la cabeza.
Lali lo vio volverse y tocarse el trasero, y se dio cuenta de que se había sentado sobre el alfiler de su sombrero.
Se llevó la mano a la boca para no reírse de su cómico gesto de confusión. El coche disminuyó la marcha y el cambio brusco volvió a sentar a Peter de golpe. Mariana tuvo que contener de nuevo la carcajada.
El coche se detuvo, se abrió la puerta y un lacayo se asomó.
—¿Va todo bien, señoría?
—Todo va bien. Que el cochero pare en la próxima posada; estoy muerto de hambre.
—Sí, señoría.
El lacayo cerró la puerta. Lali lo oyó hablar con el cochero; luego se pusieron de nuevo en marcha.
—Tu sombrero, duquesa.
Ella lo cogió. Peter no sólo se había sentado en el alfiler sino también en la pluma, que estaba rota y colgaba a un lado sin gracia.
—Y tu alfiler —añadió con aspereza.
Lali tomó el objeto doblado que le daba con una pequeña carcajada que no pudo reprimir.
—Lo siento.
—Más te vale. No está bien reírse de las desgracias ajenas.
La imposibilidad de determinar el tono de aquel comentario puso fin a la segunda carcajada. No era enfado. Sonaba a algo jocoso, una actitud más acorde con lo que esperaba de él.
—Me parece que tendrás que comprarme uno nuevo.
—Prefiero que no lleves adornos en el pelo, y menos aún alfileres u horquillas.
—Sin horquillas, parecería... —se llevó la mano a la nuca y de pronto se dio cuenta de que debía de parecer un espantajo—... algo despeinada.

Una expresión que fue incapaz de descifrar asomó al rostro de Peter: deseo, ilusión. No pudo evitar preguntarse si estaría imaginando despeinarla mientras la cautivaba con más besos.

Capitulo 16




Sentado en el suelo, en un rincón de una estancia en penumbra, el preso D3-10 contemplaba la oscuridad. Al despertar, se había encontrado allí confinado, sin ventanas, sin luz, con el maldito capuchón cubriéndole el rostro. No se atrevía a quitárselo.
¿Y si alguien abría la puerta? ¿Y si alguien veía esa cara que él odiaba, esa cara que tanto se parecía a la de su hermano?
Se preguntó qué estaría haciendo Peter en aquel momento.
¿No habría seguido adelante con la boda? Pues claro que sí. Su hermano siempre lo había querido todo, todo lo que no le pertenecía. También querría a la futura duquesa de Killingsworth.
Dio un puñetazo en el suelo acompañado de un gruñido.
«¡No puede tenerla! Ella me pertenece. ¡Todo me pertenece!»
Se levantó y empezó a moverse de un lado a otro. Las voces de sus antepasados lo torturaban. Les había fallado.
Tenía que escapar. Debía recuperar lo que era suyo.


 La luz del sol le bailaba en los párpados, pero Lali no quería despertarse. Quería quedarse donde estaba. Allí se hallaba tan a gusto. Se sentía segura, a salvo. Y sobre todo, querida.
Al escapar por fin de la nebulosa del sueño, descubrió el motivo: se encontraba acurrucada en su nido, entre la suavidad afelpada del asiento y el calor de un hombre.
Su marido.
Conteniendo la respiración para no molestarlo, giró con cuidado la cabeza hasta que pudo verle la cara. Estaba dormido, como ella hacía unos instantes.
La cabeza le colgaba en un ángulo que le produciría dolor todo el día. Estaba despeinado: algunos mechones le caían por la frente. Uno de sus brazos estaba debajo de ella, el otro descansaba inocentemente en su costado, sin abrazarla, sólo allí posado.
Estudió su rostro, los rasgos que creía conocer, aunque dormido le parecía un extraño. Tenía la boca algo abierta. Sus pestañas largas y espesas descansaban en las mejillas. Nunca se había fijado en sus patas de gallo o en sus arrugas de expresión, ni en lo profundas que eran, como esculpidas a fuerza de sufrimiento más que de alegría.
Le tocó el mentón sin afeitar. Jamás lo había visto tan desaliñado, pero la atraía aquel descuido. Lo hacía parecer muy normal, menos aristócrata.
Se percató de que lo vería así todas las mañanas durante el resto de su vida.
Volvió la mano y, con el dorso, le acarició suavemente la oscura y áspera barba incipiente. Cuando apenas había empezado a hacerlo, él abrió los ojos con un pestañeo, y ella se encontró mirando su azul intenso como la noche. En ellos había tristeza, la de quien observa el objeto de su anhelo en un escaparate a sabiendas de que nunca lo tendrá.
Con ternura él le pasó el pulgar por la mejilla.
—Tienes una piel muy suave.
Su voz aún sonaba ronca de sueño, pero sus ojos revelaban la intimidad nacida del abrazo, un abrazo que no tardaría en estrecharse mientras su boca jugaba con la de ella...
—Pepino.
—¿Cómo dices? —inquirió él frunciendo el cejo.
Ella notó que se sonrojaba.
—Uso una crema especial de pepino.
—A mí siempre me ha gustado el pepino, pero para comérmelo, no para embadurnarme la cara con él —comentó Peter con un leve movimiento de cabeza—. Las mujeres sois unas criaturas muy extrañas.
—No sé si debo tomarlo como un cumplido. —Le recorrió la sien con un dedo—. No pareces haber dormido muy bien.
—He pasado casi toda la noche viendo cómo dormías tú —explicó.
—Te habrás aburrido muchísimo.
—Estaba fascinado. La luz de la luna en tu rostro... Jamás había visto nada tan delicioso. —De pronto pareció incómodo—. Tenemos que soltarnos.
Pero ella no quería separarse de él.
—¿Por qué no empezamos la mañana con otro beso perfecto?—le espetó.
Él le miró los labios y le apretó la muñeca. En algún momento de la noche, se había aflojado el pañuelo y desabrochado los dos primeros botones de la camisa. Ahora, ella estudiaba el movimiento de su garganta al tragar.
—Por favor —susurró, y odió su propio tono de súplica, y tener que ser de nuevo ella quien lo propusiera en lugar de dejarlo tomar a él la iniciativa. Peter era un hombre; a los hombres les correspondía desear a las mujeres, y a ellas mantenerlos a raya hasta que estuvieran legalmente casadas. Entonces, podían derribarse las barreras y dejar que los arrasara la pasión.
Lo vio cerrar los ojos, sus pestañas descansaron en sus mejillas; luego bajó ligeramente la cabeza y acercó sus labios a los de ella. Lali sintió la caricia suave y cálida de su respiración justo antes de que él posara su boca con firmeza en la de ella.

Era un beso cauto, no muy distinto del que le había dado en la iglesia, sólo que esta vez se lo había dado en los labios y no en la comisura de la boca, pero estaba cargado de inseguridad, como si temiera que a ella no fueran a agradarle sus insinuaciones.

Capitulo 15


Hola chiquillas me reporto con los de hoy besos COMENTEN...




Volvió a apoyarle la cabeza en el hombro, escuchó su agitada respiración y la ruidosa circulación de su propia sangre en las sienes.
Había vuelto a cometer un lamentable error.
—Ha sido sencillamente... maravilloso —dijo ella tan pronto como recuperó el aliento—. No entiendo por qué la sociedad desaprueba los besos.
Porque era mucho más fácil para un hombre negarse el placer de una dama a la que nunca había probado. Pero privarse de ella habiendo conocido el sabor de su boca... Peter no sabía si tendría valor para eso.
—Deberías intentar dormir —dijo él, con voz bronca.
—¿Te ha complacido el beso? —preguntó ella.
—Muchísimo.
—Me sorprende que la gente no pase el tiempo besándose.
—El peligro de un beso es que puede conducir a otros placeres más íntimos, y no todos los hombres poseen la fortaleza necesaria para resistir la tentación de explorar esos otros placeres.
—El matrimonio suprime la necesidad de resistirse.
—Sí.
—¿Llegaremos a Hawthorne House mañana?
—Muy probablemente. Te vendría bien dormir un poco.
No quería hablar de lo que ella pensaba que ocurriría cuando hubieran llegado a su residencia familiar, porque lo que al parecer deseaba no podía suceder. No, si quería devolvérsela a John.
Saboreó la sensación de tenerla cerca, con su cuerpo apoyado en el de él y la mano en su pecho. ¡Qué inocente despliegue de confianza!
Deseaba tenderse por completo y que ella se tumbara a su lado, sin que ningún espacio los separara. No importaba que los dos estuvieran totalmente vestidos. Sólo quería notar el peso de su cuerpo a su lado, la más increíble de las sensaciones. Después de tanto tiempo, ya no estaba solo.
Aunque sabía que era una mera percepción, un engaño de los sentidos, agradecía el gozo que le proporcionaba estar de nuevo en el mundo exterior, donde podía viajar en coche cuando le apeteciera simplemente porque así lo deseaba, y abrazar a una mujer y aprovechar de buen grado sus posibilidades...
Le acarició suavemente el pelo. Más seda. O quizá satén. Se vio tentado a quitarle las horquillas del recogido para que aquellos mechones oscuros le llenaran las manos. La luz de la luna se reflejaba en ellos, en su piel clara, y le daba un aspecto etéreo.
Lali suspiró, y él se preguntó qué imágenes ocupaban su mente. ¿Pensaba en el hombre al que tanto quería? ¿O en el que la había besado?
No tenía previsto dormir aquella noche, porque lo que soñaba despierto era más maravilloso que cualquier cosa que su imaginación pudiera conjurar.
Ella lo tentaba para que la hiciera por fin suya. La ley le otorgaba ese derecho, que era más de lo que su hermano le había concedido jamás. Era su esposa; su cuerpo le pertenecía. Pero su corazón... al parecer, era de John.
No tenía intención de hacerle pagar los pecados de su gemelo, pero se dio cuenta de que eso era lo que estaba haciendo. Al tomarla como esposa, al no revelarle la verdad.

Mientras la abrazaba, no pudo evitar desear que fuera realmente suya.

domingo, 21 de julio de 2013

Capitulo 14

Bueno chicas aqui la dejamos les juro que mañana les subo 5 mas.... Comenten.



Peter no lograba apartar la mirada de su esposa, a pesar de lo mucho que deseaba poder borrar de su memoria su gesto de desconcierto, la desilusión que su respuesta le había causado. La idea de conocerlo mejor implicaba que ya lo conocía algo, pero no era así. Conocía a John, y pronto lo conocería mejor. A lo mejor debía contarle la verdad. Pero entonces lo tomaría por un impostor. Quería hablar con ella, pero temía que descubriera su engaño: él era el duque legítimo, pero no el hombre con el que creía haberse casado.
A John le había resultado más fácil imitar a Peter porque él había estado ahí y había podido observarlo, ver con quién hablaba, cómo se dirigía a la gente y cómo lo trataban. Peter estaba perdido; se ahogaba en un mar de ignorancia.
Hasta la afirmación más inocente, pronunciada sin pensar, podía delatarlo.
No habían vuelto a hablar desde que Lali se había reunido con él en el coche para proseguir el viaje. Ella no apartaba la mirada de la ventanilla. Ni siquiera cuando había empezado a anochecer Peter había logrado vislumbrar poco más que su perfil entre las sombras que llenaban el vehículo. Al final, Lali se había quitado el sombrero y lo había dejado en el asiento.
El disgusto parecía haberla silenciado. Ahora tenía el aspecto de una criatura derrotada, lamiéndose las heridas. Peter ansiaba disculparse, pero era mejor así; además, a la larga, ella le agradecería el distanciamiento.
Su perfil era precioso, pero ¿qué podía esperar de una cara de ángel? Un ángel que se había casado con el mismísimo diablo.
Una parte de él creía que debía despreciarla sólo por eso. Sin embargo, a su lado no lograba sentir otra cosa que el embrujo de su belleza.
Su fragancia debería haberse extinguido ya, pero perduraba. La luz de la luna delineaba sus perfectas formas. Observó cómo bajaba un poco la cabeza y luego la enderezaba bruscamente. Se esforzaba por no quedarse dormida.
Contempló la posibilidad de sugerirle que cediera al cansancio, pero temía que ella le comentara algo de otros viajes que habían hecho juntos, ¿y qué iba a responderle entonces? No recordaba la noche en que la había conocido porque no la había conocido de noche, no la había conocido en un baile, y no se había sentido seguro de sí mismo en absoluto la primera vez que la había visto.
Cuando se instalaran en Hawthorne House, ocuparían alas distintas de la casa; tendría que dar con un modo de justificarlo. Podría fingir que estaba enfermo, pero ¿y si Lali se empeñaba en cuidarlo hasta que sanara?
¡Maldición! Ella era un contratiempo que él no necesitaba.
¿Cómo iba a explicar su resistencia a acostarse con ella? Aunque, en realidad, no se resistía; estaba más que dispuesto.
Su cuerpo suspiraba por el alivio que el de una mujer podía proporcionarle, y, aunque no lo quisiera, se sentía atraído por aquélla.
Al final, a ella la cabeza le cayó hacia un lado y así se quedó. Peter había dormido muchas noches en posturas incómodas, y sabía que, a la mañana siguiente, le dolería el cuello.
No era asunto suyo. Ella no era asunto suyo. Sólo un inconveniente.
Aun así, se sorprendió pasando el sombrero del asiento de ella al suyo. Recorrió con cuidado el espacio que los separaba y se sentó a su lado. Cerró los ojos y recordó los múltiples viajes que había hecho con sus padres, las veces en que su padre había rodeado a su madre con el brazo y se la había acercado para que descansara cómodamente sobre él. Resultaba tan natural cuando su padre lo hacía, pero, claro, él amaba a su esposa, y a menudo daba la impresión de que se comunicaban sin hablar.
Peter en cambio apenas conocía a aquella mujer, y no tenía ni la más remota idea de si estaría cómoda junto a él, pero sí sabía que era la impaciencia de él por llegar a casa la que la obligaba a descansar en aquellas condiciones. No era justo que Lali sufriera las consecuencias de su falta de consideración. Debía haber accedido a que hicieran noche en alguna posada.
Con toda la suavidad de que fue capaz, la rodeó con un brazo mientras con la otra mano le levantaba cuidadosamente la cabeza para apoyársela en su hombro. Perfecto. Como si siempre hubiera estado ahí.
Peter contuvo la respiración cuando ella murmuró algo en voz muy baja y se acurrucó aún más junto a él. Estaba caliente, increíblemente caliente, y era tan delicada... No debía de pesar más que una pluma. Con la mano todavía apoyada en su mejilla, no pudo resistir la tentación de acariciarla. Su piel era suave y sedosa. Inmaculada.
Empezaron a escocerle los ojos. Algo de lo más extraño. Parpadeó varias veces hasta que la sensación desapareció. Jamás se le habría ocurrido que un contacto tan inocente pudiera provocarle el llanto.
—¿Peter?
Se puso tenso al oírla, con aquella voz tan suave como una caricia en la oscuridad.
—Siento haberte disgustado —dijo, tan bajo que a él le costó oírlo.
Peter cerró los ojos con fuerza, apoyó la mejilla en la cabeza de ella y volvió a sentir aquel inusual escozor de ojos.
—No me has disgustado, Lali.
—Pareces tan distinto...
«Díselo. Cuéntale la verdad.» Se le había presentado la ocasión ideal. Teniéndola allí, acurrucada junto a él. Pero en cuanto se lo revelara todo y supiera que no era el hombre que la había pedido en matrimonio se alejaría para siempre. ¿Qué daño hacía saboreando un poco más aquel abrazo?
—¿Puedo confesarte algo? —susurró ella.
¿Una confesión? ¿Tan inocente como ella? ¿Qué podía ser? ¿Que en realidad no le gustaban las verduras?
—Claro —dijo él en voz baja.
—Esta mañana estaba pensando que nos hemos casado demasiado pronto, antes de que yo estuviera preparada. Me parecía que habías detectado la duda en mis ojos.
—No he visto ninguna duda.
—Me he dado cuenta de que apenas hemos pasado tiempo a solas. Ni siquiera me has besado como es debido.
—¿No?
—No —respondió ella aún más bajo, sin mirarlo.
—¿Crees que debería remediarlo?
Se le escaparon las palabras sin apenas pensarlas. Notó la casi imperceptible cabezada de asentimiento de ella sobre su hombro.
Luego Lali se volvió hacia él. Era poco más que sombras, capturadas por algún rayo de luna que se colaba ocasionalmente por la ventanilla. No podía verle el gesto, y quizá fuera mejor, porque así ella tampoco lo veía a él.
Le acarició la mejilla y le pasó el pulgar por la boca.
—Hace tiempo que no beso a una dama —espetó—, pero creo que recuerdo lo básico.
—Yo nunca he besado a un hombre.
Mientras ella le susurraba esta confesión, él notó cómo se separaban sus labios y cómo su lengua le rozaba el pulgar; entonces supo que estaba a punto de cometer un terrible error, pero no pudo detenerse.
Acercó su boca a la de ella.
Nunca había sentido unos labios tan tiernos amoldarse a los suyos, ni una calidez como la de aquella boca, que se abría para dejarlo entrar. Lo invadió una pasión cegadora mientras exploraba con su lengua lo que ella le ofrecía, entrando y saliendo rápidamente, saboreando tanto las texturas aterciopeladas como las más rugosas.
Ladeó la cabeza en busca de una posición mejor e inmediatamente recibió una oleada de su perfume, de detrás de la oreja. La imaginó poniéndose allí una gota con delicadeza. Pensó en besarle aquel punto, pero no quería desatender su boca, la misma que lo había tentado todo el día con esbozos de sonrisa y fragmentos de conversación. Una boca que podía formar un hoyuelo cuando quisiera. Pensó también en besarle el hoyuelo, pensó en besar cada centímetro de ella, y al tiempo que lo pensaba, supo que nunca podría ser.
Se estaba tomando libertades que no le correspondían, pero había sido ella quien lo había invitado a besarla, y llevaba demasiado tiempo sin que nadie lo invitara a nada como para rechazar la tentadora propuesta de una dama bonita. Así que aceptó y trató de refrenar el sentimiento de culpa. Después de todo, era sólo un beso.
Sólo un beso.
Visto así, parecía insignificante, pero no lo era. Ese gesto lo había invadido y atravesado, y había llenado el inmenso vacío de su corazón, que llevaba solo demasiado tiempo. Con un decidido movimiento de su lengua, ella lo había apartado de la oscura desesperación. No era tímida. Daba mucho más de lo que tomaba, preparando con audacia un camino que conducía directamente a su corazón.
Un corazón que había reservado para su hermano.
Peter intensificó su exploración, saboreando su calor, degustando su dulzura. En aquel momento, era suya: su esposa, su duquesa, su seductora.
Se apartó un poco y le besó las comisuras de los labios.