jueves, 30 de mayo de 2013

Capitulo 23

Hola chicas el cap que corresponde hoy! COMENTEN!

—Sí, ayer salió a montar bastante temprano.
—Podías haberlo dicho antes.
Aunque las damas solían acudir a Rotten Row para pasear a caballo, las cuatro señoritas que estaban en la sala del padrastro de Lali la tarde anterior no parecían muy dispuestas a partir. Llevaban un rato a la entrada del parque cuando apareció Lali. No había que ser un genio para saber a quién esperaban.
—Me parece increíble que te apostaras junto a su residencia para vigilarlo —dijo lady Cassandra.
—Estaba casi segura de que el hombre que habíamos visto en casa de Ravenleigh era Sachse. ¿Cuántos hombres vestidos de vaquero rondan por las calles de Londres? Sólo quería confirmarlo.
Y lady Blythe remató su afirmación con una mirada severa a Lali, cuyo corazón empezó a latir acelerado al pensar que aquella muchacha podía haber estado oculta entre los arbustos cuando Peter la había introducido furtivamente en su casa.
—Podías haberme confirmado que lo había identificado correctamente. Me habría ahorrado horas de vigilancia delante de su domicilio —la reprendió lady Blythe.
—No supe que era Sachse hasta después —contestó ella, tratando desesperadamente de sonar arrepentida, cuando lo que deseaba en realidad era acribillar a lady Blythe a preguntas relativas a su espionaje.
—¿Te vio él? —inquirió lady Priscilla.
—No, me oculté en mi carruaje. Ya se había hecho de noche cuando llegó a casa. Aunque, la verdad, habría esperado el tiempo necesario. Debió de salir de vuestra casa justo después de cenar.
—Se marchó temprano —confirmó Lali, sin saber muy bien por qué le molestaba tanto que aquellas jóvenes estuvieran tan interesadas por Peter. Había previsto su curiosidad, pero no que le disgustara tanto su fisgoneo, sobre todo cuando Peter y ella se dedicaban a deambular en plena noche.
—Mirad, ¿no es aquél? —preguntó lady Cassandra.
Todos los ojos se volvieron hacia donde ella miraba.
—Tiene que serlo —afirmó lady Blythe. —Pero esta mañana no lleva el gabán.
—Es un guardapolvo —explicó Lali, nerviosa.
—¿Lleva pistola? —inquirió lady Cassandra.
—No sabría decirte —respondió lady Priscilla. —Pero no lo parece.
—¿Creéis que la habrá disparado alguna vez?
—¿Habrá matado a algún hombre? —saltó lady Blythe.
—No sería muy decente preguntárselo —señaló lady Cassandra.
—A mí me fascinan los americanos —intervino lady Anne. —Por desgracia, Richard no los soporta. —Ruborizada, miró a Lali. —Disculpa. No pretendía ofenderte.
—No me ofendes en absoluto. —A Lali siempre le había parecido que lady Anne era la más sincera y amable del grupo. Luego miró a Peter, emocionada. —Buenos días, milord.
Con una amplia sonrisa, él se quitó el sombrero en un tiesto de lo más galante.
—Señoritas.
Lady Blythe empezó a pestañear muy de prisa, como si se le hubiera metido un mosquito en el ojo e intentara sacárselo, mientras lady Cassandra se daba palmaditas en el pecho, lady Priscilla se reía como una boba y lady Anne sonreía. A juzgar por su comportamiento, cualquiera habría dicho que no habían visto nunca a un hombre, pensó Peter. Sí, él era novedoso, distinto, diferente de lo que estaban acostumbradas a ver, pero ¿era necesario que se comportaran así? Empezaban a atacarle los nervios. No obstante, si ellas estaban tan embobadas, quizá también lo estuvieran otras, y su entrada en sociedad no fuese tan complicada como él había temido.
—Milord —dijo lady Blythe con una risita—, qué travesura no confirmarnos su identidad cuando yo la adiviné mientras estábamos todas reunidas en el salón de la señorita Fairfield.
—Mis disculpas, querida. Aún no me he acostumbrado a ser lord, y como Ravenleigh y su familia no lo sabían... bueno, quería decírselo en privado.
—Creo que sólo se lo perdonaré si me permite cabalgar a su lado.
—Le había prometido a la señorita Fairfield que montaría con ella esta mañana, y debo cumplir esa promesa —contestó él, guiñándole un ojo. —Pero sería para mí un placer que usted ocupara el otro lado.
Lali se percató en seguida de la habilidad con que Peter había resuelto una situación que podía haber resultado muy violenta, y se sorprendió preguntándose con cuántas mujeres texanas habría practicado su técnica de coqueteo. Sin duda, era bastante mejor que la que usaba a la puerta de la tienda de ultramarinos.
—Para mí sería un placer ocuparlo —respondió lady Blythe con entusiasmo.
Lali no sabía bien cuándo había empezado lady Blythe a ser una molestia, pero desde luego, eso era, pensó, mientras dirigía su caballo hacia el lado derecho de Peter y lady Blythe guiaba el suyo hacia el izquierdo, desde donde empezó a darle conversación de inmediato, acaparando su atención como un avaro acumula oro. Para sorpresa de Lali, lady Cassandra espoleó su montura hasta situarla junto a la de ella.
—¿Sabes? —le susurró—, me parece que no va a costarte tanto como creíamos encontrar una esposa adecuada.
—Yo no creo que la busque —replicó Lali, de nuevo sorprendida por el estallido de celos que aquel pensamiento le había producido. Claro que Peter encontraría esposa. Necesitaba un heredero, un modo de aliviar su soledad y alguien que lo ayudara a administrar sus propiedades. No podía reprocharle a ninguna dama que quisiera ocupar el puesto.
—¿Y por qué no iba a hacerlo? —preguntó lady Cassandra. —Después de todo, necesita un heredero.
Lo que ocurría era que a Lali no le apetecía pensar en esa probabilidad.
—Primero tiene que acostumbrarse a la vida de aquí.
—Se diría que ya se ha adaptado bastante bien. Salvo por su vestimenta, claro.
—A mí me gusta su ropa —señaló lady Priscilla con un susurro de complicidad desde el otro lado de lady Cassandra. —Me resulta muy provocativa.
Sí, ciertamente resultaba provocativa, la camisa pegada al cuerpo sin chaqueta que ocultara el movimiento de sus músculos a cada uno de sus movimientos. Lali bajó la mirada a sus manos desnudas, curtidas por el trabajo duro, que sostenían las riendas con naturalidad. Se esforzó por no imaginar aquellos dedos largos y robustos desabrochándole los botones del corpiño y separando las dos piezas de algodón... ¿Temblarían tanto como lo habían hecho cuando era sólo un muchacho? ¿Temblaría ella de deseo? ¿Le rozaría con los nudillos la parte superior de los pechos, unos pechos apenas inexistentes cuando él le hizo su atrevida proposición? ¿Ardería su mirada de anhelo por lo que el trato inicial le negaba: el tacto de su piel?
Apartó la mirada de sus manos y se preguntó cuándo había empezado a hacer tanto calor, desde cuándo le costaba tanto respirar, como si el aire hubiera desaparecido.
La risa complacida de lady Blythe resonaba por el parque, más irritante aún que su voz. Supuestamente, una dama debía reírse con el máximo decoro.
—No es justo —protestó lady Priscilla. —No oímos lo que dicen. Lady Blythe, ¿qué es tan divertido? —le gritó. —Cuéntanos.
La otra se inclinó y asomó por delante del firme cuerpo de Peter.
—El conde me estaba explicando que lleva un sombrero de cuarenta litros. En Texas, el tamaño de los sombreros se mide por la cantidad de líquido que cabe en ellos. ¿Os lo imagináis?
—¿Y para qué puede querer llenar de líquido el sombrero? —preguntó lady Priscilla, pero lady Blythe estaba de nuevo enfrascada en la conversación con Peter.
—Lo usan de palangana, para lavarse o dar de beber al caballo —explicó Lali.
—Qué vida tan extraña llevan por allí. Es increíblemente incivilizada —señaló lady Cassandra.
—Aterradoramente incivilizada —la corrigió lady Priscilla. —No es justo que lady Blythe lo acapare así. —Se inclinó hacia adelante. —Milord, ¿le gusta ser vaquero?
Sonriente, Peter apartó la mirada de lady Blythe, y a Lali volvió a sorprenderla lo guapo que era. Provocativo, sí, pero por encima de eso, muy masculino. Fuerte y capaz. Nadie que lo viera en aquel momento creería que tuviera dudas sobre su sitio en aquella sociedad. De pronto, la halagó que hubiera decidido confiarle a ella sus inseguridades.
—Ciertamente, sí —le respondió a lady Priscilla—, pero soy algo más que vaquero. Soy ranchero. Tengo tierras y ganado propios, y hombres que trabajan para mí.
—¿Es así como se hizo tan fabulosamente rico? —inquirió lady Priscilla.
Peter se rió con su profunda risa, y ese sonido áspero recorrió la espina dorsal de Lali y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo hasta alcanzar su corazón. No parecía en absoluto ofendido por la pregunta tan inapropiada de lady Priscilla.
—Dígame, querida, ¿qué dicen de mí las malas lenguas?
—Ser rico no tiene nada de malo.
—Pero sí hablar de ello —afirmó lady Cassandra.
—Sólo quería saber cómo se hace rico un hombre. Mi padre heredó su fortuna, y nunca me había planteado lo que deben hacer quienes no tienen dinero.
«Trabajar, mucho y muchas horas» —pensó Lali—, ejercitar sus músculos hasta convertirlos en planchas de acero, mientras el sol les quema la piel.
—Yo empecé con el ganado. Invertí un poco y tuve suerte —explicó Peter.
A Lali le pareció verlo ruborizarse, o quizá fuera el reflejo del pañuelo rojo que llevaba al cuello. Supuso que algunos hábitos eran difíciles de abandonar. Contempló la posibilidad de comentarle que no era probable que encontrara tormentas de arena en Londres, pero entonces se le ocurrió que a lo mejor lo llevaba para darse seguridad.


miércoles, 29 de mayo de 2013

Capitulo 21

Bueno chicas una pequeña maraton... espero que les guste y Comenten mañana les subo el que corresponde besos... nos leemos


















Como se había quedado sin cenar la noche anterior, Lali estaba muerta de hambre. Tras volver de casa de su prima, se dirigió al pequeño comedor donde se servía siempre el desayuno, y en el que había un variado surtido de platos dispuestos en una mesa auxiliar. Pasaría por alto las especialidades típicas de los Ravenleigh, siempre presentes para quien quisiera degustarlas, y se sirvió huevos revueltos con mantequilla y tomates, salmón ahumado y tostadas con mermelada. Había muchas más cosas, pero decidió que con eso bastaba para la mañana. Un lacayo le retiró la silla para que se sentara, y Lali ocupó su sitio. Le sorprendió que sus padres aún no estuvieran allí. El periódico plegado de su padrastro seguía colocado junto a su mantelillo, por lo que supo que todavía no había bajado a desayunar. Se preguntó si a su madre le habría costado tanto conciliar el sueño como a ella, en cuyo caso tampoco su padrastro habría dormido mucho.
Se quedó mirando el plato, de pronto inapetente. Eugenia bromeaba al sugerirle que cumpliera la promesa que le había hecho a Peter, aunque debía reconocer que la idea la fascinaba. ¿Y por qué no iba a cumplirla? Cuando se fuese de Inglaterra, comenzaría una vida nueva, igual que lo había hecho antes, al marcharse de Texas. Sin saber por qué, la perspectiva de volver a empezar le produjo una leve punzada de tristeza. Eugeniaa tenía razón. No conocía bien a Peter, al menos no al que había aparecido de pronto el día anterior. Aunque hubiera venido a buscarla, no sabía con certeza si se habría ido con él. También lady Blythe tenía razón. ¿Quién sabía qué influencias habría recibido durante todos aquellos años? Sabía que el hermano de su padrastro y sus amigos habían tenido algo que ver en la clase de hombre en que Peter se había convertido. Eso era inevitable. Después de todo, había trabajado para ellos. Pero también lo habían hecho muchísimas otras personas. Pensar que lo conocía era una ingenuidad.
Levantó la mirada al oír pasos y vio que su madre y su padrastro entraban en la sala. Ninguno de los dos parecía descansado. Ninguno de ellos se dirigió a la mesita auxiliar. Su madre se sentó a su lado, su padrastro junto a su esposa, con actitud solidaria, como siempre. En todos los años que llevaban allí, Lali no recordaba ni un solo instante en que Ravenleigh no hubiera apoyado a su esposa en lo relativo a la educación de sus hijas. Se preguntaba si aprobaba que su madre hubiera intervenido la correspondencia entre dos jóvenes amantes.
—Has madrugado —comentó la mujer, para deshacer la tensión generada entre ambas la noche anterior.
—Tenía que encargarme de algunos asuntos.
Su madre asintió con la cabeza, como si supiera bien qué asuntos eran aquéllos, cuando, en realidad, no podía tener ni la más remota idea. Lali ya no compartía con ella todos sus problemas, sus preocupaciones y sus planes.
—Te debo una disculpa —suspiró la mujer. —Diez años de disculpas, de hecho. Pensé que hacía lo mejor.
—Madre, estoy segura de que llegará un día en que pueda perdonarte, pero por desgracia, ese día no es hoy.
—No espero que lo sea, Lali. Si pudiera deshacer... —se interrumpió. Ravenleigh le cogió la mano que tenía sobre la mesa, apretada en un puño. Lo hizo con ternura, y Lali vio el afecto que sentía por ambas reflejado en sus ojos amables. Elizabeth asintió con la cabeza, como si el conde le hubiera transmitido sus pensamientos.
—Antes de que nos fuéramos de Texas —empezó—, vendí la granja y puse todo el dinero en un fondo que tu padrastro ha estado guardando como un halcón todos estos años. Mi intención era darte tu parte el día en que te casaras, como último regalo de tu padre. He decidido dártelo antes, para que puedas mantenerte, al menos durante un tiempo, cuando vuelvas a Texas. Christopher se ha ofrecido a comprarte el pasaje. Podrías marcharte dentro de una semana.
Lali sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Le dolía ser testigo de lo mucho que a su madre le costaba dejarla marchar. Se le encogió el corazón al ver cuánto la querían los dos, no sólo ella. El conde siempre había sido muy bueno con ella, y sabía que no habían sido sus palabras furiosas las que habían hecho cambiar de opinión a su madre, sino la influencia de su padrastro. Se secó las lágrimas con la servilleta de lino, casi incapaz de encontrar palabras para expresar su gratitud. Miró a Ravenleigh y dijo, con voz ronca:
—No imaginas lo mucho que tu generosidad significa para mí, lo mucho que ha significado siempre. Haré buen uso del legado de mi padre, pero aunque agradezco tu oferta de pagarme el pasaje, ya he hecho otros planes...
—No es necesario que trabajes más en esa tienda —la interrumpió su madre.
—Lo sé. Tengo previsto comunicarles esta misma mañana que me voy. He llegado a un acuerdo con Peter. Él me pagará el pasaje a cambio de que le enseñe lo que necesita saber.
Elizabeth se quedó pasmada, Ravenleigh no se mostró tan sorprendido, y Lali se preguntó qué habrían hablado él y Peter, si es que lo habían hecho, cuando estaban solos en la biblioteca.
—Ya veo —dijo su madre al fin—, Bueno...
—Sí, bueno —replicó Lali. —En cuanto pase por la tienda, tengo previsto reunirme con Peter en el parque. Hoy cenaremos en casa de Eugenia. Le pediré a Peter que me venga a buscar aquí, si no tenéis ninguna objeción.
—En absoluto —respondió su padrastro, antes de que su esposa pudiera decir nada. Se puso de pie, dio una palmada y añadió: —Ahora que está todo arreglado, a desayunar, que estoy muerto de hambre.
Y se dirigió a la mesa auxiliar.
Elizabeth se miró las manos estropeadas.
—Me alegra que no te jugaras el cuello saltando por la ventana cuando vino a buscarte anoche. Imagino que esto no se convertirá en un ritual nocturno.
—Mamá, tienes que dejar que viva mi vida y cometa mis propios errores.
—Entonces, ¿admites que es un error?
¿Cómo podía ofrecerle independencia con una mano y grilletes con la otra?
—Nunca lo sabré si sigues cortándome las alas.
La mujer parecía haberse quedado sin palabras, pero Lali no quería seguir hablando del asunto.
Un intenso aroma a rosas invadió la sala. Ambas se volvieron y vieron entrar al mayordomo seguido de dos lacayos con un enorme ramo de rosas cada uno, uno blanco y el otro amarillo.
—Milady —dijo Simpson con una pequeña reverencia—, han llegado estas flores con instrucciones de que se entreguen las blancas a la señora de la casa y las amarillas a la mayor de sus hijas.
Al ofrecerles los ramos a Lali y a su madre, el mayordomo les dio también un sobre a cada una. En el suyo, Lali encontró una nota que decía: «Un poquito de Texas». Enterró la nariz en el oloroso ramo, que debía de contener al menos dos docenas de rosas, y miró a su madre de reojo.
—¿Qué dice tu nota?
—«Sin rencores».
Qué texano y qué directo.
—Por si te interesa, me dijo que sólo había escrito una o dos frases en cada carta —dijo Lali.
Su madre carraspeó y se levantó de la mesa.
—Bueno, si sus palabras eran tan sinceras como éstas, con eso le habría bastado. Voy a encargarme de que las pongan en agua.
Salió de la habitación, y Lali miró al extremo de la mesa donde su padrastro se había sentado en silencio, sin empezar a comer aún.
—No lo hizo con mala intención —le dijo en voz baja.
—Lo sé. —Todavía abrazada al ramo, se levantó y se dirigió hacia él, luego se inclinó y le dio un beso en la mejilla. —Te quiero, papá.
Peter había conseguido darle un poquito de Texas dos veces. Mientras salía del comedor, se preguntó si esos poquitos de Texas no habrían estado siempre allí y ella no había sido capaz de verlos.


—¿Milord?.- Peter se volvió hacia el mayordomo, al que no había oído entrar en el comedor. Todavía lo desconcertaba que el servicio se moviera por la casa con tanta discreción y sigilo, como fantasmas. Eso volvía cardíaco a cualquiera. Era una de las razones por las que había dejado de llevar el arma encima ya antes de las palabras de Lali. Su asistente lo había asustado la mañana anterior, Peter había sacado el arma, lo había apuntado con ella, y el pobre hombre se había desplomado, inconsciente.
Miró al mayordomo y la bandeja de plata que le tendía. En ella descansaba una tarjeta de impresión elegante. Peter leyó el nombre. Por lo visto, se había corrido la voz de que estaba en la ciudad.
—Hazlos pasar.
—Como desee, señor —dijo el mayordomo con una pequeña reverencia.
Peter se limpió la boca y las manos con la servilleta de lino, la tiró a la mesa, empujó la silla hacia atrás y se levantó. No llevaba chaqueta, algo indecoroso para recibir visitas, pero suponía que aquellas personas serían condescendientes.
La mujer, más elegante de lo que la recordaba, con una sonrisa que podría rivalizar en luminosidad con el sol, entró airosa en el comedor, seguida de un caballero de pelo oscuro vestido como Peter sabía que él debía vestir.
—Peter Lanzani, mírate —dijo Eugenia, cogiéndole las manos con las suyas enguantadas y apretándoselas. —¿Cómo no nos has avisado de que estabas en la ciudad?
Notó que el reproche lo acaloraba.
—Hace sólo un par de días que llegué. Aún no domino la práctica de las visitas.
Lo sorprendió lo mucho que a ella pareció complacerle su respuesta.
—Quiero presentarte a mi marido —dijo Eugenia, retrocediendo un poco, con un amor y un orgullo inmensos reflejados en su mirada. —Nicolas Rhodes, duque de Harrington. Peter Lanzani, conde de Sachse.
Le gustó lo que vio en Harrington. Sus ojos, de un gris plateado, revelaban una franqueza que Peter compartía y respetaba. Era uno de esos hombres en los que se podía confiar; de los que sabía que cumplirían su palabra sin otro compromiso que un apretón de manos.
—Sachse —dijo Harrington, con voz grave y refinada.
—Harrington —replicó Peter estrechándole la mano. —Debo confesar que encuentro extraña esta costumbre de no llamarse por el nombre de pila.
—Créeme, no tardarás en habituarte a usar los títulos. ¿Sabe mi padrastro de tu buena fortuna? —inquirió Eugenia.
Su padrastro, Grayson Rhodes, era otro de los ingleses que habían negado a Texas después de la Guerra de Secesión. Peter había ido a visitarlo cuando volvió de su visita a Inglaterra, con su familia, hacía un año, por eso sabía que el marido de Eugenia era su hermanastro, heredero legítimo del ducado, y que Rhodes era el hijo bastardo del duque. Era mayor, el primogénito, de hecho, pero por ser hijo natural no había recaído en él la herencia de su padre. A veces, las conexiones familiares eran tan complejas, que Peter creía que necesitaría un gráfico para aclararlas. Y ahora, ahí estaba él, en Inglaterra, para sumarse a todas aquellas complicaciones.
Negó con la cabeza.
—No avisé a nadie antes de marcharme de Fortune. No me pareció necesario. Seguía creyendo que, cuando llegara aquí, descubriría que todo era un error.
—Es increíble.
—Totalmente de acuerdo.
—¿No tenías ni idea?
—Ni la más remota... —Peter miró la mesa, luego a ellos, no sabía si era correcto, pero se lo ofreció de todas formas. —Estaba desayunando, si os apetece acompañarme...
—Me encantaría —dijo Harrington. —En cuanto Eugenia ha caído en la cuenta de que te conocía, no ha parado hasta que hemos venido a verte. Mi estómago protesta desde entonces.
—Sírvete lo que quieras —le ofreció Peter.
Cuando todos los platos estuvieron llenos y todo el mundo sentado a la mesa, Eugenia le preguntó con una mirada penetrante:
—Entonces, ¿qué vas a hacer con Lali?
Peter estuvo a punto de ahogarse con la endemoniada salchicha. Tragó el bocado, se limpió la boca, miró a Eugenia y respondió sinceramente:
—Aún no lo he decidido.
Pero no era del todo cierto. La tendría a su lado durante la Temporada social, luego... bueno, se preocuparía de eso cuando llegara el momento.
—¿Ha sido ella quien os ha dicho que estaba aquí? —preguntó.
Euge asintió con la cabeza.
—¿Sabíais que tenía previsto volver a Texas?
Eugenia titubeó, como si no estuviera del todo segura de cuánto podía revelar.
—En los primeros años —contestó al fin—, después de llegar aquí, me escribía a menudo. Sus cartas siempre estaban manchadas de lágrimas. Le costó mucho adaptarse, pero parecía haberse asentado, ya no se quejaba... La verdad es que, hasta hace poco, no me he percatado de que sigue soñando con volver a Texas.
Peter meneó la cabeza afirmativamente.
—Lo que sí sé es que te va a ayudar con la Temporada social —prosiguió la joven. —En ese tiempo, podrías convencerla de que se quede —sugirió.
Sin dejar de mirarla, Peter le dijo lo que pensaba.
—No sé si quiero hacerlo.
No sólo porque parecía cruel retenerla si ella no quería estar allí, sino porque ya no estaba seguro de sus sentimientos. Diez años. Los dos habían cambiado. No sabía si lo que había habido entre ellos podía prosperar en Inglaterra, pero tenía claro que no prosperaría si Lali no estaba donde quería estar.

—¿Cómo es que no ha venido todavía?
—Llegará en cualquier momento.

—Tal vez ya se haya marchado.

Capitulo 20

Comenten!


—Peter es el conde de Sachse.
Sentada en la sala de estar de su prima, Lali dejó que las palabras que acababa de pronunciar se propagaran y llenaran el espacio que las separaba. Se había despertado temprano, después de dormir apenas unas horas, tras una noche de sueños intermitentes en los que unas olas gigantes devolvían sin parar el barco en el que viajaba a las costas inglesas. Había intentado incluso cruzar el Atlántico a nado, para descubrirse de nuevo en el punto de partida. Al despertar, se sentía exhausta de tanta tribulación.
Necesitaba hablar con alguien de confianza, alguien que la entendiera. De modo que, en cuanto su doncella, Molly, la había ayudado a vestirse, había pedido un coche, a pesar de lo indecentemente temprano que era. Por suerte, a Eugenia la unía algo más que un mero lazo de sangre, una fiel amistad que no se regía por el avance de las manecillas del reloj.
—¿Tu Peter? —preguntó su prima, bostezando, sentada sobre sus pies descalzos en una silla cercana. Tiró del cinturón de su bata de satén verde esmeralda como si tuviera que hacer algo para no dormirse.
Resistiendo la necesidad imperiosa de hacer crujir sus nudillos (las mujeres no hacían ruidos indecorosos con su cuerpo), Lali miró a Eugenia irritada por mostrarse tan indiferente ante aquella situación. Claro que tal vez era porque estaba medio dormida.
—No es mi Peter. Pero sí, ese Peter, el mismo al que las dos conocimos en Texas.
—Es increíble. ¿Y cómo ha sido?
—Es hijo de...
—Eso ya lo sé, he oído todas esas historias sobre el lord perdido, pero cielos, Lali, es un hombre al que conocemos. Yo bailé con él en mi fiesta de cumpleaños cuando cumplí los dieciocho.
A ella la sorprendió el estallido de celos que aquel comentario le produjo.
—Jamás lo mencionaste.
—Sabía que suspirabas por él...
—No suspiraba por él.
—Pues claro que sí, pero eso no viene ahora al caso. P eter es lord Sachse. —Eugenia meneó la cabeza. —No estoy segura de que Londres esté preparada para un lord habituado a hacer las cosas a su manera.
—Te aseguro que no, de ahí el motivo de mi visita. Necesito tu ayuda.
—Claro. ¿Qué quieres que haga?
Lali se puso de pie y empezó a pasear nerviosa delante de la chimenea, donde un fuego bajo se esforzaba por ahuyentar el frío matinal. Agradecía que el marido de Eugenia, Nicolas Rhodes, el duque de Harrington, hubiera tenido la decencia y el tacto de retirarse después de que Lali les asegurara que no ocurría nada terrible.
—¿En qué puedo ayudarte? —insistió Eugenia.
—He aceptado enseñarle lo que necesita saber para sobrevivir aquí. —Dejó de pasearse y miró a su prima. —Sé que es muy precipitado, pero he pensado en un evento social para mi primera clase, y confiaba en que pudieras encontrar un modo de organizar una pequeña cena esta noche.
—¿Cómo de pequeña?
—Para nosotros cuatro, más Gina y Devon.
—Considéralo hecho.
Lali volvió a la silla de brocado dorado.
—Gracias. He pensado que, en una cena íntima, quizá Peter no se sienta tan abochornado si comete un error.
—No puedo imaginar al Peter que conocimos en Texas abochornándose por nada.
—Tiene mucho que aprender.
La otra la estudió un instante.
—Pero no es eso lo que te preocupa. ¿Qué más querías contarme?
Lali sintió que las lágrimas le escocían en los ojos.
—Peter me ha estado escribiendo todos estos años. Mi madre destruyó sus cartas antes de que yo pudiera verlas; también impidió que se enviaran las que yo le había escrito.
—Me cuesta creer una cosa así de tía Elizabeth. ¿Por qué iba a hacer algo tan deshonesto?
—Pensó que me resultaría más fácil adaptarme a la vida de aquí si nada me recordaba a la que había dejado atrás.
—Pero sí te dio las mías.
—Exacta. Yo creo que, en realidad, temía que huyera con Peter.
Eugenia le dedicó una sonrisa tierna.
—¿Vas a hacerlo ahora que está aquí?
—Anoche me escapé de casa para estar con él.
—¿Y? —inquirió su prima arqueando una ceja.
—Recorrimos las calles de Londres en su carruaje, contemplamos las estrellas un rato e hicimos un trato: si yo le enseño, él me proporcionará un pasaje a Texas al final de la Temporada social.
—¿De quién fue idea todo eso?
—Me lo propuso él, y yo acepté.
—Me sorprende. Siempre has querido volver a Texas, pero suponía que era por Peter, si no del todo, al menos en parte. Ahora que él está en Inglaterra, imaginaba que...
—¿Que renunciaría a mi sueño de vivir allí? No, Eugenia. Nunca me he sentido cómoda aquí. Nunca me ha parecido que éste fuera mi sitio.
—Pues lo disimulabas muy bien, Lali. Cielo santo, fuiste tú la que me orientó con todo el embrollo de la etiqueta inglesa. No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
—Te las habrías arreglado de maravilla. Has publicado un maldito libro sobre el tema.
—Sí, de la etiqueta que aprendí con todas las cartas que me escribiste.
Lali suspiró.
—¿Nunca tienes la sensación de estar viviendo en una cajita? ¿De que si intentas salir de ella te la cerrarán con clavos?
Eugenia se estremeció visiblemente. —Parece que hables de un ataúd. No exageres. —No lo pretendo. Nunca pensé que pasaría aquí el resto de mi vida.
—No entiendo por qué te desagrada tanto.
Un criado entró con sigilo, y dejó un servicio de té en la me sita que había al lado de ellas.
—Gracias —dijo Eugenia.
Lali guardó silencio mientras el criado salía de la habitación, y su prima empezó a servirle una taza de té. A pesar de lo temprano que era y de que la habían levantado de la cama, su prima parecía increíblemente contenta.
—A ti te encanta esto, ¿verdad? —preguntó Lali.
Eugenia la miró con una sonrisa tierna.
—Sí, me encanta. Si me permites el atrevimiento, creo que la diferencia entre nosotras es que yo lo comparto con alguien a quien adoro. Tú lo has pasado mal porque te dejaste el corazón en Texas.
—¿Crees que estaba enamorada de Peter?
—¿No lo estabas? —replicó su prima con una mirada penetrante.
—Eso fue hace mucho tiempo, éramos personas muy distintas. Lo vi muy claro anoche, cuando estaba con él. Sus besos ya no son como los del adolescente que conocí.
Eugenia dejó la taza de té en la mesita, haciéndola tintinear, se recolocó en la silla y se inclinó hacia Lali.
—¿Qué? ¿Cómo has pasado por alto ese detalle? ¿Cuándo te besó?
—En el jardín, y después para sellar nuestro trato. Además, tengo una deuda con él que seguramente querrá saldar antes de que yo vuelva a Texas.
—¿Qué deuda?
Sólo a Eugenia se atrevería a confesarle el comportamiento poco decoroso de su adolescencia y la atrevida proposición de Peter.
—Antes de marcharme de Texas, Peter me pagó un cuarto de dólar por dejarle desabrocharme el corpiño, pero yo nunca cumplí mi parte del trato.
—¿Insinúas que espera que lo cumplas ahora? —rió Eugenia.
—No tiene gracia —replicó la otra con aspereza.
—No digo que la tenga, pero eras una niña. Siempre he creído que Peter era un hombre inteligente, pero eso es una solemne tontería.
—Por lo visto, él no lo entiende así. «¿Qué demonios haces aquí?», le pregunté. «He venido a cobrarme una deuda», tuvo la audacia de proclamar a los cuatro vientos.
—A lo mejor se refería a alguna que tenía con Ravenleigh.
—No, si hubieras visto la intensidad de su mirada, no te cabría duda.
—Tu madre siempre lo tuvo por una mala influencia. Empiezo a entender por qué. Aunque quizá lo encuentre más aceptable ahora que tiene título.
—¡Qué curioso!, ¿no? A ella le gustará más y a mí menos.
—¿Por qué iba a gustarte menos?
—Su vida está a punto de convertirse en todo lo que siempre he detestado.
—Tú no detestas los bailes, ni las fiestas, ni el entretenimiento.
—Actos en los que una mujer no puede dar su opinión, ni hablar de política, ni de religión. En los que se hace salir a las mujeres de la habitación para que los hombres puedan entretenerse con cosas de hombres, como fumar y beber. En los que se observa y critica toda conducta.
—¿Y si descubres que aún tienes un sitio en su corazón?
—No lo creo probable. Me paga el billete de vuelta. ¿Por qué iba a hacerlo sí quisiera que me quedara?
—Ay, Lali, ¿es que no lo ves? Es hombre y, si es como Rhys, seguro que le cuesta muchísimo expresar sus sentimientos. Quizá temió que lo rechazaras si te pedía que te quedases.
—¿Y por eso me paga el viaje?
—La lógica de los hombres es indescifrable —contestó su prima encogiéndose de hombros.
—¿Y qué me dices de esa estúpida deuda que quiere cobrarse?
—Dile que, si se porta bien, a lo mejor dejas que lo haga —señaló Eugenia con una sonrisa traviesa.


Capitulo 19

COMENTEN...



Lali no lo pudo evitar. Volvió a mirar el retrato, y se estremeció. Había algo en aquel hombre que le producía escalofríos. Era más que arrogancia. Desprendía un cierto aire de superioridad, como sí se creyera por encima de todo el mundo.
—Tengo dos cosas en mi contra: a mi padre y mi educación.
Ella volvió a mirarlo, inquieta. Obviamente, había meditado mucho todo lo que le estaba diciendo. Recordó que las damas que la habían visitado consideraban bárbaros sus modales...
—Sé que me creen un salvaje, Lali —dijo Peter, como si le estuviera leyendo el pensamiento. —Físicamente, me parezco lo bastante a mi padre como para que la gente no pueda pasar por alto mis raíces. Esperan que me comporte como él. Saben que crecí en una tierra un tanto indómita, y me miran como si fuera un animal de feria; esperan mi actuación. Tal como lo veo, sólo tengo una cosa a mi favor.
Esperó a que le confesara su ventaja, pero él se limitó a sostenerle la mirada.
—¿Y cuál es, Peter? —preguntó ella al fin.
—Tú.
Lali se sintió como si el suelo se hubiera derrumbado bajo sus pies.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Tú conoces a esas personas. Sabes cómo cumplir sus expectativas y, aunque te haya costado, como Ravenleigh ha dicho esta tarde, te has adaptado. Yo he asistido a reuniones, he cenado y he llevado a cabo negocios con grandes ganaderos. Quiero y debo demostrar a esta gente que puedo defenderme. —Bajó la vista, se miró las botas, luego volvió a mirar a Lali y, por primera vez, ella percibió su vulnerabilidad. —Quizá deba mostrarme como soy.
A Lali se le encogió el corazón con aquella confesión serena. Detectó en él una actitud orgullosa, y supo lo mucho que le había costado revelarle sus inseguridades. Recordó la determinación con que había entrado en el salón aquella tarde, después, lo incómodo que parecía sentirse en la biblioteca, cuando le había hablado del giro de su fortuna. Era un hombre complejo y ella apenas lo conocía, Peter era consciente de la magnitud de su legado, por mucho que nadie lo creyese capaz de valorarlo.
Lali no sabía qué responder, no sabía exactamente qué le estaba preguntando.
—Pero para lograrlo necesito ayuda, querida. ¿Quieres volver a Texas? Yo tengo allí un rancho con mil setecientas hectáreas de buena tierra texana, con casa y ganado. Es tuyo. Sólo ayúdame a ser el lord que mi padre no fue.
Al plantearle esa súplica sincera, la miró serio, sin jactancia, sin retarla ni desafiarla, sólo pidiéndoselo... ¿Había pedido Peter lanzani ayuda en toda su vida?
—Peter, hay tanto que...
—No te lo pido para siempre, Lali. Sólo durante la Temporada social. Y, sip, sé lo que es la Temporada social —añadió con una cabezada rápida.
—Los lores no dicen sip.
Se le elevó un lado del bigote.
—Cuesta mucho perder algunos hábitos. ¿Me ayudarás?
¿A perderlos y posiblemente a que perdiese también su esencia? Había dispuesto de años para dar rienda suelta a su espontaneidad, pero la sociedad inglesa lo ataría con sus normas, sus costumbres y su etiqueta. Destruiría poco a poco todo lo que a ella la había atraído de él. Convertiría en un hombre civilizado a uno que nunca había conocido límites. Tal vez por eso se había negado a ayudarlo antes. No quería transformarlo en la clase de hombre al que jamás podría amar. No quería verlo cambiar, y cambiaría. Era inevitable.
Lali sabía lo que era resistirse, y también lo que era aceptar por fin una nueva vida, aunque abominara de ella. Por eso había decidido marcharse, por eso no podía quedarse aunque ahora Peter estuviese allí. El no tenía elección. Debía quedarse. Era un lord.
Y al quedarse, dejaría de ser su Peter.
—Sé que te pido mucho...
Ella levantó las manos, y él se quedó callado. ¿Mucho? No tenía ni idea. Lali sintió marchitarse en su interior la última esperanza de significar algo para Peter. Si hubiera pensado siquiera en recuperar lo que había habido entre ellos, no se habría ofrecido a ayudarla, a proporcionarle los medios para que se marchara, para que fuera una mujer independiente lejos de allí. Tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Un pasaje de vuelta a Texas. Es lo único que quiero, Peter.
Para no ser testigo de lo que estaba a punto de provocar. Él dio un brusco cabezazo de asentimiento, de nuevo sin arrogancia, como si hubiese temido que ella rechazara su oferta y lo aliviara enormemente que no fuera así.
—Pediré a mis abogados que se encarguen de todas las gestiones.
—No es necesario. Me has dicho que siempre cierras los tratos con un apretón de manos. —Lali respiró hondo, dio un paso hacia adelante y le tendió la suya.
Él rodeó con sus largos dedos los de ella, pero en lugar de completar el apretón, la atrajo hacia sí.
—Los tratos con mujeres los cierro de otra forma —explicó, rodeándole la mejilla con la otra mano, acariciándole la comisura de los labios con el pulgar. Y ese gesto inocente atravesó, ardiente, el corazón mismo de su feminidad.
—¿Sí? —preguntó ella, como si no le quedara aliento en lodo su ser, posiblemente porque así era. ¿Cómo lograba anular su voluntad con una leve caricia?
La besó y, aunque le pareció indecoroso, Lali lo agradeció, y separó un poco los labios cuando la lengua de él la instó a que lo hiciera. Con un profundo gruñido que resonó entre los dos, la besó con más intensidad, con una voracidad contenida. Lali no recordaba haberse acercado, pero de pronto notó la presión de su pecho contra el de Peter, los dedos de la mano que le quedaba libre hundidos en el cabello de su nuca mientras el deseo se apoderaba de ella.
Se la había llevado al río para que pudieran volver a familiarizarse el uno con el otro, para recordar tiempos más felices. La había llevado a su casa para que comprendiera lo que lo esperaba. Y ahora le dejaba ver lo que la esperaba a ella: un día sí y otro también en presencia de un hombre que hacía que le temblaran las rodillas. Cielo santo, ¿era miedo o vértigo lo que sentía?
Peter se apartó, el deseo patente en sus ojos, que exploraban el rostro de Lali. La debilidad de las rodillas de ella se le propagó al cuerpo entero, y se preguntó cómo demonios iba a bajar la escalera.
—¿Con cuántas mujeres has hecho negocios? —inquirió, en busca de furia, celos, decepción, algo, lo que fuera, para que su cuerpo dejase de comportarse como si aún la estuviera besando.
Una sonrisa lenta, sensual, apareció en el atractivo rostro moreno.
—Éste ha sido el primero, querida.
Lali no pudo evitarlo. La audacia de Peter la hizo reír, y rió para no echarse a llorar por todo lo que podían haber compartido.
—Quizá tengamos que establecer algunas normas...
—Ya tengo bastantes normas que aprender. No hace falta que añadas más. Me comportaré. —Sonrió aún más. —Dentro de lo razonable.
Cumplió la promesa que le había hecho y la llevó a casa mucho antes de que saliera el sol. Cuando llegaron, la ayudó a bajar del coche y la acompañó a los escalones de la entrada.
—He empezado a pasear a caballo por Hyde Park a primera hora de la mañana —comentó.
—Eso he oído. Por lo visto, lady Priscilla te vio allí.
—Seguramente lo estoy haciendo todo mal. Acompáñame y enséñame a hacerlo bien.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Se trata de montar a caballo, Peter. Seguro que lo haces muy bien.
—El problema no es montar, sino saber con quién puedo hablar y con quién no.
—Muy bien. Nos encontraremos en Rotten Row a una hora decente, pongamos a las once.
—Buenas noches, Lali.
Peter ya había dado media vuelta para marcharse cuando ella lo llamó.
Se volvió y la chica dijo sonriendo:
—De la mañana. Y deja la pistola en casa.


Capitulo 18

Hola chicas les subo para recompensarle los Capitulos que no subí en estos días Domingo, Lunes, Martes.


—No de mí —aclaró él en voz baja. —El recuerdo más antiguo de toda tu vida, antes de conocerme.
—Madre mía. —Cerró los ojos, pensó un instante y luego volvió a abrirlos. —Yo creo que mi padre, vestido de gris, arrodillado delante de mí, diciéndome que me quería, prometiéndome que volvería a casa. Fue una promesa que no pudo cumplir. —Y la joven se dio cuenta de que en su vida había un montón de promesas rotas.
—Si no calculo mal, tenías sólo cuatro años.
Ella asintió con la cabeza, aunque Peter probablemente no podía distinguir sus movimientos en la penumbra.
—Más o menos. No recuerdo cuánto tiempo llevábamos en guerra cuando se marchó al frente.
—Yo era un poco mayor cuando mi madre me sacó de aquí y en cambio no tengo absolutamente ningún recuerdo de eso. No me acuerdo de haberme despedido de nadie. No recuerdo abrazos ni lágrimas, ni si estaba asustado o emocionado. No sé si pensé que emprendíamos alguna aventura. Mi memoria empieza en Nueva York.
—¿Y si cometieron un error, Peter? ¿Y si tú no eres Sachse?
—¿Has estado alguna vez en la residencia Sachse de Londres? —preguntó él, aparentemente sin interés en responder a su pregunta.
¿Acaso era como los otros hombres que había conocido, tan enamorados de su título que no querían contemplar la posibilidad de que no fuera suyo, que no querían ni pensar en renunciar a él? La decepcionó su escasa disposición a contar con la probabilidad de que el título no le correspondiera.
—La he visto por fuera, pero nunca he entrado —admitió al fin. —No recuerdo que lady Sachse diera ningún baile y, si alguna vez organizó una cena, a mí no me invitaron.
Peter se incorporó de repente.
—Quiero enseñarte algo, pero está en la casa.
—Peter...
—Sé que no es decente que vayas a casa de un caballero sin carabina, pero lo que estamos haciendo aquí tampoco es muy decente que digamos. El único que estará despierto a esta hora de la noche es el mayordomo, y Matthews no se lo va a decir a nadie. En el tiempo que llevo aquí, he descubierto que el servicio es de lo más discreto.
—Salvo que alguien les gratifique generosamente —le recordó ella.
—No se enterará nadie, Lali. Ven conmigo.
—Es más de medianoche —objetó ella, no del todo cómoda con la idea de meterse en su casa tan tarde, aunque fuera una tontería. No pasaría nada en la mansión que no pudiera pasar también junto al río.
—No te entretendré mucho —dijo él. —Estarás de vuelta en casa antes de que salga el sol, y nadie se dará cuenta de que te has ido.
Su curiosidad era mayor que su vacilación. Además, todavía no estaba preparada para renunciar a la compañía de Peter.
—De acuerdo.
Lauren miró fijamente el retrato del último conde de Sachse. Después, desvió la mirada hacia el hombre que tenía de pie a su lado. El parecido era extraordinario.
—Tú tienes una mirada más amable.
Peter echó un vistazo por encima del hombro a la imponente imagen de su padre. Aunque no hubiera sido el retrato más grande de los que colgaban de la pared, habría llamado la atención de todas formas.
—Era un diablo muy bien parecido —admitió Peter.
—Del tal palo... —dijo ella, riéndose.
—Cielo santo, espero que no.-La risa de la muchacha se extinguió al reconocer el peso del legado de su padre reflejado en los ojos sombríos de Peter. El se apartó de la pared, cruzó los brazos sobre su pecho poderoso y se apoyó en la barandilla del balcón. Se había quitado el guardapolvo cuando habían llegado, y ella pudo verle los brazos musculados por el duro trabajo. Aunque a casi todos los caballeros les hacían la ropa a medida, Lali sospechaba que el sastre de Peter lo consideraría un reto; probablemente nunca le habrían pedido que vistiera a un espécimen humano tan extraordinario.
—Sólo llevo en Londres unos días —dijo él logrando que Lali dejara de mirarle los músculos para centrarse en la gravedad de su gesto. —He visitado un club de caballeros, a mi abogado, a un administrador, al director del banco y a tu familia, —Sin dejar de mirarla, meneó la cabeza. —Ni una sola de las personas a las que he visto lamenta la defunción de mi padre. Su nombre no suscita nunca palabras amables. Me ocurrió lo mismo cuando estuve en la finca de mi familia. Todos me miran como si esperaran de mí un golpe mortal. Esta tarde, en el salón de tu casa, ha sido la primera vez que me he sentido más o menos bienvenido por alguien con quien no estuviera emparentado. El único familiar al que he conocido es Archibald Lanzani. Es un caballero refinado, pero su sangre está lo bastante desligada de la de mi padre como para que no se analice con recelo todo lo que hace.
—Peter, estoy segura de que has malinterpretado la reacción de la gente.
—¿Sabes por qué soy tan rico?
Le hizo aquella pregunta sin presunción, como si la magnitud de su riqueza no fuera más que un dato frío y objetivo. Aun así, a ella le pareció una pregunta rara. ¿Qué demonios tenía que ver una cosa con la otra? Lali  negó con la cabeza, se encogió un poco de hombros en señal de impotencia y respondió con lo más obvio:
—Por la cría y la venta de ganado. —¿A cuánto se vendía la ternera?
Él le dedicó una breve sonrisa que revelaba lo ingenua e inocente que la creía.
—Si fuera tan fácil, todos los texanos serían ricos.
—Pues ¿cuál era tu secreto?
—Puedo juzgar acertadamente la honradez, la Habilidad y la responsabilidad de un hombre con sólo mirarlo. Puedo cerrar un trato con únicamente un apretón de manos, con la confianza de que no me traicionarán y la certeza de que ellos sienten lo mismo a la inversa. Puedo mirar a un hombre a los ojos y saber lo que opina de mí. Cuando mi mirada se cruza con la de las personas de esta ciudad, veo que se preguntan si realmente mi padre y yo nos parecemos.