viernes, 30 de agosto de 2013

Capitulo 33

Hola si se que dije que la maratón era ayer pero tuve un problema en la Universidad y no pude subir, pero ahora empezamos la maratón, así que si les gusta comenten por que si no no la sigo COMENTEN!



Pasó a toda prisa por delante de su mujer y entró en la casa.
Eleanor miró a Lali, luego a Peter , después al niño que sostenía en brazos.
—Cielo santo. Esto no está bien. No está nada bien. —Se dirigió a la casa, se detuvo, se volvió hacia Peter —. Tranquilo, Peter , lo convenceré de que lo olvide.
—No te molestes, Eleanor. Lo necesita, se lo merece, de hecho —replicó Peter.
—Los duelos ya no están bien vistos, pero nadie dice nada de disparar. Y él es bastante buen tirador —señaló Eleanor.
—Lo sé. Es un excelente tirador —aclaró Peter .
—Lo siento. Esto es culpa mía. Debí haberte pedido que te marcharas...
—No, Eleanor, no es culpa tuya. Ayúdale a prepararse.
Eleanor soltó una especie de gemido de pena y entró corriendo en la casa.
—¿Estás demente? —le preguntó Lali a su marido.
Él la miró divertido.
—Me parece que eso ya me lo has preguntado.
—No, te he preguntado si estabas loco.
—Es lo mismo.
—¿No pensarás seguir adelante?
—Por supuesto.
—No tienes padrino.
—No lo necesito.
—¿Has disparado una pistola alguna vez?
—Cuando teníamos catorce años, le cogimos las pistolas a su padre sin que se enterara y fuimos al risco a intentar batirnos en duelo.
—¿Y qué ocurrió?
—No me dio; le dio a una roca.
—¿Y tú a qué le diste?
Se frotó el puente de la nariz.
—A una gaviota. Decidimos que era más difícil darle a la gaviota porque se movía, aunque no fuera a lo que estaba apuntando, y gané yo.
—Ahora estaba iracundo. ¡No creo que apunte a una roca!
—Tampoco apuntaba a la roca entonces...
—¡No te burles de mis temores! Podría matarte perfectamente.
—Si lo hace, me gustaría muchísimo que mi último recuerdo fuera un beso tuyo.
Le sujetó la cara entre sus manos grandes, le ladeó la cabeza y posó sus labios en los de ella. Sabía a té azucarado y a tarta de frambuesa. Aquel beso era lo más tierno que había experimentado jamás. Más atrevido que ninguno de los que le había dado antes, voraz, devastador para su corazón.
Ella no quería eso. No quería que le acariciara con los pulgares la comisura de los labios e hiciera el beso más íntimo de lo que debía ser. O quizá fuera su lengua la que generaba aquella intimidad al pasearse por su boca con tanta pasión. O tal vez porque ella se apoyaba en él, y buscaba su boca, sus labios, su lengua, y lo espoleaba, incrementando la locura del momento.
No podía pensar que fuera a morir de verdad. Aquello tenía que ser una broma. Una chanza que los dos amigos representaban siempre que volvían a reunirse. Como cuando dos damas intercambiaban consejos de moda y se revelaban el mejor sitio para adquirir un abanico o un chal. Sólo que ellos intercambiaban balas.
Lali se retiró.
—Esto es una locura.
—Lo sé.
Volvió a besarla con una urgencia que contradecía la calma de las palabras que acababa de pronunciar. Ella se refería al duelo, pero tenía la impresión de que él hablaba del beso. Uno había engendrado al otro, así que estaban vinculados.
Sintió una pena inexplicable, como si se hubiera casado con un hombre al que creía conocer, hubiera descubierto que no lo conocía en absoluto y de pronto deseara que no hubiera sido así.
Colocó sus manos sobre las de él, que le sostenían la cara, y se preguntó cómo serían aquellas manos acariciándola con la misma ternura que revelaba su boca en aquel instante.
Peter le había confesado que había estado perdido un tiempo... y ella no sabía si debía asustarse aún más. ¿Volvería a perderse?
Su marido interrumpió el beso y apoyó la frente en la de ella.
—Si no vuelvo...
—¿No pensarás de verdad que te va a matar?
Se apartó un poco y la miró fijamente.
—El duque de Killingsworth insultó a su esposa. Creo que es muy posible que busque compensación.
—La muerte por un insulto no me parece muy justo. Que te ponga un ojo morado o te rompa la nariz.
Peter sonrió con tristeza mientras le recorría los labios temblorosos con un dedo.
—No sería suficiente para mí si estuviera en su lugar.
Después, dio media vuelta y empezó a alejarse de ella, de la casa.
La dejó triste y sola, con la certeza de que no conocía a aquel hombre en absoluto. En absoluto.
Unos minutos más tarde, Eleanor salió de la casa con su hijo de la mano.
—Weddy ha ido a su encuentro. ¿Te apetece una taza de té?
Mientras los hombres luchaban, las damas permanecían en el frente doméstico. Lali pudo hacer poco más que asentir con la cabeza.
De modo que se sentaron a la mesa del jardín mientras la brisa agitaba los bordes del mantel, el té se enfriaba sin tocar en las tazas de porcelana y el sol brillaba en lo alto. Hablaron de la última moda en vestidos, de flores, del tiempo y de lo asombroso que era lo mucho que Peter  se parecía a su padre, las dos fingiendo interesarse por cualquier tema que la otra abordara.

Pasó media hora antes de que se oyera un disparo a lo lejos. Unos segundos más tarde, resonó otro.

martes, 27 de agosto de 2013

Capitulo 32

Hola chicuelas como andan? espero que les guste el cap y recuerden que se viene maratón el Jueves... besos COMENTEN


El coche se detuvo bruscamente. Aunque estaba ansioso por salir y resolver el asunto, esperó a que el lacayo abriera la puerta y ayudara a Lali a bajar. Por cobardía, evitó mirarla directamente, temeroso de lo que pudiera ver en sus ojos, en su rostro. Prefería vivir su vida en la ignorancia dichosa de sus verdaderos sentimientos, porque lo que ella sintiera lo sentía por John, no por él.
Una vez fuera, le tendió el brazo, y en cuanto ella posó su mano en él, la escoltó por la escalera que conducía a la gran mansión. Notó que, a medida que se acercaba a la puerta, se le hacía un nudo en el estómago, y cuando el mayordomo la abrió, no le quedó más remedio que obligarse a entrar en contra de los deseos de su amigo.
Pero, una vez dentro, se tranquilizó. Se había sentido tan a gusto en aquella casa como en la suya.
—Bienvenido a Drummond, señoría —dijo el mayordomo.
—Wafkins, ¿sería tan amable de comunicarle al duque mi presencia? —dijo, tendiéndole su tarjeta.
—Por supuesto.
Lali se había soltado de su brazo y estudiaba varios retratos que colgaban de una de las paredes.
—¿Nerviosa? —le preguntó.
—Un poco —contestó ella.
—Es un hombre muy agradable.
—He oído decir que es primo lejano de la reina.
—Yo también.
Ella se volvió en redondo, boquiabierta, con los ojos como platos.
—¿Nunca te lo había dicho? —inquirió él, ladeando la cabeza.
—Pues no.
—No es nada extraordinario. Casi todos los aristócratas están emparentados de una u otra forma.
Oyó un suave golpeteo de pasos dirigirse hacia ellos y disfrutó de un instante de alegría cuando aquella mujer pequeña y sonriente le tendió los brazos.
—¿Eleanor?
—Hola, Peter . Ha pasado mucho tiempo.
Ciertamente. Eleanor Darling, la hija del conde de Beaumont. La primera vez que la había visto, se había planteado la posibilidad de cortejarla, pero él aún no estaba preparado y ella sólo tenía dieciséis años. No le sorprendía que Weddington no hubiera dudado en conquistarla.
Tomó la mano que le brindaba y se la besó.
—Estás estupenda.
Ella rió.
—Tú no. Te encuentro algo pálido.
—Por la lluvia, me temo.
—Tampoco ha llovido tanto, y hoy hace un día precioso.
—Cierto. Permíteme el honor de presentarte a mi esposa.
Eleonor se mostró tan cortés como siempre recibiendo a sus invitados, y Peter no pudo evitar percibir que Lali se defendía bien, y que sería una buena duquesa, aunque por poco tiempo.
Cuando Eleanor devolvió su atención a él, Peter le preguntó:
—¿Weddington no quiere verme?
—No está aquí. Ha salido a navegar con Richard.
Ella le lanzó una mirada que parecía decir «No pongas esa cara. Sabes perfectamente quién es Richard».
—Nuestro hijo —añadió.
—Ah, sí, enhorabuena.
—Con cinco años de retraso.
—Cinco años. —Confió en que ella detectara la pena en su voz, y empezó a sospechar que, en lo relativo a aquella amistad, John posiblemente había hecho algo que él no podría deshacer—. Tal vez no debería estar aquí a su regreso. Le envié una carta y me contestó...
—Sé lo que te contestó. No hay secretos entre nosotros. Pero el que aun así hayas venido dice mucho. —Le acarició la mejilla—. Mucho. Y creo que agradecerá que hayas dado este paso para resolver vuestras desavenencias. ¿Os apetece tomar un té en el jardín mientras lo esperamos?, A Lali le gustó Eleanor Stanbury, la duquesa de Weddington. Tenía los ojos azul claro y una sonrisa cálida, y cuando hablaba de su marido y de su hijo, el amor que sentía por ellos se manifestaba en cada palabra.
—Richard se parece mucho a su padre. Ya verás, Peter. Es como un Weddy chiquitín. Ya hace casi todos sus gestos. Es asombroso. ,
—Estoy deseando conocerlo.
Ella se inclinó sobre la mesa redonda cubierta con un mantel y le dio una palmadita en la mano.
—Hace tiempo que quería que lo conocieras. Me alegro muchísimo de que estés aquí.
Lali encontraba conmovedor el afecto que aquella mujer sentía por Peter , y no dejaba de preguntarse cuál habría sido la causa de las desavenencias entre Weddington y su marido.
—Bueno, háblame de vuestra boda, Mariana —dijo Eleanor, desviando su atención de Peter .
—Llámame Lali, por favor.
—Ah, me gusta. Cuéntame, Lali. ¿Se llenó la iglesia a reventar de curiosos?
—Apenas me fijé —confesó Lali—. Estaba tan nerviosa, más bien aterrada.
—Sé exactamente a qué te refieres. Fue el día más feliz de mi vida y no recuerdo casi nada de él. Y Weddy tuvo muchísima paciencia conmigo. Yo no hacía más que llorar cada cinco minutos. No sé por qué. Háblame de tu vestido.
—No era nada especial.
—Estaba preciosa, y el vestido era fabuloso —señaló Peter —. Satén blanco con encaje, y flores en la cola.
Eleonor sonrió.
—Como el de la reina Victoria. El mío era muy parecido. Nos ha cambiado las bodas. Antes de ella, bastaba con que las novias llevaran un vestido bonito y un velo. El velo era el adorno que proclamaba «Hoy me caso». Ahora están de moda el satén blanco, el encaje, las perlas y las flores de azahar. Yo he guardado mi vestido con la esperanza de tener una hija que pueda llevarlo. Pero primero tengo que darle un hermanito a Weddy. Una lata. No me refiero a tener hijos, claro, sino a que se espere que toda mujer tenga dos varones. De lo contrario, haga lo que haga, se la considera una fracasada.
—A ti nadie podría considerarte una fracasada, Eleanor —intervino Peter .
Ella sonrió cariñosa.
—Te agradezco que pienses eso.
—Entonces, ¿sólo tenéis un hijo? —preguntó Lali.
—Sí, yo aún no he perdido la esperanza, pero ya han pasado cinco años. De hecho, por eso estamos aquí en lugar de en Londres. Weddy está convencido de que la brisa marina es justo lo que necesitamos para acelerar el proceso.
—¿Y cuánto tiempo lleváis ya casados? —quiso saber Peter .
Eleanor lo miró perpleja.
—Me asombra que lo hayas olvidado.
Peter miró a una y a otra alternativamente, y Lali sintió un poco de lástima por él, como si de pronto se viera en un aprieto sin saber muy bien por qué.
—Lo siento... —empezó.
—Algo más de cinco años —lo interrumpió Eleanor—. Nos casamos justo ocho meses antes de que naciera Richard. Weddy y yo teníamos la impresión de que tú habías sido el responsable de propagar por Londres el rumor de que me había propuesto cazar a Weddy y que me había quedado embarazada para que no tuviera más remedio que casarse conmigo.
Al mirar a su marido, a Lali le pareció que estaba deseando que el mar, que se veía a lo lejos, lo arrastrara y se lo llevara.
—¿Nos equivocábamos? —inquirió Eleanor.
Lali lo vio tragar saliva.
—No sé qué decir, Eleanor, salvo que lamento el daño que cualquier rumor haya podido causaros.
—Eso no es respuesta, ¿no crees?
—No, no, no es respuesta, pero es lo mejor que puedo ofrecerte de momento.
Ella volvió a inclinarse sobre la mesa y le apretó la mano.
—Cambiaste, Peter , cuando heredaste el ducado. Weddy te echaba muchísimo de menos. No creo que le guste que te haya dicho esto, por el orgullo y todas esas bobadas, pero así es. —De pronto se animó y una sonrisa le invadió el rostro—. ¡Ahí vienen!
Se puso de pie y empezó a saludar con la mano. Peter y Lali se levantaron también. Lali pudo ver a un hombre alto y moreno con un niño pequeño y moreno, a hombros. Después vio que las zancadas del hombre vacilaban, que aminoraba la marcha, se bajaba al niño de los hombros, lo abrazaba con fuerza y aceleraba el paso.
Cuando estuvieron lo bastante cerca, Eleanor le gritó;
—Weddy, mira quién ha venido a vernos: el amigo pródigo que creíamos perdido.
Rodeó la mesa y salió al encuentro de su marido a unos metros de donde estaban, le dio un beso en la mejilla y cogió al niño. El duque apretó los dientes y miró a Peter con dureza.
—Weddington, me alegro de verte —dijo Peter al fin.
—Killingsworth.
Weddington la miró, y a ella le pareció notar que Peter se le acercaba como si la creyera en peligro. Y a juzgar por el odio que se veía en el semblante de Weddington, no le habría extrañado que así fuera.
—Un placer —señaló Weddington, aunque sonó a cualquier cosa menos a eso. Su mirada se desplazó a Peter —. Bueno, Killingsworth, dime, ¿qué rumores puedo propagar por Londres? ¿Qué puedo decir de ella que te duela de verdad?
—No digas ahora algo que después vayas a lamentar —le advirtió Peter .
—Ya lamento haberte saludado, haberte dirigido siquiera la palabra.
—Se ha disculpado, Weddy —intervino Eleanor.
Weddington le acarició la mejilla a su mujer, y el profundo amor reflejado en sus ojos le robó el aliento a Lali.
—Te debe más que una disculpa, princesa. —Volvió a mirar a Peter —. Si no estás en tu carruaje y en marcha en menos de tres minutos, abriré el estuche donde guardo las pistolas de duelo de mi padre...
—Ábrelo.
—... y te retaré...
—Rétame.
—... a un duelo a muerte.
—Adelante.
—¿Estás loco? —gritó Lali.
—¡Weddy, no! —chilló Eleanor.
—Tienes cinco minutos para despedirte de tu esposa para siempre —añadió Weddington con la tranquilidad del que va a dar un paseo—. Te veo en el risco en otros cinco.

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OMG que pasara quien morira? moriran ambos? ambos se salvaran? se dará cuenta que el que insulto a su esposa fue John o no? dios que pasara solo les digo no se pierdan el Próximo que se viene bueno


lunes, 26 de agosto de 2013

Capitulo 31

Hola chicas si.... perdón se que las tengo re abandonadas sorry pero la semana pasado tuve un semana llena de trabajo la Facu me tenia a full esta semana ya esta mas relajada el Jueves Maratón y si nos da tiempo terminamos la nove.... besos gracias a las que comentan siempre son lo mas y Gracias a las que leen, espero que les guste el Cap, Comenten nos estamos leyendo besos.



Lali no coqueteaba con él, ni lo provocaba. Se limitaba a leer el libro, con la cabeza baja. Aun así, él sintió que se daría por satisfecho si pudiera pasar el resto de sus días sin hacer otra cosa que quedarse sentado a la sombra de su presencia.
Lali yacía bajo las sábanas, conteniendo la respiración mientras escuchaba crujir el suelo, señal de que su marido paseaba de nuevo inquieto por su habitación.
Eran casi las diez cuando, agotada, había dejado de leer. Peter  apenas había movido un músculo desde el momento en que ella había empezado a hacerlo, el codo apoyado en el brazo de la silla, la barbilla sobre la mano, la cabeza ligeramente ladeada, la mirada fija. O eso le había parecido cada vez que, al levantar la vista, lo había visto escuchando con atención, como cautivado por la historia.
De modo que había proseguido, más de lo que lo habría hecho en otras circunstancias. Jamás había conocido a nadie tan interesado en su lectura en voz alta.
Luego, él la había acompañado a su dormitorio, le había dado las buenas noches, y ella había oído cómo abría y cerraba la puerta del suyo. Estaba convencida de que después del día que habían pasado juntos acudiría a ella. Después de que Charity la hubiese preparado para dormir y se hubiese ido de la habitación, también Lali había estado paseando de un lado a otro unos minutos antes de suspirar profundamente y meterse por fin en la cama. Se había recolocado el pelo extendido por las almohadas y se había tapado hasta la barbilla para destaparse después hasta el pecho y luego hasta la cintura.
Mientras estaba así tumbada, completamente inmóvil, con la lámpara baja y la mirada fija en el dosel de la cama, había empezado a oír los pasos inquietos de su marido.
¿Por qué no entraba?
Contempló la idea de levantarse y llamar a su puerta para avisarle de que estaba preparada para él, pero aquello le parecía muy descarado; por otra parte, seguramente pronto dejaría de pasearse y se reuniría con ella.
Al cabo de un rato, Lali empezó a jugar con sus pulgares, luego a contar las figuras del techo y los tictacs del reloj que había sobre la repisa de la chimenea.
¿Por qué no entraba?
Cuando empezaron a escocerle los ojos y a humedecérsele, se dijo que era porque le había leído demasiado rato. Cuando uno de los relojes del pasillo dio la medianoche y cesaron al fin los paseos en la habitación contigua pero su marido no fue a verla, se puso de lado y dejó que las lágrimas que había estado conteniendo le rodaran por la mejilla hasta la almohada.


Al duque de Weddington:
Ha pasado mucho tiempo, amigo mío. Quisiera que me dieras permiso para ir a verte a Drummond.
Sinceramente,
Peter, duque de Killingsworth.


Al duque de Killingsworth:
Me temo que no.
Weddington.


Mientras su carruaje se dirigía a la mansión Drummond, la carta de Weddington, que Peter  se había metido en el bolsillo de la chaqueta, le pesaba como una losa. Había sido una cobardía no querer ir solo, pero pensó que Weddington no se atrevería a hacerle un desplante si Lali estaba con él.
Después de que ella le preguntara por sus amigos, por aquellos con los que mantenía una relación más estrecha, y le revelara que John había desairado a Weddington, se le ocurrió que quizá su viejo amigo sería alguien en quien podría confiar.
La seca nota de Weddington le había dicho a Peter  mucho más sobre el estado de su amistad de lo que podría haberle desvelado una carta más larga. Weddington y él eran amigos de la infancia, habían navegado juntos. Que no quisiera verlo...
Bueno, no le cabía duda de que John era el responsable, y de que había algo más que una simple negación del saludo. El comportamiento de John tenía su lógica, por irritante que resultara. Deshacerse de su ayudante de cámara... deshacerse de su más íntimo amigo.
Si como mínimo lograba al menos recuperar la confianza de Weddington, quizá descubriera algún modo de demostrar que decía la verdad.
Y debía hacerlo cuanto antes, porque cada vez le costaba más no abrir la puerta que separaba su dormitorio del de Lali.
Cada instante que pasaba con ella era un auténtico placer, salvo aquellos momentos en los que veía la duda aflorar a sus ojos porque ella precisaba más de él de lo que él podía darle. En numerosas ocasiones se había decidido a contárselo todo, pero entonces ella le sonreía y la idea de que aquella sonrisa nunca volviera a ser para él lo movía a reconsiderarlo. Era egoísta por su parte e injusto para ella, pero había vivido tanto tiempo con tan poco que era como un hombre hambriento, habituado a conformarse con las migajas, al que de pronto se le ofrece un banquete.
Se decía que al día siguiente se lo confesaría todo, y al día siguiente se convencía de que sería mejor al otro... y ahora había decidido esperar hasta después de la visita a Weddington. Si su amigo lo rechazaba, Peter  seguramente necesitaría el consuelo que Lali podía proporcionarle.
—¿Qué sabes de su esposa? —le preguntó ella inesperadamente, irrumpiendo en sus pensamientos.
—¿De la esposa de quién?
—De Weddington.
Nada en absoluto. Ni siquiera sabía que se hubiera casado. Maldición, ¿cuándo había ocurrido eso?
—Estoy convencido de que lo quiere. Es la clase de hombre al que cualquier mujer adoraría.
—¿Cuánto hace que Weddington y tú sois amigos?
—Nos conocimos en Eton. Como nuestras fincas están a sólo unas horas de distancia, pasábamos bastante tiempo juntos cuando no había clase. A los dos nos gustaba pasear en barco, y la casa de Weddington está casi a la orilla del mar. No me sorprendería que hubiera aprendido a navegar antes que a andar.
—Nunca me has hablado de tus amigos.
—No tengo muchos. Como John y yo éramos de la misma edad, él satisfacía más o menos mi necesidad de amigos. Y yo la suya, supongo. Pero a Weddington... bueno, yo confiaba en él y llegué a respetarlo muchísimo. Nos hemos distanciado con los años, y lo lamento. Lo cierto es que no sé cómo nos recibirá.
—Teniendo en cuenta el incidente de la Exposición Universal, yo diría que no nos recibirá.
—Tal vez no debería haberte pedido que vinieras conmigo. Si te incomoda mucho esta visita, le diré al cochero que dé la vuelta...
—No —replicó ella con un ligero movimiento de cabeza—. Mi sitio está a tu lado.
Cómo deseaba que ese sentimiento fuera cierto.
—No podía haber elegido una dama más extraordinaria por esposa —dijo con voz queda.
—A veces tengo la impresión de que no estás nada contento conmigo.
—Tu presencia me llena de un gozo infinito.
—¿Y por qué te paseas por tu dormitorio en lugar de venir al mío?
Miró por la ventanilla deseando no hacerle daño y percatándose, al mismo tiempo, de que no bastaba con desearlo.
—No creía que me oyeras.
—La casa es vieja, y el suelo cruje.
Volvió a mirarla.
—¿Quieres que vaya a tu dormitorio?
Ella se miró las manos enguantadas, posadas en su regazo.
—El día de la boda dijiste que tenías dudas sobre nuestro matrimonio, así que pensé que tal vez agradecerías un poco más de tiempo... —improvisó él con dificultad. Cielo santo, no se le daba bien mentir.
—Las dudas han ido desapareciendo. He visto cosas de ti que desconocía, y ahora estoy segura de haberme casado con el hombre con el que estaba destinada a contraer matrimonio.
—Lali...
—Mis sentimientos por ti han crecido, Peter . Ya sé que ha pasado poco más de una semana, pero hoy te quiero mucho más de lo que te quería ayer. ¿Tú me quieres?
—Muchísimo.
—Lo dices como si fuera algo terrible.
Y lo era. Anhelar tanto algo que no podía tener. Empezaba a cansarse de preocuparse por que Lali lo descubriera todo, pero aquél era el peor momento para contárselo, ahora que se aproximaban a su destino. Así que, en vez de eso, acortó el espacio que los separaba inclinándose hacia adelante, le tomó las manos y le dijo lo que pudo:
—Lali, sé que a veces mi comportamiento te parecerá raro...
—Si yo sólo...
—Chis —le apretó los dedos—. Escúchame.
Ella asintió con la cabeza.
Peter se acercó las manos enguantadas a la boca y las apretó contra sus labios, mirándola intensamente a los ojos, con la confianza de que ella pudiera ver en ellos su alma.
—Lali, he estado mucho tiempo... perdido. Creo que ésa es la mejor forma de describirlo. Pero al fin tengo la sensación de que me han encontrado.
Ella esbozó una media sonrisa y le salió el hoyuelo.
—Ésa es la letra de un himno que me encantaba, Amazing Grace.
—Ah, sí, lo recuerdo. Pero en mi caso es más bien un regreso.
—¿Un regreso a qué?
—A lo que debía haber sido.
—Nunca he tenido queja de cómo eras.
—No era feliz, Lali. Desde que me casé contigo han cambiado muchas cosas. —Le besó los nudillos—. Me cuesta creer la suerte que he tenido, porque te adoro, de verdad.
Le soltó las manos y volvió a su asiento, algo violento por todo lo que había dicho. Se había excedido un poco, pero no quería que ella dudara de su afecto, sobre todo si se pasaba la noche despierta esperándolo mientras él se paseaba nervioso por la habitación, procurando no caer en la tentación de abrir aquella puerta.
—Ya hemos llegado —dijo al divisar el camino que le era tan familiar.

jueves, 15 de agosto de 2013

Capitulo 30



—Estás muy guapo esta noche —declaró—, aunque, como a casi todas las damas, siempre me has parecido muy atractivo.
Peter miró el suelo con tal vehemencia que ella empezó a preguntarse si estaría buscando su reflejo en la madera pulida.
—A veces, cuando me miro en el espejo, me sorprende descubrir lo viejo que estoy.
—Sí, claro, eres un vejestorio.
—En ocasiones me siento así —replicó él, mirándola.
Ella se aproximó despacio al calor del fuego, más cerca de él, y agradeció que no saliera disparado.
—Yo creo que los hombres mejoran con la edad, pero no estoy segura de que el paso del tiempo haga más hermosas a las mujeres.
—A ti no puedo imaginarte sino hermosa.
—Pero cuando esté arrugada y marchita...
—Tu belleza reside en tus ojos y en tu sonrisa.
—Ya te has puesto poético otra vez.
—La verdad es una forma de poesía.
Notó que el calor del pecho le subía a las mejillas.
—No me había dado cuenta de lo poco que hablábamos de verdad. Solíamos jugar a nuestros trabalenguas o chismorrear sobre el atroz atuendo de lady Sylvia o el intento de lord Eastland de cubrirse la calva peinándose hacia adelante. Me gustan más nuestras conversaciones de ahora.
—A mí también. —Le cogió la copa, se acercó a la mesita y la dejó allí junto con la suya—. Es hora de cenar.
—He pensado que quizá deberíamos empezar a organizar algún entretenimiento —dijo Lali cuando ya casi estaban terminando la cena, que habían degustado en un silencio casi absoluto, con el tintineo ocasional de la plata en la porcelana como única prueba de su presencia. Él siempre había sido un conversador tan entretenido en las comidas que le sorprendía descubrir que, en la intimidad de su hogar, pretiriera que no lo molestaran con una charla intrascendente.
—Quizá dentro de unos meses, cuando nos hayamos hecho a nuestra vida juntos.
—Sé que te llevas muy bien con el marqués de Lynmore. ¿A quién más te gustaría invitar?
—El duque de Weddington y yo siempre fuimos muy buenos amigos —respondió después de tomar un sorbo de vino, al parecer, divertido.
—Me sorprende esa revelación. Le negaste el saludo cuando nos lo cruzamos en la galería de máquinas de la Exposición Universal.
Peter la miró como si de pronto le hubiera comunicado que el sol se había caído del cielo. Se bebió de golpe lo que le quedaba de vino y se levantó.
—Discutiremos los detalles en otro momento. Si me disculpas, tengo asuntos que atender y no deseo que se me moleste. Te veré en el desayuno.
Salió a toda prisa de la habitación, y la dejó una vez más con la sensación de haber hecho algo horrible.
¿Qué demonios era la Exposición Universal? ¿Hasta qué punto era universal? ¿Qué se exponía en ella? Máquinas, obviamente, pero ¿qué más? ¿Dónde se organizaba? ¿Y con qué motivo?
¿Qué más había ocurrido mientras estaba en prisión?
Había creído que su mayor temor era no saber comunicarse con su esposa, pero ahora veía que podía meter la pata hasta con la más mínima suposición, como que aún existía la monarquía... ¿Quién demonios era el primer ministro? ¿Qué colonias le quedaban a Inglaterra?
Paseando nervioso por la biblioteca, se preguntó dónde podría encontrar todas esas respuestas. No podía soltarle: «Ah, por cierto, ¿te importaría contarme con detalle qué es lo que ha sucedido en los últimos ocho años?».
¿No levantaría eso las sospechas de su esposa? Aunque era muy probable que ya lo hubiera hecho.
Ella era preciosa, y él no había querido aprovechar la noche de bodas. Sólo un loco la evitaría. ¿No sería ésa una asombrosa paradoja: sobrevivir a Pentonville sin volverse demente para terminar en un psiquiátrico?
Su comportamiento era errático. Lo sabía, y veía que ella se daba cuenta. Notaba que lo ponía a prueba, que sopesaba sus reacciones. Sin duda le costaba comprender las razones de su extraña conducta.
Se dejó caer en una silla, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cabeza en las manos. Se había impuesto una tarea imposible. Quizá debiera limitarse a acudir al lord Canciller y exponerle su caso.
Cielo santo, se sentía como el protagonista de la novela de Alejandro Dumas que había empezado a leer la noche anterior, en vista de que no conseguía conciliar el sueño, con la intención de olvidarse un poco de su esposa. Sólo que él no tenía mosqueteros que lo salvaran. Únicamente se tenía a sí mismo.
Y qué justiciero tan espantoso e inútil estaba resultando ser.


Lali se dijo que más le valía retirarse a sus aposentos, volver al dormitorio y... deprimirse, aunque ella nunca había sido muy dada a la depresión. Le parecía una actitud que se alimentaba a sí misma. Cuanto más se deprimía uno, más propenso era a seguir deprimido, como había demostrado su aciago paseo de la noche anterior.
Aunque su marido le había dejado claro que no quería que lo molestaran, Lali se sorprendió dirigiéndose de todas formas a la biblioteca. En busca de un libro que la consolara mientras esperaba su regreso tumbada en la cama. Porque seguramente esa vez, después del día casi perfecto que habían pasado, iría a su encuentro. Sabía que la deseaba, entonces, ¿por qué la mención de Weddington lo había hecho salir escopeteado del comedor?
El lacayo, vestido con una librea color burdeos, le abrió la puerta con una pequeña reverencia.
Lali entró en la biblioteca. La estancia parecía interminable desde el umbral de la puerta hasta el extremo opuesto, donde la chimenea dominaba la pared. Mientras esquivaba las diversas mesas y sillas, el retrato captó su atención. La anterior duquesa había sido una mujer hermosa; sus hijos, aun de niños, denotaban el encanto que atraería a Lali hacia uno de ellos.
Su marido, que estaba sentado tras el escritorio, se puso en pie.
—Te he dicho que no quería que me molestaran.
—Quiero un libro, y éste me parece el sitio más adecuado para buscarlo —replicó ella.
—Te agradecería que te dieras prisa, para que pueda continuar con mis asuntos.
—¿Y qué asuntos son ésos?
La miró como si le hubiera arrojado un jarro de agua fría.
—No son de tu incumbencia.
Tal vez no, pero sentía curiosidad, más por su conducta que por lo que lo ocupaba.
Se dirigió sin prisa hacia uno de los laterales de la sala donde las paredes estaban forradas de estanterías, del suelo al techo.
—¿Los libros están ordenados de algún modo?
—Los libros eran de mi padre. Nunca me he fijado en cómo los ordenaba.
Lo miró de reojo.
—Una vez me dijiste que te apasionaba la lectura.
—Me apasiona la lectura, sí, pero no ordenar los libros.
—¿Cuál es tu novela favorita? —le preguntó, mientras acariciaba los lomos.
—No tengo una favorita.
—Todo el mundo tiene una favorita.
—Muy bien. El último mohicano —suspiró.
—¡Qué interesante! Supongo que lo que te gusta es la aventura.
—Supongo. ¿Cuál es la tuya?
Lo dijo con menos acritud, como si hubiera aceptado que no conseguiría disuadirla tan fácilmente.
—Jane Eyre.
—No conozco a esa autora —replicó.
Lali soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—De verdad, Peter , qué bromista eres. La autora es Charlotte Bronté. Su hermana escribió Cumbres borrascosas. Heathcliff es el héroe atormentado de ésa. Por eso es una de las favoritas de Diana. Le encantan los hombres atormentados.
—Pues tu hermana parece muy tierna.
—¡Y lo es! Además, ella no tortura a los hombres —añadió, con el cejo fruncido—, aunque me atrevería a decir que quizá lo intente, si es que encuentra alguno que quiera cortejarla.
Continuó inspeccionando las estanterías en busca de algo que captara su interés.
—Ah, mira, tu padre tenía un ejemplar de David Copperfield. —Frunció el cejo mientras acariciaba el lomo—. Pero cuando Dickens publicó esta novela, tu padre ya había fallecido. —Miró a Peter  por encima del hombro.
Él se apartó un poco del escritorio, sintiéndose de pronto inseguro, atrapado como un animal que se percata tarde de que ha pisado donde no debía.
—Bueno, yo he comprado algunos libros desde su muerte, pero son los criados los que se encargan de ordenarlos.
—Tal vez debería intentar catalogarlos todos —se ofreció ella—. Organizados de un modo que nos permita encontrar más fácilmente lo que buscamos.
—Me gusta sorprenderme con lo que encuentro —respondió él, y a Lali le dio la impresión de que quizá no hablaba sólo de libros.
—A mí me gusta leer en voz alta —contestó ella—. ¿Puedo leerte un poco?
—Lali, de verdad, hay cosas de las que debo ocuparme de inmediato.
—¿No puedes hacerlas mientras te leo?
Por un instante, le dio la impresión de que él estaba a punto de ceder...
—Me siento sola, Peter  —añadió.
Él señaló con la mano una silla que había junto al fuego.
—Por favor, sería un inmenso placer para mí, si dispones de tiempo.
—Ahora mismo, tiempo es lo que me sobra.
Como lo tenía a mano, escogió David Copperfield. Se sentó en la silla y Peter  la acompañó instalándose en la que había enfrente.
—Pensé que ibas a encargarte de tus asuntos mientras yo leía —dijo ella.
—He cambiado de idea.
—¿Qué estabas haciendo antes de que viniera a molestarte?
—Estudiando la conveniencia de escribirle una carta a Weddington pidiéndole permiso para visitarlo.
—¿Vamos a volver a Londres entonces?
—Sospecho que está en la mansión Drummond, cerca de la costa, a sólo unas horas de aquí. Pero si no está ahí, entonces no. Aún no estoy preparado para volver a Londres.
—¿Recuerdas cuándo...?
—¿No ibas a leerme algo?
La abochornó un poco su tono, que no llegaba a ser un reproche pero albergaba cierto viso de impaciencia. Abrió el libro y empezó a leer.
Peter no sabía por qué había intentado disuadirla de que leyera. Tal vez porque cuanto más tiempo pasara con ella más le iba a costar dejarla marchar cuando llegara el día en que no le quedara más remedio.

Le encantaba el suave tono de su voz. Procuraba prestar atención al relato, pero se sorprendía perdido en ella. Empezaba a sentirse irremediablemente enamorado.

Capitulo 29



Aunque los documentos dijeran otra cosa, Lali pertenecía a John. Su hermano se había esforzado por arrebatárselo todo, pero él no le robaría algo a lo que no tenía derecho. Interrumpió el beso y se apartó tambaleándose, jadeando. Ella se lo quedó mirando con la respiración también agitada, los labios hinchados, las mejillas enrojecidas, el hoyuelo invisible, como si jamás hubiera existido.
—Perdóname —tartamudeó él—. No tengo derecho.
—Eres mi marido. Tienes todo el derecho.
—En el bosque no.
Ella le puso la mano en el pecho, justo encima del corazón, y él se preguntó si notaría el firme y recio latido que amenazaba con reventarle las costillas.
El hoyuelo volvió a aparecer.
—Ni en el coche tampoco.
Él negó con la cabeza, tragando saliva.
—No, en el coche tampoco.
—Ni cuando estás agotado.
—Ni cuando estoy agotado.
Ella ladeó la cabeza, pensativa.
—Si no fuera porque me miras como si quisieras devorarme aquí mismo, como un animal salvaje de este bosque, pensaría que no te intereso en absoluto.
Peter levantó la mirada al toldo de ramas suspendidas sobre su cabeza. Quizá si contaba las hojas, la prueba de su deseo por ella menguaría.
—Créeme, Lali, me interesas mucho.
—Entonces, ¿por qué te empeñas en no manifestar ese interés?
Al bajar la mirada, vio que el hoyuelo había desaparecido y que lo miraba con preocupación. ¿Cómo justificar su conducta sin revelar la verdad ni aumentar las sospechas?
—Como tú bien dices, hemos pasado poco tiempo a solas. A mi juicio, sería preferible que intimáramos poco a poco.
Ella le deslizó la mano del pecho al cuello y luego hasta su mandíbula.
—No tengo miedo. Sé que no me harás daño, así que no tardes mucho en hacer... lo que sea.
Antes de que él pudiera reaccionar, ella dio media vuelta y lo dejó preguntándose si sus palabras tenían doble sentido, si era consciente de lo que había dicho, si la avergonzaba.
Cielo santo, se sentía tentado de tomarla allí mismo, en el bosque; de hacerla suya para no tener que devolvérsela a John; de abrazarla, porque no deseaba en absoluto dejarla escapar.
—Creo que deberíamos volver a la mansión —señaló tras carraspear—. «Antes de que haga algo que ambos lamentemos.»
Ella lo miró por encima del hombro con una mirada provocativa, y algo en sus ojos le dijo que conocía las batallas que libraba en su interior y que se había propuesto impedirle la victoria, porque con su derrota saldría ganando.
Pero ¿se sentiría derrotada ella entonces?
Lali desvió bruscamente la mirada y empezó a recorrer el sendero que habían tomado para llegar a aquel lugar, y él la siguió.
Debía demostrar de inmediato quién era, antes incluso de deshacer el daño que su hermano había causado a las propiedades familiares. Ya se encargaría de todo eso después.
Pero ante todo, debía deshacerse de aquella mujer si quería evitar la locura que había logrado esquivar durante su encierro en Pentonville.
Peter no volvió a decir una palabra hasta que llegaron a Hawthorne  House. E incluso entonces, en cuanto la devolvió a la mansión y se aseguró de que estaba a salvo dentro, le dedicó un simple «Nos veremos para la cena».
Después, volvió a salir. Ella se acercó a una ventana para mirar, y lo vio recorrer el sendero empedrado que conducía a la mansión con las manos enlazadas a la espalda y la cabeza baja, abatido. Parecía sentirse muy desanimado y muy solo.
¿Por qué no buscaba su compañía para aliviar su soledad? No tenía sentido. La atraía hacia sí para apartarla de inmediato.
A partir de media tarde, Lali pasó una cantidad desmedida de tiempo arreglándose para la cena. Eligió un vestido lila rematado con encaje de Bruselas, y se puso un collar de perlas. Sencilla pero distinguida. El pelo en un elegante recogido.
A juzgar por la reacción de su esposo cuando se reunió con él en la biblioteca, había logrado un aspecto seductor. Peter, de pie junto al fuego, se agarró con fuerza a la repisa de la chimenea, como si fuera lo único que pudiera impedirle abalanzarse sobre ella y tomarla en sus brazos. Era muy excitante ver el deseo tan vivo que ardía en sus ojos.
Aunque él siempre le había prestado atención, en los últimos dos días ésta iba en aumento. Lo entendía perfectamente, porque ella sentía lo mismo: una tensión en el estómago que le producía un hormigueo en el pecho y un hervor a fuego lento en la parte inferior de su cuerpo, la necesidad de tocarlo y de que él la acariciara.
El fuego iba creciendo, y Lali pensó que, cuando al fin se fundieran el uno con el otro, el incendio que producirían haría arder la cama.
—¿Te apetece una copa de vino antes de cenar? —preguntó él, con voz ronca, haciendo que sus palabras sonaran como si le llegaran de las plantas de los pies.
—Sí, por favor.
Soltó la repisa de la chimenea y se dirigió a una mesita en la que había varias licoreras. Aunque Peter  estaba de espaldas, Lali pudo distinguir el tintineo de las copas típico de alguien incapaz de controlar sus manos temblorosas. Lo vio detenerse un instante, tranquilizarse y continuar con su tarea, esta vez sin temblores.
Cuando Peter  se volvió de nuevo hacia ella, Lali descubrió, decepcionada, que había logrado controlar su deseo. Tomó la copa que le ofrecía.
—Por tu felicidad —espetó él, haciendo chocar su copa contra la de ella.
—Por la tuya —respondió Lali, estudiándolo por encima del borde mientras bebía el oscuro vino tinto.
Él dio un trago y después retrocedió para acercarse al fuego. Por lo general, el fuego era innecesario en verano, pero el edificio era muy antiguo, y sus muros conservaban el frío. Lali se vio tentada de acercarse a él, por ver si volvía a retroceder. Pensó que tal vez podría perseguirlo por toda la estancia con esa estratagema. En lugar de eso, pasó un dedo por el borde de la copa.

Capitulo 28




—¿Jugabas en este bosque de pequeño?
Peter reanudó la marcha más despacio hasta que ella le dio alcance, luego aumentó el ritmo ligeramente. Ella no tenía las piernas tan largas como las suyas, así que se adaptó a su paso.
Pensó que, por ella, podría adaptarse a muchas cosas. Tal vez su hermano había tenido la misma sensación, si bien no hasta el extremo de librar a Peter  de su infierno. De haberlo hecho, se habría sabido que era un impostor, y la mujer que creía ir a convertirse en duquesa habría descubierto que no sería así. Su decepción bien podría haber acabado con su compromiso.
—Sí —respondió al fin, recordando un tiempo en que era feliz, en que quería a su hermano y pensaba que él también lo quería. Se preguntó si Abel se equivocó tanto con los sentimientos de Caín. Al menos John no había matado a Peter. Aunque en muchos momentos lo había deseado, ahora le agradecía que no hubiera tomado esa decisión; le agradecía la presencia de la mujer que caminaba a su lado y cuya dulce fragancia le llegaba de vez en cuando mezclada con el olor acre de la naturaleza que los rodeaba.
—¿A qué jugabais? —quiso saber ella.
—A las guerras napoleónicas. A John le gustaba ser Napoleón.
—¿Y tú eras Wellington?
—Claro.
—Siempre he pensado que debe de ser muy divertido tener un hermano gemelo. Háblame de alguna de las veces en que John se hizo pasar por ti.
Le había presentado la ocasión perfecta para revelarle la verdad. «Cuando erais novios. Cuando te pidió en matrimonio.»
Pero no tuvo valor. Se convenció de que el bosque no era el lugar adecuado para una confesión de ese calibre, aunque sospechaba que, en realidad, la razón por la que lo posponía era la certeza de que, si le decía la verdad, la perdería para siempre. Y no estaba preparado para eso.
Le había proporcionado consuelo en el mausoleo, y sus sonrisas le alegraban el alma. De modo que la tomaría prestada por un tiempo. John se había apropiado de bastante más.
—Fueron demasiadas como para recordarlas. —De niños, apenas le molestaba descubrir que John lo había suplantado para robarle el primer beso a una chica que le gustaba a él, para convencer a la señora Cuddleworthy de que sus platos favoritos eran los que en realidad odiaba, para desafiar a su padre como él jamás lo habría hecho, aunque cuando llegaba el castigo, John volvía a ser John, y era Peter  quien debía soportar los sermones de su padre y su mano dura. Ni siquiera de niño había podido demostrar que John era el travieso, que se hacía pasar por él.
Si ni su propio padre le creía, ¿cómo iba a hacerlo el resto de Inglaterra?
Claro que Peter  había sido igual de pícaro cuando se había hecho pasar por John. Lali estaba en lo cierto. Había sido muy divertido engañar a los demás, pero John había llevado la broma demasiado lejos. Ya eran hombres, y era hora de que se comportaran como tales y dejaran a un lado sus juegos infantiles.
—¿Malos recuerdos?
Volvió la cabeza para mirarla. La intensidad con que lo estudiaba lo dejaba pasmado. Habría esperado que su hermano quisiera casarse con una mujer de poco seso y cuerpo voluptuoso, y no es que tuviera nada que reprochar al cuerpo de Victoria. Tenía buena figura, aunque no era despampanante. Suponía que un hombre encontraría gran satisfacción en recorrer con sus manos aquel...
Lali se detuvo y le susurró:
—Peter, te estás yendo otra vez.
Se iba. Se perdía en pensamientos que no podía invitarla a compartir. Se detuvo también.
—Disculpa. Me preguntabas por mis recuerdos.
—Sí, y estabas frunciendo el cejo.
—No, sólo recordaba todas las veces que John me metió en algún lío haciéndose pasar por mí.
—Como tú a él.
—Sí.
—Siempre he pensado que el cometido de los hermanos es meterse en líos unos a otros.
—Sí, pero John se excedía. Y yo pagaba sus travesuras; creo que por eso lo hacía. No se hacía pasar por mí por ver si conseguía que no lo descubrieran, sino para causarme problemas.
—Y si conseguía meterte en líos era porque no lo habían descubierto, con lo que ganaba doblemente.
—Supongo que sí.
—¿Por qué crees que...? —empezó ella, pero él oyó un leve roce de maleza cerca y le puso un dedo en los labios para silenciarla, tratando de ignorar el cálido aliento que le impregnaba el guante, más que dispuesto a desviar la conversación de sus recuerdos de John.
—Ven —le susurró.
Tomándola de la mano, avanzó con cuidado entre los arbustos hasta que el claro y el pequeño estanque que recordaba se hicieron visibles. Justo como sospechaba...
La situó delante de sí, deleitándose en su sorpresa contenida al ver a la cierva y al cervatillo bebiendo.
Ella se volvió para mirarlo, y la belleza de su sonrisa, el hoyuelo de su mejilla, el gozo de su mirada fueron su perdición. Peter  se quitó el guante y le acarició los mechones de pelo que se le habían soltado de las horquillas, sosteniéndolos en su sitio. Eran tan suaves... Luego le acarició la mejilla, seda bajo sus dedos.
—Eres preciosa. —A pesar de sus buenos propósitos, posó sus labios en los de ella, absorbiendo su sabor, saboreando su calor, la humedad de sus labios, el tacto de su lengua en la de él.

No recordaba habérsela acercado, haberla apretado contra su cuerpo, pero de pronto allí estaba, sus curvas contra su pecho, las manos descansando en sus hombros. Como un náufrago en busca de salvación, la besó con mayor intensidad, paseando la lengua por su boca, deseando más, mucho más, su cuerpo dolorido por su necesidad insatisfecha, necesidad que no era ella quien debía satisfacer...

Capitulo 27



Albergaban calor, admiración, y parecían verla tan distinta como ella a él. Quizá no fuera tan malo que no se hubieran precipitado en hacer el amor, porque así podía crearse un vínculo afectivo entre ellos antes de que naciera el vínculo físico.
Cuando sus pies tocaron el suelo, ella se balanceó un poco hacia Peter, mientras él aún la sujetaba por la cintura. Sintió la flexión y posterior extensión de sus dedos al tiempo que su mirada ardiente se posaba en sus labios. Estaba convencida de que iba a besarla, por lo que no pudo sorprenderle más que de pronto la soltara y se retirara precipitadamente.
—Voy a atar a los caballos para que sigan aquí cuando volvamos de nuestro paseo por el bosque —dijo.
Lo observó mientras se afanaba en sujetar a los caballos a un arbusto. Qué curioso que su timidez natural se manifestara en los momentos más insospechados.
Se volvió hacia ella y esbozó una tenue sonrisa, que Lali, sin saber muy bien por qué, encontró encantadora.
—¿Vamos? —preguntó él, señalando hacia el bosque con la cabeza.
—Te has hecho algo en las patillas —comentó ella, preguntándose cómo no se había dado cuenta antes y si no sería ésa la razón por la que lo veía tan distinto.
Antes, solían cubrir buena parte de sus mejillas y descendían dejando al descubierto sólo la recia barbilla. Ahora se estaba frotando el mentón y las mejillas, y se pasaba los dedos por unas finas patillas que no iban más allá del lóbulo de la oreja.
—Sí, esta mañana. Me resultaban molestas. Un poquito ostentosas.
Ella cerró los puños para no hacer lo que de pronto se convirtió en un impulso irrefrenable: acariciárselas.
—Me gusta cómo te queda.
Él soltó su risita vergonzosa, miró al suelo y luego a ella.
—¿En serio?
—Sí, son más agradables —se sorprendió diciendo—. No sé cómo explicarlo, pero te quedan mejor.
—Felicitaré a mi ayuda de cámara de tu parte.
—Por favor.
Se quedaron allí de pie, como si aquélla fuera una incómoda primera cita, sin saber muy bien qué decir pero queriendo decir algo.
—Sígueme —declaró él, rompiendo el hechizo, antes de encaminarse hacia el bosque.
Ella se apresuró a darle alcance, intrigada por aquel hombre tan distinto al que había conocido en Londres. Si no fuera porque sabía que era de todo punto imposible, habría pensado que se trataba de alguien completamente diferente.
Peter apenas había recorrido unos metros cuando el bosque empezó a espesarse y decidió esperar a su esposa. Ella avanzaba despacio, con cautela, con elegancia. No sabía si alguna vez había visto a alguien abrirse paso entre las matas con tanta gracia.
Cuando ya estaba cerca, Lali levantó la vista del suelo, sonrió, tropezó, gritó...
Él acudió a su rescate de inmediato, le tomó la mano, la agarró por la cintura, y fue como si el tiempo se hubiera detenido. Aunque ambos llevaban guantes de piel de montar, en la frialdad del bosque, Peter  pudo sentir que el calor de la piel de su esposa se transmitía a la suya. Quería acercársela, apretar todo su cuerpo contra el suyo hasta que aquel calor lo atravesara por completo. Al mismo tiempo, quería sostenerla a cierta distancia para poder contemplar sus maravillosos ojos pardos. Nunca había visto unos ojos tan grandes, tan bonitos, que, cuando ella sonreía o reía, brillaban como un millar de estrellas en el cielo nocturno.
Podía entender por qué su hermano la había elegido. Su hermano. Y ella había elegido a John. La realidad de aquella elección lo golpeó con fuerza en la boca del estómago.
—¿Puedo soltarte ya? —preguntó él, confiando en que no notara que sonaba como si se estuviera ahogando.
Ella asintió con la cabeza.
—Bien. —La soltó y retrocedió—. Iremos más despacio para que no haya contratiempos.

Capitulo 26

Holaaa como andan... si lo se perdón se  que he tenido abandonada la nove si los comentarios avanzan y si no me sale mucho que hacer este finde terminamos la nove!!



Hawthorne  House Lali pensó que, probablemente, fueran las tumbas de mármol las que enfriaban el interior. Había varias junto a las paredes, y sobre cada una de ellas, el intrincado relieve de un hombre junto a una mujer, ambos en la flor de la vida, aunque la muerte no les hubiera llegado hasta mucho después; un detalle para quienes allí yacían y también para quienes los visitaban, que siempre los veían en su mejor momento.
En el centro del edificio reposaban los restos de los quintos duques de Killingsworth, los padres de Peter, que habían dejado este mundo demasiado pronto.
Y allí estaba Peter, con las manos apoyadas en la figura marmórea de su madre, la cabeza inclinada, los ojos cerrados en solemne reflexión. Aunque habían pasado ocho años desde que fallecieran, era obvio que su pérdida aún le dolía. Otra faceta de él que aún no conocía: la de un hombre que sentía profundamente.
Se le encogió el corazón al ver lo muy afligido que estaba. Se acercó a él despacio y le puso una mano en la espalda para proporcionarle algo de consuelo.
—Yo no estaba con ellos cuando murieron —explicó con voz ronca.
Ella le cogió el brazo con la otra mano y se lo apretó, tratando de confortarlo, aunque sabía que nada sería suficiente.
—Les sucede a muchos hijos.
—Debí haber estado allí.
Parecía disgustado. Y no se lo reprochaba. Sus padres no habían muerto muy mayores.
—Nunca he conocido a nadie que sintiera tanto la muerte de un ser amado. Debías de quererlos mucho. —Y no pudo evitar confiar en que algún día la quisiera tanto a ella.
—He estado conteniendo el dolor. Ésta es la primera vez... —se aclaró la garganta—. No había venido a verlos hasta hoy. No... no podía, pero al ver sus figuras esculpidas en mármol blanco, su muerte resulta tan real...
—Ellos no querrían que siguieras llorándoles.
—Seguro que no. ¿Te importaría dejarme a solas unos minutos?
Aunque habría preferido que él agradeciera su proximidad, entendió lo doloroso de la situación, porque ella había estado muy unida a sus abuelos, y los había perdido cuando era niña. Volvió a apretarle el brazo antes de salir despacio al encuentro del sol, agradecida por aquel calor que ahuyentaba el frío del mausoleo.
Peter tardó un rato en salir, con los ojos algo enrojecidos, y Lali pensó que quizá había llorado. Nunca se le había ocurrido que pudiera ser un hombre sentimental. Su noviazgo sólo le había permitido ver la superficie, y le pareció injusto que las convenciones sociales no permitieran a una pareja compartir momentos de soledad en los que poder conocerse mejor antes de verse obligados a intimar.
Él echó un vistazo alrededor y respiró hondo mientras se tiraba de los guantes. Luego, por fin, posó la vista en ella. Ahora lo veía claro: había llorado.
—Creo que deberíamos buscar un entretenimiento más agradable.
—¿Como ir en busca de tu zorro?
Por un instante, él se mostró desconcertado, después sonrió.
—Sí, vamos a ver si lo encontramos.
Lo último que Lali había esperado era que su marido la intrigara. Era una contradicción, un misterio, un completo desconocido. Ésa era la mejor forma de describirlo. Como si se lo acabaran de presentar.
Quizá el matrimonio fuera así. El noviazgo proporcionaba pocas ocasiones de conocer íntimamente al sujeto del propio afecto, con lo que uno se preguntaba qué era lo que originaba el cariño.
Empezaba a darse cuenta de que hasta que no se había casado con Killingsworth sus sentimientos se habían basado únicamente en pequeñeces circunstanciales: su manera de bailar, el modo en que llevaba una conversación, el color de su pelo, la forma de su frente, el corte afilado de su nariz, su barbilla firme, sus ojos chispeantes.
Su valoración de él no se sostenía en nada sustancial, en nada de importancia. No era de extrañar que tantas parejas parecieran descontentas con su elección.
Pero ahora, por fin, empezaba a conocerlo mejor, y se daba cuenta de que era un hombre fascinante. Por cómo la había abrazado en el coche, cómo la había tranquilizado la noche anterior con una taza de chocolate caliente, cómo bromeaba con la cocinera, cómo seguía llorando la pérdida de sus padres.
Alguna vez había oído decir que la procesión va por dentro, pero sólo ahora empezaba a comprender la complejidad de la expresión y del carácter de su marido. Su persona pública era completamente distinta de la privada, y estaba descubriendo que el hombre que cabalgaba a su lado comenzaba a ocupar un rincón de su corazón que jamás creyó que pudiera entregarle.
Le encantaba el modo en que él lo miraba todo como si fuera un milagro, como si apreciara la belleza sencilla de la naturaleza que los rodeaba mientras se dirigían al bosque a lomos de sus caballos. Parecía que agradeciera estar vivo, que el sol le calentara el rostro y los cantos de los pájaros llenaran el aire.
Peter no había abierto la boca desde que habían salido del mausoleo. De vez en cuando, la miraba, le sonreía casi tímidamente y apartaba la vista. Lali se preguntaba si lo avergonzaría no haber sido capaz de ocultarle lo mucho que quería a sus padres. Pensó en explicarle que ella lo quería más por lo que había visto, pero temió que eso sólo sirviera para distanciarlo, para que se sintiera más cohibido. De modo que prefirió recuperarlo con un recordatorio de la tarea que los ocupaba.
—¿Qué harás con el zorro cuando lo encuentres? —le preguntó.
Abrió unos ojos como platos y soltó una pequeña carcajada.
—Ah, no, no... no busco ningún zorro. Llevo mucho tiempo sin montar...
—Montaste anoche, cuando saliste a por mí.
—Bueno, sí, pero eso no cuenta. Estaba concentrado en la búsqueda y no pude disfrutarlo.
—Montamos juntos la semana pasada —le recordó.
Frunció el cejo.
—Sí, pero eso fue en Londres.
Su réplica sonó a pregunta, como si no estuviera seguro.
—En Hyde Park —confirmó ella.
—Cabalgar por el campo es muy distinto. —Detuvo su caballo junto a un grupo de árboles—. Por aquí prefiero caminar.
Y desmontó sin mirarla.
—La hierba es muy espesa en esta zona; también a ti te resultará más fácil ir a pie.
—De acuerdo.
Entonces la miró, sin moverse.
Lali esperó. Él también.
—Necesito ayuda para desmontar —dijo ella al fin.
Peter se sobresaltó un poco, como si despertara de pronto de una larga siesta.
—Sí, claro.
Se acercó y se limpió las manos en los pantalones antes de rodear con ellas su cintura con tanto cuidado como si fuera de cristal y pudiera romperse fácilmente. Nunca la había tocado con tal delicadeza, con tal atención. Ni siquiera cuando bailaban.
Lali se separó de la silla de montar y se apoyó en los hombros de él, sorprendida de encontrarlos tan firmes, tan sólidos. Le pareció algo más ancho de espaldas de lo que recordaba. Tal vez fuera porque siempre le había puesto una sola mano en el hombro cuando bailaban. Peter  la levantó y la sostuvo en alto un instante antes de posarla en el suelo mientras los dos se miraban fijamente. Durante un momento, Lali tuvo la sensación de que miraba aquellos ojos por primera vez, como si nunca los hubiera visto antes.