Hola si se que dije que la maratón era ayer pero tuve un problema en la Universidad y no pude subir, pero ahora empezamos la maratón, así que si les gusta comenten por que si no no la sigo COMENTEN!
Pasó a toda prisa por delante de su mujer y
entró en la casa.
Eleanor miró a Lali, luego a Peter , después
al niño que sostenía en brazos.
—Cielo santo. Esto no está bien. No está nada
bien. —Se dirigió a la casa, se detuvo, se volvió hacia Peter —. Tranquilo, Peter
, lo convenceré de que lo olvide.
—No te molestes, Eleanor. Lo necesita, se lo
merece, de hecho —replicó Peter.
—Los duelos ya no están bien vistos, pero
nadie dice nada de disparar. Y él es bastante buen tirador —señaló Eleanor.
—Lo sé. Es un excelente tirador —aclaró Peter .
—Lo siento. Esto es culpa mía. Debí haberte
pedido que te marcharas...
—No, Eleanor, no es culpa tuya. Ayúdale a
prepararse.
Eleanor soltó una especie de gemido de pena y
entró corriendo en la casa.
—¿Estás demente? —le preguntó Lali a su
marido.
Él la miró divertido.
—Me parece que eso ya me lo has preguntado.
—No, te he preguntado si estabas loco.
—Es lo mismo.
—¿No pensarás seguir adelante?
—Por supuesto.
—No tienes padrino.
—No lo necesito.
—¿Has disparado una pistola alguna vez?
—Cuando teníamos catorce años, le cogimos las
pistolas a su padre sin que se enterara y fuimos al risco a intentar batirnos
en duelo.
—¿Y qué ocurrió?
—No me dio; le dio a una roca.
—¿Y tú a qué le diste?
Se frotó el puente de la nariz.
—A una gaviota. Decidimos que era más difícil
darle a la gaviota porque se movía, aunque no fuera a lo que estaba apuntando,
y gané yo.
—Ahora estaba iracundo. ¡No creo que apunte a
una roca!
—Tampoco apuntaba a la roca entonces...
—¡No te burles de mis temores! Podría matarte
perfectamente.
—Si lo hace, me gustaría muchísimo que mi
último recuerdo fuera un beso tuyo.
Le sujetó la cara entre sus manos grandes, le ladeó
la cabeza y posó sus labios en los de ella. Sabía a té azucarado y a tarta de
frambuesa. Aquel beso era lo más tierno que había experimentado jamás. Más
atrevido que ninguno de los que le había dado antes, voraz, devastador para su
corazón.
Ella no quería eso. No quería que le
acariciara con los pulgares la comisura de los labios e hiciera el beso más
íntimo de lo que debía ser. O quizá fuera su lengua la que generaba aquella
intimidad al pasearse por su boca con tanta pasión. O tal vez porque ella se
apoyaba en él, y buscaba su boca, sus labios, su lengua, y lo espoleaba,
incrementando la locura del momento.
No podía pensar que fuera a morir de verdad.
Aquello tenía que ser una broma. Una chanza que los dos amigos representaban
siempre que volvían a reunirse. Como cuando dos damas intercambiaban consejos
de moda y se revelaban el mejor sitio para adquirir un abanico o un chal. Sólo
que ellos intercambiaban balas.
Lali se retiró.
—Esto es una locura.
—Lo sé.
Volvió a besarla con una urgencia que contradecía
la calma de las palabras que acababa de pronunciar. Ella se refería al duelo,
pero tenía la impresión de que él hablaba del beso. Uno había engendrado al
otro, así que estaban vinculados.
Sintió una pena inexplicable, como si se
hubiera casado con un hombre al que creía conocer, hubiera descubierto que no
lo conocía en absoluto y de pronto deseara que no hubiera sido así.
Colocó sus manos sobre las de él, que le
sostenían la cara, y se preguntó cómo serían aquellas manos acariciándola con
la misma ternura que revelaba su boca en aquel instante.
Peter le había confesado que había estado
perdido un tiempo... y ella no sabía si debía asustarse aún más. ¿Volvería a
perderse?
Su marido interrumpió el beso y apoyó la
frente en la de ella.
—Si no vuelvo...
—¿No pensarás de verdad que te va a matar?
Se apartó un poco y la miró fijamente.
—El duque de Killingsworth insultó a su
esposa. Creo que es muy posible que busque compensación.
—La muerte por un insulto no me parece muy
justo. Que te ponga un ojo morado o te rompa la nariz.
Peter sonrió con tristeza mientras le recorría
los labios temblorosos con un dedo.
—No sería suficiente para mí si estuviera en
su lugar.
Después, dio media vuelta y empezó a alejarse
de ella, de la casa.
La dejó triste y sola, con la certeza de que
no conocía a aquel hombre en absoluto. En absoluto.
Unos minutos más tarde, Eleanor salió de la
casa con su hijo de la mano.
—Weddy ha ido a su encuentro. ¿Te apetece una
taza de té?
Mientras los hombres luchaban, las damas
permanecían en el frente doméstico. Lali pudo hacer poco más que asentir con la
cabeza.
De modo que se sentaron a la mesa del jardín
mientras la brisa agitaba los bordes del mantel, el té se enfriaba sin tocar en
las tazas de porcelana y el sol brillaba en lo alto. Hablaron de la última moda
en vestidos, de flores, del tiempo y de lo asombroso que era lo mucho que Peter
se parecía a su padre, las dos fingiendo
interesarse por cualquier tema que la otra abordara.
Pasó media hora antes de que se oyera un
disparo a lo lejos. Unos segundos más tarde, resonó otro.