—¿Jugabas en este bosque de pequeño?
Peter reanudó la marcha más despacio hasta que
ella le dio alcance, luego aumentó el ritmo ligeramente. Ella no tenía las
piernas tan largas como las suyas, así que se adaptó a su paso.
Pensó que, por ella, podría adaptarse a muchas
cosas. Tal vez su hermano había tenido la misma sensación, si bien no hasta el
extremo de librar a Peter de su
infierno. De haberlo hecho, se habría sabido que era un impostor, y la mujer
que creía ir a convertirse en duquesa habría descubierto que no sería así. Su
decepción bien podría haber acabado con su compromiso.
—Sí —respondió al fin, recordando un tiempo en
que era feliz, en que quería a su hermano y pensaba que él también lo quería.
Se preguntó si Abel se equivocó tanto con los sentimientos de Caín. Al menos
John no había matado a Peter. Aunque en muchos momentos lo había deseado, ahora
le agradecía que no hubiera tomado esa decisión; le agradecía la presencia de
la mujer que caminaba a su lado y cuya dulce fragancia le llegaba de vez en
cuando mezclada con el olor acre de la naturaleza que los rodeaba.
—¿A qué jugabais? —quiso saber ella.
—A las guerras napoleónicas. A John le gustaba
ser Napoleón.
—¿Y tú eras Wellington?
—Claro.
—Siempre he pensado que debe de ser muy
divertido tener un hermano gemelo. Háblame de alguna de las veces en que John
se hizo pasar por ti.
Le había presentado la ocasión perfecta para
revelarle la verdad. «Cuando erais novios. Cuando te pidió en matrimonio.»
Pero no tuvo valor. Se convenció de que el
bosque no era el lugar adecuado para una confesión de ese calibre, aunque
sospechaba que, en realidad, la razón por la que lo posponía era la certeza de
que, si le decía la verdad, la perdería para siempre. Y no estaba preparado
para eso.
Le había proporcionado consuelo en el
mausoleo, y sus sonrisas le alegraban el alma. De modo que la tomaría prestada
por un tiempo. John se había apropiado de bastante más.
—Fueron demasiadas como para recordarlas. —De
niños, apenas le molestaba descubrir que John lo había suplantado para robarle
el primer beso a una chica que le gustaba a él, para convencer a la señora
Cuddleworthy de que sus platos favoritos eran los que en realidad odiaba, para
desafiar a su padre como él jamás lo habría hecho, aunque cuando llegaba el
castigo, John volvía a ser John, y era Peter quien debía soportar los sermones de su padre
y su mano dura. Ni siquiera de niño había podido demostrar que John era el
travieso, que se hacía pasar por él.
Si ni su propio padre le creía, ¿cómo iba a
hacerlo el resto de Inglaterra?
Claro que Peter había sido igual de pícaro cuando se había
hecho pasar por John. Lali estaba en lo cierto. Había sido muy divertido
engañar a los demás, pero John había llevado la broma demasiado lejos. Ya eran
hombres, y era hora de que se comportaran como tales y dejaran a un lado sus
juegos infantiles.
—¿Malos recuerdos?
Volvió la cabeza para mirarla. La intensidad
con que lo estudiaba lo dejaba pasmado. Habría esperado que su hermano quisiera
casarse con una mujer de poco seso y cuerpo voluptuoso, y no es que tuviera
nada que reprochar al cuerpo de Victoria. Tenía buena figura, aunque no era
despampanante. Suponía que un hombre encontraría gran satisfacción en recorrer
con sus manos aquel...
Lali se detuvo y le susurró:
—Peter, te estás yendo otra vez.
Se iba. Se perdía en pensamientos que no podía
invitarla a compartir. Se detuvo también.
—Disculpa. Me preguntabas por mis recuerdos.
—Sí, y estabas frunciendo el cejo.
—No, sólo recordaba todas las veces que John
me metió en algún lío haciéndose pasar por mí.
—Como tú a él.
—Sí.
—Siempre he pensado que el cometido de los
hermanos es meterse en líos unos a otros.
—Sí, pero John se excedía. Y yo pagaba sus
travesuras; creo que por eso lo hacía. No se hacía pasar por mí por ver si
conseguía que no lo descubrieran, sino para causarme problemas.
—Y si conseguía meterte en líos era porque no
lo habían descubierto, con lo que ganaba doblemente.
—Supongo que sí.
—¿Por qué crees que...? —empezó ella, pero él
oyó un leve roce de maleza cerca y le puso un dedo en los labios para
silenciarla, tratando de ignorar el cálido aliento que le impregnaba el guante,
más que dispuesto a desviar la conversación de sus recuerdos de John.
—Ven —le susurró.
Tomándola de la mano, avanzó con cuidado entre
los arbustos hasta que el claro y el pequeño estanque que recordaba se hicieron
visibles. Justo como sospechaba...
La situó delante de sí, deleitándose en su
sorpresa contenida al ver a la cierva y al cervatillo bebiendo.
Ella se volvió para mirarlo, y la belleza de
su sonrisa, el hoyuelo de su mejilla, el gozo de su mirada fueron su perdición.
Peter se quitó el guante y le acarició
los mechones de pelo que se le habían soltado de las horquillas, sosteniéndolos
en su sitio. Eran tan suaves... Luego le acarició la mejilla, seda bajo sus
dedos.
—Eres preciosa. —A pesar de sus buenos
propósitos, posó sus labios en los de ella, absorbiendo su sabor, saboreando su
calor, la humedad de sus labios, el tacto de su lengua en la de él.
No recordaba habérsela acercado, haberla apretado
contra su cuerpo, pero de pronto allí estaba, sus curvas contra su pecho, las
manos descansando en sus hombros. Como un náufrago en busca de salvación, la
besó con mayor intensidad, paseando la lengua por su boca, deseando más, mucho
más, su cuerpo dolorido por su necesidad insatisfecha, necesidad que no era
ella quien debía satisfacer...
Awwwww <3.<3 que lindos ya era hora queridos ya se estaban tardando jajajaj
ResponderEliminarMuy bueno el capitulo
Besitos
Marines