jueves, 15 de agosto de 2013

Capitulo 28




—¿Jugabas en este bosque de pequeño?
Peter reanudó la marcha más despacio hasta que ella le dio alcance, luego aumentó el ritmo ligeramente. Ella no tenía las piernas tan largas como las suyas, así que se adaptó a su paso.
Pensó que, por ella, podría adaptarse a muchas cosas. Tal vez su hermano había tenido la misma sensación, si bien no hasta el extremo de librar a Peter  de su infierno. De haberlo hecho, se habría sabido que era un impostor, y la mujer que creía ir a convertirse en duquesa habría descubierto que no sería así. Su decepción bien podría haber acabado con su compromiso.
—Sí —respondió al fin, recordando un tiempo en que era feliz, en que quería a su hermano y pensaba que él también lo quería. Se preguntó si Abel se equivocó tanto con los sentimientos de Caín. Al menos John no había matado a Peter. Aunque en muchos momentos lo había deseado, ahora le agradecía que no hubiera tomado esa decisión; le agradecía la presencia de la mujer que caminaba a su lado y cuya dulce fragancia le llegaba de vez en cuando mezclada con el olor acre de la naturaleza que los rodeaba.
—¿A qué jugabais? —quiso saber ella.
—A las guerras napoleónicas. A John le gustaba ser Napoleón.
—¿Y tú eras Wellington?
—Claro.
—Siempre he pensado que debe de ser muy divertido tener un hermano gemelo. Háblame de alguna de las veces en que John se hizo pasar por ti.
Le había presentado la ocasión perfecta para revelarle la verdad. «Cuando erais novios. Cuando te pidió en matrimonio.»
Pero no tuvo valor. Se convenció de que el bosque no era el lugar adecuado para una confesión de ese calibre, aunque sospechaba que, en realidad, la razón por la que lo posponía era la certeza de que, si le decía la verdad, la perdería para siempre. Y no estaba preparado para eso.
Le había proporcionado consuelo en el mausoleo, y sus sonrisas le alegraban el alma. De modo que la tomaría prestada por un tiempo. John se había apropiado de bastante más.
—Fueron demasiadas como para recordarlas. —De niños, apenas le molestaba descubrir que John lo había suplantado para robarle el primer beso a una chica que le gustaba a él, para convencer a la señora Cuddleworthy de que sus platos favoritos eran los que en realidad odiaba, para desafiar a su padre como él jamás lo habría hecho, aunque cuando llegaba el castigo, John volvía a ser John, y era Peter  quien debía soportar los sermones de su padre y su mano dura. Ni siquiera de niño había podido demostrar que John era el travieso, que se hacía pasar por él.
Si ni su propio padre le creía, ¿cómo iba a hacerlo el resto de Inglaterra?
Claro que Peter  había sido igual de pícaro cuando se había hecho pasar por John. Lali estaba en lo cierto. Había sido muy divertido engañar a los demás, pero John había llevado la broma demasiado lejos. Ya eran hombres, y era hora de que se comportaran como tales y dejaran a un lado sus juegos infantiles.
—¿Malos recuerdos?
Volvió la cabeza para mirarla. La intensidad con que lo estudiaba lo dejaba pasmado. Habría esperado que su hermano quisiera casarse con una mujer de poco seso y cuerpo voluptuoso, y no es que tuviera nada que reprochar al cuerpo de Victoria. Tenía buena figura, aunque no era despampanante. Suponía que un hombre encontraría gran satisfacción en recorrer con sus manos aquel...
Lali se detuvo y le susurró:
—Peter, te estás yendo otra vez.
Se iba. Se perdía en pensamientos que no podía invitarla a compartir. Se detuvo también.
—Disculpa. Me preguntabas por mis recuerdos.
—Sí, y estabas frunciendo el cejo.
—No, sólo recordaba todas las veces que John me metió en algún lío haciéndose pasar por mí.
—Como tú a él.
—Sí.
—Siempre he pensado que el cometido de los hermanos es meterse en líos unos a otros.
—Sí, pero John se excedía. Y yo pagaba sus travesuras; creo que por eso lo hacía. No se hacía pasar por mí por ver si conseguía que no lo descubrieran, sino para causarme problemas.
—Y si conseguía meterte en líos era porque no lo habían descubierto, con lo que ganaba doblemente.
—Supongo que sí.
—¿Por qué crees que...? —empezó ella, pero él oyó un leve roce de maleza cerca y le puso un dedo en los labios para silenciarla, tratando de ignorar el cálido aliento que le impregnaba el guante, más que dispuesto a desviar la conversación de sus recuerdos de John.
—Ven —le susurró.
Tomándola de la mano, avanzó con cuidado entre los arbustos hasta que el claro y el pequeño estanque que recordaba se hicieron visibles. Justo como sospechaba...
La situó delante de sí, deleitándose en su sorpresa contenida al ver a la cierva y al cervatillo bebiendo.
Ella se volvió para mirarlo, y la belleza de su sonrisa, el hoyuelo de su mejilla, el gozo de su mirada fueron su perdición. Peter  se quitó el guante y le acarició los mechones de pelo que se le habían soltado de las horquillas, sosteniéndolos en su sitio. Eran tan suaves... Luego le acarició la mejilla, seda bajo sus dedos.
—Eres preciosa. —A pesar de sus buenos propósitos, posó sus labios en los de ella, absorbiendo su sabor, saboreando su calor, la humedad de sus labios, el tacto de su lengua en la de él.

No recordaba habérsela acercado, haberla apretado contra su cuerpo, pero de pronto allí estaba, sus curvas contra su pecho, las manos descansando en sus hombros. Como un náufrago en busca de salvación, la besó con mayor intensidad, paseando la lengua por su boca, deseando más, mucho más, su cuerpo dolorido por su necesidad insatisfecha, necesidad que no era ella quien debía satisfacer...

1 comentario:

  1. Awwwww <3.<3 que lindos ya era hora queridos ya se estaban tardando jajajaj
    Muy bueno el capitulo
    Besitos
    Marines

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