Peter siempre había pensado que si se libraba de la
prisión de Pentonville, desaparecería la desesperación, y así había sido,
brevemente, pero mientras estudiaba los libros contables y los documentos que
tenía delante, ésta volvió a caer sobre él con gran estrépito, como cuando las
puertas de la cárcel se cerraban a su paso.
Los libros parecían indicar que, de algún
modo, su hermano había llevado la finca al borde de la ruina. Se había
equivocado al leerlo o quizá John no sabía anotar los ingresos, porque aquello
no podía ser.
Su familia tenía recursos, explotaciones
mineras, caballos, inversiones...
Se recostó en la silla, miró los frescos del
techo y se preguntó por qué le sorprendía descubrir que su hermano había
antepuesto sus prioridades a las de las propiedades y los títulos familiares.
John siempre había preferido jugar a trabajar, siempre se había saltado las
horas de clases, había holgazaneado tanto como había podido, había coqueteado
con las criadas jóvenes, y lo habían echado de una escuela detrás de otra.
Se preguntó si su hermano tendría previsto
cambiar después de casarse, o si el enamorarse de Mariana tal vez lo había
transformado. Porque tenía que haberse enamorado de ella. ¿Qué hombre no lo
haría?
Peter cerró los ojos y, sin esfuerzo alguno,
pudo verla perfectamente. Su cabello resplandeciente, sus ojos pardos, el
hoyuelo que se le formaba en la mejilla derecha cuando se reía. ¿Por qué sólo
en un lado? ¿Qué otras incoherencias revelaría su cuerpo? Pensó que sería el
más afortunado de los hombres si se le concediera la oportunidad de explorar su
rostro, de recorrerlo, de tocar con el dedo, no, mejor con la lengua, aquella
hendidura diminuta que sólo aparecía cuando estaba muy contenta. Le gustaría
pasear los dedos por su cuello, llenar de besos cada centímetro de su cuerpo. Y
si ella no le permitiera libertades en este ámbito, se conformaría con no hacer
otra cosa que contemplarla durante horas. nclinándose sobre el escritorio, ella le cogió
el puño apretado y con la otra mano fue estirándole poco a poco los dedos.
Luego le dio un beso en la palma de la mano como si lo hubieran castigado a él.
Peter dobló un poco los dedos para poder
acariciarle la mejilla.
—Fue una broma inocente. Estoy convencida de
que John se hizo pasar por ti muchas veces.
—Seguramente tienes razón, pero, ahora que lo
pienso, tal vez mi padre sabía la verdad. Por eso me castigó obligándome a
presenciar el castigo de John. Si ésa era su intención, fue muy inteligente por
su parte. Jamás volví a hacerme pasar por John.
Apartó la mano de la de Lali para evitar hacer
algo peligroso, como agarrarla por la nuca para poder besarla.
—Le he pedido al mozo de cuadras que me
ensille un caballo para ir a montar —le comunicó, sin otra finalidad que
cambiar de tema y que supiera que más valía que volviera a sus cosas porque él
iba a continuar con las suyas.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó ella.
—Tengo la viruela —pronunció esas palabras en
un tono apenas audible para sus propios oídos.
—¿Cómo? —inquirió ella ladeando la cabeza.
—Que... he visto huellas... de zorro.
—¿Vas de caza entonces?
—No, sólo a mirar.
Ella le regaló una sonrisa que casi lo
desmontó, y en aquel momento pensó que de verdad podría odiar a su hermano por
tener derecho alguno sobre aquella mujer.
—Yo también quiero mirar.
Lali seguía tentándolo más allá de toda
lógica, y su resistencia empezaba a debilitarse.
—Mejor en otra ocasión. Había pensado visitar
el mausoleo familiar, y no es precisamente un lugar alegre.
—Quisiera presentar mis respetos a tu familia.
¿Qué podía alegar a una declaración tan
sentida?
—Pediré que preparen otro caballo.
—Gracias. Iré a ponerme el vestido de montar y
me reuniré contigo en los establos.
Ella lo desconcertaba, lo confundía, era una
amenaza para sus planes. Pero fue incapaz de hacer otra cosa que asentir con la
cabeza y decir:
—Me agradará tu compañía.
Pobresitos Peter la quiere pero algo le impide realizarlo, Lali se sospecha algo pobresitos :( espero las cosas mejores
ResponderEliminarMuy buenos los capitulos
Besitos
Marines