jueves, 15 de agosto de 2013

Capitulo 29



Aunque los documentos dijeran otra cosa, Lali pertenecía a John. Su hermano se había esforzado por arrebatárselo todo, pero él no le robaría algo a lo que no tenía derecho. Interrumpió el beso y se apartó tambaleándose, jadeando. Ella se lo quedó mirando con la respiración también agitada, los labios hinchados, las mejillas enrojecidas, el hoyuelo invisible, como si jamás hubiera existido.
—Perdóname —tartamudeó él—. No tengo derecho.
—Eres mi marido. Tienes todo el derecho.
—En el bosque no.
Ella le puso la mano en el pecho, justo encima del corazón, y él se preguntó si notaría el firme y recio latido que amenazaba con reventarle las costillas.
El hoyuelo volvió a aparecer.
—Ni en el coche tampoco.
Él negó con la cabeza, tragando saliva.
—No, en el coche tampoco.
—Ni cuando estás agotado.
—Ni cuando estoy agotado.
Ella ladeó la cabeza, pensativa.
—Si no fuera porque me miras como si quisieras devorarme aquí mismo, como un animal salvaje de este bosque, pensaría que no te intereso en absoluto.
Peter levantó la mirada al toldo de ramas suspendidas sobre su cabeza. Quizá si contaba las hojas, la prueba de su deseo por ella menguaría.
—Créeme, Lali, me interesas mucho.
—Entonces, ¿por qué te empeñas en no manifestar ese interés?
Al bajar la mirada, vio que el hoyuelo había desaparecido y que lo miraba con preocupación. ¿Cómo justificar su conducta sin revelar la verdad ni aumentar las sospechas?
—Como tú bien dices, hemos pasado poco tiempo a solas. A mi juicio, sería preferible que intimáramos poco a poco.
Ella le deslizó la mano del pecho al cuello y luego hasta su mandíbula.
—No tengo miedo. Sé que no me harás daño, así que no tardes mucho en hacer... lo que sea.
Antes de que él pudiera reaccionar, ella dio media vuelta y lo dejó preguntándose si sus palabras tenían doble sentido, si era consciente de lo que había dicho, si la avergonzaba.
Cielo santo, se sentía tentado de tomarla allí mismo, en el bosque; de hacerla suya para no tener que devolvérsela a John; de abrazarla, porque no deseaba en absoluto dejarla escapar.
—Creo que deberíamos volver a la mansión —señaló tras carraspear—. «Antes de que haga algo que ambos lamentemos.»
Ella lo miró por encima del hombro con una mirada provocativa, y algo en sus ojos le dijo que conocía las batallas que libraba en su interior y que se había propuesto impedirle la victoria, porque con su derrota saldría ganando.
Pero ¿se sentiría derrotada ella entonces?
Lali desvió bruscamente la mirada y empezó a recorrer el sendero que habían tomado para llegar a aquel lugar, y él la siguió.
Debía demostrar de inmediato quién era, antes incluso de deshacer el daño que su hermano había causado a las propiedades familiares. Ya se encargaría de todo eso después.
Pero ante todo, debía deshacerse de aquella mujer si quería evitar la locura que había logrado esquivar durante su encierro en Pentonville.
Peter no volvió a decir una palabra hasta que llegaron a Hawthorne  House. E incluso entonces, en cuanto la devolvió a la mansión y se aseguró de que estaba a salvo dentro, le dedicó un simple «Nos veremos para la cena».
Después, volvió a salir. Ella se acercó a una ventana para mirar, y lo vio recorrer el sendero empedrado que conducía a la mansión con las manos enlazadas a la espalda y la cabeza baja, abatido. Parecía sentirse muy desanimado y muy solo.
¿Por qué no buscaba su compañía para aliviar su soledad? No tenía sentido. La atraía hacia sí para apartarla de inmediato.
A partir de media tarde, Lali pasó una cantidad desmedida de tiempo arreglándose para la cena. Eligió un vestido lila rematado con encaje de Bruselas, y se puso un collar de perlas. Sencilla pero distinguida. El pelo en un elegante recogido.
A juzgar por la reacción de su esposo cuando se reunió con él en la biblioteca, había logrado un aspecto seductor. Peter, de pie junto al fuego, se agarró con fuerza a la repisa de la chimenea, como si fuera lo único que pudiera impedirle abalanzarse sobre ella y tomarla en sus brazos. Era muy excitante ver el deseo tan vivo que ardía en sus ojos.
Aunque él siempre le había prestado atención, en los últimos dos días ésta iba en aumento. Lo entendía perfectamente, porque ella sentía lo mismo: una tensión en el estómago que le producía un hormigueo en el pecho y un hervor a fuego lento en la parte inferior de su cuerpo, la necesidad de tocarlo y de que él la acariciara.
El fuego iba creciendo, y Lali pensó que, cuando al fin se fundieran el uno con el otro, el incendio que producirían haría arder la cama.
—¿Te apetece una copa de vino antes de cenar? —preguntó él, con voz ronca, haciendo que sus palabras sonaran como si le llegaran de las plantas de los pies.
—Sí, por favor.
Soltó la repisa de la chimenea y se dirigió a una mesita en la que había varias licoreras. Aunque Peter  estaba de espaldas, Lali pudo distinguir el tintineo de las copas típico de alguien incapaz de controlar sus manos temblorosas. Lo vio detenerse un instante, tranquilizarse y continuar con su tarea, esta vez sin temblores.
Cuando Peter  se volvió de nuevo hacia ella, Lali descubrió, decepcionada, que había logrado controlar su deseo. Tomó la copa que le ofrecía.
—Por tu felicidad —espetó él, haciendo chocar su copa contra la de ella.
—Por la tuya —respondió Lali, estudiándolo por encima del borde mientras bebía el oscuro vino tinto.
Él dio un trago y después retrocedió para acercarse al fuego. Por lo general, el fuego era innecesario en verano, pero el edificio era muy antiguo, y sus muros conservaban el frío. Lali se vio tentada de acercarse a él, por ver si volvía a retroceder. Pensó que tal vez podría perseguirlo por toda la estancia con esa estratagema. En lugar de eso, pasó un dedo por el borde de la copa.

1 comentario:

  1. Querido Peter que John te importe un rabano es tuya tienes el derecho.
    Besitos
    Marines
    P.D. Que lindo que sale en la imagen

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