viernes, 2 de agosto de 2013

Capitulo 24




En alguna ocasión lo había oído reír o le había robado alguna sonrisa, pero ni lo uno ni lo otro nacían de un regocijo tan absoluto. Jamás lo había visto reír con tantas ganas, ni sonreír con un afecto tan puro; menos aún besar en la mejilla a una sirvienta. De hecho, él siempre había tratado a los criados como si no existieran.
¿Podría ser que hubiera un señor de Londres y uno de  Hawthorne House, un hombre cuya personalidad cambiara según donde viviera? ¿O había sido el matrimonio lo que lo había transformado? Se comportaba de otra forma desde la ceremonia. No, no desde, también durante: la había mirado como si no la conociera, se había disculpado...
Notó que la tensión empezaba a propagarse por la estancia y acababa con la atmósfera relajada que había reinado hasta hacía apenas un instante.
—Buenos días, duquesa —dijo Peter  ladeando un poco la cabeza.
—Buenos días. Lamento interrumpir, pero no hay comida en el salón del desayuno...
—Cuánto lo siento, señora —la interrumpió la cocinera—. El duque quería desayunar aquí, en la cocina, como cuando era un chiquillo. He supuesto que usted querría que le subieran el desayuno al dormitorio. Ahora mismo me encargo de que surtan debidamente el aparador.
—No, no, no es necesario. Me basta con un plato.
—En seguida se lo preparo.
Con la mirada aún fija en Killingsworth, Lali prestó poca atención a la cocinera, que empezó a moverse rápidamente por la cocina, colocando varios bocados de comida en un plato grande. A Peter  parecía incomodarle la presencia de su esposa.
—Se te ve más relajado aquí que en Londres —dijo al fin, aunque no hablaba de su relación con ella.
—Hawthorne  House ha sido siempre mi hogar. A la casa de Londres sólo voy de visita, porque a veces no me queda más remedio.
—Aquí tiene, señora —dijo la cocinera—. Permítame que se lo lleve al salón de desayuno...
—No hace falta —la interrumpió Lali—. Puedo comérmelo aquí.
—Claro, señora —añadió la cocinera.
—Cuddleworthy, ¿verdad? —inquirió Lali centrando su atención en la anciana.
—Sí, señora —confirmó la cocinera con una reverencia.
A Lali le pareció que le iba bien el nombre*. Podía imaginarse a un niño sentado en el regazo de aquella mujer, con la cabeza apoyada en su voluminoso busto mientras ingería tarta de frambuesa, manchándose la boca y las manos, y manchando también el delantal de ella en el que estaba sentado. Debía de ser tan cómoda como una cama blanda.
—Si no te importa —añadió Lali mirando de nuevo a su marido.
—Claro que no. Eres la señora de la casa. Puedes hacer lo que quieras.
No era exactamente la respuesta que esperaba, porque, a pesar de sus palabras, no parecía que quisiera tenerla allí. Él retiró una silla. Ella se acercó a la mesa y se sentó. La señora Cuddleworthy le puso el plato delante.
Peter se inclinó, le dio un beso en la sien y dijo:
—Si me disculpas, cariño, tengo algunos asuntos urgentes que atender.
Y se fue sin más, dejándola preguntarse de nuevo por qué lo inquietaba tanto su presencia. ¿Qué demonios pasaba?
La señora Cuddleworthy parecía tan sorprendida como Lali por su brusca partida. Mirando el plato, Lali deseó haber decidido desayunar en el salón, después de todo. Al menos aquella habitación era más luminosa, menos agobiante, más alegre que la cocina. Y en aquel momento necesitaba animarse.
—¿Le preparo una taza de té?
Lali miró a la cocinera y sonrió.
—Sí, por favor.
Removió la comida por el plato; había perdido el apetito. No entendía la reserva de su marido, su afecto forzado, su beso fugaz. Era como si actuara, como si hiciera lo que se esperaba de él y no lo que él quería.
Se sobresaltó cuando la cocinera le puso el té delante.
—Gracias.
—¿No le gusta lo que he preparado? —quiso saber la señora Cuddleworthy.
—Está exquisito —confirmó Lali obligándose a tomar un bocado.
—Debo decir que me enorgullezco de mis tartas de frambuesa.
—Por lo visto, al duque le encantan —comentó Lali.
—Sí, siempre le han gustado. De niño, lordPeter  me rogaba que se las hiciera. Por eso nunca entendí que me prohibiera volver a prepararlas.
Lali, que acababa de levantar la taza de té para dar un sorbo, se quedó paralizada allí sentada, con la taza en alto, intentando encontrarle sentido a las palabras de la mujer.
—¿Le prohibió que preparara algo que le encanta?
La cocinera asintió con la cabeza.
—Hasta esta mañana. Ha bajado antes de que amaneciera a pedirme mis tartas. De lo más extraño.
Ciertamente lo era, teniendo en cuenta lo mucho que había disfrutado comiéndose una.
—Me preguntó por qué —musitó Lali, sin esperar una respuesta.
—Ni la menor idea —respondió la cocinera de todas formas—. Fue justo después de convertirse en duque. Cuando son muy jóvenes, a veces se les sube a la cabeza... el poder de su posición. Cambió bastante después de eso, sí, señora. Lo de las tartas fue sólo el principio. Quizá pensó que el gusto por la repostería era cosa de muchachos, no de un hombre con las responsabilidades que él había adquirido.
—Siendo su favorita, lo lógico habría sido que se la pidiera tres veces al día. A mí siempre me reconforta comer algo que me gusta.
—Eso pienso yo —murmuró la mujer mientras desviaba su atención al horno. Otra peculiaridad de su marido que debía limar, pensó Lali.

1 comentario:

  1. Hay Peter porque te fuiste Lali se sintio mal pobresita....aaaa se me antojo una un trozo de tarta jajajaj
    Besitos
    Marines

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