jueves, 1 de agosto de 2013

Capitulo 22

Hola Bombonasas como andan? yo bien disfrutando mis últimos días de vacaciones Gracias a las que comentaron wow ya pasamos las 4.000 visitas gracias.... espero que le guste el cap y que comenten y chicas si pueden recomienden la nove ok! si pido mucho no? besos nos leemos mañana.



Ella es la duquesa de Killingsworth. Tú eres el duque de Killingsworth. Es tu esposa.
Pero no soy quien la cortejó, quien la conquistó, quien le pidió el matrimonio.
No tengo derecho a desearla como la deseo. ¡Ningún derecho!
Pero ella es tu duquesa. ¡Tu duquesa!
-Ella no tiene la culpa.

Descalzo, con el ostentoso camisón de seda de su hermano, Peter  recorría nervioso la gruesa moqueta de su dormitorio, de un lado a otro, en círculos, tapándose los oídos con las manos, sin poder ahogar las voces de su cabeza.
Aunque estaba poco dispuesto a admitirlo, había mantenido muchas conversaciones consigo mismo mientras estaba en Pentonville, prestando voces distintas a su pensamientos y, a pesar de que sabía perfectamente que todos eran suyos y los controlaba, era en ocasiones como ésa cuando tenía la sensación de que se estaba volviendo loco de verdad.
Porque no podía detener las voces, no podía impedir que lo tentaran, que intentaran concederle la libertad de hacer exactamente lo que quería hacer: convertir a Lali en su esposa de todas las formas posibles.
Incluso antes de que Whitney lo hubiera alertado de su desaparición, Peter  ya había decidido que merecía el honor de dormir en el ala familiar. Que fuera a quedarse o no era otra cuestión, pero ella se había casado con el duque de Killingsworth de buena fe y tenía derecho a dormir en el dormitorio de la duquesa.
Habría trasladado sus cosas a la mañana siguiente en lugar de aquella noche, pero, sabiendo que ella aún no se había retirado a descansar, la demora carecía de sentido.
¿Cómo podía salir tan mal algo tan sencillo como un paseo nocturno? ¿Cómo había podido perderse? Su temor era que tuviera pensado convertir el paseo en una huida. No se lo reprochaba. El matrimonio con él seguramente no era en absoluto lo que ella había esperado.
Apenas le hablaba y, cuando lo hacía, no sabía qué decirle. Era asombroso lo que ocho años de hablar con uno mismo podían hacerle a un hombre. Aunque siempre había sido un conversador ingenioso, y durante su encierro en Pentonville se había entretenido a sí mismo hasta el punto de hacerse reír en alguna ocasión, ahora se veía completamente incapaz de mantener una conversación de lo más intrascendente.
El tiempo. Podían hablar del tiempo. De hecho, quizá ella no hubiera salido si, cuando se aproximaban a  Hawthorne  House, él hubiera dicho: «El aire huele a lluvia. Habrá tormenta antes de medianoche».
Porque la había olido, y había saboreado su aroma, pero se había guardado sus observaciones para sí. Así que ella había salido sin pensar en las consecuencias de una tormenta. Él había ido a buscarla sin pensar en lo que sucedería cuando la encontrara. Ni siquiera se le había ocurrido ensillar un caballo para ella, y esa falta de previsión le había supuesto la deliciosa tortura de llevarla sentada entre sus muslos, con la espalda rozándole el pecho a cada paso del caballo, transmitiéndole su calor e impregnando su ropa de su aroma.
Había sido un milagro que la encontraran, un milagro que le había permitido abrazarla nada más verla, estrecharla entre sus brazos, tan fuerte que le había notado los pezones, endurecidos por el frío de la noche cuando ella apretaba el pecho contra el suyo. Aun estando calado y muerto de frío, no le habría importado pasar la noche allí de pie, hasta que el sol apareciera por el horizonte, sólo abrazándola, inspirando el dulce aroma que aún impregnaba sus fosas nasales. Ni la lluvia se lo había llevado.
Suponía que, una vez revelada la verdad y disuelto el matrimonio, cuando entrara en el dormitorio contiguo al suyo, éste aún conservaría su olor.
Porque ahora Lali estaba allí tumbada y tan sólo los separaba una puerta. Una puerta pesada y recargada, claro, como todo lo que había en aquella casa. Pero bastaría con que la abriera y le hiciera saber que le había mentido sobre muchas cosas.
¿Demasiado cansado para ser un esposo atento?, como le había dicho a ella.
Cielo santo. Había sido más que atento. Había tenido que apretarse las manos hasta hacerse daño para evitar que éstas se abalanzaran sobre aquel pelo suelto, que uno de sus dedos siguiera el recorrido sinuoso de su grueso labio inferior, donde había descansado una gota de chocolate hasta que ella la había recogido con la lengua.
Aquel pequeño gesto casi había sido su perdición. Su cuerpo se había puesto rígido con tal rapidez que se había mareado.
¿Demasiado cansado?
Pensó que aun en su lecho de muerte encontraría la energía y el aguante necesarios para hacerle el amor.
Lo había conmovido verla esforzarse por conservar su recato, procurando no destaparse mientras se incorporaba en la cama. Pero las sábanas se habían deslizado un poco cuando había estirado el brazo para coger la taza de chocolate, y le habían permitido divisar la curva de un seno perfecto, moldeado por el suave tejido de su camisón. No le hacía falta verlo para saber que le parecería magnífico. No necesitaba albergarlo en la palma de su mano ni acariciarlo para saberlo extraordinario.
Le bastaba con ver la forma que daba a su camisón para estar seguro de que toda ella le parecería extraordinaria.
Se dejó caer en el sofá que había ante la chimenea, y el fuego que allí ardía le pareció casi frío comparado con el calor que irradiaba su cuerpo cuando pensaba en su mujer. Lo que necesitaba era otro baño de agua fría, lo último que había esperado verse obligado a soportar. Un baño de agua helada que le hiciera castañetear los dientes.
Pero algo debía aplacar su ardor, porque no podía buscar el alivio de la forma que a su cuerpo le gustaría.
No podía acostarse con su esposa porque él no era el hombre al que ella le había concedido ese honor. No podía acostarse con otra mujer porque estaba casado y, aunque no tuviese intenciones de hacerla suya, ella había contraído matrimonio con él pensando que lo hacía con el hombre que se lo había pedido.
De modo que respetaría su enlace hasta que pudiera disolverlo.
Debía irse a dormir, seguir el consejo que le había dado a ella y descansar para, al día siguiente, poder revisar los libros y los registros en busca de cualquier cosa que le sirviera para conservar lo que su hermano había querido arrebatarle.
Sin embargo, cuando al fin se retiró, casi dos horas después, tras hacer poco más que contemplar el fuego y pensar en la mujer de la habitación contigua, no soñó con conservar su ducado, sino a su esposa.

1 comentario:

  1. Peter querido yo tambien hablo sola jajajaja
    (Pero ella es tu duquesa. ¡Tu duquesa!) es tu duquesa tuya..Se quiere hacer el caballero mas lindo pero es tu esposa..:)
    Muy bueno el capitulo
    besitos
    Marines

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