domingo, 21 de julio de 2013

capitulo 11

Hola chicas apareci perdón por no subir pero estoy de vacaciones y lo mejor es que pase todos los ramos de la Facu.... les dejo maratón COMENTEN....

Lo condujo por un pasillo hasta la biblioteca. Una mesa llena de comida y adornada con flores ocupaba el centro de la estancia; a lo largo de la pared del fondo se habían dispuesto mesas más pequeñas. La luz del sol entraba a raudales por las ventanas, y Peter pensó que siempre agradecería la presencia de cristal en lugar de piedra o madera.
—Debo confesar que aún tengo el estómago demasiado revuelto como para comer.
—Me acabas de asegurar que lo peor ya había pasado —replicó él mirándola.
—Un verdadero caballero no le reprocha a una dama sus palabras.
Había un gesto travieso en su rostro, y Peter no pudo evitar preguntarse si estaba coqueteando, si quizá había empezado él sin darse cuenta. En su día, se le había dado bien cautivar a las damas, aunque en realidad se le habían dado bien muchas cosas. La falta de práctica le había hecho perder habilidad. Con esfuerzo, logró decir al fin:
—Quizá no sea un verdadero caballero. —En voz alta, aquellas palabras no sonaban en absoluto tan ingeniosas como en su cabeza, y deseó no haberlas pronunciado.
Ella tardó un instante en reaccionar, pero cuando lo hizo, lo sorprendió con su respuesta.
—Eres el caballero más auténtico que he conocido jamás. Creo que ese rasgo tuyo fue lo que me cautivó de ti. Tus ademanes caballerosos me enamoraron desde el instante en que nos conocimos.
Estupendo. De modo que John era todo un conquistador. No le sorprendía. Antes de su cautividad, también Peter había demostrado disponer de abundante encanto. Por desgracia, al parecer, no había escapado de Pentonville con él; sino que se había quedado allí, languideciendo.
—Tú también me enamoraste en cuanto te vi —se atrevió a confesar por fin. La alegría de aquella mujer resultaba embriagadora, y estar con ella debía de aliviar las preocupaciones de un hombre mucho mejor que el alcohol.
Los invitados empezaron a llenar la sala, deteniéndose brevemente en la mesa central. Los caballeros colocaban comida en platos que luego entregaban a sus respectivas damas. Todo parecía increíblemente civilizado. Además de amedrentador. Peter llevaba mucho tiempo sin participar en eventos sociales.
—¿Te apetece un poco de champán? —dijo al divisar las licoreras en la mesa.
Ella asintió con la cabeza, y él le hizo una seña a uno de los criados, que les trajo dos copas.
—Supongo que no es correcto empezar a beber hasta que se haga un brindis —señaló—. Pongámonos a un lado.
En realidad, habría preferido esconderse en un rincón o escaparse por la puertaventana del otro extremo de la sala. Entraron aún más personas, y Peter las miró, intentando aprender lo que él había olvidado. Los modales, las costumbres, la etiqueta.
—Tu madre parece encantada —susurró.
—Por supuesto. Hoy ha logrado lo que siempre ha querido.
—¿Qué es?
—Prestigio.
—Y tú, ¿qué es lo que siempre has querido?
Ella se lo quedó mirando como si le hubiera pedido que se quitara la ropa, y él se dio cuenta de que era una pregunta cuya respuesta ya debía conocer. Sin duda se lo había preguntado antes, y Mariana le había respondido. Habían sido novios, por todos los santos. Debía de saber muchos detalles de su vida.
Le agarró el brazo, con la sorpresa convertida en un gesto de preocupación.
—Prestigio no. No soy como mi madre. No me he casado contigo porque seas duque. Me he casado contigo porque...
—Me quieres.
Ella asintió con la cabeza.
—Sé que lo que siento por ti debe de parecerte extraño con el poco tiempo que hemos pasado juntos...
«¿Poco tiempo? ¿Cuánto?»
—... y lo poco que sabemos el uno del otro...
«¡Poco! ¿Cuánto?»
—... pero hacemos tan buena pareja... Tú debes de sentir lo mismo, o no me habrías pedido que me casara contigo. Seguramente te atrajo de mí algo más que mi dote.
No tenía ni idea de en qué consistía su dote. ¿Era sustanciosa? ¿Propiedades? ¿Dinero? Fuera lo que fuese, había algo de lo que estaba convencido:
—Te aseguro que aunque no tuvieras dote alguna seguiría sintiéndome atraído por ti.
La complacencia de ella ante sus palabras fue instantánea e hizo que se ruborizase; él deseó haber callado sus pensamientos. Aquella conversación no hacía sino empeorar la situación.
Un tintineo de cristal reclamó su atención. Un hombre mayor y robusto había alzado su copa de vino. Peter estaba casi seguro de que se trataba del duque de Kimburton. Si hacía el brindis, es porque debía de ser el caballero de mayor rango.
—Un brindis por la salud y la felicidad de los duques de Killingsworth —dijo.
Mientras se alzaban todas las copas, Peter se preguntó si aquella pesadilla terminaría alguna vez. Tomó un sorbo de champán y lo saboreó. Aquel día, aquella noche, había previsto experimentar todas las cosas que se le habían negado. El alcohol era sólo uno de sus muchos caprichos, pero lo que más deseaba...
No lo tendría, porque tenía esposa; una esposa a la que no podía tocar, con lo que volvía a ser blanco de privaciones.
¿Cómo podía un hermano quitárselo todo a otro durante ocho largos años? ¿Había pensado John devolvérselo alguna vez?
Peter supo la respuesta antes de terminar de hacerse la pregunta. Su hermano había ocupado su lugar, y su intención era conservarlo para siempre. John se había cubierto bien las espaldas, pero él encontraría su punto flaco, hallaría una forma de reclamar lo que le correspondía sin tener que dejarlo encerrado.
Tal vez Mariana fuera la clave. Quizá John le agradecería tanto que se la devolviera intacta que reconocería que él no era el verdadero duque. A lo mejor Peter podría enviarlo a América con algo de dinero para que encontrara allí la felicidad. A Virginia, a una plantación en Virginia. Parecía lo más lógico.
Fuera cual fuese su plan, no podía permitir que sufriera una inocente. Aquella batalla era entre él y su hermano, y sólo ellos debían librarla.
De pronto, vio que ella esperaba algo de él, y entonces supo lo que debía hacer. Chocó su copa con la de ella.
—Por tu felicidad, Mariana.
Ella le sonrió con tanto cariño que Peter deseó salir a toda prisa de la biblioteca y dejar atrás aquella farsa, sólo que el farsante no era él sino su hermano.
La observó mientras bebía un sorbo de champán, tan delicada, recogiendo con la lengua las gotitas burbujeantes que le quedaban en los labios. Pensó en recuperar esas gotitas él mismo, con sus labios en los de ella, con su lengua...
Carraspeó y le dio un saludable trago a su copa. No podía permitirse el lujo de perderse en su belleza, en su inocencia, en su feminidad.
—Ahora que estamos casados, no me tratarás con formalidad, ¿verdad? —preguntó ella.
—¿Con formalidad?
—¿Mariana? —le recordó ella con una risita y un gesto de sorpresa.
Cielo santo. Su hermano no la llamaba Mariana. ¿Qué diminutivo cariñoso podía usar John? Mariana... ¿Vickie? No, no tenía aspecto de Vickie, fuera cual fuese el aspecto que las Vickies tuviesen. ¿Vic? ¿Ojos pardos? ¿Cariño? ¿Mi amor? ¿Preciosa?
Podían ser muchísimas cosas. ¿Cómo iba a dejar caer la pregunta en la conversación sin parecer estúpido? Imposible, así que simplemente se obligó a sonreír.
—Claro que no, pero he pensado que un brindis por tu felicidad precisaba de un poco de decoro.
—Hoy pareces distinto —dijo ella con el cejo fruncido de preocupación.
—Como te he dicho antes, es sólo porque no estoy familiarizado con el papel de marido.
—Basta con que seas tú mismo.
—Lo intento... desesperadamente.
—Pues no lo intentes tanto —dijo ella sonriendo.
Al detectar movimiento a su lado, se volvió y vio acercarse a una joven dama. La recordó como una de las que estaban junto a Mariana en el altar. Ahora era más consciente del parecido entre ellas y dedujo que debía de tratarse de algún familiar, una hermana posiblemente. Otro dato que debía conocer.
Se detuvo ante ellos y les dedicó una sonrisa muy similar a la de su esposa. Una hermana. Seguro. Pero ¿cuántas tenía? ¿Tenía algún hermano? Si así fuera, ya se habrían acercado.
—Señoría, ¿debo llamar ahora «señoría» también a Lali? —preguntó con un gesto algo malicioso, como si lo estuviera retando.
Pero a Peter no le interesaba seguirle el juego. Acababa de resolverle el misterio. ¿Lali? Mariana. El nombre preferido de su esposa. Le pegaba, y se preguntó cómo no se había dado cuenta antes, por qué no había sido capaz de deducirlo él mismo.
—Entre miembros de la familia, el trato es algo más informal —le aseguró a la hermana, respondiendo por fin a la pregunta.
—Entonces, ¿puedo llamarte Peter?
—Me parece que te has pasado de informal, Diana —dijo Mariana (Lali).
—Sólo si al duque también se lo parece —añadió Diana, mirándolo desafiante.
¿Qué relación tenía John con la hermana; qué esperaba del duque que tenía delante?
—Quizá a la vuelta de nuestro viaje podamos hablar de informalidades —respondió, retrasando la decisión.
—Ah, muy bien. Por cierto, ojalá John hubiera podido venir. Me gustaría tanto conocerlo... Sus historias me fascinan. Cuando lo capturaron los indios, y luego se hizo amigo íntimo del jefe de la tribu. Cualquier hermano menor se contentaría con una pensión para poder holgazanear, pero el vuestro ha hecho algo con su vida. Es muy singular.
—Sin duda lo es —murmuró Peter. ¿Qué fantasías habría inventado John para encubrir sus actos?
—Mamá me envía a preguntar si quieres cambiarte ya para el viaje —preguntó Diana a Lali.
Lali se volvió hacia Peter antes de mirar a su hermana.
—Sí, estoy deseando marcharme.
—Eso es lo bueno de un desayuno informal: basta con un brindis y ya no es necesario esperar, porque todos los platos se sirven a la vez —comentó Diana.
—Si me disculpas —dijo Lali tocándole levemente el brazo a su marido mientras lo miraba a los ojos—. Vuelvo en seguida.
—Tómate el tiempo que necesites.
Vio cómo se alejaban las hermanas, y se preguntó qué habría visto Lali al mirarlo tan intensamente como lo había hecho. ¿A un impostor? No, el verdadero impostor era el hombre al que se había prometido. ¿Cómo reaccionaría ella a la noticia si pudiera confesarle...?

De pronto, se dio cuenta de que no podía confesárselo a nadie hasta que supiera en quién podía confiar y en quién no. Ahora estaba en el mundo exterior, rodeado de personas, pero se sentía tan solo como en prisión.

1 comentario:

  1. (—Tú también me enamoraste en cuanto te vi —) que lindo <3 <3
    Besitos
    Marines

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