—Mis razones son numerosas. No puedo
exponerlas todas.
—Inténtalo.
—¿Tan raros te parecen mis cumplidos que
buscas más?
Aquel pequeño desaire hizo que se sonrojara.
—Claro que no. Sólo que creía que, tras la
boda, los novios se colmaban de atenciones.
—No sé mucho de ritos nupciales. Me temo que
voy a estar avergonzándote todo el día.
—Ay, Robert, soy yo la que posiblemente te
abochorne. Tú naciste para esta vida; yo sólo me he casado con ella.
—Tú jamás podrías ser una vergüenza para
nadie.
La forma tan sentida en que pronunció esas
palabras hizo que ella se ruborizarse.
—Vaya, he conseguido precisamente lo que
pretendía evitar —dijo Robert—. Te he abochornado.
—Creo que nunca te había oído un elogio tan
sincero.
—Discúlpame si mis palabras han sido
inadecuadas. Aún no me he acostumbrado a mi papel de marido. No estoy muy
seguro de cómo debo comportarme.
—Sé tú mismo, Robert. Eres tú a quien quiero.
—¿Cuánto?
—Muchísimo —contestó ella apretándole la mano
otra vez—. Hoy soy la mujer más feliz de todo Londres.
—¿Lo eres?
—¿Qué demonios te pasa? Pareces tan
inseguro... Tú nunca lo has sido. ¿Ha ocurrido algo? ¿Hay algo que deba saber?
Peter parecía a punto de comunicarle que el
mundo, tal como lo conocían, iba a llegar a su fin de forma terrible en
cualquier momento.
—¿Qué pasa, Robert?
Él le miró la mano con la que sujetaba la
suya.
—No tiene importancia.
—Pero te veo preocupado.
—Tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.
—Dicen que las penas compartidas pesan menos.
La miró con gesto amargo.
—No creo que eso sucediera en este caso.
—Aun así, desearía que me lo contaras
—insistió ella.
—Quizá más adelante.
Aunque temía la respuesta, debía
preguntárselo.
—¿Tiene algo que ver con que te hayas
disculpado justo antes de besarme?
Peter asintió con la cabeza de forma casi
imperceptible.
—Me temo que llegará un día en que lamentarás
haberte casado conmigo.
—No seas ridículo. Nunca lamentaré haberme
casado con el hombre al que quiero.
Él volvió la cabeza como si, de pronto,
mirarla se le hiciera insufriblemente doloroso.
Aquél no era en absoluto el comienzo que Lali
había previsto para su matrimonio. Al contrario, debía ser una ocasión gozosa.
Había llamado la atención del duque durante la
última Temporada social, cuando su madre había visitado a una prima para
pedirle que presentara a su hija en sociedad. Lali ya había cumplido los
veinte, no era ninguna jovencita, y su madre estaba loca de preocupación por
que su hija encontrara pareja. Y la encontró. Su primer baile fue con el duque
de Killingsworth, y su galantería y su amabilidad le robaron el aliento de
inmediato.
El cortejo del duque la había complacido y
despertado la envidia de otras. Un paseo ocasional por Hyde Park. Una ópera.
Una cena. Una salida en coche. Nada espectacular. Siempre con la
correspondiente carabina.
Sin embargo, él parecía tan contento con ella
como ella con él. Creía que hacían buena pareja. Pero ahora ya no estaba tan
segura. ¿Por qué se mostraba de pronto distante y ya no resultaba tan fácil
conversar con él?
Lali no había crecido en los círculos que él
frecuentaba, y le preocupaba que, a pesar de todo, no lograra ser una duquesa
adecuada. Su marido no demostraba el entusiasmo que había esperado de él una
vez casados. ¿Tenía ella la culpa?
—¿Te preocupa que llegue un día en que seas tú
el que lamente haberse casado conmigo? —se atrevió a preguntarle.
O tal vez no llegó a formular la pregunta en
voz alta. Quizá sólo la pensó, porque él no dio muestras de haberla oído ni
hizo ademán de responder; se limitó a seguir mirando todo lo que le rodeaba,
salvo a ella.
Hay no se que decir pobresitos
ResponderEliminarBesitos
Marines