jueves, 11 de julio de 2013

Capitulo 8


—Mis razones son numerosas. No puedo exponerlas todas.
—Inténtalo.
—¿Tan raros te parecen mis cumplidos que buscas más?
Aquel pequeño desaire hizo que se sonrojara.
—Claro que no. Sólo que creía que, tras la boda, los novios se colmaban de atenciones.
—No sé mucho de ritos nupciales. Me temo que voy a estar avergonzándote todo el día.
—Ay, Robert, soy yo la que posiblemente te abochorne. Tú naciste para esta vida; yo sólo me he casado con ella.
—Tú jamás podrías ser una vergüenza para nadie.
La forma tan sentida en que pronunció esas palabras hizo que ella se ruborizarse.
—Vaya, he conseguido precisamente lo que pretendía evitar —dijo Robert—. Te he abochornado.
—Creo que nunca te había oído un elogio tan sincero.
—Discúlpame si mis palabras han sido inadecuadas. Aún no me he acostumbrado a mi papel de marido. No estoy muy seguro de cómo debo comportarme.
—Sé tú mismo, Robert. Eres tú a quien quiero.
—¿Cuánto?
—Muchísimo —contestó ella apretándole la mano otra vez—. Hoy soy la mujer más feliz de todo Londres.
—¿Lo eres?
—¿Qué demonios te pasa? Pareces tan inseguro... Tú nunca lo has sido. ¿Ha ocurrido algo? ¿Hay algo que deba saber?
Peter parecía a punto de comunicarle que el mundo, tal como lo conocían, iba a llegar a su fin de forma terrible en cualquier momento.
—¿Qué pasa, Robert?
Él le miró la mano con la que sujetaba la suya.
—No tiene importancia.
—Pero te veo preocupado.
—Tengo muchas cosas en la cabeza, eso es todo.
—Dicen que las penas compartidas pesan menos.
La miró con gesto amargo.
—No creo que eso sucediera en este caso.
—Aun así, desearía que me lo contaras —insistió ella.
—Quizá más adelante.
Aunque temía la respuesta, debía preguntárselo.
—¿Tiene algo que ver con que te hayas disculpado justo antes de besarme?
Peter asintió con la cabeza de forma casi imperceptible.
—Me temo que llegará un día en que lamentarás haberte casado conmigo.
—No seas ridículo. Nunca lamentaré haberme casado con el hombre al que quiero.
Él volvió la cabeza como si, de pronto, mirarla se le hiciera insufriblemente doloroso.
Aquél no era en absoluto el comienzo que Lali había previsto para su matrimonio. Al contrario, debía ser una ocasión gozosa.
Había llamado la atención del duque durante la última Temporada social, cuando su madre había visitado a una prima para pedirle que presentara a su hija en sociedad. Lali ya había cumplido los veinte, no era ninguna jovencita, y su madre estaba loca de preocupación por que su hija encontrara pareja. Y la encontró. Su primer baile fue con el duque de Killingsworth, y su galantería y su amabilidad le robaron el aliento de inmediato.
El cortejo del duque la había complacido y despertado la envidia de otras. Un paseo ocasional por Hyde Park. Una ópera. Una cena. Una salida en coche. Nada espectacular. Siempre con la correspondiente carabina.
Sin embargo, él parecía tan contento con ella como ella con él. Creía que hacían buena pareja. Pero ahora ya no estaba tan segura. ¿Por qué se mostraba de pronto distante y ya no resultaba tan fácil conversar con él?
Lali no había crecido en los círculos que él frecuentaba, y le preocupaba que, a pesar de todo, no lograra ser una duquesa adecuada. Su marido no demostraba el entusiasmo que había esperado de él una vez casados. ¿Tenía ella la culpa?
—¿Te preocupa que llegue un día en que seas tú el que lamente haberse casado conmigo? —se atrevió a preguntarle.
O tal vez no llegó a formular la pregunta en voz alta. Quizá sólo la pensó, porque él no dio muestras de haberla oído ni hizo ademán de responder; se limitó a seguir mirando todo lo que le rodeaba, salvo a ella.

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