lunes, 22 de julio de 2013

Capitulo 19

bueno ultimo chicas mañana les subo solo uno Gracias a todas las que comentaron son los mas... besos y COMENTEN...



Era ya muy tarde cuando llegaron a Hawthorne House, pero aun así Lali pudo ver claramente el rostro de su marido. Una serie de antorchas iluminaba el camino y los escalones que conducían a la inmensa mansión que parecía haber surgido de la tierra conforme se iban acercando. Al mirarla, se sintió pequeña, insignificante, claro que mirar a su marido también solía producirle ese efecto, porque era alto y bien formado, y tenía un aire muy seguro.
Peter se quedó junto al coche, contemplando la mansión con una especie de asombro desconcertante, como si no la hubiera visto desde hacía años. Cuando por fin se dirigió a la casa, llegó sólo hasta uno de los enormes leones de piedra que guardaban los escalones de entrada y acarició una de las patas de la escultura.
—Cuando era un niño, me sentaba en esta inmensa bestia y fingía ser un explorador en la selva africana.
Su voz denotaba cierta tristeza, como si aquel antiguo recuerdo le resultara doloroso a la vez que reconfortante. Empezó a subir los escalones, y ella lo siguió en seguida. Su comportamiento le parecía extraño, pues sabía que había estado en la residencia familiar hacía un mes como mucho.
Un anciano salió corriendo de la casa.
—Lo estábamos esperando, señoría. —El hombre se detuvo y le hizo una pequeña reverencia.
—Whitney, cuánto me alegro de volverte a ver.
El saludo casi sofocado del duque contenía una extraña mezcla de duda y alivio que Lali no pudo entender.
—¿Es esta hermosa dama la duquesa con quien nos dijo que volvería? —preguntó Whitney.
Peter se volvió, al parecer algo sorprendido de encontrarla a su lado, como si acabara de recordar que iba con él.
—Duquesa, permíteme que te presente a Whitney. Lleva supervisando el funcionamiento de esta casa desde que yo tengo uso de razón.
—Whitney —dijo ella con voz dulce.
—Bienvenida a Hawthorne House, milady —respondió Whitney con una reverencia.
—¿Cuánto tiempo lleva aquí, Whitney? —inquirió Lali.
—Treinta y ocho años si los contara, aunque le aseguro que no lo haré. Me encargaré de que trasladen sus pertenencias inmediatamente al ala familiar...
—No.
Tanto Lali como Whitney se volvieron hacia el duque, que había pronunciado aquel monosílabo con rotundidad, como si el mayordomo hubiera sugerido algo inaudito. Parecía muy incómodo, y su mirada iba de uno a otro sin saber muy bien dónde posarse.
—Necesito estar algún tiempo solo —dijo en voz baja—. Si no te importa, cariño, creo que, de momento, encontrarás plenamente satisfactorias las habitaciones del ala este.
¿Que si no le importaba? ¿Cómo no iba a importarle que la castigaran a alojarse en la otra punta de la casa? ¿Y que se enterara todo el servicio? ¿Que si no le importaba? ¿Se había vuelto loco? Por supuesto que le importaba. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué la trataba con tanta indiferencia después de todo el interés que había mostrado durante el viaje?
Antes de que pudiera recuperarse de su asombro lo suficiente como para articular una respuesta coherente, él ya se había dirigido de nuevo a Whitney.
—Atiende las necesidades de la duquesa. Me instalaré en el ala familiar y no deseo que se me moleste.
—Sí, señoría —contestó Whitney solemnemente.
El duque subió los escalones como un soldado camino del campo de batalla, dejando tras de sí a su esposa y al servicio. Con un solo movimiento de la mano, Whitney comenzó a impartir órdenes entre los diversos criados que habían aparecido discretamente poco después de que llegara el coche.
Luego, Whitney se volvió hacia Lali; sus ojos verdes y amables revelaban compasión.
—El duque tiene por costumbre buscar la soledad poco después de su llegada.
—¿Es eso cierto?
—Sí, señora. Tras la partida de su hermano para América y la pérdida de sus padres como consecuencia de la gripe, nunca ha vuelto a ser el mismo.
—¿En qué sentido?
Whitney meneó la cabeza.
—No soy quién para justificar al duque o su conducta; sólo quería que supiera que no es inusual que quiera estar un tiempo solo.
Entendía que lo hiciera normalmente, pero ¿justo después de su boda? ¿Y dejando plantada a su nueva esposa en el umbral?
—¿Cuántas veces ha traído una esposa a casa y la ha dejado a la puerta como si fuera un bulto más? —preguntó Lali irritada.
—Es un hombre difícil, milady.
—Pues quizá descubra que su esposa es igual de difícil.
—¿Me permite que le muestre sus aposentos? —preguntó Whitney.
La duquesa respiró hondo. No era justo que descargara su ira con Whitney cuando era con su marido con quien estaba disgustada. Era absurdo que la abandonara. No pudo evitar pensar que algo iba muy mal.

Sentado en una lujosa silla de caoba, Peter miraba la cama de su madre. Como había descubierto tristemente en la residencia de Londres, ya quedaba poco de ella allí: su aroma no perduraba, no se oía el eco de su risa, ni de las nanas que un día le cantara. No quedaban ropas suyas que pudiera tocar. Era como si nunca hubiera existido; sin embargo, su recuerdo lo había sostenido durante sus años de aislamiento.
Siempre se había llevado mejor con su madre que con su padre. Ella era quien lo guiaba, le aconsejaba, lo asesoraba. También la influencia de su progenitor había sido importante, pero era a su madre a quien siempre se esforzaba por complacer, quien sonreía al ver las flores silvestres que cogía para ella, como si procedieran del más exquisito de los jardines. Para ella pintaba sus cuadros. Era la aprobación de su madre la que Peter siempre había buscado y obtenido.
¿Cómo iba a instalar ahora a otra mujer en aquella habitación? ¿Cómo iba a alojarse él en el dormitorio de su padre? Significaría aceptar que ya no vivían.
Durante ocho años, había deseado que todo aquello fuera una pesadilla, fugarse y encontrar a sus padres aún vivos. Pero la pesadilla continuaba al otro lado de los muros de Pentonville.
No le cabía duda de que John ya había hecho suyo aquel dormitorio. Quizá también él encontraría consuelo y fortaleza durmiendo en la misma cama que su padre, su abuelo, su bisabuelo y todos los que lo habían precedido. Era una tradición. Hombres buenos y fuertes que habían servido al rey, a la reina y al país. Hombres con un destino. Hombres con un deber. Hombres leales.
A él lo habían educado a imagen y semejanza de aquellos hombres, mientras, al parecer, John había crecido lejos de su influencia.
Con un suspiro, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Estaba agotado de fingir ser la versión que su hermano había creado de él. Era una locura.
Debía acudir al lord Canciller, el jefe de la administración de justicia, y declarar su derecho al ducado... Pero ¿cómo demostraría que de verdad era Peter? Sería la palabra de un hermano contra la del otro.
Se ocuparía de eso al día siguiente, cuando hubiera descansado.
Su esposa se encontraba cómodamente instalada y fuera de peligro en otra ala de la casa, y se le ocurrían múltiples razones para evitarla, algo que debía lograr a toda costa. Lo hechizaba con sus relatos y sus sonrisas, y su condenada inocencia que él podría destruir fácilmente con la verdad. Debía evitar a la única persona que conocía a John lo suficiente como para desmontar la farsa de Peter, que en realidad no era tal.
Él era Peter Lanzani, duque de Killingsworth. Pero para ella sería un impostor, porque no era el hombre al que amaba, el hombre con el que había prometido casarse.
También se ocuparía de eso al día siguiente.
Esa noche lo único que quería era dormir en una cama cómoda, envuelto en calor y familiaridad.
Aquella noche, el verdadero duque de Killingsworth estaba en casa.

1 comentario:

  1. Peter querido se que esta traumado necesitas que sepan que eres el verdadero duque, piensas que Lali ama a tu hermano pero, es tu esposa como la mandas a dormir sola eeee
    Muy buenos los capitulos
    Besitos
    Marines

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