domingo, 21 de julio de 2013

Capitulo 13





—Creía que este nuevo sistema carcelario se consideraba mucho mejor que el anterior. Es limpio, moderno. Y aunque quizá los capuchones resulten algo molestos, si yo estuviera encerrada ahí, no querría que nadie me identificara. Creo que agradecería el anonimato mientras esperaba mi deportación a Australia.
—Pero perderías ese anonimato la mañana en que te trasladaran al barco. Allí no se llevan los capuchones. Los rostros quedan al descubierto, así que ¿por qué molestarse en ocultarlos?
Lali frunció su delicado cejo.
—Entiendo lo que dices. Supongo que parece una práctica algo fútil, pero estoy convencida de que la decisión no fue arbitraria. Seguramente hay una buena razón que ignoramos.
—No se me ocurre ninguna.
—Lo que no significa que no exista. Sólo que no podemos imaginarla. No me cabe duda de que todas las resoluciones se tomaron con gran sabiduría y prudencia. Pero ¿por qué te fascina tanto este lugar?
Se puso delante de él de forma que o la miraba a los ojos o tenía que mirar por encima de su cabeza. Decidió mirarla a los ojos, e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho. Revelaban una súplica que él no acababa de entender. Peter bajó la mirada a sus labios y se dio cuenta de que aquel día había cometido muchos errores, porque la boca de Lali le recordó lo cerca que había estado de besarla en la iglesia.
Ella se humedeció el labio inferior con la lengua, y a Peter se le agarrotó todo el cuerpo. Levantó la vista de repente y miró por encima de ella, hacia la prisión, la cárcel modelo orgullo de Inglaterra. No era justo que él hubiera pasado ocho años de su vida en aquel lugar; no era justo que John pasara en él ni siquiera unas noches. No era justo que la mujer que tenía delante quisiera a su hermano.
Ella le acarició la mejilla, obligándolo a mirarla de nuevo.
—No me dejes —le susurró, suplicante—. No sé adónde vas cuando miras ese espantoso edificio, pero de algún modo te atrapa. Aunque estés aquí de pie, ya no estás conmigo. Vámonos, por favor.
Peter le cogió las manos; eran tan pequeñas, tan suaves y cálidas. Incluso a través de los guantes, podía sentir su calor. Volviendo levemente la cabeza, asintió mientras le depositaba un beso en el centro de la palma y le llegaba una intensa oleada de su perfume. Debía de haberse puesto una gota en la muñeca, y él se preguntó qué más se habría perfumado. El cuello, el canalillo entre los pechos, la corva de las piernas. Lugares que él besaría encantado, con o sin el embrujo de su fragancia.
Se apartó, por temor a que ella detectara el deseo que albergaba. En ocho años no había conocido el tacto de una mujer, el sonido de una voz femenina, la dulzura que regalaban al mundo. Su hermano, sin embargo, había tenido todas esas cosas. ¿La valoraría él tanto como Peter, o no tendría nada en estima?
Le ofreció el brazo y la condujo al coche. Una vez acomodados en el interior y de nuevo en camino, se sorprendió contemplando a su esposa, la amada de su hermano, y lo asaltó la furia de ver que la injusticia continuaba cebándose en su persona, una furia como nunca antes había sentido.


De vuelta en el coche, a Lali ya no le quedaban ganas de seguir intentando entablar conversación. Estaba tan cansada como él; se había levantado antes del amanecer para iniciar los preparativos de su boda. Además, aunque la entristecía la falta de entusiasmo de Peter por cualquier tema que ella abordara, debía admitir que quizá no lograba interesarlo en ninguna discusión sustanciosa porque también él estaba cansado, y no porque de pronto la encontrara aburrida.
Él siempre se había mostrado muy reservado cuando estaban juntos, pero, claro, nunca habían estado a solas, sino en público, o con la carabina pisándoles los talones.
Había pensado que el matrimonio le dejaría ver al hombre privado; no se le había ocurrido pensar que aún pudiera ser más callado. Había imaginado que, cuando por fin estuvieran solos, llegarían a conocerse mejor y nacería en ellos la pasión que les faltaba antes. Siempre se habían encontrado cortésmente a gusto el uno con el otro, pero incluso eso parecía ahora haberse desvanecido.
—Es extraño, ¿no crees? —se aventuró a decir por fin.
Él la miró.
—¿El qué?
—Ésta es la primera vez que estamos completamente solos. Esperaba algo distinto.
—¿En qué sentido?
Ella se mordisqueó el labio, preguntándose si debía atreverse a confesar...
—Pensé que me tomarías en cuanto pudieras.
Era imposible confirmarlo a aquella distancia, pero le pareció que su marido se había sonrojado.
—Dudo que desees que te tome en un coche —le espetó él con voz ronca, en evidente pugna con las imágenes que aquello le sugería.
—Supongo que sería algo incómodo. —Aunque no estaba del todo segura. ¿Podía tomarla mientras estaba sentada, o hacía falta que estuvieran tumbados? Por espacioso que fuera el coche, el traqueteo del vehículo resultaría desagradable.
—Sin la menor duda —comentó él lacónico.
—¿Alguna vez... en un coche? —preguntó ella.
Él miró por la ventanilla.
—No. Y aunque lo hubiera hecho, creo que no le relataría mis proezas a una dama.
—Así que ahora podrías estar mintiendo para no ofenderme.
—No miento —aclaró él volviendo de pronto la cabeza.
—Aunque no tengas previsto tomarme, podrías sentarte a mi lado. Ahora que estamos casados, es perfectamente aceptable.
—Si me siento a tu lado, no sé si podré resistir la tentación de tomarte.
Le pareció que ahora era ella quien se ruborizaba.
—Podríamos poner a prueba tu comedimiento.
—Preferiría no hacerlo.
—¿De modo que te has sentado ahí para evitar la tentación?
Él asintió rotundamente con la cabeza y siguió mirando el paisaje por la ventanilla. Lali se contentó como pudo con aquella confesión. Al menos la deseaba.
La insistencia de Peter en no poner a prueba su mesura quedó patente cuando el coche se detuvo ante una fonda y los condujeron de inmediato a una sala privada. Lali se había emocionado pensando que el duque ya no podía esperar más para hacerla suya, pero la estancia estaba dispuesta para comer, no para dormir, y la mesa no parecía más cómoda que el coche.
Peter había cruzado la habitación y se había puesto a mirar por la ventana mientras los criados traían la comida y lo disponían todo con muy buen gusto. Por lo visto, el propietario estaba acostumbrado a que el duque parara allí de camino a Hawthorne House, porque al salir de la estancia le aseguró a Peter que le prepararía caballos frescos.
Ahora, ella estaba sentada a la pequeña mesa, frente a su marido. Quería comer con tanto entusiasmo como él lo hacía, pero la incertidumbre sobre cuándo querría él consumar su matrimonio le había hecho un nudo en el estómago. Temió que comer sólo le sirviera para abochornarse más cuando no pudiera tragar lo masticado.
—¿Cuánto vamos a quedarnos aquí? —preguntó al fin.
Él levantó la mirada del plato, perplejo, como si hubiera olvidado que estaba acompañado. Masticó despacio, buscando entretanto la respuesta. Por fin, tragó y habló.
—Sólo hasta que nos cambien los caballos.
—Parece que aquí te conocen.
Por un instante, creyó ver temor en su rostro, pero se esfumó tan rápidamente, oculto tras su coraza habitual, que Lali supuso que lo había imaginado.
—Hace tiempo, mi abuelo acordó con varios posaderos el cuidado de algunos de nuestros caballos para que pudiéramos usarlos y viajar más rápidamente de Londres a nuestras diversas fincas. Yo sólo me beneficio de su estrategia.
—¿Dónde pasaremos la noche?
—Si te ves con ánimo, preferiría no parar. Estoy ansioso por llegar a Hawthorne House.
Lali deseó que estuviera igual de ansioso por quedarse a solas con ella. Tal vez se sintiera más cómodo en casa; quizá entonces las cosas fueran como esperaba.
—No me importa viajar toda la noche.
—Estupendo.
Peter volvió a concentrarse en su comida: cortó cuidadosamente un trozo de jamón, se lo metió en la boca y cerró los ojos como si nunca antes hubiera probado nada tan delicioso.
Ella se cortó un pedazo para probarlo. No detectó nada especial: ningún adobo tentador. Le sorprendió verlo saborear aquellos platos: lo creía hombre de gustos singulares, de los que prefieren lo inusual a lo sublime. Empezaba a darse cuenta de que su noviazgo apenas le había permitido conocerlo.
Con el gorjeo de los pájaros en la ventana y el tintineo de la plata en la porcelana, empezó a ponerse tensa. Le resultaba irritante, aterrador, no saber exactamente lo que debía esperar. ¿Iba a ser ésa su vida? ¿La iba a ignorar siempre? ¿No iba a saber jamás lo que él pensaba, sentía o soñaba?
—¿Recuerdas la noche en que nos conocimos? —se decidió a preguntarle.
Él terminó de masticar, tragó y bebió un sorbo de agua.
—Siempre recordaré el momento en que te vi por primera vez.
Sus palabras la sonrojaron. Eran más galantes, más del estilo que ella esperaba.
Peter dio otro sorbo...
—Me asustas —dijo ella.
Él se agitó, se llevó el puño a la boca y tosió varias veces, con los ojos llorosos. Luego carraspeó.
—Perdona. Me estaba atragantando. —Volvió a carraspear, se enjugó la boca con la servilleta de lino y bajó la mirada al plato, como si intentara decidir cuándo podría continuar comiendo. Después la miró—. ¿Por qué?
—Porque antes eras tan confiado, estabas tan seguro de tu sitio.
—Bueno, quizá no debía haberlo estado... tan seguro de mi sitio, quiero decir.
—Pero ésa es una de las cosas que admiro de ti. Jamás vacilas en tus decisiones, ni en tus actos.
—Créeme, Lali, tengo muchísimas dudas.
Recostándose en la silla, la estudió como si ella fuera a proporcionarle la respuesta a lo que buscaba.
—Me preocupa que, con el tiempo, cambien tus sentimientos hacia mí.
Ella rió un poco.
—Claro que cambiarán. Cuando pasemos más tiempo juntos y nos conozcamos mejor se intensificarán. —Le cogió la mano que tenía en la mesa—. Quiero conocerte mejor.
—Me temo que eso no es posible. —Apartó la mano y se levantó. A ella se le encogió el corazón—. Perdóname, pero no estoy acostumbrado a compartir mis cosas, mis sentimientos, mis pensamientos —dijo, peinando el aire con los dedos, perplejo, como sorprendido de su propia vehemencia—. Por tanto, no podrás conocerme mejor. En este momento, debo atender otros asuntos. Te sugiero que te ocupes de tu propio bienestar antes de reunirte conmigo en el coche. Quisiera partir cuanto antes. Si me disculpas —concluyó con un brusco movimiento de cabeza.
Ella tragó saliva y asintió.
—Te agradecería que no tardaras —añadió él.
Dicho esto, salió de la sala, y la dejó confusa y temblando. ¿Qué había hecho ella para que se disgustara así?

En cuanto a lo de no compartir, bueno, le daba hasta la mañana siguiente. Su afirmación era absurda. ¿Cómo podía un intercambio de votos transformar a un hombre de ese modo?

1 comentario:

  1. hay no la trates asi Peter no te comprende la pobre :(
    Besitos
    Marines

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