Peter miró por la ventana, luego se volvió
hacia ella.
—Nos acercamos a un pueblo. Pronto pararemos.
—Bien —dijo ella—. Creo que necesito
adecentarme un poco.
Él le lanzó una mirada pícara.
—Por mí no lo hagas.
Lali miró para otro lado. Aquella mañana
parecía más relajado. También ella lo estaba. El matrimonio precisaba cierta adaptación,
y Lali empezaba a pensar que lo estaban haciendo espléndidamente.
Peter quería
recorrerle los costados con los dedos, hacerle cosquillas. La breve carcajada
de antes le había hecho anhelar más. Su risa era un sonido alegre y jovial,
como la luz del sol que penetra en un bosque oscuro y permite vislumbrar algo
más luminoso al otro lado de las sombras.
Podría pasarse la vida pinchándose el trasero
con alfileres con tal de oírla reír.
Sentado a la mesa de la posada frente a su
esposa, se preguntó cuántas veces habría reído John con ella. Si de verdad
fuera suya, buscaría el modo de hacerla reír constantemente, de que sonriera,
de que sus ojos resplandecieran. Se esforzaría por alegrarla, porque al hacerlo
se alegraba él también.
Lamentó no saber cómo divertirla, salvo
poniéndose en ridículo él mismo.
Lali parecía haber recuperado el apetito,
porque se terminó hasta el último de los huevos de su plato. Lo había dejado
solo un momento, por lo visto para pellizcarse las mejillas, porque ahora las
tenía sonrosadas. Además, se había peinado, pues los pocos mechones de pelo que
se le habían soltado durante la noche ocupaban de nuevo su lugar.
Una pena.
Odiaba ser testigo de cualquier privación de
libertad, aunque fuera de la de un mechón de pelo, pero sobre todo si era de
ella. Le gustaría verlo suelto, cayéndole por los hombros.
—¿Hasta dónde te llega la melena? —preguntó.
Ella levantó la vista del plato, ceñuda, y él
temió por un instante que fuera una pregunta cuya respuesta debía saber.
—Por debajo de la cadera —contestó al fin en
voz baja—. A lo mejor te gustaría cepillármela alguna vez.
Se imaginó pasándole los dedos por los
cabellos, sin cepillos ni peines. Una y otra vez, hasta que se le enredaran en
la oscura cortina. Le recordaba a la caoba pulida, de un lustre tan intenso que
sólo imaginarlo adornando su cuerpo lo excitaba.
—¿Me cepillarías tú el mío? —replicó él en
broma.
Pero el afecto que vio en sus ojos sólo sirvió
para encender aún más su pasión.
—Si me dejas hacerlo con los dedos —espetó ella.
Peter enmudeció, y sólo fue capaz de asentir
con la cabeza.
—Entonces, sí, me gustaría mucho peinarte
alguna vez —añadió Lali, dejando ver su lengua un instante al abrir la boca.
Él le mantuvo la mirada, desafiante, durante
lo que pareció una eternidad. ¿Ya no eran las mujeres las criaturas tímidas que
había conocido en su juventud? Cielo santo, aquélla era un peligro que no podía
permitirse.
Carraspeó y se levantó con menos energía que
en su última comida juntos.
—Si me disculpas, debo supervisar los preparativos
de nuestra partida.
Necesitaba, si era posible, que el cochero los
dejara en Hawthorne House antes del anochecer, antes de que tuviera otra
oportunidad de abrazarla, porque no estaba seguro de poder reprimirse más.
A Lali
el resto del viaje le resultó más agradable, más como lo había esperado. Lo
entretuvo con anécdotas de su juventud, por las que él nunca se había
interesado antes. Aunque parecía depositar en ella el peso de la conversación,
se mostraba cautivado por cualquier cosa que le contara, como si estuviera tan
enamorado de su voz como de los pormenores de sus relatos.
Al principio, ella había querido pasar el
tiempo con un juego de palabras, pero él se había limitado a negar con la
cabeza.
—¿Cuál es tu primer recuerdo? —le había preguntado—.
Empieza por ahí y cuéntame.
—Me llevará todo el día.
—Tenemos todo el día —le había replicado él
con una sonrisa.
—¿Me devolverás el favor?
—Tal vez, pero primero tú.
Así que había empezado a hablarle de su
recuerdo más antiguo, a hombros de su padre para ver un desfile. Le habló de
todas las disciplinas que su madre la había obligado a aprender: la equitación,
que le encantaba; el piano, que toleraba; la costura, que aborrecía; y la
pintura, que su madre había calificado de espantosa.
Cuando ella le preguntaba algo, él se limitaba
a menear la cabeza y decir: «Aún no hemos terminado contigo».
Nunca había estado con nadie que se interesara
tanto por todos los aspectos de su vida. Los hombres con los que había
coqueteado ocasionalmente preferían hablar de sí mismos. Incluso Peter, antes
de la boda, rara vez había indagado en su vida anterior. La halagaba que de
pronto sintiera curiosidad.
—Diana y tú estáis muy unidas —susurró en
cierto momento.
—Mucho. Es más que mi hermana. Es mi amiga,
pero es tan bromista... A mamá la aturde. Ayer mismo me estaba tomando el pelo
con que había besado a un francés.
Algo que Lali ahora creía, porque sabía que
los besos con lengua existían.
—¿Y por qué iba a hacer algo así? —preguntó
él.
—No sé, con la cantidad de ingleses a los que
podría besar.
Él soltó una risita.
—Y tú lo sabes porque has besado a muchos.
—He besado a uno, el único que me importa
—respondió ella alzando la nariz.
Peter le concedió una sonrisa, al parecer
complacido con su afirmación.
Sin embargo, a medida que se aproximaban a su
destino, empezó a mostrarse más reflexivo, de repente desprovisto de curiosidad
e interés, con la mirada introvertida, como lo había visto en innumerables
ocasiones, y al darse cuenta de que ya no la escuchaba, dejó de hablar.
hay hermosos si se encantan Peter es tuya solo tuya <3
ResponderEliminarBesitos
Marines