lunes, 22 de julio de 2013

Capitulo 18



Peter miró por la ventana, luego se volvió hacia ella.
—Nos acercamos a un pueblo. Pronto pararemos.
—Bien —dijo ella—. Creo que necesito adecentarme un poco.
Él le lanzó una mirada pícara.
—Por mí no lo hagas.
Lali miró para otro lado. Aquella mañana parecía más relajado. También ella lo estaba. El matrimonio precisaba cierta adaptación, y Lali empezaba a pensar que lo estaban haciendo espléndidamente.
  Peter quería recorrerle los costados con los dedos, hacerle cosquillas. La breve carcajada de antes le había hecho anhelar más. Su risa era un sonido alegre y jovial, como la luz del sol que penetra en un bosque oscuro y permite vislumbrar algo más luminoso al otro lado de las sombras.
Podría pasarse la vida pinchándose el trasero con alfileres con tal de oírla reír.
Sentado a la mesa de la posada frente a su esposa, se preguntó cuántas veces habría reído John con ella. Si de verdad fuera suya, buscaría el modo de hacerla reír constantemente, de que sonriera, de que sus ojos resplandecieran. Se esforzaría por alegrarla, porque al hacerlo se alegraba él también.
Lamentó no saber cómo divertirla, salvo poniéndose en ridículo él mismo.
Lali parecía haber recuperado el apetito, porque se terminó hasta el último de los huevos de su plato. Lo había dejado solo un momento, por lo visto para pellizcarse las mejillas, porque ahora las tenía sonrosadas. Además, se había peinado, pues los pocos mechones de pelo que se le habían soltado durante la noche ocupaban de nuevo su lugar.
Una pena.
Odiaba ser testigo de cualquier privación de libertad, aunque fuera de la de un mechón de pelo, pero sobre todo si era de ella. Le gustaría verlo suelto, cayéndole por los hombros.
—¿Hasta dónde te llega la melena? —preguntó.
Ella levantó la vista del plato, ceñuda, y él temió por un instante que fuera una pregunta cuya respuesta debía saber.
—Por debajo de la cadera —contestó al fin en voz baja—. A lo mejor te gustaría cepillármela alguna vez.
Se imaginó pasándole los dedos por los cabellos, sin cepillos ni peines. Una y otra vez, hasta que se le enredaran en la oscura cortina. Le recordaba a la caoba pulida, de un lustre tan intenso que sólo imaginarlo adornando su cuerpo lo excitaba.
—¿Me cepillarías tú el mío? —replicó él en broma.
Pero el afecto que vio en sus ojos sólo sirvió para encender aún más su pasión.
—Si me dejas hacerlo con los dedos —espetó ella.
Peter enmudeció, y sólo fue capaz de asentir con la cabeza.
—Entonces, sí, me gustaría mucho peinarte alguna vez —añadió Lali, dejando ver su lengua un instante al abrir la boca.
Él le mantuvo la mirada, desafiante, durante lo que pareció una eternidad. ¿Ya no eran las mujeres las criaturas tímidas que había conocido en su juventud? Cielo santo, aquélla era un peligro que no podía permitirse.
Carraspeó y se levantó con menos energía que en su última comida juntos.
—Si me disculpas, debo supervisar los preparativos de nuestra partida.
Necesitaba, si era posible, que el cochero los dejara en Hawthorne House antes del anochecer, antes de que tuviera otra oportunidad de abrazarla, porque no estaba seguro de poder reprimirse más.


 A Lali el resto del viaje le resultó más agradable, más como lo había esperado. Lo entretuvo con anécdotas de su juventud, por las que él nunca se había interesado antes. Aunque parecía depositar en ella el peso de la conversación, se mostraba cautivado por cualquier cosa que le contara, como si estuviera tan enamorado de su voz como de los pormenores de sus relatos.
Al principio, ella había querido pasar el tiempo con un juego de palabras, pero él se había limitado a negar con la cabeza.
—¿Cuál es tu primer recuerdo? —le había preguntado—. Empieza por ahí y cuéntame.
—Me llevará todo el día.
—Tenemos todo el día —le había replicado él con una sonrisa.
—¿Me devolverás el favor?
—Tal vez, pero primero tú.
Así que había empezado a hablarle de su recuerdo más antiguo, a hombros de su padre para ver un desfile. Le habló de todas las disciplinas que su madre la había obligado a aprender: la equitación, que le encantaba; el piano, que toleraba; la costura, que aborrecía; y la pintura, que su madre había calificado de espantosa.
Cuando ella le preguntaba algo, él se limitaba a menear la cabeza y decir: «Aún no hemos terminado contigo».
Nunca había estado con nadie que se interesara tanto por todos los aspectos de su vida. Los hombres con los que había coqueteado ocasionalmente preferían hablar de sí mismos. Incluso Peter, antes de la boda, rara vez había indagado en su vida anterior. La halagaba que de pronto sintiera curiosidad.
—Diana y tú estáis muy unidas —susurró en cierto momento.
—Mucho. Es más que mi hermana. Es mi amiga, pero es tan bromista... A mamá la aturde. Ayer mismo me estaba tomando el pelo con que había besado a un francés.
Algo que Lali ahora creía, porque sabía que los besos con lengua existían.
—¿Y por qué iba a hacer algo así? —preguntó él.
—No sé, con la cantidad de ingleses a los que podría besar.
Él soltó una risita.
—Y tú lo sabes porque has besado a muchos.
—He besado a uno, el único que me importa —respondió ella alzando la nariz.
Peter le concedió una sonrisa, al parecer complacido con su afirmación.

Sin embargo, a medida que se aproximaban a su destino, empezó a mostrarse más reflexivo, de repente desprovisto de curiosidad e interés, con la mirada introvertida, como lo había visto en innumerables ocasiones, y al darse cuenta de que ya no la escuchaba, dejó de hablar.

1 comentario:

  1. hay hermosos si se encantan Peter es tuya solo tuya <3
    Besitos
    Marines

    ResponderEliminar