lunes, 22 de julio de 2013

Capitulo 17



No estaba segura de por qué lo sabía, sólo de que lo sabía. Peter no la asediaba con intenciones amorosas ni con pasión. Parecía limitarse a probar las aguas del deseo de ella, y se preguntó si él experimentaba deseo alguno.
Su beso de la noche anterior había sido más apasionado. ¿Era porque se lo había dado en la oscuridad? ¿La luz del sol lo hacía avergonzarse de un simple encuentro de labios?
Mientras su boca jugaba con la de ella, Lali deseó que Peter perdiera el control, que la deseara, que la necesitara...
—Peter —empezó, y esa palabra le concedió a él la oportunidad de deslizar su lengua en la boca de ella.
En ese momento, todo cambió. El beso se hizo más apasionado. Lo oyó gemir, sintió la agitación de su pecho contra el suyo, la presión casi dolorosa de sus dedos en la muñeca. Su lengua le recorrió la boca, y la encendió como el fuego prende la leña.
Oyó un gemido, un suspiro, y le sorprendió descubrir que procedían de ella. Ladeó ligeramente la cabeza para facilitarle el trabajo…
De pronto, él desapareció, se apartó de ella con la mirada de un hombre horrorizado por su propia conducta.
—Perdóname —dijo con voz ronca y la respiración entrecortada.
—¿Qué es lo que tengo que perdonar?
—No voy a tomarte en el coche, como un bárbaro.
Sabía que debía sentirse ofendida, en cambio, se alegró. Él la deseaba. De verdad. ¿Acaso creía que el acto del amor precisaba galanterías? Qué aburrido. En aquel instante, pensó que prefería al bárbaro.
—No me importaría —señaló con sinceridad.
—¿No te importaría? —preguntó él como si hubiera olvidado su comentario anterior.
—Que me tomasen en un coche. La intimidad... Últimamente no pienso en otra cosa, en cómo serán las cosas entre un hombre y una mujer. Ya sé que suena escandaloso pero seguramente tú también lo has pensado.
Los ojos de Peter se oscurecieron y su mirada pareció ensimismarse, como si viera en su propio interior aquellos mismos pensamientos.
—A todas horas desde que te conocí.
Ella soltó una risa avergonzada.
—Siempre has sido tan correcto... No tenía ni idea. Nunca me has dado a entender...
—Es fácil contener lo que nunca se ha liberado.
—No entiendo.
—Dar voz a mis deseos los haría más difíciles de controlar. Es humano y natural excitarse con el aroma de una fragancia, con una caricia... —le acarició la mejilla con el dedo—, con una promesa.
—No sabía que fueras tan poético.
—Quizá sería más fácil si fingieras que me conociste ayer.
Ella sonrió.
—Pero entonces no tendríamos historia, ni recuerdos de los momentos que hemos pasado juntos. No puedo borrar los doce meses de nuestro noviazgo como si nunca hubieran existido. Sin ellos, tal vez no habría estado ayer a tu lado en el altar.
—Por supuesto.
Qué curioso. Le pareció detectar cierta decepción en su tono de voz.
—Precisamente porque me importas no quiero apartarme de esos recuerdos —añadió ella, intentando persuadirlo de su sinceridad.
—Si no de los recuerdos, al menos apártate un poco de mí. Me estoy entumeciendo.
—Lo siento, ni siquiera me había...
Intentó separarse de ella sin dar lugar a mayor intimidad. Cuando se retiraba para dejarle más espacio, perdió el equilibrio al borde del asiento, agitó los brazos para no desplomarse y, logrando al fin enderezarse, se dejó caer en el asiento de enfrente.
—¡Maldita sea! —rugió cuando, al levantarse de un respingo, se dio con el techo del coche en la cabeza.
Lali lo vio volverse y tocarse el trasero, y se dio cuenta de que se había sentado sobre el alfiler de su sombrero.
Se llevó la mano a la boca para no reírse de su cómico gesto de confusión. El coche disminuyó la marcha y el cambio brusco volvió a sentar a Peter de golpe. Mariana tuvo que contener de nuevo la carcajada.
El coche se detuvo, se abrió la puerta y un lacayo se asomó.
—¿Va todo bien, señoría?
—Todo va bien. Que el cochero pare en la próxima posada; estoy muerto de hambre.
—Sí, señoría.
El lacayo cerró la puerta. Lali lo oyó hablar con el cochero; luego se pusieron de nuevo en marcha.
—Tu sombrero, duquesa.
Ella lo cogió. Peter no sólo se había sentado en el alfiler sino también en la pluma, que estaba rota y colgaba a un lado sin gracia.
—Y tu alfiler —añadió con aspereza.
Lali tomó el objeto doblado que le daba con una pequeña carcajada que no pudo reprimir.
—Lo siento.
—Más te vale. No está bien reírse de las desgracias ajenas.
La imposibilidad de determinar el tono de aquel comentario puso fin a la segunda carcajada. No era enfado. Sonaba a algo jocoso, una actitud más acorde con lo que esperaba de él.
—Me parece que tendrás que comprarme uno nuevo.
—Prefiero que no lleves adornos en el pelo, y menos aún alfileres u horquillas.
—Sin horquillas, parecería... —se llevó la mano a la nuca y de pronto se dio cuenta de que debía de parecer un espantajo—... algo despeinada.

Una expresión que fue incapaz de descifrar asomó al rostro de Peter: deseo, ilusión. No pudo evitar preguntarse si estaría imaginando despeinarla mientras la cautivaba con más besos.

1 comentario:

  1. jajjaa que gracioso...Peter tomala jajaja sorry me emociono de mas jajaj
    Besitos
    Marines

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