No estaba segura de por qué lo sabía, sólo de
que lo sabía. Peter no la asediaba con intenciones amorosas ni con pasión.
Parecía limitarse a probar las aguas del deseo de ella, y se preguntó si él
experimentaba deseo alguno.
Su beso de la noche anterior había sido más
apasionado. ¿Era porque se lo había dado en la oscuridad? ¿La luz del sol lo
hacía avergonzarse de un simple encuentro de labios?
Mientras su boca jugaba con la de ella, Lali
deseó que Peter perdiera el control, que la deseara, que la necesitara...
—Peter —empezó, y esa palabra le concedió a él
la oportunidad de deslizar su lengua en la boca de ella.
En ese momento, todo cambió. El beso se hizo
más apasionado. Lo oyó gemir, sintió la agitación de su pecho contra el suyo,
la presión casi dolorosa de sus dedos en la muñeca. Su lengua le recorrió la
boca, y la encendió como el fuego prende la leña.
Oyó un gemido, un suspiro, y le sorprendió
descubrir que procedían de ella. Ladeó ligeramente la cabeza para facilitarle
el trabajo…
De pronto, él desapareció, se apartó de ella
con la mirada de un hombre horrorizado por su propia conducta.
—Perdóname —dijo con voz ronca y la
respiración entrecortada.
—¿Qué es lo que tengo que perdonar?
—No voy a tomarte en el coche, como un
bárbaro.
Sabía que debía sentirse ofendida, en cambio,
se alegró. Él la deseaba. De verdad. ¿Acaso creía que el acto del amor
precisaba galanterías? Qué aburrido. En aquel instante, pensó que prefería al
bárbaro.
—No me importaría —señaló con sinceridad.
—¿No te importaría? —preguntó él como si
hubiera olvidado su comentario anterior.
—Que me tomasen en un coche. La intimidad...
Últimamente no pienso en otra cosa, en cómo serán las cosas entre un hombre y
una mujer. Ya sé que suena escandaloso pero seguramente tú también lo has
pensado.
Los ojos de Peter se oscurecieron y su mirada
pareció ensimismarse, como si viera en su propio interior aquellos mismos
pensamientos.
—A todas horas desde que te conocí.
Ella soltó una risa avergonzada.
—Siempre has sido tan correcto... No tenía ni
idea. Nunca me has dado a entender...
—Es fácil contener lo que nunca se ha
liberado.
—No entiendo.
—Dar voz a mis deseos los haría más difíciles
de controlar. Es humano y natural excitarse con el aroma de una fragancia, con
una caricia... —le acarició la mejilla con el dedo—, con una promesa.
—No sabía que fueras tan poético.
—Quizá sería más fácil si fingieras que me
conociste ayer.
Ella sonrió.
—Pero entonces no tendríamos historia, ni
recuerdos de los momentos que hemos pasado juntos. No puedo borrar los doce
meses de nuestro noviazgo como si nunca hubieran existido. Sin ellos, tal vez
no habría estado ayer a tu lado en el altar.
—Por supuesto.
Qué curioso. Le pareció detectar cierta
decepción en su tono de voz.
—Precisamente porque me importas no quiero
apartarme de esos recuerdos —añadió ella, intentando persuadirlo de su
sinceridad.
—Si no de los recuerdos, al menos apártate un
poco de mí. Me estoy entumeciendo.
—Lo siento, ni siquiera me había...
Intentó separarse de ella sin dar lugar a
mayor intimidad. Cuando se retiraba para dejarle más espacio, perdió el
equilibrio al borde del asiento, agitó los brazos para no desplomarse y,
logrando al fin enderezarse, se dejó caer en el asiento de enfrente.
—¡Maldita sea! —rugió cuando, al levantarse de
un respingo, se dio con el techo del coche en la cabeza.
Lali lo vio volverse y tocarse el trasero, y
se dio cuenta de que se había sentado sobre el alfiler de su sombrero.
Se llevó la mano a la boca para no reírse de
su cómico gesto de confusión. El coche disminuyó la marcha y el cambio brusco
volvió a sentar a Peter de golpe. Mariana tuvo que contener de nuevo la
carcajada.
El coche se detuvo, se abrió la puerta y un
lacayo se asomó.
—¿Va todo bien, señoría?
—Todo va bien. Que el cochero pare en la
próxima posada; estoy muerto de hambre.
—Sí, señoría.
El lacayo cerró la puerta. Lali lo oyó hablar
con el cochero; luego se pusieron de nuevo en marcha.
—Tu sombrero, duquesa.
Ella lo cogió. Peter no sólo se había sentado
en el alfiler sino también en la pluma, que estaba rota y colgaba a un lado sin
gracia.
—Y tu alfiler —añadió con aspereza.
Lali tomó el objeto doblado que le daba con
una pequeña carcajada que no pudo reprimir.
—Lo siento.
—Más te vale. No está bien reírse de las
desgracias ajenas.
La imposibilidad de determinar el tono de
aquel comentario puso fin a la segunda carcajada. No era enfado. Sonaba a algo
jocoso, una actitud más acorde con lo que esperaba de él.
—Me parece que tendrás que comprarme uno
nuevo.
—Prefiero que no lleves adornos en el pelo, y
menos aún alfileres u horquillas.
—Sin horquillas, parecería... —se llevó la
mano a la nuca y de pronto se dio cuenta de que debía de parecer un
espantajo—... algo despeinada.
Una expresión que fue incapaz de descifrar
asomó al rostro de Peter: deseo, ilusión. No pudo evitar preguntarse si estaría
imaginando despeinarla mientras la cautivaba con más besos.
jajjaa que gracioso...Peter tomala jajaja sorry me emociono de mas jajaj
ResponderEliminarBesitos
Marines