—Sí, ayer
salió a montar bastante temprano.
—Podías
haberlo dicho antes.
Aunque las
damas solían acudir a Rotten Row para pasear a caballo, las cuatro señoritas
que estaban en la sala del padrastro de Lali la tarde anterior no parecían muy
dispuestas a partir. Llevaban un rato a la entrada del parque cuando apareció
Lali. No había que ser un genio para saber a quién esperaban.
—Me parece
increíble que te apostaras junto a su residencia para vigilarlo —dijo lady
Cassandra.
—Estaba casi
segura de que el hombre que habíamos visto en casa de Ravenleigh era Sachse.
¿Cuántos hombres vestidos de vaquero rondan por las calles de Londres? Sólo
quería confirmarlo.
Y lady Blythe
remató su afirmación con una mirada severa a Lali, cuyo corazón empezó a latir
acelerado al pensar que aquella muchacha podía haber estado oculta entre los
arbustos cuando Peter la había introducido furtivamente en su casa.
—Podías
haberme confirmado que lo había identificado correctamente. Me habría ahorrado
horas de vigilancia delante de su domicilio —la reprendió lady Blythe.
—No supe que
era Sachse hasta después —contestó ella, tratando desesperadamente de sonar arrepentida,
cuando lo que deseaba en realidad era acribillar a lady Blythe a preguntas
relativas a su espionaje.
—¿Te vio él?
—inquirió lady Priscilla.
—No, me oculté
en mi carruaje. Ya se había hecho de noche cuando llegó a casa. Aunque, la
verdad, habría esperado el tiempo necesario. Debió de salir de vuestra casa
justo después de cenar.
—Se marchó
temprano —confirmó Lali, sin saber muy bien por qué le molestaba tanto que
aquellas jóvenes estuvieran tan interesadas por Peter. Había previsto su
curiosidad, pero no que le disgustara tanto su fisgoneo, sobre todo cuando
Peter y ella se dedicaban a deambular en plena noche.
—Mirad, ¿no es
aquél? —preguntó lady Cassandra.
Todos los ojos
se volvieron hacia donde ella miraba.
—Tiene que
serlo —afirmó lady Blythe. —Pero esta mañana no lleva el gabán.
—Es un
guardapolvo —explicó Lali, nerviosa.
—¿Lleva
pistola? —inquirió lady Cassandra.
—No sabría
decirte —respondió lady Priscilla. —Pero no lo parece.
—¿Creéis que
la habrá disparado alguna vez?
—¿Habrá matado
a algún hombre? —saltó lady Blythe.
—No sería muy
decente preguntárselo —señaló lady Cassandra.
—A mí me
fascinan los americanos —intervino lady Anne. —Por desgracia, Richard no los
soporta. —Ruborizada, miró a Lali. —Disculpa. No pretendía ofenderte.
—No me ofendes
en absoluto. —A Lali siempre le había parecido que lady Anne era la más sincera
y amable del grupo. Luego miró a Peter, emocionada. —Buenos días, milord.
Con una amplia
sonrisa, él se quitó el sombrero en un tiesto de lo más galante.
—Señoritas.
Lady Blythe
empezó a pestañear muy de prisa, como si se le hubiera metido un mosquito en el
ojo e intentara sacárselo, mientras lady Cassandra se daba palmaditas en el
pecho, lady Priscilla se reía como una boba y lady Anne sonreía. A juzgar por
su comportamiento, cualquiera habría dicho que no habían visto nunca a un
hombre, pensó Peter. Sí, él era novedoso, distinto, diferente de lo que estaban
acostumbradas a ver, pero ¿era necesario que se comportaran así? Empezaban a
atacarle los nervios. No obstante, si ellas estaban tan embobadas, quizá
también lo estuvieran otras, y su entrada en sociedad no fuese tan complicada
como él había temido.
—Milord —dijo
lady Blythe con una risita—, qué travesura no confirmarnos su identidad cuando
yo la adiviné mientras estábamos todas reunidas en el salón de la señorita
Fairfield.
—Mis
disculpas, querida. Aún no me he acostumbrado a ser lord, y como Ravenleigh y
su familia no lo sabían... bueno, quería decírselo en privado.
—Creo que sólo
se lo perdonaré si me permite cabalgar a su lado.
—Le había
prometido a la señorita Fairfield que montaría con ella esta mañana, y debo
cumplir esa promesa —contestó él, guiñándole un ojo. —Pero sería para mí un
placer que usted ocupara el otro lado.
Lali se
percató en seguida de la habilidad con que Peter había resuelto una situación
que podía haber resultado muy violenta, y se sorprendió preguntándose con
cuántas mujeres texanas habría practicado su técnica de coqueteo. Sin duda, era
bastante mejor que la que usaba a la puerta de la tienda de ultramarinos.
—Para mí sería
un placer ocuparlo —respondió lady Blythe con entusiasmo.
Lali no sabía
bien cuándo había empezado lady Blythe a ser una molestia, pero desde luego,
eso era, pensó, mientras dirigía su caballo hacia el lado derecho de Peter y lady
Blythe guiaba el suyo hacia el izquierdo, desde donde empezó a darle
conversación de inmediato, acaparando su atención como un avaro acumula oro.
Para sorpresa de Lali, lady Cassandra espoleó su montura hasta situarla junto a
la de ella.
—¿Sabes? —le susurró—,
me parece que no va a costarte tanto como creíamos encontrar una esposa
adecuada.
—Yo no creo
que la busque —replicó Lali, de nuevo sorprendida por el estallido de celos que
aquel pensamiento le había producido. Claro que Peter encontraría esposa.
Necesitaba un heredero, un modo de aliviar su soledad y alguien que lo ayudara
a administrar sus propiedades. No podía reprocharle a ninguna dama que quisiera
ocupar el puesto.
—¿Y por qué no
iba a hacerlo? —preguntó lady Cassandra. —Después de todo, necesita un
heredero.
Lo que ocurría
era que a Lali no le apetecía pensar en esa probabilidad.
—Primero tiene
que acostumbrarse a la vida de aquí.
—Se diría que
ya se ha adaptado bastante bien. Salvo por su vestimenta, claro.
—A mí me gusta
su ropa —señaló lady Priscilla con un susurro de complicidad desde el otro lado
de lady Cassandra. —Me resulta muy provocativa.
Sí,
ciertamente resultaba provocativa, la camisa pegada al cuerpo sin chaqueta que
ocultara el movimiento de sus músculos a cada uno de sus movimientos. Lali bajó
la mirada a sus manos desnudas, curtidas por el trabajo duro, que sostenían las
riendas con naturalidad. Se esforzó por no imaginar aquellos dedos largos y
robustos desabrochándole los botones del corpiño y separando las dos piezas de
algodón... ¿Temblarían tanto como lo habían hecho cuando era sólo un muchacho?
¿Temblaría ella de deseo? ¿Le rozaría con los nudillos la parte superior de los
pechos, unos pechos apenas inexistentes cuando él le hizo su atrevida
proposición? ¿Ardería su mirada de anhelo por lo que el trato inicial le
negaba: el tacto de su piel?
Apartó la
mirada de sus manos y se preguntó cuándo había empezado a hacer tanto calor,
desde cuándo le costaba tanto respirar, como si el aire hubiera desaparecido.
La risa
complacida de lady Blythe resonaba por el parque, más irritante aún que su voz.
Supuestamente, una dama debía reírse con el máximo decoro.
—No es justo
—protestó lady Priscilla. —No oímos lo que dicen. Lady Blythe, ¿qué es tan
divertido? —le gritó. —Cuéntanos.
La otra se
inclinó y asomó por delante del firme cuerpo de Peter.
—El conde me
estaba explicando que lleva un sombrero de cuarenta litros. En Texas, el tamaño
de los sombreros se mide por la cantidad de líquido que cabe en ellos. ¿Os lo
imagináis?
—¿Y para qué
puede querer llenar de líquido el sombrero? —preguntó lady Priscilla, pero lady
Blythe estaba de nuevo enfrascada en la conversación con Peter.
—Lo usan de
palangana, para lavarse o dar de beber al caballo —explicó Lali.
—Qué vida tan
extraña llevan por allí. Es increíblemente incivilizada —señaló lady Cassandra.
—Aterradoramente
incivilizada —la corrigió lady Priscilla. —No es justo que lady Blythe lo
acapare así. —Se inclinó hacia adelante. —Milord, ¿le gusta ser vaquero?
Sonriente,
Peter apartó la mirada de lady Blythe, y a Lali volvió a sorprenderla lo guapo
que era. Provocativo, sí, pero por encima de eso, muy masculino. Fuerte y
capaz. Nadie que lo viera en aquel momento creería que tuviera dudas sobre su
sitio en aquella sociedad. De pronto, la halagó que hubiera decidido confiarle
a ella sus inseguridades.
—Ciertamente,
sí —le respondió a lady Priscilla—, pero soy algo más que vaquero. Soy
ranchero. Tengo tierras y ganado propios, y hombres que trabajan para mí.
—¿Es así como
se hizo tan fabulosamente rico? —inquirió lady Priscilla.
Peter se rió con su profunda
risa, y ese sonido áspero recorrió la espina dorsal de Lali y todas las
terminaciones nerviosas de su cuerpo hasta alcanzar su corazón. No parecía en
absoluto ofendido por la pregunta tan inapropiada de lady Priscilla.
—Dígame,
querida, ¿qué dicen de mí las malas lenguas?
—Ser rico no
tiene nada de malo.
—Pero sí
hablar de ello —afirmó lady Cassandra.
—Sólo quería
saber cómo se hace rico un hombre. Mi padre heredó su fortuna, y nunca me había
planteado lo que deben hacer quienes no tienen dinero.
«Trabajar,
mucho y muchas horas» —pensó Lali—, ejercitar sus músculos hasta convertirlos
en planchas de acero, mientras el sol les quema la piel.
—Yo empecé con
el ganado. Invertí un poco y tuve suerte —explicó Peter.
A Lali le
pareció verlo ruborizarse, o quizá fuera el reflejo del pañuelo rojo que
llevaba al cuello. Supuso que algunos hábitos eran difíciles de abandonar.
Contempló la posibilidad de comentarle que no era probable que encontrara
tormentas de arena en Londres, pero entonces se le ocurrió que a lo mejor lo
llevaba para darse seguridad.