Las antiguas promesas de Peter resonaron en la
cabeza de Lali. Había cumplido una, pero el destino impediría que cumpliera la
otra. Habían pasado demasiados años. ¿Qué sabía realmente de aquel hombre? ¿Qué
sabía él de ella? Sólo que él tenía que
quedarse y ella quería irse. De pie en el mirador, junto al jardín, a Lali le
fallaba la voluntad, pero qué mujer en su sano juicio querría resistirse a la
ternura de aquellos besos. Casi le pareció detectar una disculpa. Quizá sólo
pretendía distraerla de su llanto. Ella ni siquiera se había dado cuenta de que
estaba llorando hasta que él la había besado y las lágrimas se habían
interpuesto entre los dos y su lengua indagadora las había hecho desaparecer.
Sus manos
grandes, curtidas por años de duro trabajo, le acariciaban las mejillas. Los
ingleses no tocaban con las manos desnudas. Peter no tenía esos escrúpulos,
nunca los había tenido. Pero hasta cuando era sólo un adolescente, había
demostrado siempre un innegable respeto: la llevaba al borde de la conducta
escandalosa, pero nunca la obligaba a cruzar la línea. Ella se decía que su
afecto por él era, como su madre le había advertido siempre, desacertado,
inoportuno y erróneo. Era imposible que una niña amara a un muchacho, y que ese
amor perdurara cuando ambos se convirtieran en adultos.
Aun así, no podía negar que
Peter todavía la emocionaba. Jamás se cansaría de mirarlo, ni de oír su voz,
nunca buscaría una excusa para que no la besara o la abrazara. Y, aunque sentía
eso, era consciente de que se basaba sólo en el envoltorio. Desconocía el
camino que él había recorrido hasta triunfar. No sabía la opinión que le
merecía a otros hombres. ¿Se habría ganado su respeto, su lealtad? ¿Lo
seguirían a donde fuera? ¿Y qué mujeres habían ocupado un lugar en su corazón a
lo largo de ese tiempo?
Ella había contemplado la
posibilidad de casarse con Martinez, había disfrutado de sus atenciones. Seguro
que por lo menos una mujer había gozado de los favores de Peter. Apenas pudo
soportar la punzada de celos que ese pensamiento le produjo. Que otra conociera
sus besos, sus caricias, su cuerpo. Hubo un tiempo en que ella habría vendido
su alma a cambio de ese privilegio. Pero ahora, vender su alma la obligaría a
vender sus sueños. En esos momentos, el sitio de Peter, su hogar, estaba en
Inglaterra, y allí seguiría.
Lali
interrumpió el beso, le temblaban tanto las rodillas que casi no podía tenerse
en pie. La respiración de Peter era tan rápida y entrecortada como la suya.
Lali se sentía confusa, perdida, insegura de sus sentimientos. Había decidido enfurecerse
con él para poder sobrevivir sabiendo que no le había escrito, pero sí lo había
hecho. Había llegado a odiarlo, y ahora se daba cuenta de que ese sentimiento
era injustificado, pero la verdad no había logrado borrarlo del todo. ¿Cómo iba
a olvidar diez años de estar convencida de que la había abandonado? Que él no
fuera el causante de esa herida no significaba que no existiera, ni que hubiera
cicatrizado. Todo lo que había creído, entendido y aceptado de pronto se
desmoronaba, como Peter decía que le había ocurrido a él con su vida.
—¿Dónde nos
sitúa este nuevo descubrimiento? —le preguntó el joven en voz baja.
—Sinceramente,
no lo sé, Peter. No sé muy bien qué hacer con lo que he creído cierto todos
estos años, lo que he pensado y sentido. Estoy abrumada. Necesito tiempo para
meditar.
El asintió con
la cabeza, como si hubiera sabido la respuesta antes de que Lali contestara.
Quizá supiera mejor que ella cómo se sentía uno al descubrir que todo lo que
creía cierto en su vida no era más que una mentira.
—Creo que es
preferible que no me quede a cenar—dijo con voz áspera. —Discúlpate por mí ante
tu familia. No necesito que me acompañen a la puerta.
El corazón la
instaba a llamarlo, a detenerlo, pero las promesas rotas la enmudecieron
mientras el eco de sus botas se extinguía como sus recuerdos nunca habían
hecho.
Bastante después de que
Peter se marchara, Lali aún seguía sentada en el banco de piedra del jardín,
rodeada por las rosas que a su madre le encantaba cuidar. Aquel pequeño rincón
era el único capricho, el único recuerdo que la mujer conservaba de la vida
rural que había dejado atrás: trabajar en el jardín, en la tierra en la que
crecían las rosas. Los jardineros se encargaban de la mayor parte de la
propiedad, pero aquel lugar perfecto era el dominio de su madre. Lali había
pasado muchas horas allí sentada, buscando consuelo en la belleza que allí
crecía y en la embriagadora fragancia que la envolvía. Echaría de menos aquel
pequeño rincón de Inglaterra cuando se marchara, pero primero tenía que
marcharse, y rápido, antes de verse atrapada de nuevo por la obligación de
quedarse.
Las lágrimas
le escocían en los ojos. No había previsto echar de menos nada de aquel
horrendo lugar. Lo había odiado incluso antes de llegar, porque la había
apartado de todo lo que amaba, de las personas a las que quería. La había
apartado de Peter, del mismo Peter que le había prometido que iría a
buscarla...y que por fin estaba allí sólo porque Inglaterra lo había reclamado.
No podía negar que, por una parte, se alegraba de haberlo visto, de saber que
estaba sano y salvo. Incluso había contemplado la posibilidad de aceptar su
ridícula propuesta de enseñarle las costumbres sociales; no por librarse de que
le desabrochara el corpiño, sino por poder pasar un poco de tiempo con él. Pero
había preferido proteger su corazón, que era en extremo vulnerable. No quería
volver a verse obligada a dejarlo, ni creía que pudiera seguir allí mucho
tiempo sin perder los últimos vestigios que le quedaban de sí misma. Se había
adaptado, había aprendido y había desempeñado el papel de hijastra de un
aristócrata, pero nunca había tenido la sensación de que podía mostrarse tal
cual era a todas aquellas personas. Había querido que la aceptaran, y por eso
había cambiado. Como su madre y sus hermanas. Solían reunirse en la quietud del
salón para practicar su pronunciación. No se trataba sólo de perder el acento,
había que aprender las palabras adecuadas, las inflexiones, el estilo. Cuando
su padrastro las había sorprendido una tarde intercambiando palabras que habían
oído, tratando de descifrar su significado, procurando usarlas correctamente,
se había sentido tan culpable, que Lali estaba convencida de que las embarcaría
a todas de vuelta a Texas. En vez de eso, Ravenleigh había contratado a una serie
de tutores para que les enseñaran dicción, etiqueta, y a caminar, bailar,
montar a caballo, comer, tocar el piano, cantar, pintar y escribir cartas. Ni
un solo aspecto de su conducta quedó sin cultivar.
Peter quería que ella le
enseñara todo lo que necesitaba saber. No sabía lo que pedía. Le llevaría meses,
cielo santo, incluso años. Peter era impetuoso y descarado, un hombre de
hábitos poco trabajados y tendencias salvajes.
Además, Lali
tampoco estaba segura de querer domesticarlo.
Oyó el crujido
de unas faldas y los pasos suaves de un caminar elegante, por eso no la
sorprendió que un instante después su madre se sentara en el banco, junto a
ella.
—Siempre me ha
gustado especialmente esta parte del jardín —le dijo en voz baja.
—Y yo
—contestó Lali.
—También a mí
—la corrigió su madre con dulzura. —Esta noche no estoy de humor para jugar a
ser inglesa, mamá.
La mujer le
cogió la mano que tenía apoyada en el regazo.
—La cena está
lista.
—No tengo
hambre.
—Candela se ha
encontrado con Peter en el vestíbulo. Le ha dicho que lo lamentaba mucho pero
que, por lo visto, había olvidado otro compromiso ineludible que le impedía
quedarse a cenar.
—Por lo visto.
—¿Has hablado
con él antes de irse?
—Antes de que
se marchara —la corrigió por costumbre, la misma que había llevado a su madre a
corregirla a ella hacía apenas unos segundos. Entre las damas texanas de la
casa, cuando se trataba de emular a las personas con las que se relacionaba
Ravenleigh, no había distinciones jerárquicas, sólo un deseo sincero de ayudarse
a encajar.
—Sí —prosiguió
Lali—, he hablado con él.
—¿Te ha dicho
algo interesante?
Le costaba
descifrar el tono de su madre. Hablaba con cautela, como si esperara que le
revelara alguna verdad horrible.
—Quiere que le
enseñe a ser un caballero.
—Puede
contratar a alguien para que se encargue de eso.
—Pretendía
contratarme a mí. Me he negado, por supuesto.
Su madre le
apretó la mano.
—Sé que debe
de ser difícil para ti verlo después de tantos años...
Lali no se dio
cuenta inmediatamente de que las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tragó
saliva y se las enjugó.
—«Difícil» se
queda corto. Ahora su sitio está aquí, donde yo no quiero que esté el mío.
Notó que la
mano de su madre se crispaba.
Volviéndose un
poco, Lali la examinó a la luz amarillenta del jardín. Su transformación de
trabajadora de una plantación de algodón en condesa había tenido lugar de forma
tan gradual, que a su propia hija a veces le costaba recordar cómo era antes.
Lo que sí recordaba era su insistencia en que no perdiera el tiempo con aquel
«muchacho incorregible».
De pronto,
empezó a formarse en su mente una certeza que le aceleró el corazón.
Nadie se reciste a la ternura de un beso.....simplemente están ENAMORADOS <3
ResponderEliminarBesitos
Marines