Hola chicas como andan, perdón por no subir estos días pasa que tuve un pequeño problema... pero aquí estoy con los capítulos así que COMENTEN.
Lali estaba
sentada junto a la ventana de su dormitorio, con la cortina corrida lo justo
como para poder ver la calle envuelta en la niebla, el brillo tenue de las
farolas de gas. Una lámpara de queroseno con la llama baja, colocada en la
mesilla de noche, constituía la única luz de la habitación, a tono con su
melancolía. Todos aquellos años se había sentido abandonada. En cambio, todos
aquellos años Peter había cumplido su promesa.
¿Habría
cambiado algo si le hubieran llegado sus cartas? ¿Habría aliviado su soledad la
lectura de sus palabras? ¿Le habría dolido aún más dejar Texas o dejarlo a él? Recordaba
haberse dormido llorando tantas noches, echándolo de menos; pero al ver que sus
cartas no llegaban, había empezado a pensar sólo en Texas, en todas las cosas
que extrañaba de allí. Era mucho más fácil añorar algo que nunca podría
traicionarla que correr el riesgo constante de sufrir por alguien que ya la
había traicionado. Aunque en realidad no había sido así. Eso era lo irónico de
la situación. Había vivido los últimos diez años bajo el prisma del engaño. Pendiente
de su interior y no de la calle, se dio cuenta de pronto de que, sin embargo,
permanecía atenta por si oía el golpeteo de piedrecitas contra el cristal de su
ventana. Peter siempre había ido a verla de noche, mucho después de que todos
se hubieran acostado, y entonces Lali salía por la ventana y se descolgaba por
el viejo roble nudoso... Al instalarse en Londres, había elegido un dormitorio
con fácil acceso a un árbol grande de la calle, como si pensara que cualquier
noche Peter se plantaría bajo su ventana, envuelto en sombras y la luz de luna,
y trataría de llamar su atención para que se reuniera con él. No sabía bien
cuándo había abandonado la idea de que él iría a buscarla. De pronto, un día
había descubierto que esa esperanza se había desvanecido, dejando tras de sí un
inmenso vacío de soledad que ya no esperaba volver a llenar jamás.
Lali no podía
dejar de pensar que, por fuerza, él habría vivido la misma pérdida. Una promesa
rota no por ellos, sino por otros. No era justo para ninguno de los dos.
Oyó un
golpecito en la ventana que casi le paró el corazón. Se asomó a la calle y allí
estaba su vaquero, con su guardapolvo negro hasta la pantorrilla y el sombrero
en la mano. Un vaquero en las calles de Londres. Apartó un poco más las
cortinas para que él supiera que lo había visto, lo saludó brevemente con la
mano y levantó un dedo (que no estaba segura de si él vería) para indicarle que
bajaba en seguida. Volvió a correr las cortinas y se dirigió a toda prisa al
guardarropa, donde encontró un vestido sencillo sin corsé. Al ser suelto y con
los botones por delante, no necesitaba ayuda para ponérselo. Se lo había
comprado cuando aún tenía la esperanza de que Peter fuese a buscarla, para
tenerlo siempre a mano y estar lista llegado el momento. Se había esforzado por
estar siempre dispuesta, sin embargo, nada la había preparado de verdad para su
llegada.
Se destrenzó
el pelo, se lo cepilló y se lo peinó hacia atrás, recogiéndose con una cinta de
seda ancha. No se había puesto elegante, eso era obvio, pero sí parecía esperar
algo con ilusión: estar con Peter. A una hora escandalosa de la noche. Después
de tantos años. Ser, por un instante, una jovencita sin preocupaciones.
Abrió la
puerta, se asomó al pasillo atiborrado de retratos, plantas y mesitas adornadas
con objetos suficientes como para tener a las criadas quitando el polvo casi
toda la mañana. No había nadie. Con sigilo, avanzó de prisa, bajó la escalera y
agradeció que el mayordomo no estuviera de guardia en la entrada. Se acercó a
la pesada puerta de caoba con el corazón alborotado de emoción, la abrió, salió
y la cerró tras de sí. Bajó de puntillas los escalones de la puerta principal y
continuó por el sendero hasta encontrarse con Peter.
—¿Qué haces
aquí? —le susurró.
—Estaba sentado
en mi sofocante biblioteca, bebiéndome mi whisky, y se me ha ocurrido que
podría ofrecerte un poco de Texas esta noche.
—¿Y cómo
demonios...? ¡Ay!
Peter la cogió rápidamente
en brazos, pasándole uno por debajo de las rodillas y el otro por la espalda.
—Chis —le
ordenó, apretándola contra su cuerpo.
Ella no pudo
evitar sonreír, colgada de su cuello y con la cabeza apoyada en su hombro.
Cielo santo, se había puesto bastante más fuerte con los años. No quería
parecer impresionada o halagada por sus atenciones, pero tampoco lograba
evitarlo.
—¿Qué demonios
crees que haces? —le preguntó. —Te escolto a mi coche.
—Ésta no es la
forma correcta de hacerlo —lo regañó ella, mientras él devoraba el camino con
sus grandes zancadas.
—Después te
dejaré que me hagas una demostración de la forma correcta. Quiero que nos
pongamos en marcha antes de que alguien salga a detenernos.
Un lacayo
vestido con la librea de los Sachse abrió la puerta del carruaje al verlos
acercarse. Con una suavidad que la hizo preguntarse con quién habría practicado
aquella maniobra, Peter la depositó en el interior del vehículo y entró después
a su vez mientras ella se acomodaba en el asiento. Aunque se sentó enfrente,
perdido en las sombras, Lali notaba que la miraba fijamente. El coche salió de
inmediato.
—¿Cómo has
sabido cuál era mi habitación? —le preguntó para romper el silencio que los
rodeaba.
—He
gratificado generosamente a alguien del servicio para que me lo dijera.
—Más vale que
haya sido muy generosamente, porque, como se entere mi padrastro, al pobre
hombre lo van a despedir.
—¿Quién ha
dicho que fuera un hombre? —replicó él, endemoniadamente astuto y satisfecho de
sí mismo.
—¿Tienes algún
destino en mente? —quiso saber Lali.
—Sí.
—¿Y me lo vas
a decir?
—Prefiero que
sea una sorpresa.
Ella miró por
la ventanilla.
—He hablado
con mi madre después de que te fueras. Me ha confesado que interceptó tus
cartas.
—Imaginaba que
había sido ella.
—Las quemó.
Le pareció
oírlo gruñir, posiblemente de pena por la pérdida irrecuperable de sus palabras.
—¿Recibiste tú
las mías? —La había sorprendido tanto descubrir que él le había escrito, que
había olvidado preguntárselo.
—No.
Lali suspiró
con tristeza.
—Supongo que
también interceptó las mías. Solía dejarlas en una bandeja de plata que hay a la
entrada para que alguno de los lacayos se encargara de que salieran con el
correo de la mañana. Jamás se me ocurrió que... —Se interrumpió.
Peter se
inclinó hacia adelante y le tomó las manos. Las tenía ásperas, callosas, en
absoluto las manos de un caballero. ¿Lo avergonzaría tanto como a su madre lo
que éstas pudieran revelar?
—No importa,
Lali.
Pero sí
importaba. Sus palabras se habían perdido irremediablemente para ella.
El no dijo
nada más. Quizá no le hacía falta. De momento, le bastaba con estar con ella.
Hay yo tambien quiero un vaquero como Peter....jajaja
ResponderEliminarBesitos
Marines