domingo, 26 de mayo de 2013

Capitulo 16

Hola chicas como andan, perdón por no subir estos días pasa que tuve un pequeño problema... pero aquí estoy con los capítulos así que COMENTEN.

Lali estaba sentada junto a la ventana de su dormitorio, con la cortina corrida lo justo como para poder ver la calle envuelta en la niebla, el brillo tenue de las farolas de gas. Una lámpara de queroseno con la llama baja, colocada en la mesilla de noche, constituía la única luz de la habitación, a tono con su melancolía. Todos aquellos años se había sentido abandonada. En cambio, todos aquellos años Peter había cumplido su promesa.
¿Habría cambiado algo si le hubieran llegado sus cartas? ¿Habría aliviado su soledad la lectura de sus palabras? ¿Le habría dolido aún más dejar Texas o dejarlo a él? Recordaba haberse dormido llorando tantas noches, echándolo de menos; pero al ver que sus cartas no llegaban, había empezado a pensar sólo en Texas, en todas las cosas que extrañaba de allí. Era mucho más fácil añorar algo que nunca podría traicionarla que correr el riesgo constante de sufrir por alguien que ya la había traicionado. Aunque en realidad no había sido así. Eso era lo irónico de la situación. Había vivido los últimos diez años bajo el prisma del engaño. Pendiente de su interior y no de la calle, se dio cuenta de pronto de que, sin embargo, permanecía atenta por si oía el golpeteo de piedrecitas contra el cristal de su ventana. Peter siempre había ido a verla de noche, mucho después de que todos se hubieran acostado, y entonces Lali salía por la ventana y se descolgaba por el viejo roble nudoso... Al instalarse en Londres, había elegido un dormitorio con fácil acceso a un árbol grande de la calle, como si pensara que cualquier noche Peter se plantaría bajo su ventana, envuelto en sombras y la luz de luna, y trataría de llamar su atención para que se reuniera con él. No sabía bien cuándo había abandonado la idea de que él iría a buscarla. De pronto, un día había descubierto que esa esperanza se había desvanecido, dejando tras de sí un inmenso vacío de soledad que ya no esperaba volver a llenar jamás.
Lali no podía dejar de pensar que, por fuerza, él habría vivido la misma pérdida. Una promesa rota no por ellos, sino por otros. No era justo para ninguno de los dos.
Oyó un golpecito en la ventana que casi le paró el corazón. Se asomó a la calle y allí estaba su vaquero, con su guardapolvo negro hasta la pantorrilla y el sombrero en la mano. Un vaquero en las calles de Londres. Apartó un poco más las cortinas para que él supiera que lo había visto, lo saludó brevemente con la mano y levantó un dedo (que no estaba segura de si él vería) para indicarle que bajaba en seguida. Volvió a correr las cortinas y se dirigió a toda prisa al guardarropa, donde encontró un vestido sencillo sin corsé. Al ser suelto y con los botones por delante, no necesitaba ayuda para ponérselo. Se lo había comprado cuando aún tenía la esperanza de que Peter fuese a buscarla, para tenerlo siempre a mano y estar lista llegado el momento. Se había esforzado por estar siempre dispuesta, sin embargo, nada la había preparado de verdad para su llegada.
Se destrenzó el pelo, se lo cepilló y se lo peinó hacia atrás, recogiéndose con una cinta de seda ancha. No se había puesto elegante, eso era obvio, pero sí parecía esperar algo con ilusión: estar con Peter. A una hora escandalosa de la noche. Después de tantos años. Ser, por un instante, una jovencita sin preocupaciones.
Abrió la puerta, se asomó al pasillo atiborrado de retratos, plantas y mesitas adornadas con objetos suficientes como para tener a las criadas quitando el polvo casi toda la mañana. No había nadie. Con sigilo, avanzó de prisa, bajó la escalera y agradeció que el mayordomo no estuviera de guardia en la entrada. Se acercó a la pesada puerta de caoba con el corazón alborotado de emoción, la abrió, salió y la cerró tras de sí. Bajó de puntillas los escalones de la puerta principal y continuó por el sendero hasta encontrarse con Peter.
—¿Qué haces aquí? —le susurró.
—Estaba sentado en mi sofocante biblioteca, bebiéndome mi whisky, y se me ha ocurrido que podría ofrecerte un poco de Texas esta noche.
—¿Y cómo demonios...? ¡Ay!
Peter la cogió rápidamente en brazos, pasándole uno por debajo de las rodillas y el otro por la espalda.
—Chis —le ordenó, apretándola contra su cuerpo.
Ella no pudo evitar sonreír, colgada de su cuello y con la cabeza apoyada en su hombro. Cielo santo, se había puesto bastante más fuerte con los años. No quería parecer impresionada o halagada por sus atenciones, pero tampoco lograba evitarlo.
—¿Qué demonios crees que haces? —le preguntó. —Te escolto a mi coche.
—Ésta no es la forma correcta de hacerlo —lo regañó ella, mientras él devoraba el camino con sus grandes zancadas.
—Después te dejaré que me hagas una demostración de la forma correcta. Quiero que nos pongamos en marcha antes de que alguien salga a detenernos.
Un lacayo vestido con la librea de los Sachse abrió la puerta del carruaje al verlos acercarse. Con una suavidad que la hizo preguntarse con quién habría practicado aquella maniobra, Peter la depositó en el interior del vehículo y entró después a su vez mientras ella se acomodaba en el asiento. Aunque se sentó enfrente, perdido en las sombras, Lali notaba que la miraba fijamente. El coche salió de inmediato.
—¿Cómo has sabido cuál era mi habitación? —le preguntó para romper el silencio que los rodeaba.
—He gratificado generosamente a alguien del servicio para que me lo dijera.
—Más vale que haya sido muy generosamente, porque, como se entere mi padrastro, al pobre hombre lo van a despedir.
—¿Quién ha dicho que fuera un hombre? —replicó él, endemoniadamente astuto y satisfecho de sí mismo.
—¿Tienes algún destino en mente? —quiso saber Lali.
—Sí.
—¿Y me lo vas a decir?
—Prefiero que sea una sorpresa.
Ella miró por la ventanilla.
—He hablado con mi madre después de que te fueras. Me ha confesado que interceptó tus cartas.
—Imaginaba que había sido ella.
—Las quemó.
Le pareció oírlo gruñir, posiblemente de pena por la pérdida irrecuperable de sus palabras.
—¿Recibiste tú las mías? —La había sorprendido tanto descubrir que él le había escrito, que había olvidado preguntárselo.
—No.
Lali suspiró con tristeza.
—Supongo que también interceptó las mías. Solía dejarlas en una bandeja de plata que hay a la entrada para que alguno de los lacayos se encargara de que salieran con el correo de la mañana. Jamás se me ocurrió que... —Se interrumpió.
Peter se inclinó hacia adelante y le tomó las manos. Las tenía ásperas, callosas, en absoluto las manos de un caballero. ¿Lo avergonzaría tanto como a su madre lo que éstas pudieran revelar?
—No importa, Lali.
Pero sí importaba. Sus palabras se habían perdido irremediablemente para ella.

El no dijo nada más. Quizá no le hacía falta. De momento, le bastaba con estar con ella.

1 comentario:

  1. Hay yo tambien quiero un vaquero como Peter....jajaja
    Besitos
    Marines

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