miércoles, 8 de mayo de 2013

Capitulo 1

Promesa de Amor Eterno 


Londres, 1880.

—Dicen que es endemoniadamente guapo.
—¡Y terriblemente incivilizado!
—No me sorprende, es americano.
—No del todo. Aunque se haya criado en América, su sangre es tan inglesa como la tuya o la mía.
—Algo bueno debía tener, digo yo.
—Se rumorea que su fortuna es mayor que la de la reina.
—Pues necesitará hasta el último penique para encontrar esposa. Porque, sinceramente, ¿quién de nosotras se casaría con un salvaje?
«Sí, ¿quién?» Lali esposito , sentada en el salón de su padrastro, sin haber aportado una sola palabra a aquella absurda conversación sustentada en especulaciones y rumores, no pudo evitar pensar que sus cuatro inesperadas visitas estaban haciendo precisamente lo que aseguraban que no harían jamás: contemplando la idea de casarse con un salvaje. O, al menos, relacionarse gustosamente con él. Con la mirada rebosante de malicia y las mejillas sonrosadas, la escudriñaban como si la creyeran experimentada en las artes de seducción masculina y pensaran que podía aconsejarlas sobre el mejor modo de explotar sus posibilidades.
Apenas sabía qué responder a aquellas damas que habían sido de las primeras en aceptarla en su exquisito círculo de amistades. Eran famosas por sus desmayos ocasionales, a voluntad, representaciones dignas de ovación. ¿Y por qué no? Habían celebrado numerosas fiestas de desmayo en su juventud, y dispuesto de tiempo para pulir su técnica. Después de todo, era lo que se esperaba de ellas: que fueran frágiles y delicadas, siempre a punto de romperse, de forma que los caballeros no albergaran duda alguna de su condición de sexo fuerte. Era espantoso vivir así, ocultando el verdadero yo tras una cortina, de expectativas transformadas en obligaciones.
Cuando el silencio empezó a resultar incómodo, lady Blythe le dio a Lali un toquecito en la mano.
—Perdónanos, cielo, si te hemos ofendido al hablar de la naturaleza bárbara de los americanos.
—No pretendíamos insultarte —la secundó lady Cassandra. —Por tus maneras, nadie diría que eres americana, por eso siempre se nos olvida. Lo cual, en mi opinión, es todo un cumplido.
Las otras dos jóvenes damas presentes murmuraron su conformidad asintiendo con la cabeza. Al igual que ellas, Lali vestía a la última moda: una estrecha falda que resaltaba su diminuta cintura y sus estrechas caderas. Agradecía que el polisón hubiera pasado ya de moda, aunque sospechaba que lady Blythe y lady Cassandra lo echaban de menos, porque a sus medidas no les sentaban bien aquellas faldas tan ajustadas. Un pensamiento cruel impropio de Lali. Tal vez no se había deshecho de sus modales americanos tanto como ellas creían.
O quizá estaba demasiado cansada para cortesías. Las damas habían llegado pisándole los talones, después de un día agotador, y Lali apenas había podido saludar a su padrastro, el conde de Ravenleigh, antes de representar su papel de anfitriona en ausencia de su madre y sus hermanas, que habían salido a hacer unas compras vespertinas. 
Me halaga que me tengáis en tanta estima—respondió al fin, más por costumbre que por otra cosa. Ella y sus hermanas habían pasado horas preparando sus respuestas a cumplidos poco sinceros, para al menos parecer sinceras ellas. A veces, tenía la sensación de que su vida se había convertido en una elaborada representación teatral, palabras escritas, ensayadas e interpretadas con el fin de dar la predecible respuesta. Sin embargo, últimamente se había aficionado a hacer lo impredecible y, aunque lo hacía en secreto, ese pequeño logro le producía cierta satisfacción.
—La que te mereces —reconoció lady Cassandra. —No hay nada peor que un americano tosco. Sin embargo, tú, cielo, pasas por inglesa sin esfuerzo alguno.
¿Sin esfuerzo? ¿Acaso había olvidado ya las múltiples ocasiones en que se la habían quedado mirando, estupefactas, durante sus primeros días en Londres? ¿Y las muecas que les provocaba su acento o las risitas con que se burlaban de su escaso vocabulario? ¿Cuántas veces había sido objeto de escarnio por ignorar la diferencia entre un conde, un duque y un marqués o, como le ocurrió en una ocasión, por preguntarle a un caballero que acababan de presentarle si podía mostrarle su armadura? ¿Tenía idea lady Cassandra de la de noches que Lali se había dormido sobre una almohada empapada en lágrimas? Hasta el más mínimo detalle de su conducta le suponía un esfuerzo: sentarse correctamente, caminar correctamente, hablar correctamente, recordar los títulos y los tratamientos adecuados, saber cuándo debía hacer una reverencia o sonreír a un caballero, cómo coquetear discretamente, cómo frenar el descaro con el fin de comportarse siempre como una señorita refinada de la buena sociedad, a salvo de cualquier reproche, rumor o insinuación.
Había practicado, observado y emulado hasta dejar de ser una vergüenza para sí misma y para su padrastro. Hasta que su idiosincrasia americana había quedado tan enterrada que pensaba que no volvería a encontraría jamás. Hasta que, como había dicho lady Blythe, había llegado a parecerse tanto a la perfecta dama inglesa que pocos recordaban a la inculta familia que Ravenleigh había tenido la osadía de traerse consigo de Texas cuando había ido a visitar a su hermano gemelo, Kit Montgomery.
Había temido incluso perderse a sí misma y, aunque había tomado algunas medidas para evitarlo, confiaba en que no las hubiese adoptado demasiado tarde.
—Dinos —la instó lady Blythe con su habitual entusiasmo—, ¿conoces al último conde de Sachse?
Ah, al fin el verdadero propósito de su visita: averiguar lo que pudieran del hombre que acababa de llegar a Inglaterra para reclamar su legítimo título.
Lali no tenía muy claros los detalles. Había estado demasiado ocupada con sus propios planes como para prestar atención a los rumores. No obstante, era consciente de que el conde que se había perdido en América y al que habían encontrado hacía muy poco estaba en boca de todos. Creían que había muerto de enfermedad cuando era sólo un niño, porque eso era lo que su madre había contado hacía casi veinte años, y nadie tenía motivos para dudar de ella, sobre todo en vista de lo mucho que había llorado la pérdida de su único hijo. Sin embargo, recientemente se había encontrado una carta que revelaba la asombrosa verdad: que el muchacho estaba vivo y regresaba a Inglaterra tras la muerte de su padre.
Lali pensaba que el verdadero milagro era que Archibald Marie Lanzani, un primo lejano a quien había ido a parar el título, hubiera tenido la decencia de contratar a un investigador privado para que buscara al legítimo heredero. Sabía que muchos lores, tras saborear el poder, la influencia y el prestigio de su elevada posición, se habrían aferrado al título como posesos.
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¿que les parecio el primer cap? comenten chicas depende de los comentarios la sigo recomienden la nove besos nos estamos leyendo!

3 comentarios:

  1. Yo recien encuentro el blogs.Si pudieras hacer la letra mas grande y sacarla d su encuadre te lo agradeceria,leo desde el movil y como lo tienes a mi me marea.Me encantan las d epoca y esa promesa se debe cumplir.Otro favorcito podrias quitar la verificacion d palabras.Gracias

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  2. Muy interesante ne facinan las noves de epoca.....:)
    Besitos
    Marines

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