Peter miró al
padrastro de Lali, como esperando que fuera él quien dijera lo que fuese, como
si a él le resultara demasiado difícil hablar. El terror empezó a apoderarse de
la joven. ¿Qué podía haber pasado que le causara tanta vacilación?
Cuando el
padrastro de Lali empezó a mirarlos como dándose cuenta de pronto de que se
había perdido algo, Peter muy incómodo, se inclinó hacia adelante y se plantó *
los codos en los muslos. Era una postura tan suya, que a Lali el corazón le dio
un salto inesperado. Peter se frotó las manos como si creyera que así podía
conjurar las palabras por arte de magia, luego las hizo chocar con tanta fuerza
que el gesto se convirtió en una palmada, y la miró resuelto.
—La señorita
del salón ha acertado.
—¿En qué, en
que eres un vaquero? Eso no es muy difícil de acertar. Ni siquiera hace falta
mirarte mucho...
—No —la
interrumpió él bruscamente con una mueca. —Lo otro. Que soy el conde de Sachse.
En un primer
momento, a Lali las palabras le parecieron absurdas. Entendía su significado,
pero no que vinieran de Peter... y, menos aún, que se aplicaran a él...
—¿Tú eres el
conde de Sachse? —preguntó incrédula.
Él asintió
despacio con la cabeza.
—Así es.
Lali pensó en
las jóvenes reunidas en su salón, y en el interés que habían demostrado sentir
por el nuevo conde. Recordó la compasión y la simpatía que había sentido por
él, sin saber que era alguien a quien conocía... o a quien había conocido en su
juventud.
Se lo quedó
mirando. Aquel hombre había ocupado sus sueños desde los catorce años. Bueno,
no él, sino el adolescente de dieciséis. ¿Lo conocía? ¿O se había limitado a
suponer que, al menos en parte, seguiría siendo igual? Cuando la verdadera
razón de la llegada de Peter le acertó de pleno en el pecho, sintió una
decepción abrumadora. No había viajado a Inglaterra por ella, Lali no había
tenido nada que ver. No era cierto que se hubiera presentado allí para
desabrocharle el corpiño. Había llegado a la isla por obligación. ¡Porque era
un maldito conde!
Como mucho,
ella no era más que un factor secundario. Si albergaba aún alguna esperanza de
que él volviera a ser suyo, ésta quedó reducida a cenizas.
—¿Eres lord
Sachse? —volvió a preguntar, esta vez con voz áspera y seca.
Peter asintió
despacio con la cabeza.
—¿Y por qué no
has dicho nada cuando lady Blythe...?
—Porque tú
estabas convencida de que no lo era, y me ha parecido lo más fácil. No me
apetecía explicar mis presentes circunstancias a un montón de desconocidas.
—¿Tus
presentes circunstancias? Lo dices como si esperaras que fueran a cambiar.
—Sé que eso no
ocurrirá, pero de ilusión también se vive.
—Así que por
eso estás aquí. Para reclamar tu título. —La enorgullecía poder mantener un
tono de voz uniforme, ser capaz de no revelar indicio alguno de lo mucho que le
dolía saber que no había sido ella. Después de tantos años, creer lo contrario
había sido poco realista.
—Por eso estoy
en Inglaterra. —No dijo, aunque su mirada lo delataba, que ése no era el motivo
por el que estaba allí, en casa de Ravenleigh, en aquel instante. Había ido a
cobrarse una deuda que ningún hombre razonable reclamaría a una mujer.
Ella le lanzó
una mirada furiosa que confió que le transmitiera hasta qué punto le
desagradaba su descaro. Peter le ofreció una sonrisa torcida, un signo de
desafío que ya le era familiar. ¿Por qué todo en él le resultaba familiar y
extraño al mismo tiempo? ¿Por qué no podía olvidar la historia que los unía
tanto como los separaba?
—Me dijiste
que tus padres habían muerto —le recordó ella.
—Creía que las
personas con las que vivía eran mis padres. Jamás me dieron motivo para pensar
lo contrario. En los últimos meses, se han... desmoronado casi todas mis
certezas. —Meneó la cabeza. —No recuerdo mi vida aquí, en este país, ni a mis
verdaderos padres. Me quedo mirando el retrato de mi madre y quiero acordarme
de ella, pero no puedo.
Lali no podía imaginar cómo sería no tener memoria
de los padres. Sus recuerdos de su verdadero padre eran vagos. Ella era muy pequeña
cuando se fue a la guerra, pero se acordaba de él, pues aunque de manera
deshilachada por el tiempo, algunas reminiscencias seguían ahí.
—Lamento que
se haya trastocado así tu vida —se oyó decir con compasión sincera. Sabía muy
bien lo horrible que era tener que vivir de pronto una vida tan distinta a la
que uno estaba acostumbrado, tan diferente de lo que uno esperaba. —No puedo ni
imaginar lo difícil que debe de ser que de pronto te carguen con todas esas
responsabilidades.
—Las
responsabilidades no me preocupan. Estoy acostumbrado a asumir más de las que
me corresponden. Lo que no me gusta es descubrir que pertenezco a un mundo que
nunca me ha interesado lo más mínimo. Se me ocurrió incluso ignorar la citación
judicial, pero según me explicó el investigador, no tengo elección. Lo quiera o
no, todo lo que me espera aquí es mío.
—La ley es muy
clara en ese aspecto —señaló el padrastro de Lali. —No se pueden rechazar las
responsabilidades derivadas de un título.
—Así que estás
atrapado aquí, en Inglaterra —dijo ella.
—Lo dices como
si fuera algo malo —observó Peter.
—Lali nunca ha
sido feliz aquí —aclaró Ravenleigh.
Asombrada por
ese comentario, Lali lo miró.
—No te
sorprendas tanto, hija —añadió el hombre con ternura. —Es lo único que lamento:
no haber sido capaz de ofrecerte la felicidad que mereces.
Con la emoción
aún no digerida de la llegada de Peter, esas palabras tan sinceras le llenaron
los ojos de lágrimas. Sintió la desesperada necesidad de agradecerle el
consuelo, el amor, la aceptación que él siempre le había ofrecido. Meneó la
cabeza.
—No es culpa
tuya. No hay nada que pudieras haber hecho para evitarlo. Yo no nací para esta
vida.
—Pero te has
adaptado, has aprendido y, aunque no hayas sido feliz, has logrado dominar todos
los entresijos sociales. Peter necesita a alguien que le enseñe todos los
arreos ingleses, como él los llama. Comentábamos la posibilidad de que tú
fueras su maestra.
—¿Y qué hay de
lady Sachse, la viuda del viejo conde? —replicó Lali. —Hizo una labor ejemplar
enseñando a Archibald Warner.
—Y entretanto
se enamoró de él —contestó Peter. —Se han casado hace poco y se han ido.
—No lo sabía.
—La ceremonia
no fue en Londres. Ella lo dejó todo, sin mirar atrás.
Una mujer que
había logrado algo con lo que Lali apenas se atrevía a soñar: dejarlo todo sin
mirar atrás. De pronto, se sintió identificada con aquella mujer. A juzgar por
el modo en que lady Sachse había bailado en todos los encuentros sociales de
Londres, Lali jamás habría imaginado que no fuera feliz con la vida que
llevaba. ¿Cuántas damas más no lo eran?
—Podrías
hablar con mi prima Lydia. Ahora es la duquesa de Harrington, y adora las
normas. Incluso ha publicado un libro sobre modales: Errores de etiqueta. Por
lo visto es bastante popular entre las herederas americanas que pretenden
encajar en la sociedad londinense. Lo puedes encontrar en cualquier librería.
—Nunca he sido
de los que leen. Prefiero que me lo enseñen. Y me gustaría que fueses tú quien
lo hiciera.
—Me temo que
mis ocupaciones actuales me dejan muy poco tiempo libre —replicó ella
—No
necesitaría mucho —replicó él.
Ella le dedicó
una sonrisa triste.
—No tienes ni
idea, Peter. Hay tantas normas, tantas cosas que aprender... Nos llevaría
meses, y yo no dispongo de ese tiempo.
—¿Qué es eso
tan importante que tienes que hacer que no puede esperar?
—Estoy
planeando mi regreso a Texas.
No te regreses......!!!
ResponderEliminarBesitos
Marines