martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 9

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Peter miró al padrastro de Lali, como esperando que fuera él quien dijera lo que fuese, como si a él le resultara demasiado difícil hablar. El terror empezó a apoderarse de la joven. ¿Qué podía haber pasado que le causara tanta vacilación?
Cuando el padrastro de Lali empezó a mirarlos como dándose cuenta de pronto de que se había perdido algo, Peter muy incómodo, se inclinó hacia adelante y se plantó * los codos en los muslos. Era una postura tan suya, que a Lali el corazón le dio un salto inesperado. Peter se frotó las manos como si creyera que así podía conjurar las palabras por arte de magia, luego las hizo chocar con tanta fuerza que el gesto se convirtió en una palmada, y la miró resuelto.
—La señorita del salón ha acertado.
—¿En qué, en que eres un vaquero? Eso no es muy difícil de acertar. Ni siquiera hace falta mirarte mucho...
—No —la interrumpió él bruscamente con una mueca. —Lo otro. Que soy el conde de Sachse.
En un primer momento, a Lali las palabras le parecieron absurdas. Entendía su significado, pero no que vinieran de Peter... y, menos aún, que se aplicaran a él...
—¿Tú eres el conde de Sachse? —preguntó incrédula.
Él asintió despacio con la cabeza.
—Así es.
Lali pensó en las jóvenes reunidas en su salón, y en el interés que habían demostrado sentir por el nuevo conde. Recordó la compasión y la simpatía que había sentido por él, sin saber que era alguien a quien conocía... o a quien había conocido en su juventud.
Se lo quedó mirando. Aquel hombre había ocupado sus sueños desde los catorce años. Bueno, no él, sino el adolescente de dieciséis. ¿Lo conocía? ¿O se había limitado a suponer que, al menos en parte, seguiría siendo igual? Cuando la verdadera razón de la llegada de Peter le acertó de pleno en el pecho, sintió una decepción abrumadora. No había viajado a Inglaterra por ella, Lali no había tenido nada que ver. No era cierto que se hubiera presentado allí para desabrocharle el corpiño. Había llegado a la isla por obligación. ¡Porque era un maldito conde!
Como mucho, ella no era más que un factor secundario. Si albergaba aún alguna esperanza de que él volviera a ser suyo, ésta quedó reducida a cenizas.
—¿Eres lord Sachse? —volvió a preguntar, esta vez con voz áspera y seca.
Peter asintió despacio con la cabeza.
—¿Y por qué no has dicho nada cuando lady Blythe...?
—Porque tú estabas convencida de que no lo era, y me ha parecido lo más fácil. No me apetecía explicar mis presentes circunstancias a un montón de desconocidas.
—¿Tus presentes circunstancias? Lo dices como si esperaras que fueran a cambiar.
—Sé que eso no ocurrirá, pero de ilusión también se vive.
—Así que por eso estás aquí. Para reclamar tu título. —La enorgullecía poder mantener un tono de voz uniforme, ser capaz de no revelar indicio alguno de lo mucho que le dolía saber que no había sido ella. Después de tantos años, creer lo contrario había sido poco realista.
—Por eso estoy en Inglaterra. —No dijo, aunque su mirada lo delataba, que ése no era el motivo por el que estaba allí, en casa de Ravenleigh, en aquel instante. Había ido a cobrarse una deuda que ningún hombre razonable reclamaría a una mujer.
Ella le lanzó una mirada furiosa que confió que le transmitiera hasta qué punto le desagradaba su descaro. Peter le ofreció una sonrisa torcida, un signo de desafío que ya le era familiar. ¿Por qué todo en él le resultaba familiar y extraño al mismo tiempo? ¿Por qué no podía olvidar la historia que los unía tanto como los separaba?
—Me dijiste que tus padres habían muerto —le recordó ella.
—Creía que las personas con las que vivía eran mis padres. Jamás me dieron motivo para pensar lo contrario. En los últimos meses, se han... desmoronado casi todas mis certezas. —Meneó la cabeza. —No recuerdo mi vida aquí, en este país, ni a mis verdaderos padres. Me quedo mirando el retrato de mi madre y quiero acordarme de ella, pero no puedo.
Lali  no podía imaginar cómo sería no tener memoria de los padres. Sus recuerdos de su verdadero padre eran vagos. Ella era muy pequeña cuando se fue a la guerra, pero se acordaba de él, pues aunque de manera deshilachada por el tiempo, algunas reminiscencias seguían ahí.
—Lamento que se haya trastocado así tu vida —se oyó decir con compasión sincera. Sabía muy bien lo horrible que era tener que vivir de pronto una vida tan distinta a la que uno estaba acostumbrado, tan diferente de lo que uno esperaba. —No puedo ni imaginar lo difícil que debe de ser que de pronto te carguen con todas esas responsabilidades.
—Las responsabilidades no me preocupan. Estoy acostumbrado a asumir más de las que me corresponden. Lo que no me gusta es descubrir que pertenezco a un mundo que nunca me ha interesado lo más mínimo. Se me ocurrió incluso ignorar la citación judicial, pero según me explicó el investigador, no tengo elección. Lo quiera o no, todo lo que me espera aquí es mío.
—La ley es muy clara en ese aspecto —señaló el padrastro de Lali. —No se pueden rechazar las responsabilidades derivadas de un título.
—Así que estás atrapado aquí, en Inglaterra —dijo ella.
—Lo dices como si fuera algo malo —observó Peter.
—Lali nunca ha sido feliz aquí —aclaró Ravenleigh.
Asombrada por ese comentario, Lali lo miró.
—No te sorprendas tanto, hija —añadió el hombre con ternura. —Es lo único que lamento: no haber sido capaz de ofrecerte la felicidad que mereces.
Con la emoción aún no digerida de la llegada de Peter, esas palabras tan sinceras le llenaron los ojos de lágrimas. Sintió la desesperada necesidad de agradecerle el consuelo, el amor, la aceptación que él siempre le había ofrecido. Meneó la cabeza.
—No es culpa tuya. No hay nada que pudieras haber hecho para evitarlo. Yo no nací para esta vida.
—Pero te has adaptado, has aprendido y, aunque no hayas sido feliz, has logrado dominar todos los entresijos sociales. Peter necesita a alguien que le enseñe todos los arreos ingleses, como él los llama. Comentábamos la posibilidad de que tú fueras su maestra.
—¿Y qué hay de lady Sachse, la viuda del viejo conde? —replicó Lali. —Hizo una labor ejemplar enseñando a Archibald Warner.
—Y entretanto se enamoró de él —contestó Peter. —Se han casado hace poco y se han ido.
—No lo sabía.
—La ceremonia no fue en Londres. Ella lo dejó todo, sin mirar atrás.
Una mujer que había logrado algo con lo que Lali apenas se atrevía a soñar: dejarlo todo sin mirar atrás. De pronto, se sintió identificada con aquella mujer. A juzgar por el modo en que lady Sachse había bailado en todos los encuentros sociales de Londres, Lali jamás habría imaginado que no fuera feliz con la vida que llevaba. ¿Cuántas damas más no lo eran?
—Podrías hablar con mi prima Lydia. Ahora es la duquesa de Harrington, y adora las normas. Incluso ha publicado un libro sobre modales: Errores de etiqueta. Por lo visto es bastante popular entre las herederas americanas que pretenden encajar en la sociedad londinense. Lo puedes encontrar en cualquier librería.
—Nunca he sido de los que leen. Prefiero que me lo enseñen. Y me gustaría que fueses tú quien lo hiciera.
—Me temo que mis ocupaciones actuales me dejan muy poco tiempo libre —replicó ella
—No necesitaría mucho —replicó él.
Ella le dedicó una sonrisa triste.
—No tienes ni idea, Peter. Hay tantas normas, tantas cosas que aprender... Nos llevaría meses, y yo no dispongo de ese tiempo.
—¿Qué es eso tan importante que tienes que hacer que no puede esperar?
—Estoy planeando mi regreso a Texas.


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