jueves, 23 de mayo de 2013

Capitulo 15


bueno chicas como prometí aquí esta el segundo cap... ya de mañana empiezo a subir uno diario pero si quieren que haga maratón díganme día hora Chilena! y tiene que haber Comentario nos estamos leyendo chicas!




—Peter dice que me ha escrito, mamá. Que todos estos años me ha estado escribiendo.
La mujer se levantó, avanzó varios pasos, se cruzó de brazos y miró a la oscuridad.
—Me has escondido las cartas —prosiguió la joven con el atrevimiento nacido de esa certeza innegable.
Su madre se volvió.
—Eras tan infeliz...
—¿Y creíste que escondiéndome las cartas dejaría de serlo? —preguntó, incrédula, poniéndose de pie y apretando los puños furibunda a ambos lados del cuerpo,
—Pensé que si nadie te recordaba constantemente lo que habías dejado en Texas, te adaptarías mejor a esta nueva vida.
—Eso no tiene sentido. No me escondías las de Eugenia. Ni las de Gina.
Gina era una de sus mejores amigas de Texas, ahora condesa de Huntingdon, esposa del primo de Ravenleigh, Devon Sheridan.
—Eso era distinto. No creo que sus cartas te recordaran constantemente lo que habías dejado atrás. No te escapabas por las noches para reunirte con ellas.
—No tenías derecho...
—Es responsabilidad de una madre proteger a sus hijos.
—¿De qué pensabas que me protegías?
—De que te rompieran el corazón. Procuraba que te resultase más fácil adaptarte, Lali.
—Pues no lo has conseguido, ni mucho menos.
A pesar de la oscuridad, le pareció ver que su madre se estremecía. Lamentó de inmediato la dureza de sus palabras, pero era incapaz de contener la rabia que le bullía dentro. Jamás había estado tan furiosa, tan dolida. Nunca se había sentido tan traicionada. Había oído decir a menudo que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Nunca había entendido verdaderamente lo que significaba hasta aquel momento. Su madre la había conducido allí, intencionadamente o no. Quizá nunca había comprendido bien lo que Peter significaba para ella, porque, de haberlo hecho, no le habría escondido las cartas.
—¿Podrías dármelas ahora, por favor? —preguntó con resignación. El daño ya estaba hecho. Pagarlo con su madre, a la que siempre había querido y respetado, no iba a solucionar nada.
—Lo siento, Lali. Las quemé.
Eso le sentó como una bofetada.
—Peter dice que me escribió todos los días durante dos años —dijo en voz baja. —Eso son más de setecientas cartas, mamá. ¿Leíste alguna?
La mujer negó despacio con la cabeza.
—No, me pareció mal hacerlo.
—¿Y esconderlas y destruirlas no te lo pareció?
—No me pareció tan mal porque tenía una buena razón para hacerlo.
—Tenías una razón, pero no estoy segura de que fuera buena. ¿Nunca te sentiste culpable?
—Al final. La perseverancia del muchacho me asombraba, pero cuando descubrí que no era de los que se dan por vencidos fácilmente, ya era demasiado tarde. Si de repente hubieras empezado a recibir cartas, te habrías preguntado qué había ocurrido con las otras. Pensé que no te valdría ninguna explicación.
     —Querrás decir que temías que te odiara por lo que habías hecho.
—Temía que te costara perdonarme, sí. Pero por muchas que mandara, mi razón para interceptarlas seguía siendo la misma: protegerte, evitar que albergaras falsas esperanzas. Proporcionarte una vida mejor. Está demasiado oscuro para que me veas las manos...
—Conozco tus manos, mamá, tan bien como las mías. Me han consolado desde que tengo uso de razón. —«Y me han ocultado las cartas de Peter».
—Están llenas de cicatrices, aún ásperas y quemadas después de tantos años —prosiguió la mujer, como si Lali necesitara que se lo recordasen. —¿Sabes la vergüenza que siento cada vez qué comemos con invitados, damas que no han tenido que doblarse para recoger el algodón, que no han levantado jamás nada más pesado que un abanico? Mis manos feas dicen más que El libro de la nobleza de Burke.
—No son feas, mamá. Hablan de tu fortaleza, de tu determinación. No son algo de lo que debas avergonzarte. ¿Por qué iban a deshonrarte...?
—Son un recordatorio constante de la vida que he llevado. Yo amaba a tu padre, Lali, era un buen hombre, pero el trabajo era duro y los días largos, y yo vieja aun siendo joven. Tu padre lo era todo para mí y, tras su muerte, en ocasiones me preguntaba cómo iba a salir adelante sin él. Entonces conocí a Christopher Montgomery y me enamoré de él, cuando no esperaba volver a hacerlo jamás. Me trajo a un mundo en el que nunca me dolía la espalda, ni me sangraban las manos. Me mimó y mimó a mis hijas, y he llegado a adorar la existencia que me ha ofrecido.
—Quise que mis hijas disfrutaran siempre de esta vida —prosiguió su madre. —Siempre he confiado en que también vosotras llegarais a adorarla.
¿Llegar a adorarla? No, por desgracia, Lali jamás había experimentado esa sensación.
—¿Recuerdas lo mucho que practicábamos —siguió diciendo la mujer—, la de veces que nos hemos reído de nuestros torpes intentos de parecer cultas y refinadas, la lista de palabras elegantes que memorizamos...?
Lali contuvo las lágrimas, volvió la cabeza a un lado y se quedó mirando fijamente la oscuridad que tan bien reflejaba su vida. Apartar la mirada era más fácil que mirar a su madre retorcerse las manos, más fácil que recordar la lealtad y el apoyo que se habían demostrado unas a otras al enfrentarse a una nueva vida.
—Lo único que he querido siempre es que fuerais felices —dijo su madre en voz baja.
Lali parpadeó para deshacerse de las lágrimas y tragó saliva.
—También es lo único que quiero yo. Pero me siento muy sola aquí. Este no es mi sitio. Nunca lo ha sido. Y nunca lo será.
—Christopher me ha dicho que quieres volver a Texas.
Lali detectó tristeza en su voz.
—Sí. —Respiró hondo, consciente de que lo que iba a revelarle no sería de su agrado. —He estado trabajando en una tienda, ganando un salario y ahorrando para poder pagarme el pasaje de vuelta a Texas.
Había solicitado el puesto poco después de que Martinez se le declarara, al darse cuenta de que no podía casarse con él. Y si no podía casarse con él, con lo amable y generoso que era, jamás se casaría con nadie, al menos no con nadie de Inglaterra. Quizá en Texas fuera distinto. Allí se sentía más a gusto, tenía más en común con la gente. No tenía que darse aires, podía ser ella misma. Tal vez encontrar la felicidad que la había evitado en Inglaterra.
—¿De dónde has sacado el tiempo para trabajar, con todas las obras de caridad que haces entre los pobres? —preguntó la mujer.
La joven le dedicó una sonrisa triste que no sabía si ella podría ver en la oscuridad.
—Te he mentido. No he estado haciendo obras de caridad. Por lo visto, el engaño es cosa de familia.
Su madre dio un paso hacia ella.
—Te despedirás mañana. El trabajo no corresponde a tu categoría social, y tu padrastro se sentiría indeciblemente abochornado si corriera la noticia de que su hijastra trabaja en una tienda, precisamente. ¿En qué demonios estabas pensando?
—En que me marchitaría y moriría si tenía que quedarme aquí mucho más tiempo. Ya no soy responsabilidad de Ravenleigh, mamá. Ni tuya. Te quiero, pero no deseo la vida que me ofreces. Me vuelvo a Texas; aunque me cueste la vida, voy a volver. Supongo que me hiciste un favor. Si me hubieras dado las cartas, tal vez ahora estaría casada con Peter, y entonces, ¿qué otra cosa podría hacer salvo ser la sumisa esposa de un conde?. Más de una hora después de dejar a Ravenleigh, Peter estaba sentado en su elegante biblioteca, rodeado de objetos que habían pertenecido a sus antepasados. Lo único que él había aportado a la estancia eran varias botellas de whisky que se había traído de Texas, y ahora bebía amorrado de una de ellas.
El pelo de Lali se había oscurecido con los años hasta adquirir el brillo intenso de la miel dorada. Le habría gustado quitarle las horquillas con las que se sujetaba y que se derramara entre sus manos. Le habría gustado que sus labios siguieran sobre los de ella. Habría querido abrazarla y no soltarla nunca.
Pero la muchacha tenía previsto volver a Texas y, por lo visto, le importaba bien poco que él ya no estuviera allí cuando lo hiciera. ¿Cómo iba a competir con lo que Texas tuviera que ofrecerle si tampoco él hubiese querido marcharse de allí?
Era absurdo pensar que Lali iba a esperarlo, pero aún lo desconcertaba darse cuenta de que, en parte, confiaba en que así fuera. Quizá sus expectativas respecto a ella habían sido poco realistas, algo raro en él, siempre tan cabal y sensato.
En las cartas que le había escrito, le había contado sus planes, sus sueños, de los que ella formaba parte. Al ver que no le contestaba, debió haberse subido a un barco para averiguar por qué lo ignoraba, pero su situación económica no le permitía ir a ninguna parte. Llevaba diez años trabajando mucho, ahorrando y planificando el día en que pudiera ir a buscarla.
Lo tenía todo previsto, de hecho ya había empezado a organizar su viaje a Inglaterra cuando el investigador dio con él. Y, de pronto, todo lo que había estado haciendo parecía inútil. Nada importaba ya. No iba a conseguir nada con todo aquello. Iba a tener que dejar su negocio ganadero en manos de alguien capaz. En la casa que acababa de construir, no viviría nadie. Su tierra, su hogar, sus sueños... todo pertenecía a otro hombre, al vaquero que había creído ser. Y ahora, ahí estaba él, tratando desesperadamente de averiguar quién era en realidad, en el lugar del mundo que le correspondía por nacimiento.
El conde de Sachse.
Imaginaba que no tenía mucho aspecto de conde. Tampoco se comportaba como tal. Ninguna de las dos cosas lo preocupaba. Estaba acostumbrado a que se juzgara a los hombres por su carácter, por la fuerza de su apretón de manos, por la Habilidad de su palabra, no por su forma de hablar, ni por su ropa, ni por su habilidad para sostener una taza de té sin tirarla.
Aunque oliera a rayos, un hombre que cumplía su palabra valía su peso en oro. Formalidad. Sentido común. Honestidad.
Se llevó la botella a los labios, tomó un trago del líquido ámbar, y lo saboreó mientras le abrasaba la garganta, calentándolo por dentro. Quería hacer las maletas y embarcarse en el primer vapor rumbo a casa. Entendía que Lali quisiera hacer lo mismo.
Casi era verano, pero tenía el hogar encendido. El frío y la humedad impregnaban la noche. Se preguntó si llegaría a entrar en calor en aquel lugar, si alguna vez llegaría a amarlo como amaba Texas.
A veces pensaba que lo más cruel que su madre podía haberle hecho había sido dejarlo vislumbrar una vida que no le permitirían conservar. Había albergado sueños sin saber que tendría que traicionarlos por una obligación adquirida por el hecho de haber nacido.
No necesitaba nada de todo aquello que lo rodeaba, pero por lo visto aquello lo necesitaba a él. Pensaban que el bárbaro americano no entendía, pero lo entendía todo muy bien. Era británico de nacimiento, americano de educación. Algo entre aquellas paredes lo reclamaba. Algo más allá de ellas lo conmovía.
No sabía explicarlo. Formar parte de dos naciones, amar una y querer amar la otra. Desear encajar y saber que, en el fondo, no lo deseaba. Y que nunca lo haría.


2 comentarios:

  1. Hay por que no le dio sus cartas....esta bien que la proteja pero no era la manera....Lali no te vallas....con respecto a la maratón no tengo problema con la hora y el dia :)
    Besitos
    Marines

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  2. yo tambien soy chilena
    ana

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