martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 5


Chicas empieza la maraton ya! comenten 


Por el tono remilgado del hombre, tan suave y elegante, Peter pensó que no era de por allí. Parecía un dandi. Seguro que, si echaba a correr, podría dejarlo atrás. Y no tenía muy claro lo que era una arpía, pero por la forma en que el hombre lo preguntaba y el modo en que la mujer se había dirigido a él, suponía que no era nada bueno.
—La viuda de Esposito—respondió Peter, imaginando que aquél era el nombre más adecuado, teniendo en cuenta que su marido había muerto y la chica se llamaba Lali esposito.
—¿Cuántos años tienes, chaval? —preguntó entonces el alguacil.
Peter levantó la barbilla, desafiante.
—Quince, y no tengo miedo a la cárcel.
—No te voy a meter en la cárcel por curioso, pero no vuelvas a desabrochar ningún corpiño hasta que tengas los dieciséis. Y asegúrate de que la mujer es mayor, o de las que están dispuestas a aceptar dinero por satisfacer tu curiosidad natural. —El hombre lo soltó. —Anda, lárgate.
No hizo falta que se lo dijera dos veces. Peter salió corriendo, dio la vuelta a la esquina, bajó por el callejón, rodeó la otra esquina y se detuvo detrás de la tienda. Cogió su sombrero, se lo caló y recogió con cuidado lo que quedaba de su cigarrillo. Podría terminárselo por la noche, cuando el hambre empezara a apretar de nuevo. A menos que pudiera encontrar algo que comer. Se preguntó qué tirarían por la puerta trasera de la cantina.
—Veo que sigues robando.-Peter se terminó la galleta antes de levantar la mirada desde el sitio donde solía sentarse, detrás de la tienda de ultramarinos. Allí estaba otra vez Lali Esposito. Con un vestido azul, abotonado por delante hasta la barbilla, que debía de estar ahogándola.
—También me he dado a la bebida —dijo él con una sonrisa. Le gustaba lo grandes y redondos que se le ponían los ojos cada vez que la escandalizaba.
—Y, por lo que veo, sigues mintiendo.
—No miento. La semana pasada encontré una botella medio vacía detrás de la cantina y me la terminé.
—¿Y a qué sabía? —preguntó ella, claramente intrigada.
A pis, pero no se lo dijo, porque entonces le habría preguntado cómo conocía el sabor del pis y habría tenido que revelarle ese lamentable aspecto de su vida. De modo que optó por:
—He probado cosas mejores.
—Se supone que debes quitarte el sombrero y ponerte de pie en presencia de una dama.
—Te preocupan demasiado los modales.
—Como a todo el mundo.
—A mí no.
—¿Y eso por qué?
—No les veo utilidad.
—La utilidad es que no te pongan el trasero como un tomate.
—¿Quién va a hacer eso?
—Tus padres.
—Están muertos.---De todas las cosas que le había dicho, aquel comentario pareció impresionarla más que ningún otro.
—¿Eres huérfano?
El se encogió de hombros.
—¿Dónde vives?
Volvió a encogerse de hombros.
—¿Por eso robas?
—Haces muchas preguntas —replicó mirándola fijamente. —¿Qué sabes de ese alguacil?
—Que a mamá no le gusta. Ni sus amigos tampoco.
—Habla raro.
—Es de Inglaterra. El y sus amigos se trasladaron aquí después de la guerra, para ayudar con las plantaciones de algodón, para reemplazar a los hombres que habían muerto.
De Inglaterra. No conocía a nadie de Inglaterra. De eso estaba seguro. Sin embargo, la forma de hablar de aquel hombre le traía vagos recuerdos. No podía quitárselo de la cabeza, pero tampoco podía quitarse de la cabeza a Lali. Se dormía pensando en ella, en ella y en aquel único botón que le faltaba por desabrochar.
—¿Por qué te interesa tanto? —inquirió la chica.
—No me interesa. Es sólo curiosidad. Me recuerda algo, pero no sé muy bien qué.
—Siento que mi madre te llevara con él.
Peter se retiró el sombrero con el pulgar.
—Me dejó marchar en cuanto os fuisteis. No pasé la noche en la cárcel.
—Me alegro —sonrió Lali.
Cielo santo. El corazón le latía con fuerza contra las costillas. Cuando sonreía, estaba preciosa.
—¿Aún tienes catorce?
Ella se rió y, de algún modo, consiguió robarle el aliento al mismo tiempo.
—Pues claro, tonto. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque hoy es mi cumpleaños, y quería regalarme algo.
Ella sonrió y se le iluminó la mirada.
—¿Qué te vas a comprar?
—Un corpiño desabrochado.
Ella frunció el cejo, los ojos y la boca.
—Creía que no tenías dinero.
—Ya te dije que tenía un poco.
—Pensaba que lo guardabas para una emergencia.
El corazón le latía con fuerza.
—Esto es una emergencia.
—Mi madre se enfadó mucho...
—Porque yo no sabía que había que pagar. —Se levantó del suelo con dificultad, se quitó el sombrero y sacó el cuarto de dólar que llevaba en el bolsillo. —El alguacil me dijo que podía hacerlo si pagaba.
—¿Por qué estás tan empeñado en desabrocharme el corpiño?
—Porque nunca he visto un pecho, y he oído decir que es increíble.
Ella se mostró recelosa, así que él desplegó los dedos para mostrarle lo que estaba dispuesto a ofrecerle esta vez.
—¿A quién se lo has oído?
—A los chavales del tren de los huérfanos.
—¿Has ido en el tren de los huérfanos?
Peter asintió con la cabeza.
—Desde Nueva York. No hasta aquí, claro. Aquí vine andando. No me gustaba la familia que me había acogido.
—¿Y por qué?
—Porque no. ¿Quieres esto o no? —preguntó impaciente. No le apetecía pensar en todo lo que había ocurrido tras la muerte de sus padres. Quería tener un buen recuerdo de su decimosexto cumpleaños, algo que pudiera recordar si llegaba a los cien.
Lali torció el gesto, algo que Tom pensó que la haría parecer fea, pero no. Sólo le hizo querer provocarla más, tenerla a su lado más tiempo.
—¿Lo único que quieres es desabrocharme el corpiño?
El asintió con la cabeza, con la boca de pronto tan seca que creyó que no podría hablar si tenía que hacerlo.
—No puedes tocar nada —dijo ella.
—No lo haré —logró contestar, a pesar del nudo que la emoción le había hecho en la garganta. —Sólo voy a mirar.
—Supongo que no pasa nada porque mires.
—Nada en absoluto.
Le tendió la mano, y él depositó la moneda en ella, deseando que la suya no pareciera tan sucia de repente. Tras apartarse el sombrero, se limpió de nuevo las manos en los pantalones, y se maldijo por empezar a temblar otra vez. No quería pensar en lo mucho que podrían temblar si llegara a tocar algo más que botones. Y no era que pensara tocar algo más que lo que ella le había dado permiso para tocar. Aunque fuera un ladrón, un mentiroso, un blasfemo y, más recientemente, un borracho, no era un sinvergüenza. Bueno, a lo mejor un poco. Tal vez desabrocharle el corpiño lo situara justo al límite, pero no iba a traspasarlo. Un hombre debía tener principios.
Sosteniéndole la mirada, ella elevó la barbilla. Peter tragó saliva y deseó que el corpiño no tuviera tantísimos botones. El primero pareció costarle una eternidad pasarlo por el diminuto ojal. Al soltarlo, reveló un fragmento mínimo del cuello de Lali. El chico dejó de respirar, luego pasó al siguiente botón.
—¡Lali Esposito!

1 comentario: