Bueno segundo y ultimo por hoy mañana mas COMENTEN si hay mas de 6 Comentarios subo por 2 asi que chicas comenten que se pone buena la nove!
Diez años antes.
A Lali le costaba creer que
estuviera tumbada al lado de un chico. De Peter. En la hierba verde y fría
próxima al riachuelo. En la oscuridad. De no ser por la luna llena, ni siquiera
podría verlo. Iba en camisón, pero imaginaba que la tapaba lo mismo que el
vestido. Peter, como siempre, con pantalón y camisa. Y chaleco. Había empezado
a ponérselo para tener dónde guardar el tabaco y el papel de fumar. Aunque ya
no fumaba delante de ella, sabía que lo llevaba ahí porque le abultaba en el
bolsillo.
Siempre iba a verla a última
hora de la noche, cuando su madre ya se había acostado. Le tiraba piedrecitas a
la ventana de su dormitorio hasta que se despertaba, salía por la ventana y se
descolgaba por un árbol para reunirse con él. Luego iban corriendo al arroyo,
se tumbaban junto a la orilla y hablaban de todo y de nada. Siempre esperaba que
Peter le pidiera que se desabrochara los botones, pero nunca más lo hizo. Lo
apreciaba más por querer estar con ella sin que se desabrochara nada.
—Mira —dijo él
de pronto, señalando al cielo. —¿Lo has visto?
—Sí. —A Peter
se le daba bien localizar las estrellas fugaces y verlas antes de que
desaparecieran. —¿Por qué crees que pasan tan rápido?
—No tengo
idea. Supongo que es una de esas cosas que no tienen explicación.
—¿Adonde crees
que van?
—No lo sé.
Quizá a otra parte del cielo, para que otros puedan verlas también.
—Mamá dice
que, si pides un deseo cuando ves una estrella fugaz, éste se cumple.
—Yo no creo en
los deseos.
Lali se
incorporó y lo miró. Tenía las manos cruzadas bajo la cabeza, su largo, cuerpo
tendido en el suelo. Llevaba poco más de una semana trabajando para la Texas
Lady, pero ya parecía mucho más fuerte. Suponía que se debía al trabajo y a la
comida. Ya no vivía sólo de las galletas que robaba.
—Es muy triste
que no creas en los deseos, Peter. Las personas tienen que querer cosas.
—No he dicho
que no crea en querer. Quiero muchas cosas. Sólo que no creo que el desearlas
me las proporcione.
Lali dobló las
piernas, se abrazó a ellas y apoyó el mentón en las rodillas.
—Pero robarlas
sí. ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Que no necesitas desear nada, porque, si lo
quieres, lo robas?
—No he vuelto
a robar nada desde que empecé a trabajar. Ya te dije que robar está mal si lo
haces cuando tienes dinero. Ahora tengo un poco de dinero, así que ya no robo.
—Me alegro. No
me gustaría que fueras a la cárcel... o al infierno.
—El infierno
no me preocupa. Ya he estado allí.
—No vas al
infierno hasta que te mueres, y sólo si no has sido bueno.
—Yo era bueno,
y fui al infierno estando vivo.
Lali alargó el
brazo y le tocó el codo. Quería acariciarle la barbilla, donde había empezado a
salirle barba, pero pensó que tal vez a él no le pareciera bien, de modo que se
conformó con la tela que le cubría el brazo.
—¿En el tren
de los huérfanos?
—Con la
familia que me acogió. El viejo nunca estaba contento conmigo, aunque me
deslomara trabajando. Por las noches, me encerraba con llave en el cobertizo
por miedo a que huyera.
—Y lo hiciste.
—Sí.
—¿Cómo
escapaste?—preguntó ella.
—Empezó a
pegarme sin motivo, al menos ninguno que yo supiera. No era la primera vez, pero
yo ya era algo mayor y estaba harto. Así que le devolví el golpe, lo tumbé y
salí corriendo. Yo era mucho más rápido, de modo que no paré de correr hasta
que llegué aquí.
—Me alegro de
que pararas aquí —dijo Lali.
—No era mi
intención, no pretendía quedarme aquí para siempre. Pero como me contrataron
para trabajar con el ganado... —Se encogió de hombros. —Ahora que tengo el
estómago lleno y una cama, no hay motivo para seguir huyendo.
Así que no era
ella la razón por la que había decidido quedarse. Eso era sólo una ilusión que
Lali había tenido, pero a diferencia de Peter, a ella le gustaba soñar. Se
quedó mirando el agua del arroyo. El había vivido aventuras emocionantes, había
estado en todas partes, mientras que ella jamás había salido de Fortune. Pensó
en decirle que, al ver la estrella fugaz, había deseado viajar a algún lugar
fascinante, pero su madre también le había dicho que los deseos no se cumplen
si se los cuentas a alguien, porque entonces se puede romper el hechizo que los
convierte en realidad.
—¿Has besado
alguna vez a un chico? —le preguntó Peter en voz baja.
Ella negó con
la cabeza, sin mirarlo. —¿Y tú, has besado a alguna chica?
—No. —Lali oyó
crujir la hierba mientras Peter se incorporaba. —Pero estoy deseando hacerlo.
Ella lo miró
de reojo, esforzándose por contener la sonrisa. Lo bueno de Peter era que
siempre decía las cosas como las pensaba.
—¿La conozco?
La sonrisa
lenta y perezosa de él se hizo visible a la luz de la luna.
—Tengo algo
para ti —dijo él en vez de contestar.
—¿Qué?
—preguntó ella, aunque se imaginaba lo que era: un beso.
Peter le cogió
la trenza y se la puso por encima del hombro. Ella se preguntó cómo podía notar
de ese modo el tacto de su mano, no sólo en el pelo sino hasta en los dedos de
los pies. Los enterró en la hierba, pero no por eso cesó el hormigueo. Él se
sacó algo del bolsillo del chaleco y lo meció delante de ella.
—Una cinta
para el pelo —dijo.
—No distingo
el color en la oscuridad.
—Es del mismo
color que tus ojos.
El corazón le
latía muy fuerte mientras Peter le pasaba la cinta alrededor de la trenza y se
la ataba en un lazo rarísimo.
—¿La has
robado? —le preguntó.
—No, es lo
primero que he comprado con mi jornal.- Esta vez, Lali no pudo contener la
sonrisa.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Qué es lo
segundo?
—Un penique de
regaliz, pero ya no me queda.
—Bueno, no me
gusta el regaliz —dijo ella, acariciando el lazo. Ningún chico le había
regalado nunca nada. Debía de gustarle muchísimo a Peter para que le comprara
una cinta. A su madre, ni siquiera el inglés de hablar raro que la visitaba
últimamente le había regalado algo así.
—A lo mejor
ahora quieres que probemos ese beso —dijo él. Ella lo miró.
—¿Por eso me
has regalado una cinta? ¿Para que te bese?
—¡No! Cuando
la vi, pensé en ti. Aunque no quieras besarme...
Rápidamente,
Lali se inclinó hacia adelante, acercó sus labios fruncidos a los de él y se
apartó bruscamente. Ya estaba, ya lo había hecho. Antes de que Peter tuviese
tiempo de desafiarla a que lo hiciera. Siempre la estaba retando: a que se
fumara uno de sus cigarrillos, a que bebiera de botellas de whisky casi vacías
que encontraba a la puerta de la taberna, a que se reuniera con él junto al
arroyo. Todo cosas por las que seguramente se metería en un buen lío si su
madre llegaba a enterarse. Por un beso, le caería sin duda una buena azotaina. Se
quedó allí sentada, mordiéndose el labio inferior, esperando a que él
reaccionara, a que dijera algo. Lo que fuera.
—¿Y bien?
—Ha sido como
una estrella fugaz surcando el cielo.
—¿Eso es bueno
o malo?
—Significa que
ha sido muy breve, que se ha terminado antes de que supiera siquiera que
llegaba. —Le acarició la mejilla, y ella pudo notar la aspereza de su piel.
Tenía callos en los dedos y en la palma de la mano. Las manos de un trabajador.
—Ahora vamos a probarlo a mi manera.
—No sabía que
tuvieras una. ¿No dices que nunca lo has hecho? —replicó Lali.
—Eso no quiere
decir que no haya pensado en ello.
—¿Con quién
pensabas...?
—Calla, niña,
que a veces hablas demasiado.
Entonces sus
labios, cálidos y firmes al tiempo que suaves, se posaron en los de ella. Y
Lali pensó que podría amar a aquel muchacho hasta el día en que muriera.
—Ay, Peter,
¡es horrible! ¡Nos vamos!
El se la quedó
mirando fijamente. Era presa de un ataque de pánico desde que la había visto
salir por la ventana de su dormitorio, deslizarse por el viejo y nudoso roble,
y luego cogerlo de la mano tan fuerte que casi le hacía daño, y arrastrarlo
hasta el bosquecillo.
—¿Que os vais?
Ella asintió
con la cabeza, el reflejo de la luna en sus ojos llorosos.
—Ese tipo
inglés le ha pedido a mamá que se case con él, y ella ha dicho que sí. Nos
trasladamos a Inglaterra.
Esas palabras
lo aturdieron, lo sacudieron de pies a cabeza. Lali era lo mejor de vivir allí.
Abalanzándose
sobre él, la chica se abrazó con tuerza a su cuello.
—Ay, Peter,
nunca volveré a verte.
El la abrazó
también, estrechándola contra su cuerpo, y notó las lágrimas que le corrían por
las mejillas, cálidas al principio, frías a medida que resbalaban. No podía
marcharse. Era demasiado pronto. Aún no tenía nada que ofrecerle. Ella se
apartó y lo miró como si creyera que él poseía alguna clase de poder para
arreglarlo todo.
—¿Qué vamos a
hacer?
Peter tragó
saliva y odió tener que decirle esas palabras.
—Lali, no
tengo nada que ofrecerte.
—Pensaba que
me querías. —Peter miró hacia la casa de ella. —Sé que nunca me lo has dicho,
pero creía que...
—Y así es
—dijo él, interrumpiéndola. Aquello era lo más cerca que iba a estar de
revelarle sus sentimientos.
—Entonces,
¿qué vamos a hacer? —volvió a preguntar Lali.
Peter no tenía
la menor idea. Pensó en las ropas caras que llevaba aquel tipo, en su forma de
hablar, que, aunque cursi, desprendía seguridad, algo que incitaba a escucharlo
y obedecerlo. Daba órdenes sin gritar ni obligar a golpes. Si ese hombre fuera
quien lo hubiese sacado del tren de los huérfanos, se habría dejado el alma
trabajando para él. Tal vez por eso ahora se esforzaba tanto, porque no quería
decepcionarlo, ni que creyera que había juzgado mal sus aptitudes. El inglés
cuidaría bien de Lali hasta que él pudiera ir a buscarla.
—Creo que
deberías ir con ellos —le dijo, como si tuviera elección, aunque sospechaba
que, en realidad, no la tenía. Si su madre quería que fuese, iría.
La chica se lo
quedó mirando, y él la vio esforzarse por asimilar lo que le pedía.
—Iré a
buscarte, Lali, en cuanto pueda. Te prometo que no tardaré. Invertiré todo mi
dinero en nuestra futura casa.
En las noches
siguientes, Peter creyó que el terror que lo atenazaba cada vez que pensaba en
que ella iba a marcharse terminaría por matarlo, junto al arroyo, le pedía que
le contara cómo quería que fuera su casa, con todo lujo de detalles. La última
noche que pasaron juntos, durmieron abrazados, vestidos, bañados por la luz de
la luna.
Al amanecer,
cuando Peter la acompañó a su casa, ella le susurró:
—Te voy a
echar muchísimo de menos. ¿Me escribirás?
—Todos los
días —prometió él.
—Y, cuando
vengas a buscarme, estaremos juntos para siempre.
—Para siempre.
Dios sobrepasan la lindura, la dulzura y el amor
ResponderEliminarMe encanto el capitulo super lindo
Besitos
Marines
Maaas!! Me encantaa!! :3
ResponderEliminarM
ResponderEliminarS
ResponderEliminarNueva lectora!! :3 La descubrí por a caso y me encantó!! Maaaas!! :3
ResponderEliminarBesos *Ana* @susonrisa_pl
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