miércoles, 22 de mayo de 2013

Capitulo 13


Bueno segundo y ultimo por hoy mañana mas COMENTEN si hay mas de 6 Comentarios subo por 2 asi que chicas comenten que se pone buena la nove!



Diez años antes.

A Lali le costaba creer que estuviera tumbada al lado de un chico. De Peter. En la hierba verde y fría próxima al riachuelo. En la oscuridad. De no ser por la luna llena, ni siquiera podría verlo. Iba en camisón, pero imaginaba que la tapaba lo mismo que el vestido. Peter, como siempre, con pantalón y camisa. Y chaleco. Había empezado a ponérselo para tener dónde guardar el tabaco y el papel de fumar. Aunque ya no fumaba delante de ella, sabía que lo llevaba ahí porque le abultaba en el bolsillo.
Siempre iba a verla a última hora de la noche, cuando su madre ya se había acostado. Le tiraba piedrecitas a la ventana de su dormitorio hasta que se despertaba, salía por la ventana y se descolgaba por un árbol para reunirse con él. Luego iban corriendo al arroyo, se tumbaban junto a la orilla y hablaban de todo y de nada. Siempre esperaba que Peter le pidiera que se desabrochara los botones, pero nunca más lo hizo. Lo apreciaba más por querer estar con ella sin que se desabrochara nada.
—Mira —dijo él de pronto, señalando al cielo. —¿Lo has visto?
—Sí. —A Peter se le daba bien localizar las estrellas fugaces y verlas antes de que desaparecieran. —¿Por qué crees que pasan tan rápido?
—No tengo idea. Supongo que es una de esas cosas que no tienen explicación.
—¿Adonde crees que van?
—No lo sé. Quizá a otra parte del cielo, para que otros puedan verlas también.
—Mamá dice que, si pides un deseo cuando ves una estrella fugaz, éste se cumple.
—Yo no creo en los deseos.
Lali se incorporó y lo miró. Tenía las manos cruzadas bajo la cabeza, su largo, cuerpo tendido en el suelo. Llevaba poco más de una semana trabajando para la Texas Lady, pero ya parecía mucho más fuerte. Suponía que se debía al trabajo y a la comida. Ya no vivía sólo de las galletas que robaba.
—Es muy triste que no creas en los deseos, Peter. Las personas tienen que querer cosas.
—No he dicho que no crea en querer. Quiero muchas cosas. Sólo que no creo que el desearlas me las proporcione.
Lali dobló las piernas, se abrazó a ellas y apoyó el mentón en las rodillas.
—Pero robarlas sí. ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Que no necesitas desear nada, porque, si lo quieres, lo robas?
—No he vuelto a robar nada desde que empecé a trabajar. Ya te dije que robar está mal si lo haces cuando tienes dinero. Ahora tengo un poco de dinero, así que ya no robo.
—Me alegro. No me gustaría que fueras a la cárcel... o al infierno.
—El infierno no me preocupa. Ya he estado allí.
—No vas al infierno hasta que te mueres, y sólo si no has sido bueno.
—Yo era bueno, y fui al infierno estando vivo.
Lali alargó el brazo y le tocó el codo. Quería acariciarle la barbilla, donde había empezado a salirle barba, pero pensó que tal vez a él no le pareciera bien, de modo que se conformó con la tela que le cubría el brazo.
—¿En el tren de los huérfanos?
—Con la familia que me acogió. El viejo nunca estaba contento conmigo, aunque me deslomara trabajando. Por las noches, me encerraba con llave en el cobertizo por miedo a que huyera.
—Y lo hiciste.
—Sí.
—¿Cómo escapaste?—preguntó ella.
—Empezó a pegarme sin motivo, al menos ninguno que yo supiera. No era la primera vez, pero yo ya era algo mayor y estaba harto. Así que le devolví el golpe, lo tumbé y salí corriendo. Yo era mucho más rápido, de modo que no paré de correr hasta que llegué aquí.
—Me alegro de que pararas aquí —dijo Lali.
—No era mi intención, no pretendía quedarme aquí para siempre. Pero como me contrataron para trabajar con el ganado... —Se encogió de hombros. —Ahora que tengo el estómago lleno y una cama, no hay motivo para seguir huyendo.
Así que no era ella la razón por la que había decidido quedarse. Eso era sólo una ilusión que Lali había tenido, pero a diferencia de Peter, a ella le gustaba soñar. Se quedó mirando el agua del arroyo. El había vivido aventuras emocionantes, había estado en todas partes, mientras que ella jamás había salido de Fortune. Pensó en decirle que, al ver la estrella fugaz, había deseado viajar a algún lugar fascinante, pero su madre también le había dicho que los deseos no se cumplen si se los cuentas a alguien, porque entonces se puede romper el hechizo que los convierte en realidad.
—¿Has besado alguna vez a un chico? —le preguntó Peter en voz baja.
Ella negó con la cabeza, sin mirarlo. —¿Y tú, has besado a alguna chica?
—No. —Lali oyó crujir la hierba mientras Peter se incorporaba. —Pero estoy deseando hacerlo.
Ella lo miró de reojo, esforzándose por contener la sonrisa. Lo bueno de Peter era que siempre decía las cosas como las pensaba.
—¿La conozco?
La sonrisa lenta y perezosa de él se hizo visible a la luz de la luna.
—Tengo algo para ti —dijo él en vez de contestar.
—¿Qué? —preguntó ella, aunque se imaginaba lo que era: un beso.
Peter le cogió la trenza y se la puso por encima del hombro. Ella se preguntó cómo podía notar de ese modo el tacto de su mano, no sólo en el pelo sino hasta en los dedos de los pies. Los enterró en la hierba, pero no por eso cesó el hormigueo. Él se sacó algo del bolsillo del chaleco y lo meció delante de ella.
—Una cinta para el pelo —dijo.
—No distingo el color en la oscuridad.
—Es del mismo color que tus ojos.
El corazón le latía muy fuerte mientras Peter le pasaba la cinta alrededor de la trenza y se la ataba en un lazo rarísimo.
—¿La has robado? —le preguntó.
—No, es lo primero que he comprado con mi jornal.- Esta vez, Lali no pudo contener la sonrisa.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Qué es lo segundo?
—Un penique de regaliz, pero ya no me queda.
—Bueno, no me gusta el regaliz —dijo ella, acariciando el lazo. Ningún chico le había regalado nunca nada. Debía de gustarle muchísimo a Peter para que le comprara una cinta. A su madre, ni siquiera el inglés de hablar raro que la visitaba últimamente le había regalado algo así.
—A lo mejor ahora quieres que probemos ese beso —dijo él. Ella lo miró.
—¿Por eso me has regalado una cinta? ¿Para que te bese?
—¡No! Cuando la vi, pensé en ti. Aunque no quieras besarme...
Rápidamente, Lali se inclinó hacia adelante, acercó sus labios fruncidos a los de él y se apartó bruscamente. Ya estaba, ya lo había hecho. Antes de que Peter tuviese tiempo de desafiarla a que lo hiciera. Siempre la estaba retando: a que se fumara uno de sus cigarrillos, a que bebiera de botellas de whisky casi vacías que encontraba a la puerta de la taberna, a que se reuniera con él junto al arroyo. Todo cosas por las que seguramente se metería en un buen lío si su madre llegaba a enterarse. Por un beso, le caería sin duda una buena azotaina. Se quedó allí sentada, mordiéndose el labio inferior, esperando a que él reaccionara, a que dijera algo. Lo que fuera.
—¿Y bien?
—Ha sido como una estrella fugaz surcando el cielo.
—¿Eso es bueno o malo?
—Significa que ha sido muy breve, que se ha terminado antes de que supiera siquiera que llegaba. —Le acarició la mejilla, y ella pudo notar la aspereza de su piel. Tenía callos en los dedos y en la palma de la mano. Las manos de un trabajador. —Ahora vamos a probarlo a mi manera.
—No sabía que tuvieras una. ¿No dices que nunca lo has hecho? —replicó Lali.
—Eso no quiere decir que no haya pensado en ello.
—¿Con quién pensabas...?
—Calla, niña, que a veces hablas demasiado.
Entonces sus labios, cálidos y firmes al tiempo que suaves, se posaron en los de ella. Y Lali pensó que podría amar a aquel muchacho hasta el día en que muriera.
—Ay, Peter, ¡es horrible! ¡Nos vamos!
El se la quedó mirando fijamente. Era presa de un ataque de pánico desde que la había visto salir por la ventana de su dormitorio, deslizarse por el viejo y nudoso roble, y luego cogerlo de la mano tan fuerte que casi le hacía daño, y arrastrarlo hasta el bosquecillo.
—¿Que os vais?
Ella asintió con la cabeza, el reflejo de la luna en sus ojos llorosos.
—Ese tipo inglés le ha pedido a mamá que se case con él, y ella ha dicho que sí. Nos trasladamos a Inglaterra.
Esas palabras lo aturdieron, lo sacudieron de pies a cabeza. Lali era lo mejor de vivir allí.
Abalanzándose sobre él, la chica se abrazó con tuerza a su cuello.
—Ay, Peter, nunca volveré a verte.
El la abrazó también, estrechándola contra su cuerpo, y notó las lágrimas que le corrían por las mejillas, cálidas al principio, frías a medida que resbalaban. No podía marcharse. Era demasiado pronto. Aún no tenía nada que ofrecerle. Ella se apartó y lo miró como si creyera que él poseía alguna clase de poder para arreglarlo todo.
—¿Qué vamos a hacer?
Peter tragó saliva y odió tener que decirle esas palabras.
—Lali, no tengo nada que ofrecerte.
—Pensaba que me querías. —Peter miró hacia la casa de ella. —Sé que nunca me lo has dicho, pero creía que...
—Y así es —dijo él, interrumpiéndola. Aquello era lo más cerca que iba a estar de revelarle sus sentimientos.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —volvió a preguntar Lali.
Peter no tenía la menor idea. Pensó en las ropas caras que llevaba aquel tipo, en su forma de hablar, que, aunque cursi, desprendía seguridad, algo que incitaba a escucharlo y obedecerlo. Daba órdenes sin gritar ni obligar a golpes. Si ese hombre fuera quien lo hubiese sacado del tren de los huérfanos, se habría dejado el alma trabajando para él. Tal vez por eso ahora se esforzaba tanto, porque no quería decepcionarlo, ni que creyera que había juzgado mal sus aptitudes. El inglés cuidaría bien de Lali hasta que él pudiera ir a buscarla.
—Creo que deberías ir con ellos —le dijo, como si tuviera elección, aunque sospechaba que, en realidad, no la tenía. Si su madre quería que fuese, iría.
La chica se lo quedó mirando, y él la vio esforzarse por asimilar lo que le pedía.
—Iré a buscarte, Lali, en cuanto pueda. Te prometo que no tardaré. Invertiré todo mi dinero en nuestra futura casa.
En las noches siguientes, Peter creyó que el terror que lo atenazaba cada vez que pensaba en que ella iba a marcharse terminaría por matarlo, junto al arroyo, le pedía que le contara cómo quería que fuera su casa, con todo lujo de detalles. La última noche que pasaron juntos, durmieron abrazados, vestidos, bañados por la luz de la luna.
Al amanecer, cuando Peter la acompañó a su casa, ella le susurró:
—Te voy a echar muchísimo de menos. ¿Me escribirás?
—Todos los días —prometió él.
—Y, cuando vengas a buscarme, estaremos juntos para siempre.
—Para siempre.

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