domingo, 26 de mayo de 2013

Capitulo 17

Bueno chicas estos cap son por el Viernes y El Sabado el de hoy lo subo a la noche, besos, nos estamos leyendo.


Christopher Montgomery presenciaba el disgusto de su esposa con el corazón encogido.
—Apártate de la ventana, Elizabeth.
—Podías haberle impedido que se fuera.
—Tiene veinticuatro años, edad suficiente para tomar sus propias decisiones.
Ella se volvió de pronto, con lágrimas en los ojos.
—Te habría dado tiempo de sobra a bajar y hacerle frente.
—Creo que iba armado —respondió Montgomery con una leve sonrisa, pero su esposa no supo apreciar aquel intento de animarla. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
Lo destrozaba verla sufrir así. Había compartido con él a sus tres hijas y luego lo había bendecido con dos más. A diferencia de la mayoría de los aristócratas, Christopher nunca había querido un hijo. En realidad, el condado de Ravenleigh le correspondía a su hermano, pero eso era un secreto entre ellos dos. Sin ningún problema, a su debido tiempo le pasaría el título a su sobrino. Pero en aquel momento lo único que le preocupaba era consolar a la mujer a la que amaba con locura.
—Si les prohibimos que se vean, encontrarán otro modo de hacerlo, por mucho que te empeñes en lo contrario.
Elizabeth echó la cabeza hacia atrás.
—El no conoce las normas de aquí. Arruinará su reputación.
—O tal vez le dé lo que nosotros no hemos sabido ofrecerle: felicidad —replicó él, secándole una lágrima de la mejilla.
—Pero ¿a qué precio?
—A veces lo único que los padres pueden hacer es estar ahí para ayudarlos cuando caigan.
—¿Y si somos nosotros los responsables de la caída? La mujer lloraba inconsolable. —Elizabeth...
—Ay, Christopher, hice algo horrible y no sé cómo arreglarlo.
—Cuéntamelo, mi amor, y lo arreglaremos juntos —la consoló él apretándola contra su pecho.

Todo estaba muy tranquilo a orillas del Támesis, en las afueras de Londres. Aunque estaba tumbada sobre el guardapolvo de Peter, inhalando su aroma mientras miraba al cielo, notaba la tierra fría bajo la espalda.
—Nunca está tan despejado como el de Texas. Aquí nunca he visto una estrella fugaz.
—Si la vieras, ¿qué deseo pedirías? —le preguntó él, acariciándole distraído el brazo con un dedo.
La joven se volvió para mirarlo. Estaba apoyado en un codo, contemplándola. Cuando se la llevó de la casa, Lali pensó que haría algo más que cogerle las manos en el coche, pero no había sido así. Tal vez por eso, primero se le había encogido el corazón para luego henchírsele de alegría, porque Peter no estaba con ella para desabrocharle el corpiño sino por algo más. Un retazo de lo que habían dejado en Texas, de la adolescencia que habían perdido.
—No lo sé. Ni siquiera sé si pediría un deseo.
—¿Has dejado de creer que los deseos se hacen realidad? —se burló él levemente.
Ella soltó una risita.
—No, aún creo que es así, pero por desgracia cuando los míos se han hecho realidad, no ha sido siempre como yo esperaba o tenía pensado.
—¿Qué deseo pediste que no se haya cumplido como querías?
—Una de las noches que bajamos al arroyo, me sorprendí envidiando la vida que tú habías llevado, todos los lugares en los que habías estado, y las experiencias que habías vivido. Me sentía sosa y aburrida. Al ver la estrella fugaz, le pedí que me concediera el deseo de viajar. Lo que no pensé es que me mandaría tan lejos, ni por tanto tiempo.
—Siempre me ha gustado eso de ti, que creyeras que los deseos se cumplen.
—A mí me preocupaba que pensaras que era boba.
—No, Lali. No porque yo fuera incapaz de creerlo menospreciaba que tú lo hicieras. Me duele saber que ya no crees. Deberías volver a tener esa ilusión. Te sorprendería comprobar lo que ocurre con tus deseos.
—Sí tuviera que pedir uno, creo que sería recuperar tus cartas. ¿Qué me decías en ellas?
—A ver si me acuerdo... —Levantó la cabeza hacia el cielo, como si pudiera leer sus palabras escritas en las estrellas.

—Querida Lali: hoy me he topado con tres terneros extraviados. No estaban marcados, así que los he marcado y los he incorporado a la manada. Tuyo afectísimo, Peter.

—Qué romántico —rió ella.
Él volvió a mirarla, y la joven pudo ver cómo sonreía.
—Las había mejores. ''Querida Lali: hoy he tenido que sacar a un novillo terco de una ciénaga. Casi me parto el espinazo. Te he echado mucho de menos. Si hubieras estado aquí, habrías podido empujar mientras yo tiraba. Tuyo afectísimo, Peter''.
Riéndose aún más, le dio un leve golpe en el hombro.
—Eso no es lo que me escribiste. El soltó una risita sofocada.
—Más o menos. No se me da muy bien escribir cartas. La mayor parte no eran muy largas. Sólo una o dos frases, lo justo para cumplir mí promesa de escribirte todos los días.
Ella alargó la mano y le acarició la mejilla, pasándole el pulgar por aquel bigote que empezaba a adorar. Le quedaba muy bien.
—Y pensar el tiempo que he estado sin saberlo. —¿Cómo podía su madre haber destruido las cartas? —Si escribías con la frecuencia que dices, debiste de enviarme más de mil cartas.
—¿Dudas de mi palabra?
—No, pero dudo que escribieras sólo sobre ganado.
Peter volvió la cabeza y ella se preguntó qué estaría pasando por su cabeza.
—Cuando, después de unos meses, vi que no me contestabas, pensé que a lo mejor te aburrían tanto mis cartas como a mí, así que intenté escribir de otra cosa que no fuera el ganado. Te hablaba de lo mal que me sentía.
Lali sintió una punzada de angustia por la soledad que ambos habían sufrido durante tantos años.
Peter le cogió la mano y empezó a trazarle círculos con el pulgar en la palma.
—¿Te acuerdas de lo que tú me contabas en las cartas que nunca recibí?
—No con exactitud, pero sí lo suficiente como para que te hagas una idea. ''Querido Peter: todas las chicas a las que me presentan son lady esto o lady lo otro. Yo no sé comportarme como una dama. Tuya afectísima, Lali.''
—Tú ya eres una dama, Lali. Siempre lo has sido.
—Una dama no se habría ofrecido a que un muchacho le desabrochara el corpiño, para que diez años después él aún pudiera exigírselo.
—No puedes reprochármelo. Cielos, querida, imagina que te diera un regalo muy bien envuelto y sólo te dejara deshacerle el lazo. No me digas que diez años después no seguirías queriendo ver lo que había dentro.
Vaya, había conseguido hacerla reír otra vez. Le acarició el espeso cabello.
—Ay, Peter, a ti todo te parece muy sencillo, pero las cosas tienen sus complicaciones.
—Pues los botones de tu vestido no parecen tener ninguna. No creo que desabrocharlos fuera tan difícil.
—No, pero podría llegar a serlo. ¿Y si miraras pero no pudieras resistir la tentación de tocar?
Él bajó un poco la cabeza y respondió con voz ronca:
—Creo que temes darte cuenta de que, en realidad, no quieres que me resista.
Sabía que era eso lo que temía, que a él le bastara con desabrocharle los botones pero a ella no. Si el hecho de que le acariciara el brazo o la mano la emocionaba tanto, ¿qué demonios sucedería si le acariciaba algo más?
Debía apartarlo, y apartarse, de aquel camino potencialmente peligroso. Tragó saliva, decidida a que el comportamiento de los dos aquella noche fuera irreprochable.
—Escribí más cartas.
—¿Ah, sí? —inquirió él.
Le pareció que lo decía en tono jocoso, como si supiera perfectamente por qué había vuelto al tema de las cartas, como si fuera consciente de que la tentaba como no debía.

Querido Peter: todos los chicos a los que me presentan son lord esto o lord lo otro. No me gustan mucho. Tuya afectísima, Lali.

—Me alegro de que no te gustara ninguno de los tipos que has conocido aquí —dijo con una risa contenida.
Lali pensó en hablarle de Martinez, pero ¿para qué? Ese episodio de su vida era historia.
—Creo que te escribí un par de cartas bastante largas en las que te hablaba de mi vestuario —dijo en cambio—, sobre todo después de la primera vez que fui a París para comprarme un vestido de gala. En Texas, me ponía un vestido por la mañana y no me lo quitaba hasta que me iba a acostar. Aquí me cambio de ropa tres o cuatro veces al día, dependiendo de lo que vaya a hacer, de adonde vaya a ir o a quién vaya a ver. A veces me siento culpable por no ser feliz con todo lo que tengo cuando hay quienes no tienen nada.
—¿De verdad has sido tan infeliz aquí?
Ella meneó despacio la cabeza.
—No sé explicarlo, Peter. Echaba de menos muchas cosas. Los olores de la tienda de ultramarinos cuando bajábamos al pueblo los sábados. La simpatía sincera de la gente, que todo el mundo te saludara, independientemente de quién fueras y de quiénes pudieran ser rus padres. Mientras llamara señor o señora a mis mayores, no me metía en ningún lío por dirigirme a alguien de forma inadecuada. —Lo miró de reojo. —Aquí tienen normas sobre quién debe sentarse junto a quién en la mesa, y las presentaciones son muy formales. Incluso cuando te encuentras a alguien que conoces, debes respetar la forma correcta de saludarlo o saludarla. Es aburrido.
—Y dime, querida, ¿cómo piensas volver a Texas?
—En barco.
Él soltó una carcajada.
—Eso ya lo suponía. Pero el pasaje cuesta dinero. ¿Te lo paga Ravenleigh?
—No me atrevería a pedírselo. Ha sido un padre maravilloso, y no quiero ponerlo en una situación comprometida. Mi madre no quiere que me vaya por nada del mundo. Piensa que la vida en Texas es demasiado dura, que he olvidado cómo es realmente.
—Es dura, Lali.
—La de aquí también lo es, Peter; a su manera. No creas que no.
—No lo hago. Pero aún no has respondido a mi pregunta. ¿Cómo vas a pagarte el pasaje?
—Es un escándalo terrible, y debes prometerme que no se lo dirás a nadie.
—¿A quién se lo iba a decir?
—Trabajo en una tienda.
—¿En una tienda? ¿Y qué es lo que vendes para que sea un escándalo?
—El escándalo no tiene nada que ver con la tienda en sí, sino con que yo esté allí. Mi padrastro es un noble. Si se supiera que trabajo, sería una vergüenza para él. Procuré buscar una tienda en una zona de Londres que no frecuente nadie importante.
—Al conde pareció sorprenderle que tuvieras previsto volver a Texas.
—Les había dicho a él y a mi madre que pasaba el día haciendo obras de caridad.
—¿Mentiste?
—Me pareció que si quería salirme con la mía y volver a Fortune no tenía elección. Esta noche, mi madre me ha ordenado que me despida del trabajo.
—¿Lo harás?
—¿Cómo voy a hacerlo? Eso limitaría mis posibilidades y me obligaría a quedarme aquí. —Suspirando, negó con la cabeza. —Ya pensaré en todo ello mañana. Ahora mismo estoy cansada de hablar de mí. Háblame de ti. ¿Qué has hecho todos estos años?
—Todos estos años he sido vaquero —contestó él. —No tiene nada de extraordinario.
Lali no pudo resistir la tentación de cogerle la barbilla y volver a acariciársela con el pulgar.
—¿Cómo es que te has dejado bigote?
—¿No te gusta?
—No me disgusta —respondió ella, complacida de que su opinión le importara. —Sólo intento imaginar las cosas que has pensado durante este tiempo, para entender algunas de las decisiones que has tomado.
—En mi segundo año de recogida de ganado, me hicieron capataz. Apenas tenía diecisiete años y daba órdenes a hombres mucho mayores que yo, así que pensé que, si me dejaba crecer el bigote, parecería un poco mayor, algo más duro, y me tomarían más en serio.
—Cielo santo, Peter, debías de ser el capataz más joven de la historia.
—Los hubo más jóvenes durante la guerra. No es tan complicado.
¿Desde cuándo era Peter Lanzani tan modesto? Tenía que recordarse constantemente que había cambiado mucho, igual que ella. Ya no eran las mismas personas. Se debatía entre el deseo de conocerlo mejor y el temor de que eso le partiera aún más el corazón.
—Es mucha responsabilidad —replicó ella.
—Me pagaban más, y así podía conseguir antes lo que quería.
—¿Y qué querías?
—Mi propio rancho. El vaquero que trabaja para otros tiene pocas posibilidades de formar una familia, y ninguna de mantenerla como le gustaría.
—¿Ya tienes tu rancho?
—Sí, señora. Acabo de terminar de construir la casa. Yo mismo he puesto muchos de los clavos, quería que llevara mi sello. Siempre he buscado algo permanente, algo sólido que me sobreviviera. Es curioso que todo este tiempo tuviera propiedades aquí que ni siquiera sabía que existían.
—Eso no resta importancia a lo que has hecho en Texas. ¿Qué nombre le has puesto a tu rancho?
—Corazón solitario.
A Lali se le encogió el suyo y se le hizo un nudo en la garganta. No tenía nada que decir al respecto, tampoco él. EJ nombre del rancho lo decía todo por los dos. Los envolvió el silencio, reconfortante, familiar.
—¿Cuál es tu recuerdo más antiguo? —preguntó Peter, con tanta solemnidad que Lali se preguntó adonde lo habría transportado el silencio.
—Tú en la parte trasera de la tienda de ultramarinos.


3 comentarios:

  1. (—¿Cuál es tu recuerdo más antiguo? —preguntó Peter, con tanta solemnidad que Lali se preguntó adonde lo habría transportado el silencio.
    —Tú en la parte trasera de la tienda de ultramarinos.)
    Me mato esta parte Divina
    muy buenos los Capitulos
    Besitos
    Marines

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  2. pasen por mi blog hay nove

    http://novelaslaliterxsiempre.blogspot.com/

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