Bueno chicas estos cap son por el Viernes y El Sabado el de hoy lo subo a la noche, besos, nos estamos leyendo.
Christopher Montgomery
presenciaba el disgusto de su esposa con el corazón encogido.
—Apártate de
la ventana, Elizabeth.
—Podías
haberle impedido que se fuera.
—Tiene
veinticuatro años, edad suficiente para tomar sus propias decisiones.
Ella se volvió
de pronto, con lágrimas en los ojos.
—Te habría
dado tiempo de sobra a bajar y hacerle frente.
—Creo que iba
armado —respondió Montgomery con una leve sonrisa, pero su esposa no supo
apreciar aquel intento de animarla. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
Lo destrozaba
verla sufrir así. Había compartido con él a sus tres hijas y luego lo había
bendecido con dos más. A diferencia de la mayoría de los aristócratas,
Christopher nunca había querido un hijo. En realidad, el condado de Ravenleigh
le correspondía a su hermano, pero eso era un secreto entre ellos dos. Sin
ningún problema, a su debido tiempo le pasaría el título a su sobrino. Pero en
aquel momento lo único que le preocupaba era consolar a la mujer a la que amaba
con locura.
—Si les
prohibimos que se vean, encontrarán otro modo de hacerlo, por mucho que te
empeñes en lo contrario.
Elizabeth echó
la cabeza hacia atrás.
—El no conoce
las normas de aquí. Arruinará su reputación.
—O tal vez le
dé lo que nosotros no hemos sabido ofrecerle: felicidad —replicó él, secándole
una lágrima de la mejilla.
—Pero ¿a qué
precio?
—A veces lo
único que los padres pueden hacer es estar ahí para ayudarlos cuando caigan.
—¿Y si somos
nosotros los responsables de la caída? La mujer lloraba inconsolable. —Elizabeth...
—Ay,
Christopher, hice algo horrible y no sé cómo arreglarlo.
—Cuéntamelo,
mi amor, y lo arreglaremos juntos —la consoló él apretándola contra su pecho.
Todo estaba
muy tranquilo a orillas del Támesis, en las afueras de Londres. Aunque estaba
tumbada sobre el guardapolvo de Peter, inhalando su aroma mientras miraba al
cielo, notaba la tierra fría bajo la espalda.
—Nunca está
tan despejado como el de Texas. Aquí nunca he visto una estrella fugaz.
—Si la vieras,
¿qué deseo pedirías? —le preguntó él, acariciándole distraído el brazo con un
dedo.
La joven se
volvió para mirarlo. Estaba apoyado en un codo, contemplándola. Cuando se la
llevó de la casa, Lali pensó que haría algo más que cogerle las manos en el
coche, pero no había sido así. Tal vez por eso, primero se le había encogido el
corazón para luego henchírsele de alegría, porque Peter no estaba con ella para
desabrocharle el corpiño sino por algo más. Un retazo de lo que habían dejado
en Texas, de la adolescencia que habían perdido.
—No lo sé. Ni
siquiera sé si pediría un deseo.
—¿Has dejado
de creer que los deseos se hacen realidad? —se burló él levemente.
Ella soltó una
risita.
—No, aún creo
que es así, pero por desgracia cuando los míos se han hecho realidad, no ha
sido siempre como yo esperaba o tenía pensado.
—¿Qué deseo
pediste que no se haya cumplido como querías?
—Una de las
noches que bajamos al arroyo, me sorprendí envidiando la vida que tú habías
llevado, todos los lugares en los que habías estado, y las experiencias que
habías vivido. Me sentía sosa y aburrida. Al ver la estrella fugaz, le pedí que
me concediera el deseo de viajar. Lo que no pensé es que me mandaría tan lejos,
ni por tanto tiempo.
—Siempre me ha
gustado eso de ti, que creyeras que los deseos se cumplen.
—A mí me preocupaba
que pensaras que era boba.
—No, Lali. No
porque yo fuera incapaz de creerlo menospreciaba que tú lo hicieras. Me duele
saber que ya no crees. Deberías volver a tener esa ilusión. Te sorprendería
comprobar lo que ocurre con tus deseos.
—Sí tuviera que
pedir uno, creo que sería recuperar tus cartas. ¿Qué me decías en ellas?
—A ver si me
acuerdo... —Levantó la cabeza hacia el cielo, como si pudiera leer sus palabras
escritas en las estrellas.
—Querida Lali:
hoy me he topado con tres terneros extraviados. No estaban marcados, así que
los he marcado y los he incorporado a la manada. Tuyo afectísimo, Peter.
—Qué romántico
—rió ella.
Él volvió a
mirarla, y la joven pudo ver cómo sonreía.
—Las había
mejores. ''Querida Lali: hoy he tenido que sacar a un novillo terco de una
ciénaga. Casi me parto el espinazo. Te he echado mucho de menos. Si hubieras
estado aquí, habrías podido empujar mientras yo tiraba. Tuyo afectísimo, Peter''.
Riéndose aún
más, le dio un leve golpe en el hombro.
—Eso no es lo
que me escribiste. El soltó una risita sofocada.
—Más o menos.
No se me da muy bien escribir cartas. La mayor parte no eran muy largas. Sólo
una o dos frases, lo justo para cumplir mí promesa de escribirte todos los
días.
Ella alargó la
mano y le acarició la mejilla, pasándole el pulgar por aquel bigote que
empezaba a adorar. Le quedaba muy bien.
—Y pensar el
tiempo que he estado sin saberlo. —¿Cómo podía su madre haber destruido las
cartas? —Si escribías con la frecuencia que dices, debiste de enviarme más de
mil cartas.
—¿Dudas de mi
palabra?
—No, pero dudo
que escribieras sólo sobre ganado.
Peter volvió
la cabeza y ella se preguntó qué estaría pasando por su cabeza.
—Cuando,
después de unos meses, vi que no me contestabas, pensé que a lo mejor te
aburrían tanto mis cartas como a mí, así que intenté escribir de otra cosa que
no fuera el ganado. Te hablaba de lo mal que me sentía.
Lali sintió
una punzada de angustia por la soledad que ambos habían sufrido durante tantos
años.
Peter le cogió
la mano y empezó a trazarle círculos con el pulgar en la palma.
—¿Te acuerdas
de lo que tú me contabas en las cartas que nunca recibí?
—No con
exactitud, pero sí lo suficiente como para que te hagas una idea. ''Querido Peter:
todas las chicas a las que me presentan son lady esto o lady lo otro. Yo no sé
comportarme como una dama. Tuya afectísima, Lali.''
—Tú ya eres
una dama, Lali. Siempre lo has sido.
—Una dama no
se habría ofrecido a que un muchacho le desabrochara el corpiño, para que diez
años después él aún pudiera exigírselo.
—No puedes
reprochármelo. Cielos, querida, imagina que te diera un regalo muy bien
envuelto y sólo te dejara deshacerle el lazo. No me digas que diez años después
no seguirías queriendo ver lo que había dentro.
Vaya, había
conseguido hacerla reír otra vez. Le acarició el espeso cabello.
—Ay, Peter, a
ti todo te parece muy sencillo, pero las cosas tienen sus complicaciones.
—Pues los
botones de tu vestido no parecen tener ninguna. No creo que desabrocharlos
fuera tan difícil.
—No, pero
podría llegar a serlo. ¿Y si miraras pero no pudieras resistir la tentación de
tocar?
Él bajó un
poco la cabeza y respondió con voz ronca:
—Creo que
temes darte cuenta de que, en realidad, no quieres que me resista.
Sabía que era
eso lo que temía, que a él le bastara con desabrocharle los botones pero a ella
no. Si el hecho de que le acariciara el brazo o la mano la emocionaba tanto,
¿qué demonios sucedería si le acariciaba algo más?
Debía
apartarlo, y apartarse, de aquel camino potencialmente peligroso. Tragó saliva,
decidida a que el comportamiento de los dos aquella noche fuera irreprochable.
—Escribí más
cartas.
—¿Ah, sí?
—inquirió él.
Le pareció que
lo decía en tono jocoso, como si supiera perfectamente por qué había vuelto al
tema de las cartas, como si fuera consciente de que la tentaba como no debía.
—Querido Peter:
todos los chicos a los que me presentan son lord esto o lord lo otro. No me
gustan mucho. Tuya afectísima, Lali.
—Me alegro de
que no te gustara ninguno de los tipos que has conocido aquí —dijo con una risa
contenida.
Lali pensó en
hablarle de Martinez, pero ¿para qué? Ese episodio de su vida era historia.
—Creo que te
escribí un par de cartas bastante largas en las que te hablaba de mi vestuario
—dijo en cambio—, sobre todo después de la primera vez que fui a París para
comprarme un vestido de gala. En Texas, me ponía un vestido por la mañana y no
me lo quitaba hasta que me iba a acostar. Aquí me cambio de ropa tres o cuatro
veces al día, dependiendo de lo que vaya a hacer, de adonde vaya a ir o a quién
vaya a ver. A veces me siento culpable por no ser feliz con todo lo que tengo
cuando hay quienes no tienen nada.
—¿De verdad
has sido tan infeliz aquí?
Ella meneó
despacio la cabeza.
—No sé
explicarlo, Peter. Echaba de menos muchas cosas. Los olores de la tienda de
ultramarinos cuando bajábamos al pueblo los sábados. La simpatía sincera de la
gente, que todo el mundo te saludara, independientemente de quién fueras y de
quiénes pudieran ser rus padres. Mientras llamara señor o señora a mis mayores,
no me metía en ningún lío por dirigirme a alguien de forma inadecuada. —Lo miró
de reojo. —Aquí tienen normas sobre quién debe sentarse junto a quién en la
mesa, y las presentaciones son muy formales. Incluso cuando te encuentras a
alguien que conoces, debes respetar la forma correcta de saludarlo o saludarla.
Es aburrido.
—Y dime,
querida, ¿cómo piensas volver a Texas?
—En barco.
Él soltó una
carcajada.
—Eso ya lo
suponía. Pero el pasaje cuesta dinero. ¿Te lo paga Ravenleigh?
—No me
atrevería a pedírselo. Ha sido un padre maravilloso, y no quiero ponerlo en una
situación comprometida. Mi madre no quiere que me vaya por nada del mundo.
Piensa que la vida en Texas es demasiado dura, que he olvidado cómo es
realmente.
—Es dura, Lali.
—La de aquí
también lo es, Peter; a su manera. No creas que no.
—No lo hago.
Pero aún no has respondido a mi pregunta. ¿Cómo vas a pagarte el pasaje?
—Es un
escándalo terrible, y debes prometerme que no se lo dirás a nadie.
—¿A quién se
lo iba a decir?
—Trabajo en
una tienda.
—¿En una
tienda? ¿Y qué es lo que vendes para que sea un escándalo?
—El escándalo
no tiene nada que ver con la tienda en sí, sino con que yo esté allí. Mi
padrastro es un noble. Si se supiera que trabajo, sería una vergüenza para él.
Procuré buscar una tienda en una zona de Londres que no frecuente nadie
importante.
—Al conde
pareció sorprenderle que tuvieras previsto volver a Texas.
—Les había
dicho a él y a mi madre que pasaba el día haciendo obras de caridad.
—¿Mentiste?
—Me pareció
que si quería salirme con la mía y volver a Fortune no tenía elección. Esta
noche, mi madre me ha ordenado que me despida del trabajo.
—¿Lo harás?
—¿Cómo voy a
hacerlo? Eso limitaría mis posibilidades y me obligaría a quedarme aquí.
—Suspirando, negó con la cabeza. —Ya pensaré en todo ello mañana. Ahora mismo
estoy cansada de hablar de mí. Háblame de ti. ¿Qué has hecho todos estos años?
—Todos estos
años he sido vaquero —contestó él. —No tiene nada de extraordinario.
Lali no pudo
resistir la tentación de cogerle la barbilla y volver a acariciársela con el
pulgar.
—¿Cómo es que
te has dejado bigote?
—¿No te gusta?
—No me
disgusta —respondió ella, complacida de que su opinión le importara. —Sólo
intento imaginar las cosas que has pensado durante este tiempo, para entender
algunas de las decisiones que has tomado.
—En mi segundo
año de recogida de ganado, me hicieron capataz. Apenas tenía diecisiete años y
daba órdenes a hombres mucho mayores que yo, así que pensé que, si me dejaba
crecer el bigote, parecería un poco mayor, algo más duro, y me tomarían más en
serio.
—Cielo santo,
Peter, debías de ser el capataz más joven de la historia.
—Los hubo más
jóvenes durante la guerra. No es tan complicado.
¿Desde cuándo
era Peter Lanzani tan modesto? Tenía que recordarse constantemente que había
cambiado mucho, igual que ella. Ya no eran las mismas personas. Se debatía
entre el deseo de conocerlo mejor y el temor de que eso le partiera aún más el
corazón.
—Es mucha
responsabilidad —replicó ella.
—Me pagaban
más, y así podía conseguir antes lo que quería.
—¿Y qué querías?
—Mi propio
rancho. El vaquero que trabaja para otros tiene pocas posibilidades de formar
una familia, y ninguna de mantenerla como le gustaría.
—¿Ya tienes tu
rancho?
—Sí, señora.
Acabo de terminar de construir la casa. Yo mismo he puesto muchos de los
clavos, quería que llevara mi sello. Siempre he buscado algo permanente, algo
sólido que me sobreviviera. Es curioso que todo este tiempo tuviera propiedades
aquí que ni siquiera sabía que existían.
—Eso no resta
importancia a lo que has hecho en Texas. ¿Qué nombre le has puesto a tu rancho?
—Corazón
solitario.
A Lali se le
encogió el suyo y se le hizo un nudo en la garganta. No tenía nada que decir al
respecto, tampoco él. EJ nombre del rancho lo decía todo por los dos. Los
envolvió el silencio, reconfortante, familiar.
—¿Cuál es tu
recuerdo más antiguo? —preguntó Peter, con tanta solemnidad que Lali se
preguntó adonde lo habría transportado el silencio.
—Tú en la
parte trasera de la tienda de ultramarinos.
(—¿Cuál es tu recuerdo más antiguo? —preguntó Peter, con tanta solemnidad que Lali se preguntó adonde lo habría transportado el silencio.
ResponderEliminar—Tú en la parte trasera de la tienda de ultramarinos.)
Me mato esta parte Divina
muy buenos los Capitulos
Besitos
Marines
pasen por mi blog hay nove
ResponderEliminarhttp://novelaslaliterxsiempre.blogspot.com/
sigue subiendo
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