martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 10

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La noticia de Lali le cayó a Peter como un derechazo en el estómago que, de haber estado de píe, lo habría hecho tambalearse. No estaba preparado para que ella saliera de su vida tan pronto después de haber vuelto él a la suya. Ravenleigh parecía tan sorprendido como él, pero antes de que ninguno de los dos pudiera interrogar a Lali, se oyeron unas risas alegres, se abrió la puerta y entraron tres mujeres, sonrientes y obviamente felices. Peter, que se levantó a la vez que el conde, supuso que la mujer mayor era la madre de Lali, aunque no se parecía en nada a aquella señora chillona a la que él evitaba a toda costa en Fortune, y a la que nunca había visto sonreír. Las dos señoritas que la acompañaban debían de ser las hermanas de Lali. Las recordaba vagamente, pero aunque no hubiera sido así, no le habría costado detectar el notable parecido familiar: pelo rubio, ojos azules y rasgos delicados. Se habían convertido en unas bellezas, pero seguían palideciendo al lado de Lali. Sucedía lo mismo con todas las mujeres; siempre había sido así.
—Deduzco que vuestra salida ha sido fructífera —señaló Ravenleigh.
—Sí, desde luego —admitió una de las jóvenes, mientras desviaba sus ojos azules hacia Tom con patente interés.
—¿Te acuerdas de Peter, mamá? —preguntó Lali.
Por un instante, a él le pareció ver miedo en los ojos azules de la madre de Lali, justo antes de que levantara la barbilla, desafiante, un gesto que Lali había empezado a emular hacía tiempo.
—Sí, por supuesto. ¿Qué te trae por Londres?
Lo sorprendió que hablara con un refinamiento que antes no poseía, no del todo británico, pero casi. Se preguntó si llegaría un día en que él mismo sonara tan extraño como sonaban todos los que lo rodeaban en aquel momento.
—Ha venido a reclamar su título —la informó Lali  antes de que Peter pudiera responder. —Es lord Sachse.
La madre lo miró como si de pronto le hubieran salido cuernos. Él cambió de postura, buscando sentirse algo menos incómodo bajo el escrutinio de aquella mujer. Siempre había tenido la habilidad de mirarlo como si hubiera hecho algo que no debía hacer. Normalmente porque así era.
—Vaya, ¿no es una sorpresa? —dijo al fin, inexpresiva.
—Yo me atrevería a decir que más bien es un terremoto —proclamó una de las hermanas. —Eres la comidilla de la ciudad. En todos los sitios donde hemos estado hoy, nos preguntaron si conocíamos al nuevo conde de Sachse. —Soltó una risita. —No teníamos ni idea de que, en realidad, así era.
—A ti te parecerá que lo conoces —señaló la otra hermana—, pero yo debo confesar que apenas lo recuerdo. Lo siento, milord —añadió con una reverencia. —Yo soy rocio, por si tu recuerdo de mí es tan vago como el mío de ti.
Peter agachó levemente la cabeza para saludar, confiando en parecer refinado.
—Yo sí te recuerdo.
Entonces, la otra hermana de Lali lo miró, coqueta.
—¿Y a mí, milord? Candela. ¿También me recuerdas a mí?
—Sí, señorita, pero no hace falta que me llaméis milord.- candela  le dedicó una cálida sonrisa.
—Me temo que sí. Es una de las normas. La número tres, creo.
—¿Van numeradas? —preguntó él, incrédulo.
—Bromea —le aclaró rocio. —Hay tantas normas, que a Lali se le ocurrió numerarlas poco después de que llegáramos aquí. Creo que iba por la treinta y cinco cuando lo dejó por imposible.
—¿Sabías que eras conde cuando te conocimos? —preguntó Candela.
—No.
—Tienes que contárnoslo todo. Seremos, sin duda, la envidia del grupo.
Peter odiaba poner de manifiesto su ignorancia, pero supuso que sería menos embarazoso mostrarla entre personas que ya lo conocían de antes que entre los que no.
—¿El grupo?
—Discúlpame, milord. Había olvidado lo raro que puede parecer todo al principio. El grupo es el grupo de la Casa Marlborough; gente muy elegante, con la que se relaciona el príncipe de Gales. La Casa Marlborough es la residencia de él en Londres, claro, de ahí que se llame así a sus amistades. Les encantan los chismorreos. Y ahora que resulta que te conocemos —añadió con una sonrisa picara—, supongo que se nos buscará aún más por cualquier cotilleo sustancioso que podamos ofrecer.
Peter no estaba seguro de si le gustaba esa posibilidad. Aunque no llevaba mucho tiempo allí, ya había supuesto que era fuente de habladurías.
—Me parece que lo último que necesita esta familia son más chismorreos —espetó la madre.
—Esa es la cuestión, mamá —replicó Candela. —Ahora ya no seremos nosotras el blanco de los chismes...
—El que propaga rumores suele salir mal parado, Candela —insistió la mujer, mirando primero a Peter y luego a Lali, como si temiera que los cotilleos pudieran afectar a su familia más de lo que quisiera. —Hay que prepararse para la cena.
—He invitado a Peter a cenar con nosotros —les informó Ravenleigh.
Extrañamente, la madre de Lali, de pronto, pareció derrotada. Le dedicó a Peter una sonrisa forzada.
—Sí, por supuesto. Será un placer tenerte con nosotros. Vamos, niñas, debemos arreglarnos.
A Peter no se le escapó que, a diferencia de sus hijas, ella no lo llamaba milord. Sospechaba que aún lo veía como al muchacho imberbe que había conocido en Texas.
Mientras todas las mujeres salían de la biblioteca, Lali le lanzó a Peter una mirada de despedida, similar a las que le había dedicado en las calles de Fortune. Supuso que algunas cosas nunca cambiaban. Una madre autoritaria era siempre una madre a la que había que obedecer.
—Terminémonos la copa —propuso Ravenleigh.
Peter asintió con la cabeza, se sentó en la silla, cogió su vaso y tomó un sorbo del whisky que al conde le había enviado su hermano desde Texas. Era agradable saborear algo conocido cuando todo lo que lo rodeaba le era tan ajeno. Se inclinó hacia adelante, clavó los codos en las rodillas y, con el vaso entre las manos, estudió el líquido color ámbar.
—Parece haberle sorprendido que Lali planee volver a Texas, señor.
—Mucho.- Levantó la vista, esperando que Ravenleigh fuera algo más explícito.
—Lo siento, Peter... Sachse —se corrigió meneando la cabeza. —No puedo darte más detalles porque no tengo ni idea de cuándo ni cómo piensa hacerlo.
Peter cabeceó y se preguntó si podría hablar a solas con Lali antes de irse. ¿Cuánto tiempo llevaría planeando volver a América? ¿Qué era lo que echaba de menos? A él no, desde luego, si aun después de haber ido a buscarla seguía pensando en marcharse.
—¿Ves mucho a mi hermano últimamente? —preguntó Ravenleigh, desviando la conversación del rumbo que Peter prefería darle.
Kit Montgomery se estaba convirtiendo en una leyenda, pocos igualaban sus atrevidas proezas y su persecución de la justicia. Cuando lo nombraron alguacil de Fortune, siguió siendo socio de las diversas empresas de Texas Lady, y Peter lo respetaba muchísimo.
—Apenas lo veo desde que se hizo ranger de Texas y se mudó a la parte occidental del estado —admitió Peter.
—Pensó que el clima seco favorecería la salud de su esposa —señaló Ravenleigh. —Supongo que así ha sido.
—Sólo sé lo que se rumorea por ahí. Montgomery se está haciendo muy famoso como hombre de leyes. He oído decir que están escribiendo otro libro sobre él.
Ravenleigh soltó una carcajada.
—Curioso giro del destino para un hombre al que se envió a Texas por los escándalos que protagonizaba en su propio país. A mi hermano y a sus amigos les ha ido muy bien.
—No se lo discuto.
Ravenleigh estudió a Peter un minuto.
—Ellos me han mantenido informado de tus logros. Es evidente que a ti también te ha ido muy bien.
Peter asintió con la cabeza y volvió a mirar su vaso.
—Teniendo en cuenta el extraño rumbo que ha tomado mi vida... En Texas, me siento cómodo. No puedo decir lo mismo de esta parte del mundo.
—Te acostumbrarás, no me cabe duda.
—Me echó un cable cuando lo necesitaba. Estoy en deuda con usted.
—Sí, bueno, yo te debo a ti mi familia actual. De no haber sido por tus travesuras, quizá jamás habría conocido a mi Elizabeth.
Peter levantó la vista.
—Ha cambiado mucho desde que la conocí.
—Las cuatro han cambiado, Peter —respondió Ravenleigh sombrío. —Adaptarse a mi modo de vida ha sido mucho más duro para ellas de lo que yo había previsto. Esperaba que Lali entendiera mejor tu difícil situación, pero al parecer tiene planes propios de los que ocuparse. Quizá Candela quiera enseñarte a desenvolverte en un salón de baile.
Pero Peter no quería que Candela lo ayudara. Quería que fuera Lali; tener ocasión de tratarla de nuevo, de conocer a la mujer en la que se había convertido, que ella lo conociera a él, al hombre que era ahora. Quería ver si podía hacerla cambiar de opinión y lograr que se quedara en Inglaterra, al menos un tiempo.
—Aún no he renunciado a la posibilidad de que Lali me ayude.
Ravenleigh asintió, cómplice de la emoción que teñía la voz de Peter.
—Por lo visto, no he sabido ver lo mucho que le ha costado mudarse aquí.
—Lo que nos ha costado a los dos —dijo Peter en voz baja.

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