domingo, 12 de mayo de 2013

Capitulo 4


Chicas espero que les guste la nove, por favor comente me conformo con un simple mas y gracias a las que comentan si... en mi twitter avisare cuando subo@ Natalij_  besos :D



Diez años antes.

—He visto lo que has hecho.
Sentado contra el muro trasero de la tienda de ultramarinos, Peter Lanzani asomó por debajo de su sombrero desfigurado y polvoriento y miró de soslayo a la muchacha que tenía delante, con las piernas separadas y los puños apoyados en unas caderas casi inexistentes. Era muy bonita, con aquellos ojos color de las azucenas en primavera y aquel pelo claro que brillaba como la luna llena que lo iluminaba mientras dormía.
—¿Qué?
—Has robado esas galletas.
Peter se metió en la boca lo que quedaba de su botín, lo masticó y se lo tragó, deseando tener un poco de leche con que mojarlo.
—¿Qué galletas?
—¿Encima mentiroso? —exclamó ella, boquiabierta, pestañeando con aquellos llamativos ojos azules. 
—¿Y a ti qué más te da? La tienda no es tuya.
—Pero está mal robar y mentir.-Vaya, una santurrona.
—Sólo roba el que se lo lleva sin pagar cuando puede pagarlo. Además, tenía hambre.
—¿No tienes dinero? —inquirió ella frunciendo el cejo.
—Tengo un poco... un cuarto, de hecho... pero lo guardo para una emergencia.
—El hambre es una emergencia.
—No, qué va. —Se puso de pie. Era bastante más alto que ella, así que la chica tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Le gustaba que no dejara de mirarlo. —He tenido hambre muchas veces. Pero siempre encuentro algo.
—Querrás decir que siempre encuentras algo que robar.
—Quiero decir que Dios provee.
—¿Eres predicador?
—Demonios, no..- Ella hizo un aspaviento y abrió aún más los ojos.
—No deberías blasfemar.- «Demonios» no era en realidad una blasfemia, ¿no? El había usado palabras mucho peores en su vida. Podría ser divertido usar una entonces para verla escandalizarse aún más.
—Pues, maldición —dijo, deleitándose con el gesto horrorizado de ella. —¿Qué le queda a un hombre si no puede robar, mentir y blasfemar?
—Tú no eres un hombre —espetó ella, indignada.
—Por poco. Tengo casi dieciséis.
Se metió la mano en el bolsillo de la camisa, sacó un papel y un saquito de tabaco y empezó a liarse un cigarrillo. Luego se lo puso entre los labios. Mientras la chica lo miraba, pasmada, encendió una cerilla con el pulgar, la acercó al cigarrillo y dio una fuerte calada. Fumar siempre le calmaba el hambre. Claro que robar tabaco no era tan fácil como robar galletas, pero no le venía mal un desafío de vez en cuando.
—Tampoco deberías fumar en presencia de una dama sin pedirle permiso —le dijo en un tono de reprimenda tal, que lo habría hecho dar media vuelta y salir corriendo de no ser por lo agradable que resultaba mirarla. No le gustaba que le echaran broncas, no veía razón para tolerarlo.
Expulsó el humo y, mirando a través de él, echó un vistazo exagerado por la zona.
—No veo a ninguna dama por aquí.
—Yo soy una dama.
—Tú no eres más que una niña.
—No es cierto. Soy una jovencita, casi una mujer.
—Déjame comprobarlo.
Ella parpadeó de prisa; su nariz ya no apuntaba al cielo.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que me dejes desabotonarte el corpiño. Que me dejes ver si eres casi una mujer.
La chica volvió a parpadear, se encogió de hombros, y sacó pecho, con un aire de provocación en la mirada que lo dejó pasmado.
—Muy bien.
¡Cielo santo! Le iba a permitir hacerlo. Tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con la punta de su bota desgastada. Tenía la boca tan seca como si hubiera masticado el tabaco en lugar de fumárselo. Se secó las manos, de repente húmedas, en los pantalones y las acercó al corpiño, avergonzado de que le temblaran tanto que apenas podía controlar los dedos. Pero estaba decidido a no detenerse, porque deseaba ver lo que, en los últimos meses, había empezado a estar cada vez más desesperado por ver: el pecho de una mujer. Bueno, el pecho de una niña en ese caso, pero un pecho al fin y al cabo. Vaya, si hubiera sabido que iba a resultar tan fácil desnudar a una chica, se lo habría pedido a alguna hacía tiempo.
—Mariana Esposito, ¿qué demonios está pasando aquí detrás?
La aspereza de la pregunta casi lo hizo salir de allí como alma que lleva el diablo. Una vez recuperado del susto se dio cuenta de que la madre de la chica (se parecía demasiado a ella para no serlo) debía de haber dado la vuelta a la esquina sin que él se percatara, cuando estaba a un botón menos del paraíso. Disparó su instinto de supervivencia, pero antes de que pudiera agacharse y salir corriendo, la madre le lanzó el sombrero al suelo de un manotazo y lo agarró por la oreja, apretando fuerte, lo que lo hizo pararse en seco.
—¡Ay!
—¿Habéis estado fumando? —le preguntó la mujer a Lali.
—No. Sólo él. Y sin pedirme permiso. Además, blasfema.
La muchacha interrumpió ahí sus explicaciones y bajó la mirada, y Peter quiso besarla por no acusarlo de sus peores transgresiones. Si no lo delataba, posiblemente se libraría de la cárcel. No se arrestaba a nadie por fumar o blasfemar. Pero si revelaba que había robado, y también...
—Si viviera tu padre, le daría una paliza a este muchacho por tomarse libertades contigo, pero como no es así, tendré que encargarme yo de este asunto —dijo la madre, agarrando a Lali del brazo y tirando aún más fuerte de la oreja de Peter.
Tal vez habría sido preferible la prisión, después de todo. Las siguió sin más remedio. Quería conservar la oreja, le tenía cierto cariño, y además le hacía juego con la otra.
Dieron la vuelta a la esquina del edificio, mientras la mujer avanzaba penosamente por el callejón, tirando de los jóvenes. Luego dio la vuelta a la siguiente esquina.
—¡Alguacil!
Vaya, qué mala suerte. El alguacil estaba apoyado en la puerta de la tienda de ultramarinos, con la frente pegada a la madera.
—¿Apenas es mediodía y ya estás borracho? —lo reprendió la madre de Lali.
El hombre giró un poco la cabeza y se los quedó mirando. Peter nunca había visto unos ojos tan claros.
—Te he visto salir de la taberna —prosiguió la mujer. —No sé por qué los habitantes de esta ciudad te han elegido alguacil, o por qué yo acudo a un mujeriego con este problema. Supongo que porque no tengo elección. —Sin soltarle la oreja a Peter, logró, de algún modo, empujarlo hacia el alguacil.
—¡Ay, ay, ay! —gritó el chico con una mueca de dolor. Caray, sí que apretaba fuerte.
—Quiero que pase la noche encerrado.
Peter intentó verle el lado bueno: tendría una comida caliente y un camastro.
Pero entonces, por fin habló el alguacil.
—Lo lamento, señora, pero no puedo. —El hombre hablaba tan raro que Peter estuvo a punto de soltar una carcajada, sin embargo decidió que, dada su situación, era preferible guardar silencio.
—Claro que puedes, y más vale que lo hagas. ¡Llévatelo!
El hombre cogió del brazo a Peter y lo apartó de la mujer.
—¿Qué delito ha cometido?
—Le estaba desabrochando el corpiño a mi Lali, intentaba... aprovecharse de su inocencia. Y sólo tiene catorce años.
¿Catorce? ¡Cielo santo! No era más que una niña. Peter la había supuesto de su edad. Sólo la había llamado cría para fastidiarla.
El alguacil asintió enérgicamente con la cabeza.
—En seguida me encargo del asunto.
—Eso espero, porque si no, juro que haré que te despidan. —Se alejó, llevándose consigo a su hija. La niña miró a Peter por encima del hombro, con cara de lamentar aquella separación tanto como él.
—¿Quién era esa arpía? —preguntó el alguacil.

2 comentarios:

  1. Jajaja me encanto...la mama de Lali bien histérica jajaja
    Besitos
    Marines

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  2. Jajaja el alguacil borracho y mujeriego seguro le deja pasar esta a Peter.La mama d Lali k quiere un correctivo.Los chicos parecen avanzados para su edad y la epoca en k viven.Ya se lee mejor ,pero el color d fondo lo podrias poner mas clarito,tengo k torcer el movil para leer xk este tiene demasiado brillo y es muy fuerte.Gracias.Ya comrnte en los k me faltaban

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