miércoles, 29 de mayo de 2013

Capitulo 20

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—Peter es el conde de Sachse.
Sentada en la sala de estar de su prima, Lali dejó que las palabras que acababa de pronunciar se propagaran y llenaran el espacio que las separaba. Se había despertado temprano, después de dormir apenas unas horas, tras una noche de sueños intermitentes en los que unas olas gigantes devolvían sin parar el barco en el que viajaba a las costas inglesas. Había intentado incluso cruzar el Atlántico a nado, para descubrirse de nuevo en el punto de partida. Al despertar, se sentía exhausta de tanta tribulación.
Necesitaba hablar con alguien de confianza, alguien que la entendiera. De modo que, en cuanto su doncella, Molly, la había ayudado a vestirse, había pedido un coche, a pesar de lo indecentemente temprano que era. Por suerte, a Eugenia la unía algo más que un mero lazo de sangre, una fiel amistad que no se regía por el avance de las manecillas del reloj.
—¿Tu Peter? —preguntó su prima, bostezando, sentada sobre sus pies descalzos en una silla cercana. Tiró del cinturón de su bata de satén verde esmeralda como si tuviera que hacer algo para no dormirse.
Resistiendo la necesidad imperiosa de hacer crujir sus nudillos (las mujeres no hacían ruidos indecorosos con su cuerpo), Lali miró a Eugenia irritada por mostrarse tan indiferente ante aquella situación. Claro que tal vez era porque estaba medio dormida.
—No es mi Peter. Pero sí, ese Peter, el mismo al que las dos conocimos en Texas.
—Es increíble. ¿Y cómo ha sido?
—Es hijo de...
—Eso ya lo sé, he oído todas esas historias sobre el lord perdido, pero cielos, Lali, es un hombre al que conocemos. Yo bailé con él en mi fiesta de cumpleaños cuando cumplí los dieciocho.
A ella la sorprendió el estallido de celos que aquel comentario le produjo.
—Jamás lo mencionaste.
—Sabía que suspirabas por él...
—No suspiraba por él.
—Pues claro que sí, pero eso no viene ahora al caso. P eter es lord Sachse. —Eugenia meneó la cabeza. —No estoy segura de que Londres esté preparada para un lord habituado a hacer las cosas a su manera.
—Te aseguro que no, de ahí el motivo de mi visita. Necesito tu ayuda.
—Claro. ¿Qué quieres que haga?
Lali se puso de pie y empezó a pasear nerviosa delante de la chimenea, donde un fuego bajo se esforzaba por ahuyentar el frío matinal. Agradecía que el marido de Eugenia, Nicolas Rhodes, el duque de Harrington, hubiera tenido la decencia y el tacto de retirarse después de que Lali les asegurara que no ocurría nada terrible.
—¿En qué puedo ayudarte? —insistió Eugenia.
—He aceptado enseñarle lo que necesita saber para sobrevivir aquí. —Dejó de pasearse y miró a su prima. —Sé que es muy precipitado, pero he pensado en un evento social para mi primera clase, y confiaba en que pudieras encontrar un modo de organizar una pequeña cena esta noche.
—¿Cómo de pequeña?
—Para nosotros cuatro, más Gina y Devon.
—Considéralo hecho.
Lali volvió a la silla de brocado dorado.
—Gracias. He pensado que, en una cena íntima, quizá Peter no se sienta tan abochornado si comete un error.
—No puedo imaginar al Peter que conocimos en Texas abochornándose por nada.
—Tiene mucho que aprender.
La otra la estudió un instante.
—Pero no es eso lo que te preocupa. ¿Qué más querías contarme?
Lali sintió que las lágrimas le escocían en los ojos.
—Peter me ha estado escribiendo todos estos años. Mi madre destruyó sus cartas antes de que yo pudiera verlas; también impidió que se enviaran las que yo le había escrito.
—Me cuesta creer una cosa así de tía Elizabeth. ¿Por qué iba a hacer algo tan deshonesto?
—Pensó que me resultaría más fácil adaptarme a la vida de aquí si nada me recordaba a la que había dejado atrás.
—Pero sí te dio las mías.
—Exacta. Yo creo que, en realidad, temía que huyera con Peter.
Eugenia le dedicó una sonrisa tierna.
—¿Vas a hacerlo ahora que está aquí?
—Anoche me escapé de casa para estar con él.
—¿Y? —inquirió su prima arqueando una ceja.
—Recorrimos las calles de Londres en su carruaje, contemplamos las estrellas un rato e hicimos un trato: si yo le enseño, él me proporcionará un pasaje a Texas al final de la Temporada social.
—¿De quién fue idea todo eso?
—Me lo propuso él, y yo acepté.
—Me sorprende. Siempre has querido volver a Texas, pero suponía que era por Peter, si no del todo, al menos en parte. Ahora que él está en Inglaterra, imaginaba que...
—¿Que renunciaría a mi sueño de vivir allí? No, Eugenia. Nunca me he sentido cómoda aquí. Nunca me ha parecido que éste fuera mi sitio.
—Pues lo disimulabas muy bien, Lali. Cielo santo, fuiste tú la que me orientó con todo el embrollo de la etiqueta inglesa. No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
—Te las habrías arreglado de maravilla. Has publicado un maldito libro sobre el tema.
—Sí, de la etiqueta que aprendí con todas las cartas que me escribiste.
Lali suspiró.
—¿Nunca tienes la sensación de estar viviendo en una cajita? ¿De que si intentas salir de ella te la cerrarán con clavos?
Eugenia se estremeció visiblemente. —Parece que hables de un ataúd. No exageres. —No lo pretendo. Nunca pensé que pasaría aquí el resto de mi vida.
—No entiendo por qué te desagrada tanto.
Un criado entró con sigilo, y dejó un servicio de té en la me sita que había al lado de ellas.
—Gracias —dijo Eugenia.
Lali guardó silencio mientras el criado salía de la habitación, y su prima empezó a servirle una taza de té. A pesar de lo temprano que era y de que la habían levantado de la cama, su prima parecía increíblemente contenta.
—A ti te encanta esto, ¿verdad? —preguntó Lali.
Eugenia la miró con una sonrisa tierna.
—Sí, me encanta. Si me permites el atrevimiento, creo que la diferencia entre nosotras es que yo lo comparto con alguien a quien adoro. Tú lo has pasado mal porque te dejaste el corazón en Texas.
—¿Crees que estaba enamorada de Peter?
—¿No lo estabas? —replicó su prima con una mirada penetrante.
—Eso fue hace mucho tiempo, éramos personas muy distintas. Lo vi muy claro anoche, cuando estaba con él. Sus besos ya no son como los del adolescente que conocí.
Eugenia dejó la taza de té en la mesita, haciéndola tintinear, se recolocó en la silla y se inclinó hacia Lali.
—¿Qué? ¿Cómo has pasado por alto ese detalle? ¿Cuándo te besó?
—En el jardín, y después para sellar nuestro trato. Además, tengo una deuda con él que seguramente querrá saldar antes de que yo vuelva a Texas.
—¿Qué deuda?
Sólo a Eugenia se atrevería a confesarle el comportamiento poco decoroso de su adolescencia y la atrevida proposición de Peter.
—Antes de marcharme de Texas, Peter me pagó un cuarto de dólar por dejarle desabrocharme el corpiño, pero yo nunca cumplí mi parte del trato.
—¿Insinúas que espera que lo cumplas ahora? —rió Eugenia.
—No tiene gracia —replicó la otra con aspereza.
—No digo que la tenga, pero eras una niña. Siempre he creído que Peter era un hombre inteligente, pero eso es una solemne tontería.
—Por lo visto, él no lo entiende así. «¿Qué demonios haces aquí?», le pregunté. «He venido a cobrarme una deuda», tuvo la audacia de proclamar a los cuatro vientos.
—A lo mejor se refería a alguna que tenía con Ravenleigh.
—No, si hubieras visto la intensidad de su mirada, no te cabría duda.
—Tu madre siempre lo tuvo por una mala influencia. Empiezo a entender por qué. Aunque quizá lo encuentre más aceptable ahora que tiene título.
—¡Qué curioso!, ¿no? A ella le gustará más y a mí menos.
—¿Por qué iba a gustarte menos?
—Su vida está a punto de convertirse en todo lo que siempre he detestado.
—Tú no detestas los bailes, ni las fiestas, ni el entretenimiento.
—Actos en los que una mujer no puede dar su opinión, ni hablar de política, ni de religión. En los que se hace salir a las mujeres de la habitación para que los hombres puedan entretenerse con cosas de hombres, como fumar y beber. En los que se observa y critica toda conducta.
—¿Y si descubres que aún tienes un sitio en su corazón?
—No lo creo probable. Me paga el billete de vuelta. ¿Por qué iba a hacerlo sí quisiera que me quedara?
—Ay, Lali, ¿es que no lo ves? Es hombre y, si es como Rhys, seguro que le cuesta muchísimo expresar sus sentimientos. Quizá temió que lo rechazaras si te pedía que te quedases.
—¿Y por eso me paga el viaje?
—La lógica de los hombres es indescifrable —contestó su prima encogiéndose de hombros.
—¿Y qué me dices de esa estúpida deuda que quiere cobrarse?
—Dile que, si se porta bien, a lo mejor dejas que lo haga —señaló Eugenia con una sonrisa traviesa.


1 comentario:

  1. Lali acéptalo...SI es Tu Peter....lo amas
    Besitos
    Marines

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