martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 7


Lali se lo quedó mirando, tratando de asimilar aquellas palabras sin sentido. Lo único que ella le había quedado a deber alguna vez...
¡Madre mía! Después de tanto tiempo, ¿había venido a reclamarle lo que no había podido cobrarse en Texas? ¿El corpiño desabrochado? ¿Se había vuelto loco?
—No lo dirás en serio.
—Por supuesto.
Peter vio cómo la incredulidad inundaba su delicado rostro y era reemplazada de inmediato por el desafío. No podía explicar por qué lo satisfacía tanto la obstinada elevación de aquella barbilla, el decidido fruncimiento de aquellos labios en señal de desaprobación, sobre todo cuando no era desaprobación lo que él venía a buscar. De algún modo, ella siempre había conseguido provocar al diablo que Peter llevaba dentro.
—Es usted, ¿verdad? —le preguntó al joven una de las damas antes de que Lali pudiera soltar una réplica mordaz.
Peter se volvió hacia la mujer que le había hablado y se preguntó por qué no encontraba su pelo rubio y sus ojos azules tan atractivos como los de Lali. En algunos aspectos, era más bonita, pero a Peter le pareció corriente. Aun así, no tenía por costumbre ignorar a las mujeres. En Texas no abundaban, de modo que sonrió.
—¿Y de quién se supone que hablamos, querida?
—Ah —exclamó ella con una risita tonta, y empezó a pestañear tan rápido como aletean los colibríes. Visiblemente turbada, respiró hondo. —Del conde de Sachse.
—Pues claro que no lo es —replicó Lali. —Juan Pedro tiene negocios con mi padrastro. ¿No es a eso a lo que has venido, Peter, a traerle a Ravenleigh noticias de alguna de sus empresas?
El sabía que cuando la Texas Lady había ampliado sus actividades, Ravenleigh había invertido en ella, y que se había asociado con su hermano y sus dos amigos, Grayson Rhodes y Harrison Bainbridge. También sabía que éstos habían mantenido a Ravenleigh al tanto de los progresos de Peter, de sus éxitos y, aunque nunca lo habían hecho oficial, a menudo se sentía como si lo hubieran adoptado.
—Ya te he explicado a qué he venido —le dijo a Lali.
—Seguramente no has hecho un viaje tan largo para algo tan trivial... —Se interrumpió bruscamente, como recordando de pronto que tenía el salón lleno de damas a las que el motivo de Peter podía parecerles escandaloso. El sabía bien el daño que un escándalo podía causar. Todos los ingleses a los que el joven había conocido se habían visto envueltos en algún tipo de escándalo que los había obligado a exiliarse a Texas.
—Jamás he considerado trivial nada que tenga que ver contigo —respondió Peter, viendo cómo las mejillas de Lali se teñían de un rojo intenso. No recordaba que se sonrojara tan fácilmente, claro que no hacía falta mirarla mucho para darse cuenta de que ya no era la muchacha que lo había desafiado a la puerta de la tienda de ultramarinos. Poseía un porte, un aplomo y una elegancia de los que carecía en su adolescencia. Ahora era la personificación de una dama, y Peter, que no sabía muy bien qué pensar de aquellos cambios tan evidentes, se preguntaba si los que había sufrido él serían tan obvios.
—Siéntese con nosotras, por favor —rogó el colibrí, una vez más antes de que Lali pudiera responder. Entonces Peter se dio cuenta de que debería haber esperado para acercarse a ella y buscado un momento para estar a solas. Después de tantos años, Lali merecía esa consideración. Los dos la merecían.
—Por favor —imploró otra de las damas. —Nos encantaría que se quedara un rato con nosotras.
¿Cómo iba a rechazar una invitación tan entusiasta, cuando invadía el salón semejante expectación y su presencia parecía alegrar tanto a aquellas damas?
—Aprecio la invitación. —Se sentó en la silla que le ofrecían, levantó una pierna, apoyó el tobillo en la rodilla de la otra y posó el sombrero en el muslo.
Con su delicado cejo fruncido, Lali se lo quedó mirando como si no aprobara del todo su postura, o tal vez le costaba creer que estuviera allí. Claro que a él le ocurría lo mismo. Se preguntó si sería impropio pedirle que saliera un instante para hablar con ella en privado. Tenía diez años de preguntas que precisaban diez años de respuestas. Pero mientras consideraba la posibilidad, Peter mismo encontró la respuesta: claro que sería impropio. Si había aprendido algo de las mujeres inglesas era que a los hombres no se les permitía estar a solas con ellas, por inocentes que fueran sus intenciones.
Con un meneo de cabeza casi imperceptible a modo de aceptación resignada de su presencia, Lali hizo las presentaciones sin ponerse nerviosa, como si todas las tardes irrumpiera en su salón un vaquero con proposiciones deshonestas. El colibrí era lady Blythe; la mujer de pelo oscuro, lady Cassandra; las más jóvenes, lady Anne y lady Priscilla.
—¿Es vaquero? —preguntó lady Blythe.
—Sí, querida, lo soy.
La joven agachó la cabeza y lo escudriñó, batiendo de nuevo sus largas pestañas, al parecer desmesuradamente complacida. A Peter siempre le había gustado cubrir de atenciones a las damas, aunque, por lo general, tenía que esforzarse un poco más para obtener resultados. Inclinándose hacia adelante, Lali le tocó la mano, y el deseo lo recorrió de la cabeza a los pies. Siempre había tenido ese efecto en él, pero nunca tan intenso, tan punzante, tan inmediato.
—Los padres de estas jóvenes son aristócratas. Deberías dirigirte a ellas con un poco más de formalidad —le dijo.
—A mí no me importa que me llame «querida» —señaló lady Blythe. —Ningún caballero me lo había llamado nunca.
—Me cuesta creerlo, querida —replicó él con una amplia sonrisa.
Lady Blythe soltó otra risita nerviosa que sonó casi como un suspiro. —Es cierto.
—Entonces me parece que vive en el lugar equivocado, porque, en Texas, los hombres harían cola para llamarla «querida».
—¿De verdad?
—Yo no miento.
—¿Desde cuándo? —preguntó Lai.
Peter notó que la ira, ardiente y furiosa, le inundaba el cuerpo entero, y sólo a duras penas pudo contenerla mientras se volvía a mirar a Lali.

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