Lali se lo
quedó mirando, tratando de asimilar aquellas palabras sin sentido. Lo único que
ella le había quedado a deber alguna vez...
¡Madre mía!
Después de tanto tiempo, ¿había venido a reclamarle lo que no había podido
cobrarse en Texas? ¿El corpiño desabrochado? ¿Se había vuelto loco?
—No lo dirás
en serio.
—Por supuesto.
Peter vio cómo
la incredulidad inundaba su delicado rostro y era reemplazada de inmediato por
el desafío. No podía explicar por qué lo satisfacía tanto la obstinada
elevación de aquella barbilla, el decidido fruncimiento de aquellos labios en
señal de desaprobación, sobre todo cuando no era desaprobación lo que él venía
a buscar. De algún modo, ella siempre había conseguido provocar al diablo que
Peter llevaba dentro.
—Es usted,
¿verdad? —le preguntó al joven una de las damas antes de que Lali pudiera
soltar una réplica mordaz.
Peter se
volvió hacia la mujer que le había hablado y se preguntó por qué no encontraba
su pelo rubio y sus ojos azules tan atractivos como los de Lali. En algunos
aspectos, era más bonita, pero a Peter le pareció corriente. Aun así, no tenía
por costumbre ignorar a las mujeres. En Texas no abundaban, de modo que sonrió.
—¿Y de quién
se supone que hablamos, querida?
—Ah —exclamó
ella con una risita tonta, y empezó a pestañear tan rápido como aletean los
colibríes. Visiblemente turbada, respiró hondo. —Del conde de Sachse.
—Pues claro
que no lo es —replicó Lali. —Juan Pedro tiene negocios con mi padrastro. ¿No es
a eso a lo que has venido, Peter, a traerle a Ravenleigh noticias de alguna de
sus empresas?
El sabía que
cuando la Texas Lady había ampliado sus actividades, Ravenleigh había invertido
en ella, y que se había asociado con su hermano y sus dos amigos, Grayson
Rhodes y Harrison Bainbridge. También sabía que éstos habían mantenido a
Ravenleigh al tanto de los progresos de Peter, de sus éxitos y, aunque nunca lo
habían hecho oficial, a menudo se sentía como si lo hubieran adoptado.
—Ya te he
explicado a qué he venido —le dijo a Lali.
—Seguramente
no has hecho un viaje tan largo para algo tan trivial... —Se interrumpió
bruscamente, como recordando de pronto que tenía el salón lleno de damas a las
que el motivo de Peter podía parecerles escandaloso. El sabía bien el daño que
un escándalo podía causar. Todos los ingleses a los que el joven había conocido
se habían visto envueltos en algún tipo de escándalo que los había obligado a
exiliarse a Texas.
—Jamás he
considerado trivial nada que tenga que ver contigo —respondió Peter, viendo
cómo las mejillas de Lali se teñían de un rojo intenso. No recordaba que se
sonrojara tan fácilmente, claro que no hacía falta mirarla mucho para darse
cuenta de que ya no era la muchacha que lo había desafiado a la puerta de la
tienda de ultramarinos. Poseía un porte, un aplomo y una elegancia de los que
carecía en su adolescencia. Ahora era la personificación de una dama, y Peter,
que no sabía muy bien qué pensar de aquellos cambios tan evidentes, se
preguntaba si los que había sufrido él serían tan obvios.
—Siéntese con
nosotras, por favor —rogó el colibrí, una vez más antes de que Lali pudiera
responder. Entonces Peter se dio cuenta de que debería haber esperado para
acercarse a ella y buscado un momento para estar a solas. Después de tantos
años, Lali merecía esa consideración. Los dos la merecían.
—Por favor
—imploró otra de las damas. —Nos encantaría que se quedara un rato con
nosotras.
¿Cómo iba a
rechazar una invitación tan entusiasta, cuando invadía el salón semejante
expectación y su presencia parecía alegrar tanto a aquellas damas?
—Aprecio la
invitación. —Se sentó en la silla que le ofrecían, levantó una pierna, apoyó el
tobillo en la rodilla de la otra y posó el sombrero en el muslo.
Con su
delicado cejo fruncido, Lali se lo quedó mirando como si no aprobara del todo
su postura, o tal vez le costaba creer que estuviera allí. Claro que a él le
ocurría lo mismo. Se preguntó si sería impropio pedirle que saliera un instante
para hablar con ella en privado. Tenía diez años de preguntas que precisaban
diez años de respuestas. Pero mientras consideraba la posibilidad, Peter mismo
encontró la respuesta: claro que sería impropio. Si había aprendido algo de las
mujeres inglesas era que a los hombres no se les permitía estar a solas con
ellas, por inocentes que fueran sus intenciones.
Con un meneo
de cabeza casi imperceptible a modo de aceptación resignada de su presencia,
Lali hizo las presentaciones sin ponerse nerviosa, como si todas las tardes
irrumpiera en su salón un vaquero con proposiciones deshonestas. El colibrí era
lady Blythe; la mujer de pelo oscuro, lady Cassandra; las más jóvenes, lady
Anne y lady Priscilla.
—¿Es vaquero?
—preguntó lady Blythe.
—Sí, querida,
lo soy.
La joven
agachó la cabeza y lo escudriñó, batiendo de nuevo sus largas pestañas, al
parecer desmesuradamente complacida. A Peter siempre le había gustado cubrir de
atenciones a las damas, aunque, por lo general, tenía que esforzarse un poco
más para obtener resultados. Inclinándose hacia adelante, Lali le tocó la mano,
y el deseo lo recorrió de la cabeza a los pies. Siempre había tenido ese efecto
en él, pero nunca tan intenso, tan punzante, tan inmediato.
—Los padres de
estas jóvenes son aristócratas. Deberías dirigirte a ellas con un poco más de
formalidad —le dijo.
—A mí no me
importa que me llame «querida» —señaló lady Blythe. —Ningún caballero me lo
había llamado nunca.
—Me cuesta
creerlo, querida —replicó él con una amplia sonrisa.
Lady Blythe
soltó otra risita nerviosa que sonó casi como un suspiro. —Es cierto.
—Entonces me
parece que vive en el lugar equivocado, porque, en Texas, los hombres harían
cola para llamarla «querida».
—¿De verdad?
—Yo no miento.
—¿Desde
cuándo? —preguntó Lai.
Peter notó que
la ira, ardiente y furiosa, le inundaba el cuerpo entero, y sólo a duras penas
pudo contenerla mientras se volvía a mirar a Lali.
Todo un galán Peter
ResponderEliminarBesitos
Marines