—No he tenido
el placer de conocerlo —contestó Lali. —Claro que América es muy grande; la
posibilidad de que se cruzaran nuestros destinos sería prácticamente
inexistente.
—Pero se
rumorea que lo encontraron en Texas —señaló lady Cassandra. —Sin duda eso haría
menos raro que lo conocieras, puesto que tú viviste allí un tiempo.
—Texas es un
estado grande, el mayor de la nación, por lo que dudo que el hecho de que lo
encontraran allí varíe en algo las probabilidades de que nos conociéramos
—replicó Lali. —Además, como bien dices, sólo viví en Texas un tiempo.
Al hablar de
probabilidades, se preguntó si habrían hecho apuestas en privado sobre si
conocía o no al recién descubierto conde. Durante la última Temporada social,
casi todas las apuestas habían girado en torno a quién se vería favorecida por
una proposición matrimonial del duque de Kimburton: si lady Blythe o la
señorita Lali Fairfield. Al final de la Temporada, se supo que era Lali, lo
que resultó una elección desafortunada por parte del duque.
Ante la
perspectiva de quedarse en Inglaterra para siempre si se casaba con él, Lali se vio obligada a declinar la ferviente proposición. Él aceptó la negativa como
buen caballero, pero después empezó a rumorearse que no volvería a Londres la
siguiente Temporada. Por orgullo y todo eso. Ella lamentaba haberlo ofendido,
haberlo avergonzado, porque, de todos los caballeros ingleses que había
conocido, él era el que más la había cautivado.
De hecho, le
sorprendía que lady Blythe, tras no haber conseguido ganarse el favor de
Kimburton, hubiera considerado apropiado hacerle una visita aquella tarde.
Desde luego, la oportunidad de averiguar algo más sobre el nuevo conde era, por
lo visto, un incentivo lo bastante fuerte como para que lady Blythe le
perdonara a su rival casi cualquier cosa. Eso y que Lali no sería competencia
para ella durante la nueva Temporada, Lali sabía que, tras haber rechazado la
oferta del duque, era muy improbable que cualquier otro hombre la favoreciera
con sus atenciones y, aunque reconocía que echaría de menos el coqueteo,
anhelaba disponer de libertad para dedicar más tiempo a sus cosas.
—Además, hace
ya más de diez años que viví en Texas. Si nos hubiéramos conocido, dudo que yo
lo recordara, sobre todo porque, lo más probable es que, entonces, no se
presentara como Sachse.
—Me temo que
no. Al parecer, no tenía ni la más remota idea de que fuera noble, ni de que
por aquí lo esperara otra vida —dijo lady Cassandra.
—¿Te imaginas
que tu madre te abandonara precisamente en América? —preguntó lady Blythe. —¿Que
te dejara allí, entre bárbaros?
Dijo «bárbaros»
como si hablase de un delicioso postre de chocolate, lo que confirmó las
sospechas de Lali: el aristócrata americano no las asqueaba tanto como pretendían
dar a entender. De hecho, según había podido comprobar, la sola mención del
misterioso lord hacía que sus ojos brillasen de emoción y esperanza.
—Por lo que he
oído, su madre en realidad no lo abandonó —dijo lady Cassandra. —Encargó su
educación a una familia bien relacionada de Nueva York, y he leído que Nueva
York es una ciudad muy moderna.
—Sea cual sea
su reputación, no es Londres y, por tanto, difícilmente un entorno adecuado
para la formación de un futuro lord. Además, el investigador no lo encontró en
Nueva York, de modo que a saber con qué clase de malas influencias pudo toparse
por el camino. Me pregunto en qué estaría pensando su madre cuando lo dejó
allí.
—Creo que lo
que pretendía era protegerlo —intervino lady Anne en voz baja antes de
estremecerse. —Richard conoció al antiguo conde de Sachse, y apenas podía
soportarlo.
Richard era su
hermano, bastante mayor que ella: el duque de Weddington. Un hombre al que
Lali sólo había visto en un baile. Al parecer, al duque no le gustaban mucho
las reuniones sociales. No obstante, su prestigio garantizaba que su hermana
fuese aceptada por todos, a pesar de su juventud, pues había sido presentada en
sociedad hacía muy poco.
—Pero
¿América? —enfatizó lady Blythe. —Seguro que podía haber encontrado algún otro
lugar más cerca de casa, donde él hubiese aprendido a valorar su herencia.
—Si podía o
no, es discutible —insistió lady Anne. —El caso es que no lo hizo. No podemos
saber exactamente qué pensaba; sólo sabemos lo que hizo.
—¿Crees que es
tan odioso como su padre? —preguntó lady Blythe.
—He oído decir
que no se parecen en nada —contestó lady Priscilla. Esta, la amiga más íntima y
querida de lady Anne (rara vez se las veía a la una sin la otra), era una
autoridad en todo, y su palabra, casi sagrada, nunca se tomaba por chismorreo.
—Pero ¿alguien
lo ha visto? —preguntó lady Blythe. Las damas se miraron mutuamente, como
preguntándose quién se habría atrevido a asomarse a las ventanas, una vez más emocionadas
ante la posibilidad de que una de ellas hubiera hecho algo prohibido. La
conducta estaba sometida a tan estricto control que, aunque Lali ya estaba
acostumbrada, a veces deseaba desesperadamente deshacerse de las ataduras
sociales.
—Puede que yo
lo haya visto —comentó al fin lady Priscilla, ruborizándose por la confesión.
Las demás, salvo Lali, soltaron una exclamación y se inclinaron hacia la
joven, como si aún pudieran ver al escurridizo conde reflejado en sus
expresivos ojos.
—¿Dónde? —preguntó
lady Blythe.
—Cuéntanoslo
todo —la instó lady Cassandra.
—Sí, rápido,
antes de que explote de impaciencia.
—En realidad,
no hay mucho que contar. Lo vi ayer por la mañana, en Hyde Park. Montaba un
caballo negro precioso.
—¿A quién le
importa su caballo? ¿Cómo es él? —preguntó lady Cassandra. —¿Es guapo?
—No sabría
decirlo. Iba todo de negro. Sobretodo negro, sombrero negro. Un sombrero muy
ancho, por eso no pude verle bien la cara. Yo diría que iba vestido como he
oído que visten los vaqueros. Y lo más interesante... —Se inclinó hacia
adelante, haciendo que las otras se acercaran más, y bajó la voz hasta
convertirla en un susurro de complicidad. —Al cabalgar, le ondeaba el abrigo, y
me pareció verle una pistola pegada al muslo.
—¡No! —exclamó
lady Blythe.
—¡Sí!
—¡Qué
interesante!
«¡Qué
ridículo!», pensó Lali. Obsesionarse así con el recién llegado habiendo
tantos lores. Su interés por él se debía sólo a que era nuevo y aún no lo
tenían catalogado. También ella había estado en esa situación. No le envidiaba
lo que sufriría hasta que todo Londres le tomara la medida. Seguro que alguna
pega le encontrarían. Después de todo, no lo habían preparado adecuadamente
para el papel que tendría que desempeñar en aquella sociedad.
—Tú has
conocido vaqueros, ¿verdad, Lali? —quiso saber lady Blythe.
jajaja como les gusta el cotilleo jaja
ResponderEliminarno dejan a Lali Pobre
besitos
Marines
Jsjaja pensamos lo mismo son unas cotillas d cuidado
ResponderEliminar