COMENTEN...
Lali no lo
pudo evitar. Volvió a mirar el retrato, y se estremeció. Había algo en aquel
hombre que le producía escalofríos. Era más que arrogancia. Desprendía un
cierto aire de superioridad, como sí se creyera por encima de todo el mundo.
—Tengo dos
cosas en mi contra: a mi padre y mi educación.
Ella volvió a
mirarlo, inquieta. Obviamente, había meditado mucho todo lo que le estaba
diciendo. Recordó que las damas que la habían visitado consideraban bárbaros
sus modales...
—Sé que me
creen un salvaje, Lali —dijo Peter, como si le estuviera leyendo el pensamiento.
—Físicamente, me parezco lo bastante a mi padre como para que la gente no pueda
pasar por alto mis raíces. Esperan que me comporte como él. Saben que crecí en
una tierra un tanto indómita, y me miran como si fuera un animal de feria;
esperan mi actuación. Tal como lo veo, sólo tengo una cosa a mi favor.
Esperó a que
le confesara su ventaja, pero él se limitó a sostenerle la mirada.
—¿Y cuál es,
Peter? —preguntó ella al fin.
—Tú.
Lali se sintió
como si el suelo se hubiera derrumbado bajo sus pies.
—¿Qué te hace
pensar eso?
—Tú conoces a
esas personas. Sabes cómo cumplir sus expectativas y, aunque te haya costado,
como Ravenleigh ha dicho esta tarde, te has adaptado. Yo he asistido a reuniones,
he cenado y he llevado a cabo negocios con grandes ganaderos. Quiero y debo
demostrar a esta gente que puedo defenderme. —Bajó la vista, se miró las botas,
luego volvió a mirar a Lali y, por primera vez, ella percibió su vulnerabilidad.
—Quizá deba mostrarme como soy.
A Lali se le
encogió el corazón con aquella confesión serena. Detectó en él una actitud
orgullosa, y supo lo mucho que le había costado revelarle sus inseguridades.
Recordó la determinación con que había entrado en el salón aquella tarde,
después, lo incómodo que parecía sentirse en la biblioteca, cuando le había
hablado del giro de su fortuna. Era un hombre complejo y ella apenas lo
conocía, Peter era consciente de la magnitud de su legado, por mucho que nadie
lo creyese capaz de valorarlo.
Lali no sabía
qué responder, no sabía exactamente qué le estaba preguntando.
—Pero para
lograrlo necesito ayuda, querida. ¿Quieres volver a Texas? Yo tengo allí un
rancho con mil setecientas hectáreas de buena tierra texana, con casa y ganado.
Es tuyo. Sólo ayúdame a ser el lord que mi padre no fue.
Al plantearle
esa súplica sincera, la miró serio, sin jactancia, sin retarla ni desafiarla,
sólo pidiéndoselo... ¿Había pedido Peter lanzani ayuda en toda su vida?
—Peter, hay
tanto que...
—No te lo pido
para siempre, Lali. Sólo durante la Temporada social. Y, sip, sé lo que es la Temporada social —añadió con una cabezada
rápida.
—Los lores no
dicen sip.
Se le elevó un
lado del bigote.
—Cuesta mucho
perder algunos hábitos. ¿Me ayudarás?
¿A perderlos y
posiblemente a que perdiese también su esencia? Había dispuesto de años para
dar rienda suelta a su espontaneidad, pero la sociedad inglesa lo ataría con
sus normas, sus costumbres y su etiqueta. Destruiría poco a poco todo lo que a
ella la había atraído de él. Convertiría en un hombre civilizado a uno que
nunca había conocido límites. Tal vez por eso se había negado a ayudarlo antes.
No quería transformarlo en la clase de hombre al que jamás podría amar. No
quería verlo cambiar, y cambiaría. Era inevitable.
Lali sabía lo
que era resistirse, y también lo que era aceptar por fin una nueva vida, aunque
abominara de ella. Por eso había decidido marcharse, por eso no podía quedarse
aunque ahora Peter estuviese allí. El no tenía elección. Debía quedarse. Era un
lord.
Y al quedarse,
dejaría de ser su Peter.
—Sé que te
pido mucho...
Ella levantó
las manos, y él se quedó callado. ¿Mucho? No tenía ni idea. Lali sintió
marchitarse en su interior la última esperanza de significar algo para Peter.
Si hubiera pensado siquiera en recuperar lo que había habido entre ellos, no se
habría ofrecido a ayudarla, a proporcionarle los medios para que se marchara,
para que fuera una mujer independiente lejos de allí. Tragó saliva y asintió
con la cabeza.
—Un pasaje de
vuelta a Texas. Es lo único que quiero, Peter.
Para no ser
testigo de lo que estaba a punto de provocar. Él dio un brusco cabezazo de
asentimiento, de nuevo sin arrogancia, como si hubiese temido que ella
rechazara su oferta y lo aliviara enormemente que no fuera así.
—Pediré a mis
abogados que se encarguen de todas las gestiones.
—No es
necesario. Me has dicho que siempre cierras los tratos con un apretón de manos.
—Lali respiró hondo, dio un paso hacia adelante y le tendió la suya.
Él rodeó con
sus largos dedos los de ella, pero en lugar de completar el apretón, la atrajo
hacia sí.
—Los tratos
con mujeres los cierro de otra forma —explicó, rodeándole la mejilla con la
otra mano, acariciándole la comisura de los labios con el pulgar. Y ese gesto
inocente atravesó, ardiente, el corazón mismo de su feminidad.
—¿Sí?
—preguntó ella, como si no le quedara aliento en lodo su ser, posiblemente
porque así era. ¿Cómo lograba anular su voluntad con una leve caricia?
La besó y,
aunque le pareció indecoroso, Lali lo agradeció, y separó un poco los labios
cuando la lengua de él la instó a que lo hiciera. Con un profundo gruñido que
resonó entre los dos, la besó con más intensidad, con una voracidad contenida.
Lali no recordaba haberse acercado, pero de pronto notó la presión de su pecho
contra el de Peter, los dedos de la mano que le quedaba libre hundidos en el
cabello de su nuca mientras el deseo se apoderaba de ella.
Se la había
llevado al río para que pudieran volver a familiarizarse el uno con el otro,
para recordar tiempos más felices. La había llevado a su casa para que
comprendiera lo que lo esperaba. Y ahora le dejaba ver lo que la esperaba a
ella: un día sí y otro también en presencia de un hombre que hacía que le
temblaran las rodillas. Cielo santo, ¿era miedo o vértigo lo que sentía?
Peter se
apartó, el deseo patente en sus ojos, que exploraban el rostro de Lali. La
debilidad de las rodillas de ella se le propagó al cuerpo entero, y se preguntó
cómo demonios iba a bajar la escalera.
—¿Con cuántas
mujeres has hecho negocios? —inquirió, en busca de furia, celos, decepción,
algo, lo que fuera, para que su cuerpo dejase de comportarse como si aún la
estuviera besando.
Una sonrisa
lenta, sensual, apareció en el atractivo rostro moreno.
—Éste ha sido
el primero, querida.
Lali no pudo evitarlo.
La audacia de Peter la hizo reír, y rió para no echarse a llorar por todo lo
que podían haber compartido.
—Quizá
tengamos que establecer algunas normas...
—Ya tengo
bastantes normas que aprender. No hace falta que añadas más. Me comportaré.
—Sonrió aún más. —Dentro de lo razonable.
Cumplió la
promesa que le había hecho y la llevó a casa mucho antes de que saliera el sol.
Cuando llegaron, la ayudó a bajar del coche y la acompañó a los escalones de la
entrada.
—He empezado a
pasear a caballo por Hyde Park a primera hora de la mañana —comentó.
—Eso he oído.
Por lo visto, lady Priscilla te vio allí.
—Seguramente
lo estoy haciendo todo mal. Acompáñame y enséñame a hacerlo bien.
Ella lo miró
con los ojos entrecerrados.
—Se trata de
montar a caballo, Peter. Seguro que lo haces muy bien.
—El problema
no es montar, sino saber con quién puedo hablar y con quién no.
—Muy bien. Nos
encontraremos en Rotten Row a una hora decente, pongamos a las once.
—Buenas
noches, Lali.
Peter ya había
dado media vuelta para marcharse cuando ella lo llamó.
Se volvió y la
chica dijo sonriendo:
—De la mañana.
Y deja la pistola en casa.
Que linda forma de cerrar un trato....lindos
ResponderEliminarPorque los hijos cargan con la reputación de los padres????
Que lindo Peter diciendo sip jajaja me encanto el capitulo
Besitos
Marines