—¿Sabes lo que
dicen de él? —preguntó Candela.
—Que es
endiabladamente guapo, salvaje y rico —respondió Lali, repasándose el vestido,
sin saber muy bien por qué le preocupaba tanto lo que llevara para cenar, por
qué sentía una necesidad casi incontrolable de causarle una buena impresión. A
Peter. El conde de Sachse. Le costaba asimilarlo. —Lady Blythe y sus amigas han
venido esta tarde para ver qué podía contarles del nuevo lord.
—¿Estaban aquí
cuando ha llegado?
—Sí.
—¿Y?
Lali miró a su
hermana, sentada en su cama, con ojos expectantes.
—¿Y, qué?
—¿Que qué ha
pasado?
—¿Qué crees tú
que ha pasado? Llevaba pantalones; suficiente como para que lady Blythe
empezara a comportarse como una boba.
—¿Y lady
Cassandra ha sufrido uno de sus famosos desmayos?
—Por suerte,
no.
—¿Crees que
lady Blythe intentará conquistarlo?
—No lo sé. Yo
he sabido que era Sachse cuando ya se habían marchado. Si llega a enterarse
ella, seguro que se le habría insinuado más descaradamente.
—¿Y a ti qué
te parece?
—¿El qué?
—Vamos, Lali,
deja de contestarme con preguntas. No negarás que nunca has dejado de confiar
en que viniera a buscarte. Has rechazado a todos los que te han pedido en
matrimonio. O lo has hecho porque esperabas a Peter o porque no tenías
intención de casarte con un lord.
«Un poco de
las dos cosas», quizá, pensó Lali mientras se alejaba del armario y se tumbaba
en la chaise longue que había a los
pies de la cama. Volvía a dolerle mucho la cabeza. Tal vez pasara la velada en
su dormitorio. No le apetecía nada someterse al interrogatorio de su hermana, y
estaba segura de que, en cuanto Candela concluyera el suyo, sería víctima del
de Rocio. O tal vez no. Por lo visto, la pequeña no recordaba Texas tan bien
como ellas dos.
—¿Lo quieres?
—preguntó Candela.
Lali la miró
ceñuda.
—No lo
conozco, no de verdad. Veo al adolescente que me gustaba hecho un hombre, pero
eso no basta para saber cuáles son mis sentimientos.
Candela se
levantó de la cama de un salto.
—Cuando te
decidas, házmelo saber. Peter tiene todo lo que busco en un marido, y si a ti
no te interesa...
—¿Y qué
buscas?
—Atractivo
físico, encanto, dinero y un título.
—No seas
superficial. El atractivo físico desaparece con los años, el dinero merma con
el tiempo...
—Pero el
encanto y el título los tendrá siempre.
Lali se
levantó también.
—Lo dices por
decir. Seguro que hay algo más que querrías saber de un hombre antes de casarte
con él.
—Piensa lo que
quieras —replicó Candela mientras abría la puerta—, pero al contrario que tú,
querida hermana, yo no tengo inconveniente en casarme con un lord.
La vio salir
de la habitación, y aquellas últimas palabras se quedaron en su cabeza. ¿De
verdad le interesaba Peter? Y, aunque fuera así, ¿qué más le daba a ella?
Por desgracia,
temía descubrir que, en el fondo, no le era indiferente.
La madre de
Lali le había dado a Ravenleigh dos hijas, Joy y Christine. Joy tenía nueve
años y Christine, seis. Las niñas, de piel clara, habían heredado los
brillantes ojos azules de su padre. Eran demasiado pequeñas para cenar con los
adultos, pero habían ido a la biblioteca a conocer al nuevo conde y lo habían
hechizado. Ya eran damas en miniatura, y Peter imaginó que, en unos años,
llevarían a los jovencitos de calle.
Poco después,
cuando las niñas ya habían vuelto arriba y Ravenleigh se había excusado para ir
a comprobar por qué tardaban tanto las señoras, Peter salió al mirador.
Empezaba a oscurecer, pero gracias a las luces de gas que iluminaban el sendero
empedrado, pudo ver los cuidados jardines. Llegó hasta él el aroma incomparable
de las rosas. Se preguntó si tendría que aprenderse los nombres de todas las
flores y plantas que inundaban los jardines y parques que había visitado. Por
lo visto, aquella gente adoraba sus jardines.
Meneó la
cabeza. Aquella gente, le gustara o no, era su gente. Sacó un puro del bolsillo
interior de su chaqueta y contempló la posibilidad de excusarse de la cena. No
iba vestido para la ocasión, y si algo había aprendido mientras cenaba con la
segunda esposa de su padre era que todas las cenas eran de gala, y que se
esperaba que un hombre fuera siempre bien vestido. No llevaba chaleco, ni una
chaqueta de sastre caro (el que Peter había contratado le había prometido
entregarle esas prendas en unos días); su aspecto no era el de los caballeros
ingleses a los que había conocido hasta entonces, y se sentía fuera de su
elemento. Probablemente, la madre de Lali le echaría en cara lo inapropiado de
su atuendo, aunque no sabía por qué le importaba tanto su opinión. Quizá porque
ella ya había logrado convertirse en una verdadera dama inglesa, y él aún tenía
que recorrer un largo camino para ser un auténtico caballero inglés. Su
valoración de esa metamorfosis no era imparcial. En las ocasiones en que habían
coincidido en el pasado, la mujer estaba siempre muy enfadada, y, en
retrospectiva, Peter no le reprochaba que reaccionase así ante sus torpes e
indecorosos intentos de coquetear con la mayor de sus hijas. No lo había hecho
mejor aquella tarde. Su encuentro con Lali habría sido muy distinto si hubiera
allanado el camino con un poco más de delicadeza y no hubiera abordado
directamente la cuestión de la deuda; tonto recordatorio de la adolescencia que
ambos habían compartido y un pago que en realidad no esperaba recibir. Aunque
no estaba mal irritarla; siempre había disfrutado viendo cómo aquella chispa de
furia oscurecía el azul de sus ojos. A menudo se preguntaba si la pasión
lograría el mismo efecto, pero ella se había marchado antes de que pudiera
descubrirlo. Aún saboreaba su puro cuando oyó unos pasos ligeros, y en seguida
supo de quién eran. Percibía su presencia, inmóvil, entre las sombras,
observándolo. Dio una larga calada y absorbió no sólo el rico aroma del puro
sino también la fragancia del perfume floral que el aire le llevaba, y bajo el
que se ocultaba su aroma que, como con los buenos whiskies, una vez paladeado,
era difícil de olvidar. Expulsó el humo que retenía en los pulmones y esperó,
sin moverse, hasta que los aros grisáceos se perdieron en la noche. Luego,
tendiendo apenas el puro hacia un lado, preguntó:
—¿Quieres
probarlo?
—Siempre
fuiste dado a los malos hábitos, Peter.
—No has
respondido a mi pregunta. Llevo otro en el bolsillo de la chaqueta, si
prefieres no compartirlo conmigo.
Ella suspiró
con patente impaciencia.
—Las damas
decentes no fuman.
—Tampoco beben
ni blasfeman. Pero eso nunca ha sido un impedimento para ti.
—Entonces era
una niña —replicó. —Tú siempre me estabas pervirtiendo, y yo era tan tonta que
me dejaba llevar. Pero ya no soy una niña.
—Eso es obvio.
Se acercó
hasta que él pudo ver su perfil por el rabillo del ojo. Iluminada por el
resplandor de las luces de gas, estaba preciosa. Se había puesto un vestido
azul grisáceo con cuello barco rematado de encaje. Peter pensó que un poco más
de luz resaltaría el color de sus ojos. También se había cambiado de peinado.
Aunque los rizos y las cintas eran algo distintos, seguía llevando el pelo en
un recogido alto, como antes, con lo que su cuello largo y esbelto quedaba
expuesto a su inspección, y ojalá también a sus labios. Los ingleses se
arreglaban mucho para una simple cena.
—¿No tenías ni
la más remota idea de todo lo que te esperaba aquí? —preguntó ella al fin, con
voz queda.
Peter le dio
una calada lenta al puro, luego exhaló el humo.
—No.
—Ha debido de
ser una sorpresa...
—Sorpresa es
poco —replicó él.
—Has dicho que
no te acordabas de nada.
—No me
acuerdo.
—Tu madre
debió de quererte mucho...
—Quizá no me
quería nada.
Lali esta enamorada a mas no poder jajaja
ResponderEliminarBesitos
Marines