martes, 21 de mayo de 2013

Capitulo 11

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—¿Sabes lo que dicen de él? —preguntó Candela.
—Que es endiabladamente guapo, salvaje y rico —respondió Lali, repasándose el vestido, sin saber muy bien por qué le preocupaba tanto lo que llevara para cenar, por qué sentía una necesidad casi incontrolable de causarle una buena impresión. A Peter. El conde de Sachse. Le costaba asimilarlo. —Lady Blythe y sus amigas han venido esta tarde para ver qué podía contarles del nuevo lord.
—¿Estaban aquí cuando ha llegado?
—Sí.
—¿Y?
Lali miró a su hermana, sentada en su cama, con ojos expectantes.
—¿Y, qué?
—¿Que qué ha pasado?
—¿Qué crees tú que ha pasado? Llevaba pantalones; suficiente como para que lady Blythe empezara a comportarse como una boba.
—¿Y lady Cassandra ha sufrido uno de sus famosos desmayos?
—Por suerte, no.
—¿Crees que lady Blythe intentará conquistarlo?
—No lo sé. Yo he sabido que era Sachse cuando ya se habían marchado. Si llega a enterarse ella, seguro que se le habría insinuado más descaradamente.
—¿Y a ti qué te parece?
—¿El qué?
—Vamos, Lali, deja de contestarme con preguntas. No negarás que nunca has dejado de confiar en que viniera a buscarte. Has rechazado a todos los que te han pedido en matrimonio. O lo has hecho porque esperabas a Peter o porque no tenías intención de casarte con un lord.
«Un poco de las dos cosas», quizá, pensó Lali mientras se alejaba del armario y se tumbaba en la chaise longue que había a los pies de la cama. Volvía a dolerle mucho la cabeza. Tal vez pasara la velada en su dormitorio. No le apetecía nada someterse al interrogatorio de su hermana, y estaba segura de que, en cuanto Candela concluyera el suyo, sería víctima del de Rocio. O tal vez no. Por lo visto, la pequeña no recordaba Texas tan bien como ellas dos.
—¿Lo quieres? —preguntó Candela.
Lali la miró ceñuda.
—No lo conozco, no de verdad. Veo al adolescente que me gustaba hecho un hombre, pero eso no basta para saber cuáles son mis sentimientos.
Candela se levantó de la cama de un salto.
—Cuando te decidas, házmelo saber. Peter tiene todo lo que busco en un marido, y si a ti no te interesa...
—¿Y qué buscas?
—Atractivo físico, encanto, dinero y un título.
—No seas superficial. El atractivo físico desaparece con los años, el dinero merma con el tiempo...
—Pero el encanto y el título los tendrá siempre.
Lali se levantó también.
—Lo dices por decir. Seguro que hay algo más que querrías saber de un hombre antes de casarte con él.
—Piensa lo que quieras —replicó Candela mientras abría la puerta—, pero al contrario que tú, querida hermana, yo no tengo inconveniente en casarme con un lord.
La vio salir de la habitación, y aquellas últimas palabras se quedaron en su cabeza. ¿De verdad le interesaba Peter? Y, aunque fuera así, ¿qué más le daba a ella?
Por desgracia, temía descubrir que, en el fondo, no le era indiferente.

La madre de Lali le había dado a Ravenleigh dos hijas, Joy y Christine. Joy tenía nueve años y Christine, seis. Las niñas, de piel clara, habían heredado los brillantes ojos azules de su padre. Eran demasiado pequeñas para cenar con los adultos, pero habían ido a la biblioteca a conocer al nuevo conde y lo habían hechizado. Ya eran damas en miniatura, y Peter imaginó que, en unos años, llevarían a los jovencitos de calle.
Poco después, cuando las niñas ya habían vuelto arriba y Ravenleigh se había excusado para ir a comprobar por qué tardaban tanto las señoras, Peter salió al mirador. Empezaba a oscurecer, pero gracias a las luces de gas que iluminaban el sendero empedrado, pudo ver los cuidados jardines. Llegó hasta él el aroma incomparable de las rosas. Se preguntó si tendría que aprenderse los nombres de todas las flores y plantas que inundaban los jardines y parques que había visitado. Por lo visto, aquella gente adoraba sus jardines.
Meneó la cabeza. Aquella gente, le gustara o no, era su gente. Sacó un puro del bolsillo interior de su chaqueta y contempló la posibilidad de excusarse de la cena. No iba vestido para la ocasión, y si algo había aprendido mientras cenaba con la segunda esposa de su padre era que todas las cenas eran de gala, y que se esperaba que un hombre fuera siempre bien vestido. No llevaba chaleco, ni una chaqueta de sastre caro (el que Peter había contratado le había prometido entregarle esas prendas en unos días); su aspecto no era el de los caballeros ingleses a los que había conocido hasta entonces, y se sentía fuera de su elemento. Probablemente, la madre de Lali le echaría en cara lo inapropiado de su atuendo, aunque no sabía por qué le importaba tanto su opinión. Quizá porque ella ya había logrado convertirse en una verdadera dama inglesa, y él aún tenía que recorrer un largo camino para ser un auténtico caballero inglés. Su valoración de esa metamorfosis no era imparcial. En las ocasiones en que habían coincidido en el pasado, la mujer estaba siempre muy enfadada, y, en retrospectiva, Peter no le reprochaba que reaccionase así ante sus torpes e indecorosos intentos de coquetear con la mayor de sus hijas. No lo había hecho mejor aquella tarde. Su encuentro con Lali habría sido muy distinto si hubiera allanado el camino con un poco más de delicadeza y no hubiera abordado directamente la cuestión de la deuda; tonto recordatorio de la adolescencia que ambos habían compartido y un pago que en realidad no esperaba recibir. Aunque no estaba mal irritarla; siempre había disfrutado viendo cómo aquella chispa de furia oscurecía el azul de sus ojos. A menudo se preguntaba si la pasión lograría el mismo efecto, pero ella se había marchado antes de que pudiera descubrirlo. Aún saboreaba su puro cuando oyó unos pasos ligeros, y en seguida supo de quién eran. Percibía su presencia, inmóvil, entre las sombras, observándolo. Dio una larga calada y absorbió no sólo el rico aroma del puro sino también la fragancia del perfume floral que el aire le llevaba, y bajo el que se ocultaba su aroma que, como con los buenos whiskies, una vez paladeado, era difícil de olvidar. Expulsó el humo que retenía en los pulmones y esperó, sin moverse, hasta que los aros grisáceos se perdieron en la noche. Luego, tendiendo apenas el puro hacia un lado, preguntó:
—¿Quieres probarlo?
—Siempre fuiste dado a los malos hábitos, Peter.
—No has respondido a mi pregunta. Llevo otro en el bolsillo de la chaqueta, si prefieres no compartirlo conmigo.
Ella suspiró con patente impaciencia.
—Las damas decentes no fuman.
—Tampoco beben ni blasfeman. Pero eso nunca ha sido un impedimento para ti.
—Entonces era una niña —replicó. —Tú siempre me estabas pervirtiendo, y yo era tan tonta que me dejaba llevar. Pero ya no soy una niña.
—Eso es obvio.
Se acercó hasta que él pudo ver su perfil por el rabillo del ojo. Iluminada por el resplandor de las luces de gas, estaba preciosa. Se había puesto un vestido azul grisáceo con cuello barco rematado de encaje. Peter pensó que un poco más de luz resaltaría el color de sus ojos. También se había cambiado de peinado. Aunque los rizos y las cintas eran algo distintos, seguía llevando el pelo en un recogido alto, como antes, con lo que su cuello largo y esbelto quedaba expuesto a su inspección, y ojalá también a sus labios. Los ingleses se arreglaban mucho para una simple cena.
—¿No tenías ni la más remota idea de todo lo que te esperaba aquí? —preguntó ella al fin, con voz queda.
Peter le dio una calada lenta al puro, luego exhaló el humo.
—No.
—Ha debido de ser una sorpresa...
—Sorpresa es poco —replicó él.
—Has dicho que no te acordabas de nada.
—No me acuerdo.
—Tu madre debió de quererte mucho...
—Quizá no me quería nada.




1 comentario:

  1. Lali esta enamorada a mas no poder jajaja
    Besitos
    Marines

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