viernes, 10 de mayo de 2013

Capitulo 3




La pregunta, que removió recuerdos enterrados hacía tiempo, le produjo una punzada inesperada en el corazón. Le sorprendió que después de tanto tiempo, de tantos años, aún fueran tan poderosos, que todavía pudieran despertarle un anhelo tan intenso.
—Sí —admitió al fin. —Sí, he conocido vaqueros, pero de eso hace muchos años. Además, era muy niña, y puede que mis recuerdos estén teñidos de juventud e inexperiencia. Mi madre me dice constantemente que tendemos a recordar las cosas como mucho más agradables de lo que eran en realidad. Los incesantes recordatorios de su madre solían seguir a alguno de los frecuentes comentarios de Lali de que le gustaría volver a Texas.
—Cuéntanos lo que recuerdas —le pidió lady Cassandra. Lauren recordaba una sonrisa lenta que le había acelerado el corazón y unos ojos pardos que evocaban los de un cachorro al que hubieran pateado tantas veces que tuviese miedo de confiar en nadie. Recordaba una actitud distante y un gesto desafiante en un rostro que parecía más joven de lo que era. Un pelo negro como el carbón, largo y greñudo, siempre necesitado de recortes. Manos sucias y estropeadas, ropas polvorientas, un cuerpo alto, delgado, ágil y sorprendentemente fuerte.
—Vamos —la urgió lady Blythe. —No nos tortures así. Dinos cómo es un vaquero.
Lali cedió sólo porque pensó que aquélla sería la forma más rápida de librarse de ellas. Empezaba a dolerle la cabeza y quería tumbarse un poco antes de tener que empezar a prepararse para la cena.
—Son respetables —dijo. Aunque el suyo no siempre lo había sido.
—Saludan a las damas ladeando el sombrero. —Aunque el suyo nunca lo había hecho.
—Son parcos en palabras. —El suyo no solía serlo.
—Prefieren recorrer la calle, cualquier calle, a caballo en lugar de a pie. —El suyo lo habría hecho si hubiera tenido caballo.
—Sonríen con facilidad y les cuesta enfadarse. —Aunque las sonrisas del suyo siempre tardaban en llegar; las comisuras de sus labios se elevaban lentamente, como si disfrutaran tanto del trayecto como del resultado final.
—Adoran a las mujeres. —Sobre todo el suyo. A todas las mujeres, jóvenes y viejas, guapas y feas. Nunca discriminaba. Soltó una risita vergonzosa.
—Al menos eso es lo que recuerdo de los vaqueros. Del suyo.
—Me encanta lo de que adoran a las mujeres —confesó lady Blythe. —Nuestros caballeros no nos valoran, creo yo. Aun cuando dan los pasos adecuados, lo hacen sólo porque es lo que se espera de ellos, no porque deseen hacer el esfuerzo. Lo único que realmente les preocupa a los hombres es que la mujer sea capaz de proporcionarle en seguida un heredero o dos. Muy poco romántico.
—Aunque los vaqueros no son tan refinados como los caballeros ingleses —admitió Lali. —Sus obsequios suelen ser cintas pata el pelo, flores robadas de algún jardín al pasar o versos atroces.
—Pero si los obsequios se hacen de corazón... —insinuó lady Anne con voz triste.
—Supongo que este lord vaquero no robará flores —intervino lady Blythe—Como digo, se rumorea que es bastante pudiente. Por lo visto, aun sin su herencia. Menuda envidia.
—¿Envidia? —repitió Lali. —¿Envidia porque ha alcanzado el éxito trabajando mucho? ¿Porque debe dejar atrás todo lo que conoce y vivir en un país tan distinto de aquel con el que está familiarizado?
—No somos tan distintos —replicó lady Blythe. —Además, lo que es envidiable es su riqueza.
—Fruto de su esfuerzo.
—Y que su afortunada esposa tendrá el placer de gastar.
—Hace un momento pensabas que le costaría casarse —le recordó Lali.
Lady Blythe sonrió como si de pronto se sintiera superior.
—Nunca se sabe. Cuando un hombre lleva suficientes monedas en el bolsillo y además dispone de un título, se pasan por alto muchas cosas desagradables.
—Aunque no se puede negar, como bien nos ha recordado la señorita Fairfield, que su dinero es fruto de su esfuerzo. Algo terriblemente lamentable —señaló lady Cassandra.
—Pero ganó ese dinero antes de saber que era conde —apuntó lady Blythe—, de modo que seguramente el inconveniente se puede perdonar.
Lali sintió de pronto una gran simpatía por aquel hombre, al que sin duda le iba a caer encima una vida nueva y extraña, del mismo modo que le había caído a ella. Tal vez lo buscara y le aconsejara que volviera a Texas tan pronto como pudiera, antes de que lo convirtieran en un aristócrata idéntico a todos los demás y dejara de ser el hombre que era, con sus pensamientos, sus ideas y sus sueños.
Oyó su voz, sorprendido de poder identificarla después de tantos años. Había cambiado un poco, no lo negaba. Ahora era más suave, tenía un timbre tan dulce que podía atraer a un hombre antes de que éste se supiera total y absolutamente cautivado.
Así era como se sentía peter lanzani. Cautivado. Y tenía tan seguro como el infierno que no quería estarlo. No había muchas cosas en la vida que a Peter lo asustaran, pero había temido aquel encuentro desde que había sabido que tarde o temprano se produciría. Lo había pospuesto tanto como había podido, y ahora que estaba a punto de suceder, se debatía entre desear que hubiera ocurrido ya o que jamás ocurriera. Mientras el mayordomo, ofendido porque peter no disponía de tarjeta de visita, había ido a comunicarle al conde de Ravenleigh su presencia, él esperaba de pie en el vestíbulo. Pero no lo hacía pacientemente. Acostumbrado a ser quien daba las órdenes y a que éstas se obedecieran sin rechistar, no solía esperar nunca.
Entonces había oído las voces, casi demasiado rápidas para descifrarlas... luego la de ella. Había perdido buena parte del acento que un día fuera música para sus oídos, pero aún podía detectarlo en determinadas palabras, como un acorde memorable desprendido de un violín. Así, se encontró escuchando intencionadamente a la espera de algo que le fuera familiar. Se había acercado con cuidado a la puerta, se había apoyado en el quicio, y, desde allí, las espió. Una reunión de mujeres, tan absortas en el motivo de su visita que ni siquiera se habían percatado de su presencia. Recordó momentos de su vida en los que había anhelado tanto la presencia de una mujer que había creído que el deseo lo mataría. No sólo su tacto, sino también su fragancia, su suavidad, el consuelo que podían ofrecerle. Sabía que estaba mal escuchar, que debía hacer notar su presencia, pero no estaba seguro de lo que ocurriría cuando Lali lo viera.

¿Lo recordaría siquiera?
El no había sido capaz de olvidarla.

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2 comentarios:

  1. Hayy que amor....los dos se recuerdan...mas lindos
    besitos
    Marines

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  2. Tanto tiempo y se recuerdan

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