holas holas como ya se acabo la nove, hoy les traigo 3 opciones y tienen que votar por una si o si haci que díganme cual le gusta mas....
Opción 1 Amigos Especiales o Amor
Sinopsis
Ellos son Lali esposito y Peter lanzani dos personas de mundos distintos, ella por su parte dejo su cuidad natal córdoba para ir a estudiar lo que siempre soñó Gastronomía, el que en el 2010 dejo de estudiar por problemas económicos.
El destino se encargara de juntarlos todos empieza como amigos pero puede terminar en algo mas o no? Ambos le tienen un gran miedo al amor.
Se animaran a estar juntos, huirán del amor o tan solo serán amigos…
Basado en una historia real….
Opción 2 El deseo del conde
¿Casarse por obligación?
El séptimo conde de Sachse acaba de hacerse con el título, pero ya sabe cuál es su deber: contraer matrimonio con una de las jóvenes casaderas de la alta sociedad. Sin embargo, a él sólo le interesa una mujer: la hermosa y distante Mariana, que inmediatamente se ofrece a encontrarle la esposa perfecta.
¿Casarse por amor?
Pero él está decidido a compartir su lecho nupcial con Mariana. La atormenta con sus caricias y la calma con sus besos. ¿Por qué se le resiste tanto cuando es obvio que le desea? Sin embargo, el conde pronto descubrirá el secreto oculto tras los preciosos ojos de su amada, y tomará una decisión que cambiará sus vidas para siempre
Opción 3 En la cama con el diablo
Le llaman el conde Diablo; un canalla acusado de asesinato, que creció en las violentas calles de Londres. Una dama decente arriesga mucho más que su reputación cuando se asocia con el diabólicamente apuesto Peter Lanzani pero lady Lali Esposito cree no tener otra opción. Haría cualquier cosa para proteger a aquellos a quien ama... incluso llegar a un acuerdo con el mismísimo Diablo. Lo que Peter desea por encima de todo es alcanzar la respetabilidad y una esposa, pero la mujer elegida carece de las gracias sociales para ser aceptada por la aristocracia.
Lali puede ayudarle a conseguir todo lo que quiere. Pero lo que le pide a cambio pondrá sus vidas en peligro. Cuando el peligro se acerca, Lali descubre a un hombre de inmensa pasión y él descubre a una mujer de inconmensurable coraje. Cuando se revelan los oscuros secretos de su pasado, Peter comienza a cuestionarse todo aquello que creía cierto, incluyendo los anhelos de su propio corazón.
jueves, 26 de septiembre de 2013
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Epilogo
Si chicas se termino la nove solo quiero decirles gracias, gracias por todos sus comentarios sus locuras tus amenazas marines que por un momento dije che esta mina me va a matar de loca y después estaba que me moría de la risa de tus comentarios y roció que ahora ultimo se prendió un montón con la nove y eso me encanta, espero que les guste el final y nada chicas disfrútenlos... otra cosita mñn subiré 3 opciones de Nove y ustedes tendrán que elegir una.... bueno no las jodo mas disfruten el ultimo cap chau
GRACIAS
Se había prometido que jamás volvería a
sufrir, pero oía sus gritos de angustia, aunque sabía que estaba haciendo un
esfuerzo sobrehumano por que no se la oyera. ¿No iba a terminar nunca su
agonía?
—¿Quieres dejar de pasearte? Me estás
mareando.
Peter le lanzó una mirada furiosa a
Weddington, sentado en un banco del pasillo, a la puerta del dormitorio del
duque. Todos los herederos de Killingsworth habían nacido en aquella cama. Era
casi medianoche cuando Lali había despertado a Peter para comunicarle que
necesitaba que la trasladaran. Él había tomado por costumbre dormir en la
habitación de ella. La prefería a la suya. Después de todo, era donde siempre
podía encontrarla, estrecharla entre sus brazos y escuchar su suave respiración
durante la noche. Era donde hacían el amor, se susurraban secretos y compartían
sueños, donde se dejaba vencer por el sueño, queriéndola cada día más.
—Lleva más de dieciocho horas.
—Tranquilo, no es tan malo como parece.
—Para ti es muy fácil decirlo. Eleanor sólo ha
pasado por esto una vez. Lali ya lo ha hecho hoy dos veces, y eso no le está facilitando
las cosas.
Peter lamentó sus palabras en cuanto pudo ver
el rostro de Weddington.
—Lo siento, Weddington.
—Parece que vais a tener dónde elegir, amigo
mío, todo servido en el mismo día. Que lo disfrutéis. Eleanor está desesperada
por tener otro hijo. Tal vez podríais darnos uno de los vuestros.
—No lo creo, y perdona lo que te he dicho. Es
que...
Lali enmudeció, pero se oyeron otros sonidos.
Luego, se abrió la puerta y Eleanor se asomó.
—Ya está.
Peter soltó un gran suspiro de alivio.
—Entonces, ¿sólo han sido dos?
—No, han sido tres.
—¿Tres?
Ella asintió con la cabeza, esbozando una
sonrisa pícara.
—Pronto estarán listos para conocer a su
padre.
—¿Y Lali? ¿Cuándo puedo verla?
—En seguida. También hay que prepararla.
—¿Está bien?
—Está estupendamente, teniendo en cuenta lo
que acaba de pasar.
—¿Qué acaba de pasar?
Eleanor se rió.
—Que ha parido tres bebés. Weddy, dile que se
tranquilice y que no se preocupe.
—Lo he intentado, princesa, pero no me hace
caso.
Eleanor le cerró la puerta en las narices, y Peter
se apoyó en la pared; las piernas ya no le aguantaban más.
—Tres —repitió.
Pasó una eternidad hasta que salió el médico y
Eleanor le hizo una seña a Peter para que entrara en el dormitorio. Lali estaba
tumbada en la cama, con tres pequeños bultos junto a su costado que, de algún
modo, rodeaba con su brazo. Peter se arrodilló al lado de la cama.
—Ay, Peter, mira lo pequeñitas que son.
—Son tres —señaló, impresionado por su
extraordinaria belleza. A pesar de sus rostros arrugados y su piel rosada, eran
preciosas. Hacía tiempo que había dejado de contar las cosas que el engaño de
su hermano le había arrebatado, y, en cambio, había empezado a agradecerle todo
lo que le había traído: a Lali y ahora a tres hijas.
—Sí.
—Lo único que puedo decir es que menos mal que
son niñas. Ni un solo heredero entre ellas.
No deseaba en absoluto que su primogénito
tuviera un hermano gemelo. No quería que su heredero tuviera que pasar por lo
que había pasado él. No deseaba un segundo hijo varón que perdiera el norte,
como su hermano John. Peter continuaba visitándolo una vez por semana, pero
siempre era difícil y decepcionante, porque John seguía convencido de que él
era el heredero legítimo, y que Lali le pertenecía. Peter no tenía ni idea de
cómo hacerle razonar, de cómo ayudarlo.
Curiosamente, la hermana de Lali había
empezado a visitar también a John. «Me fascina —había dicho Diana en una
ocasión—. Nunca es exactamente el mismo hombre.»
Tenía con él una paciencia infinita, y Peter
no podía evitar preguntarse si quizá sería ella la clave de su salvación,
porque su mayor deseo era recuperar al hermano al que había conocido de niño.
—Solucionaré ese contratiempo la próxima vez
—le aseguró Lali.
Él se inclinó para besarla.
—Gracias por tener niñas esta vez.
—Pensaba que a los duques no les gustaba tener
hijas salvo si ya tenían hijos.
—Yo soy feliz con lo que tú me des.
—La próxima vez te daré un varón.
—Si no, seguiremos intentándolo hasta que lo
consigamos.
Ella se rió.
—Aunque lo consigamos, más te vale seguir
intentándolo.
—Lo haré. Te lo prometo.
Y ella sabía que era una promesa que podía
cumplir.
En los años que siguieron...
Se dice de Peter Lanzani, duque de
Killingsworth, que ningún otro hombre luchó más diligentemente ni con mayor
determinación que él por los derechos de los presos y la reforma de las
prisiones.
También se dice del duque que ningún otro
hombre amó tanto a su esposa y a sus hijos.
Capitulo 59
Bombonas es el Ultimoooo Capitulo de la Nove........... se nos viene el epilogo
Peter se echó hacia atrás, sosteniéndole la
cabeza, con los dedos hundidos en su pelo y la mirada fija en ella.
—Pensé que iba a volverme loco. Había planeado
mi venganza, el modo de hacer sufrir a John. Entonces, tú entraste en mi vida,
y lo único que quería eras tú.
Ella notó que se le tensaba el cuello y su
abrazo se hacía más intenso.
—Te quiero con locura. Procuré no caer en la
tentación de besarte, de hacerte el amor, de estar contigo. Mariana Alexandria
Esposito Lanzani, ¿me harías el honor de seguir siendo mi esposa, de ser la
madre de mis hijos y la dueña de mi corazón?
Lali notó que las lágrimas volvían a brotarle
y le rodaban por las mejillas. La mirada que él le dedicó era tan sentida como
sus palabras, amor puro y verdadero.
—Sí —respondió ella, la voz ronca, ahogada, y
un nudo en la garganta—. Sí.
Él le cubrió la boca con la suya, como si
quisiera sellar aquella palabra eternamente. La besó como si pensara que nunca
más iba a poder hacerlo, como si le fuera la vida en ello, como si nunca fuera
a tener suficiente, como si la amara con todo su corazón y toda su alma, como si
ella fuera la razón de su existencia.
Y Lali le devolvió el beso con la misma
intensidad. Lo amaba. Tenía entre sus brazos al anhelo de su corazón, todo lo
que siempre había deseado: que la amaran, que cuidaran de ella, que la
valoraran. Él lo era todo para ella porque ella lo era todo para él.
—¿Cómo está tu herida? —preguntó él al tiempo
que le besaba el cuello por detrás de la oreja antes de pasear la lengua por el
contorno de ésta.
—Completamente curada.
—Quizá debería inspeccionar la cicatriz.
Ella se recostó un poco, sonriéndole mientras
él le enjugaba las lágrimas que habían empezado a secarse.
—¿Tú crees?
Él asintió solemne con la cabeza, y ella pensó
que, aunque bromeara, tal vez decía en serio lo de la cicatriz.
Se levantó de encima de él, se sentó apoyada
en los talones y se desabrochó el primer botón.
—Ya lo hago yo —señaló él, apartándole las
manos antes de que prosiguiera la tarea.
Lali notó un leve temblor en los dedos de su
marido, y recordó la primera vez.
—Has estado encerrado ocho años.
—Sí —confirmó, mirándola.
—Has pasado mucho tiempo sin una mujer.
—Siempre he estado sin una mujer.
Ella se lo quedó mirando, incrédula.
—¿Yo fui la primera?
—Y serás la última.
Lali volvió a notar aquellas lágrimas
persistentes.
—No puedo creer que... te contuvieras tanto.
Legalmente...
—Tenía derecho, Lali. Ya lo sé. Pero no habría
sido justo para ti. No quería servirme de ti para aplacar mi lujuria. Cuando
por fin me acerqué, no fue por lujuria. —Ladeó la cabeza—. Bueno, quizá un
poco. No creo que un hombre pueda librarse por completo de ella.
—Lo hiciste tan bien que jamás habría pensado
que nunca...
—He tenido ocho años para ponderar las
posibilidades. Algún día tendré que enseñarte algunas sombras chinescas poco
convencionales.
—¿Perversas?
—Sin la menor duda.
Ahora era ella quien debía ponderar las
posibilidades mientras él volvía a centrarse en los botones y se los
desabrochaba uno a uno. Deslizó las manos por debajo del tejido abierto y le
deslizó poco a poco el camisón por los hombros hasta que éste se amontonó
alrededor de sus caderas. Cerró los ojos y frunció el cejo, como si algo le
doliera mucho. Cuando los abrió, Lali pudo ver que el dolor era más profundo de
lo que ella imaginaba.
—Debiste haber dejado que la bala me alcanzara
—repuso él, con la voz ronca de emoción. Bajó la cabeza y le besó la cicatriz
del costado que señalaba la entrada de la bala, que milagrosamente no había
tocado ningún órgano interno.
Ella dejó que sus dedos se perdieran entre sus
cabellos y lo besó en la frente.
—¿Cómo iba a hacer algo así? Perderte habría
sido mucho peor que cualquier dolor físico que haya podido sufrir.
—Si uno de los dos debía hacerlo, habría
preferido ser yo.
—Precisamente por eso. Si hubieras muerto, lo
habría sufrido yo.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—Me parece que tu argumento es un poco
enrevesado.
—Procuraremos que ninguno de los dos vuelva a
pasar por algo así.
—De acuerdo. Prometido. No volverás a sufrir.
Se puso de pie y se agachó para levantarla; el
camisón se le deslizó por las piernas hasta el suelo. Luego él le pasó un brazo
por debajo de las rodillas y la tomó en brazos.
—Puedo andar, Peter —murmuró ella al tiempo
que se colgaba de su cuello y se acurrucaba más contra su pecho.
—Necesito que reserves tus energías.
—¿Por qué?
—Porque vas a necesitarlas para lo que tengo
en mente.
Lo que tenía en mente era un placer absoluto
que comenzó en el mismo instante en que la depositó en la cama y se desprendió
de su camisón. Cuando se acercó a ella, estaba espléndido, listo y dispuesto.
Se convirtieron en una maraña de extremidades,
su boca en la de ella, sus manos la acariciaban y se detenían al pasar por la
herida en proceso de cicatrización.
—Ya no me duele —le informó ella cuando volvió
a detenerse, como a la espera de que ella gritara de dolor.
—No quiero que vuelva a dolerte nunca.
—Pues bésame.
Le pareció verlo pensativo un instante, como
si se preguntara qué tenía que ver una cosa con la otra, pero en seguida dejó
de importarle. Ancló su boca en la de ella, y se besaron con pasión, con la intensidad
de un hombre hambriento y de una mujer ansiosa por lo que se le había negado
tanto tiempo.
Ella le acarició los hombros y la espalda. Él
le besó el cuello, la barbilla, la mandíbula, saboreando el eco de sus gemidos
mientras se elevaba sobre ella.
Alojado entre sus muslos, la miraba con un
gesto de absoluta adoración. Ella confió en que él pudiera ver que sentía lo
mismo, mientras le acariciaba las pantorrillas con la planta de los pies.
Abriéndose paso con los dedos por entre su melena, le sostuvo la cabeza y le
besó la frente, la nariz, los labios, la barbilla.
—Has sido un regalo inesperado, y creo que, ya
que te he desenvuelto, voy a disfrutar jugando contigo.
—¿Qué vas a hacer?
Él le guiñó un ojo antes de deslizarse hacia
abajo, mientras su boca dedicaba a un pecho un círculo de besos para después
lanzarle un soplido de aire fresco al pezón. Ella notó que éste se arrugaba y
se endurecía, irguiéndose, al tiempo que se le tensaba la zona sensible de
entre sus muslos. Se arqueó un poco, apretándose contra el estómago plano de
él, en busca de alivio mientras Peter la torturaba negándoselo.
Paseó la lengua por el pezón antes de
rodeárselo por completo con la boca, chupándolo, acariciándolo, volviéndolo a
chupar.
—Peter —lo llamó con voz ronca.
—¿Mmm?
—Ya has disfrutado bastante de tu regalo. Ven
a mí para que yo pueda disfrutar de ti.
—Aún no.
Viajó hasta el otro pecho, dejando tras de sí
un rastro de piel humedecida por el beso. Le dedicó las mismas atenciones que
al otro mientras le recorría los costados, las caderas, los muslos, con las
manos. Unas manos maravillosas, grandes.
Ella le devolvió el favor, acariciándole hasta
donde llegaba: los hombros, la espalda, el pecho, los costados. Le encantaba su
tacto. Crecía la tensión, la urgencia que percibía en él, aunque intentara
reprimirla para ir despacio.
—Me estás volviendo loca —murmuró ella.
—Te lo mereces —respondió él, en voz baja y
ronca—. Tú me produces el mismo efecto a cualquier hora del día. Te quiero
tanto que me conformaría con pasar el resto de mi vida aquí contigo, en la
cama.
Se deslizó un poco más y le besó el abdomen.
Un poco más abajo, paseó los labios por la cara interna de sus muslos,
provocándole deliciosos escalofríos en todo el cuerpo. ¿Cómo era posible que el
contacto en un punto produjera sensaciones en otro? Sin embargo, así era.
Constantemente.
Entonces Peter se tornó decididamente perverso
y la miró con ojos ardientes de deseo justo antes de posar los labios en su
parte más íntima. Paseó la lengua por ella, trazando círculos incesantes.
Deslizó las manos por debajo de sus caderas y la elevó un poco con el fin de
poder desencadenar en ella un placer exquisito.
Lali se agarró con fuerza a las sábanas,
buscando algo a lo que anclarse, aunque él la incitaba a ascender por encima de
lo mundano, a alzar el vuelo. Apretó los muslos contra los hombros de él, le
recorrió la espalda con los pies y notó que sus breves gemidos aumentaban, se
aceleraban...
Acto seguido lo llamaba por su nombre, le
rogaba que parara, le suplicaba que siguiera, su cuerpo convulso con la fuerza
de la liberación, mientras el letargo se propagaba por todo su ser como la lava
fundida por la ladera. A medida que iba recuperando el aliento, se percató de
que él había apoyado la mejilla en su abdomen, como si pensara que precisaba un
instante para recuperarse del cataclismo que la había pillado por sorpresa.
Ella hundió los dedos en su pelo.
—Ven a mí —le susurró, sorprendida al
descubrir que parecían no quedarle energías. Pero su letargo era maravilloso.
Y cuando él subió y se situó encima, descubrió
sus energías renovadas. Cuando entró en ella con la seguridad nacida del amor y
de la aceptación, pensó que nada en el mundo entero podía proporcionarle mayor
satisfacción.
Él empezó a moverse como un hombre
obsesionado, alguien con una finalidad, pensando no sólo en sí mismo sino
también en ella, balanceándose, acariciando, dejando claro que no haría ese
viaje solo. Con un suave gruñido, la besó y ella percibió cómo la tensión
aumentaba en su interior, y también en el de ella.
Lali no esperaba un segundo ascenso, suponía
que el primero la había dejado agotada, pero allí estaba, apoderándose de ella.
Le clavó los dedos en los hombros, en busca de algún asidero ante la tempestad
que estaba a punto de desatarse en ella, en los dos...
Y cuando por fin estalló, los hizo ascender, y
descender, y volver a ascender. Notó cómo él bombeaba el semen en su interior,
y cómo su cuerpo se fundía con el suyo. Cuando cesaron los espasmos, Lali pensó
que jamás podría volver a moverse. Aún entre sus brazos, Peter enterró el
rostro en la curva del cuello de su esposa.
Ella notó los pequeños temblores que aún lo
sacudían.
—Relájate —le dijo, frotándole la espalda
empapada en sudor.
—Te voy a aplastar.
—No, no me aplastas.
—Dame sólo un instante.
—Te doy toda una vida.
La risa sofocada de él sonó como si viniera de
lo más profundo de un alma exhausta mientras él se tumbaba a un lado y la
atraía hacia sí.
—Acepto encantado.
Capitulo 58
A medida que recuperaba fuerzas, Lali no pudo
evitar darse cuenta de que su marido se mostraba muy atento a sus necesidades,
pero también cauteloso al atenderlas. Le traía las comidas en una bandeja de
plata, como si no tuvieran criados que pudieran hacerlo. La miraba comer como
si fuera la actividad más asombrosa del mundo.
Por las tardes, la envolvía en una manta y la
sacaba al jardín para que le diera el sol. Para consternación del concienzudo
jardinero, Peter pasaba un rato arrancando las flores más hermosas del jardín
hasta llenarle el regazo a Lali con un surtido de colores y fragancias. Luego
se sentaba a su lado y la acosaba con preguntas sobre la Exposición Universal y
los múltiples inventos y cambios que se habían producido durante su ausencia.
Así era como había empezado a llamar al tiempo que había pasado en Pentonville;
ya no era su encarcelación, ni su reclusión, ni el horrible acto de su hermano
sino su ausencia. No quería que nadie supiera nunca que su hermano se había
cambiado por él durante unos años. Quería que ella le hablara de todos los
inventos modernos para poder seguir adelante como si nunca se hubiera
ausentado.
Mientras le contaba una u otra cosa, ella
misma se asombraba de lo mucho que se había progresado en ocho años.
A última hora de la tarde, él salía un
momento, y aunque siempre le decía que era para encargarse de los asuntos de la
finca y ella era consciente de que tenía muchas obligaciones que atender,
sospechaba que iba a visitar a su hermano. Sabía que a Peter lo entristecía que
su hermano estuviera apartado de la sociedad, y más aún no saber la razón por
la que John se había vuelto contra él y creía ser Peter.
Además, había empezado a perseguirle la duda
sobre la muerte de sus padres. El arsénico era fácil de conseguir, podía
comprarse en cualquier botica, y era popular entre las damas, que lo empleaban
para realzar el cutis. La ley exigía que se firmara el «registro de sustancias
tóxicas» al adquirirlo, pero lo que se hacía con él después... bueno, no todo
el mundo lo usaba para el cutis. Se estaba convirtiendo en el arma homicida
favorita de las mujeres casadas que deseaban deshacerse de sus maridos. Peter
había contratado a un hombre para que viajara por todo Londres examinando los
registros de los boticarios. Se había encontrado su firma en uno de ellos, el
de la compra de arsénico un mes antes de su decimoctavo cumpleaños. Como Peter
jamás había comprado el veneno, supuso que, una vez más, había sido su hermano,
haciéndose pasar por él.
Sin embargo, aquello sólo demostraba que John
había comprado arsénico, no que lo hubiera usado. A Lali nunca le había
parecido que el cutis de John lo necesitara.
Sabía que a su marido lo angustiaban sus
averiguaciones, por eso estaba casi segura de que Peter pasaba algún tiempo con
su hermano, intentando discernir qué lo había transformado en un hombre tan
distinto, si bien aquello era una tarea imposible. Volvía a primera hora de la
noche, más triste, solemne y reflexivo. Ella procuraba animarlo leyéndole
fragmentos de las cartas que le enviaba Diana para contarle sus progresos en la
búsqueda de un hombre que no la aburriera a los dos días.
Cuando Lali se retiraba a su dormitorio, él se
reunía con ella y se limitaba a abrazarla, como si fuera algo delicado,
demasiado frágil para nada más. Y hablaban.
—Quiero entender la clase de hombre que eres,
lo que has soportado y cómo ha podido afectarte.
—Eres un poquito morbosa, ¿no?
—¿Te golpeaban o azotaban?
—No. No era tan malo. Bueno, los guardias te
pegaban si hablabas o no te ponías el capuchón para taparte la cara. Pero
tenían un castigo peor: la celda de aislamiento.
—No entiendo en qué se diferenciaba de la
celda normal.
—Al menos en mi celda oía actividad. Aunque
estaba solo, no me sentía solo del todo, porque sabía que había otros por allí.
Los oía moverse mientras trabajaba en mi telar. En ese sentido, era afortunado.
Mi trabajo consistía en tejer en mi celda todo el día.
—¿Cómo puedes considerarte afortunado por una
experiencia así?
—Sobreviví. Ésa fue mi suerte. Además, de
cuando en cuando, nos traían algún libro para que leyéramos. Lo peor eran las
noches, porque el silencio era absoluto.
—¿Fue entonces cuando aprendiste a hacer
sombras chinescas?
—Sí, en todas las celdas había luz de gas,
para que pudiéramos ver cuando se hacía de noche. Hasta que pasaban los
guardias para apagarlas, a las nueve, yo aprovechaba para jugar con las manos y
ver qué clase de criaturas podía simular. Mis creaciones me transportaban más
allá de las paredes tras las que vivía. Los elefantes de África y los camellos
de Egipto. Probaba con todos los animales que conocía. Y también con personas.
Sé hacer una bruja y un anciano con barba.
—No puedo ni imaginar lo solo que debías de
sentirte.
—No quiero que lo imagines. No quiero que
imagines nada de aquello.
Luego él le decía:
—Háblame de tu vida, de las cosas que te
gustan. Quiero saberlo todo de ti.
—A ver... Mi color favorito es el rojo. Mi
estación preferida, la primavera. Me gusta dar largos paseos y...
Pero a medida que fue recuperándose, una parte
de ella temía que no fuera su convalecencia lo que le impedía hacerle el amor,
sino la idea de que no había sido él quien la había elegido como duquesa de
Killingsworth, sino su hermano, y ella era un recordatorio constante de la
traición de aquél.
Las dudas la bombardeaban con frecuencia e
intensidad cada vez mayores, como las olas sacudían la playa durante una fuerte
tempestad. Sobre todo a última hora de la noche, cuando se preparaba para
acostarse, preguntándose si su marido asumiría su papel de amante.
Sentada delante del tocador, se cepillaba el
pelo distraída mientras pensaba en el lugar que ocupaba en la vida de Peter.
Suponía que cualquier mujer se daría por satisfecha con la atención que él le
prestaba, pero a ella le costaba conformarse con menos cuando había tenido más.
Y tal vez fuera ése el origen de su creciente descontento. Lo había estado
pensando mientras se daba un baño relajante, mientras Charity la ayudaba a
ponerse el camisón, cuando su doncella se había ido a dormir y ella se había
quedado esperando la llegada de su esposo.
El divorcio era la solución que siempre se le
ocurría. Él era muy joven cuando lo encerraron. Había asistido a muy pocos
bailes, a muy pocas cenas. Nunca había tenido la oportunidad de examinar a las
jóvenes debutantes, ni de elegir a la que más lo atrajera. Se había casado con
ella porque ella era quien se había reunido con él en el altar.
—Me prometiste que un día me concederías el
privilegio de cepillarte el pelo.
Al alzar la mirada, vio el reflejo de su
marido, de pie a su espalda, vestido con un camisón de seda azul, del mismo
tono que sus ojos.
—No te he oído entrar —comentó ella.
—Pareces inmersa en tus pensamientos, como a menudo
me reprochas a mí. Estás aquí pero no estás. ¿Dónde estabas?
—No tiene importancia —mintió ella. Al día
siguiente le pediría el divorcio, pero aquella noche no. Quería pasar una noche
más con él... y mientras pensaba eso, se le ocurrió que quizá se lo pediría al
siguiente, o al otro. ¿Cuántos días podía posponer hacer frente a la verdad?
Peter se situó detrás de ella y, con dulzura,
le quitó el cepillo de la mano.
—Todo lo que tiene que ver contigo es
importante. —Le deslizó el cepillo despacio por la melena—. Recuerdo la primera
vez que te vi el pelo suelto, extendido sobre la almohada de esa cama.
Ella lo observó en el espejo, la intensidad
con que la miraba.
—Mi primera noche aquí, la noche de la
tormenta, cuando me trajiste una taza de chocolate caliente.
—Pensé que me iba a fracturar los dedos de las
manos, de tanta fuerza como me los apretaba para evitar tocarte.
—Yo quería que me tocaras.
—Pero pensabas que era otra persona.
Algo le vino a la cabeza.
—Viruela —susurró—. La primera mañana en la biblioteca,
me dijiste que tenías viruela, no que habías visto huellas... de zorro.
Él se mostró notablemente avergonzado.
—Trataba de inventar una excusa convincente
para no cumplir con mis deberes conyugales. Quería que entendieras que era por
mí, no porque hubiera ningún problema contigo.
—Pero no tienes viruela.
—No.
—Pero buscabas un modo de evitarme.
—No de evitarte. De evitar hacerte el amor.
Tenía la descabellada idea de que podría devolverte a John intacta.
Ella manifestó su entendimiento con una inclinación
de la cabeza, y tragó saliva.
—En eso pensaba antes, cuando estaba absorta
en mis pensamientos, en lo injusto que es para ti encontrarte de pronto casado
con alguien a quien tú no has elegido.
—Mis pensamientos van por derroteros
similares. Cuando se llevaban a John, tuvo el descaro de recordarme que lo
habías querido a él primero.
—No. —Ella se volvió de pronto y levantó la
cabeza para mirarlo—. No, ya te lo dije aquella noche en el carruaje... Tenía
dudas...
Él le acarició la mejilla.
—Lo recuerdo, pero, cuando me miras, ¿ves al
hombre que te pidió en matrimonio?
Lali meneó la cabeza despacio.
—No, veo al hombre del que me he enamorado.
Peter se puso de rodillas y le sujetó la cara
entre sus manos grandes y fuertes.
—Ves a Peter, duque de
Killingsworth.
—No, no veo un nombre ni un título, sólo veo a
un hombre. Al hombre que me abrazó toda la noche sentado en un carruaje en una
postura incómoda, al que intentó ocultar el llanto por la pérdida de sus
padres, al que llevó a un niño de viaje por las sombras de la selva africana y
del desierto egipcio, al que arriesgó su vida por salvar a otros de una
tempestad, al hombre al que su hermano trató insufriblemente mal pero que aun
así quiere ayudarlo, al hombre cuya esposa lo traicionó pero él continúa leyéndole
en el jardín. Siento haber dudado de tu nombre, pero, por favor, créeme cuando
te digo que jamás he dudado de mis sentimientos por ti. Te quiero más que a
nada en este mundo.
—Ay, Lali —dijo él, apretándola contra su
pecho, bajándola de la silla y sentándola en su regazo—. No imaginas lo
insoportable que es no sentir el amor, estar incomunicado y solo, con la única
compañía de tus pensamientos.
—Y de las sombras chinescas.
Capitulo 57
Frambuesas.
Lali llevaba ya varios días balbuceando algo
sobre la bendita fruta.
Peter sintió que los dedos de su mujer se
relajaban entre su pelo y, al levantar la mirada, descubrió que había vuelto a
dormirse. Al menos, había estado despierta un instante. Quizá al día siguiente
se mantendría despierta unos minutos más.
Pentonville le había parecido un infierno,
pero no era nada comparado con la agonía de los últimos tres días. Nunca se
había sentido tan impotente. Al darse cuenta de lo que había hecho ella, de lo
que había hecho John y ver el charco de sangre junto el cuerpo de su esposa...
una emoción que era incapaz de describir le había brotado de dentro, y esperaba
no tener que sentirla nunca más. Pánico frío y despiadado. Y, cuando había
pasado...
Cuando se apartaba sigiloso de ella, descubrió
que estaba despierta otra vez, mirándolo, con los ojos despejados, el hoyuelo
diminuto visible y un esbozo de esa sonrisa que él pensaba que no volvería a
ver jamás.
—Tarta de frambuesas —dijo ella en voz baja.
Él sonrió y se acercó.
—¿Quieres que le pida a la señora Cuddleworthy
que te haga una?
—No, así es como puedes demostrar que tú eres Peter,
duque de Killingsworth.
—¿Cómo dices?
—La primera mañana que estuve aquí, la
cocinera me dijo que, de pequeño, a lord Peter le encantaba la tarta de
frambuesas.
—Sí, es cierto.
—A John no le gustan. No sé cómo no me he
acordado antes...
—Lali, cariño, ya no importa.
—Sí importa. Tú eres el duque, y es muy fácil
demostrarlo.
—Con una tarta de frambuesas.
Su hoyuelo se acentuó.
—Muy fácil —dijo, agotada, con ojos amorosos,
no febriles.
Él se llevó sus manos a los labios y las
mantuvo allí. De modo que, aun presa de la fiebre y en pugna por curarse, había
estado soñando con salvarlo una vez más.
—Es aún más fácil que eso —le respondió él—.
No tengo más que ser Peter, duque de Killingsworth.
—No lo entiendo. ¿Y así cómo pruebas que...?
—Lali, me he dado cuenta de que no tengo que
demostrar quién soy. Ya no. Cuando John te disparó —meneó la cabeza intentando
no recordar la sangre que le había empapado la ropa al cogerla en brazos y el
pánico que había sentido—, cuando te lanzaste delante de mí, cuando te vi en el
suelo, por primera vez desde que me fugué de Pentonville, me convertí de verdad
en el duque de Killingsworth. No iba a permitir que nadie en el mundo entero se
interpusiera entre yo y lo que debía hacer para salvarte.
—Te oí —susurró ella asombrada—. En el
mausoleo. Y pensé: «Quienquiera que ha hablado, ése es el duque».
Peter le sonrió.
—Nadie cuestionó mis órdenes. Ni siquiera
cuando les pedí que sujetaran a John.
Una mirada de preocupación le recorrió el
rostro.
—¿Dónde está ahora?
Él le apartó los mechones de pelo de la
frente.
—Donde ya no puede volver a hacernos daño ni a
mí ni a los míos.
—¿Dónde? —insistió ella.
—Hay un psiquiátrico en el campo, no muy lejos
de aquí. Pedí que lo llevaran allí. No está en su sano juicio, Lali. A veces me
parece que realmente cree ser yo.
—¿Y cómo ha podido volverse...?
Él le selló los labios con el pulgar.
—No lo sé. No sé si alguna vez sabremos la
verdad sobre John Lanzani.
Lo que sí sabía era que las últimas palabras
de John mientras se lo llevaban aún lo torturaban. «¡Me quiso primero a mí!»,
le había gritado. Peter le había respondido como un niño provocado por un
bravucón.
—Pero es a mí a quien quiere ahora.
Cuando ella se recuperara, pondría a prueba su
amor... y el propio.
Capitulo 56
Estaba sentada en un
campo, rodeada de matas de frambuesa en flor, y las flores diminutas la
llamaban. Su marido, tendido a su lado, con la cabera apoyada en su regazo,
arrancó una flor sin zarzas espinosas y se la entregó. Mientras la flor
descansaba en la palma de su mano, la vio transformarse milagrosamente en una
frambuesa. Luego la puso en los labios del hombre al que amaba...
Lali se esforzó por salir de la oscuridad, su
cuerpo dolorido como si la hubieran arrojado desde un precipicio. Se volvió un
poco; el dolor le atravesó el costado. Gimió.
—Chis, ahora descansa.
Notó que unos dedos le apartaban el pelo de la
frente. Al abrir los ojos, vio a aquel mismo hombre sentado junto a su cama.
Sus ojos reflejaban tanto amor y tanta preocupación por ella que pensó que
aunque le pusieran delante una fila de cien hombres idénticos a él podría
distinguirlo de todos los demás.
Había estado allí cada vez que ella había
abierto los ojos, le había dedicado una sonrisa tranquilizadora, le había
humedecido la frente, le había dado unas cucharadas de caldo y le había pedido
que se pusiera buena pronto, como si dependiera de ella.
—¿Peter?
—Chis —le dijo una vez más, tomándole la mano
y dándole un beso en los dedos—. Te ha pasado algo horrible. Tienes que
descansar.
Él tampoco tenía buen aspecto, y no podía
imaginar que lo suyo hubiera sido peor. Barba de varios días, el pelo
despeinado, los ojos enrojecidos, el cuello de la camisa desabotonado.
—Sé cómo demostrar que tú eres Peter —susurró
ella.
—Cielo santo, Lali, has estado a punto de
morir. ¿De verdad crees que me preocupa el maldito ducado? —inquirió él, con la
voz áspera de emoción—. ¿Más de lo que me preocupas tú?
Pudo ver lágrimas en sus ojos, que él se
esforzaba por contener. Le temblaba la mano cuando se la puso en la mejilla.
—He pasado ocho años solo, pero cuando he
creído que iba a perderte, que jamás volvería a ver tu sonrisa o ese hoyuelo
diminuto, que nunca más oiría tu risa... «soledad» no es palabra suficiente
para describir el sentimiento que me ha invadido. Una desesperación tan intensa
que renunciaría a todo, a mis títulos, a mis propiedades, a mi nombre, por
abrazarte un instante más. Tan sólo un instante.
Las lágrimas le quemaban los ojos, y deseó
tener fuerzas para abrazarlo.
—No podría vivir sin ti. —Desvió la mirada, y
ella detectó el movimiento trabajoso de los músculos de su cuello mientras
intentaba recuperar el control de sus emociones.
Cuando volvió a mirarla, la sorprendió la
furia que llenaba sus ojos.
—Y como vuelvas a ponerte en peligro... ¿en
qué pensabas para cubrirme de ese modo?
Le cogió la mano con la que él aún le
acariciaba la mejilla.
—En que yo tampoco podría vivir sin ti.
Peter soltó un sollozo que parecía venir de lo
más profundo de su alma. Apoyó la cabeza en su pecho y ella le acarició el
pelo.
—No quiero perderte nunca —dijo él.
Ella quería decirle que eso no ocurriría, que
había encontrado una solución, pero empezó a sentirse cansada, los párpados le
pesaban. Necesitaba decirle cómo demostrar quién era. Justo antes de quedarse
traspuesta, susurró: «Frambuesas...».
Capitulo 55
Al oír la puerta, Lali se volvió de golpe y el
corazón le dio un brinco cuando vio al otro hombre que aseguraba ser Peter.
—He supuesto que te encontraría aquí —espetó—.
Imagina mi sorpresa al ver que mis guardias se dirigían a la casa.
El marido de Lali le quitó el cuchillo de la
mano y se puso en pie con dificultad.
—¿Qué vas a hacer con eso, hermano? —preguntó
el hombre que estaba junto a la puerta.
—Depende de lo que me obligues a hacer.
—Parece que estamos en punto muerto, pero
siento curiosidad. Dime, ¿cómo conseguiste fugarte de Pentonville?
—Por el suelo de la capilla.
—Ah, muy listo.
—¿Y tú?
—Yo no me he fugado. Me han soltado. En cuanto
me sacaron de la celda de aislamiento, insistí en que quería hablar con
Matthews...
—El celador.
—Sí. La fortuna me sonrió el día que conocí a
Matthews. Era aficionado a la bebida y al juego. Por desgracia, rara vez tenía
suerte. Debía mucho dinero a unos cuantos indeseables. Se mostró muy interesado
en lo que pudiera ofrecerle. Además, tiene un secreto que nadie más conoce, y
el que yo lo supiera le hizo percatarse de que había cometido un terrible
error. Él se encargó de mi liberación. Ahora está de camino a América.
—Muy oportuno. El único testigo de tus
maquinaciones ha desaparecido.
—Sé bien lo que me toca hacer —sonrió John.
—¿Qué pasó con mamá y papá? ¿Nunca preguntaron
por qué sólo volvió uno de nosotros aquella noche?
John puso cara de asombro.
—Jamás supieron que sólo había vuelto uno de
nosotros, hermanito —confesó—. Fue complicado hacerme pasar por los dos...
nunca a la vez, claro, y sólo durante unos días, hasta que «John» los convenció
de que partiría para América en busca de fortuna.
—¿Y Weddington?
—Era una molestia. Siempre insinuando que
quizá yo era John, o sea tú. Tuve que prescindir de aquella amistad. Aunque me
costó un poco acabar con ella por completo. No lo conseguí hasta que se lió con
esa putita.
—Has sido diabólicamente astuto.
—No me quedaba otro remedio. Tú no parabas de
decir que eras el heredero.
—¿Me habrías soltado alguna vez?
—No lo sé. Matthews desempeñó muy bien la
tarea que le encomendé. Yo sólo iba a tenerte allí unos meses, hasta que te
trasladaran, pero él tenía miedo de que, al sacarte de la celda de aislamiento,
se descubriera lo que había hecho. —John se encogió de hombros—. O eso confesó
cuando se enfrentó a su benefactor. Y ahora vuelves a intentar usurpar mi
lugar.
—Juegas con ventaja, pero estoy dispuesto a
cedértelo todo.
—¿Incluida tu esposa?
—No, a ella no.
—Pero si yo soy Peter, entonces está casada
conmigo...
—Concédele el divorcio.
—El divorcio es un escándalo. Además, aunque
se libre de mí, no podrá casarse con el hermano de su marido.
—En América sí.
John arqueó una ceja.
—¿Te vas a América?
—Sí, creo que nos iremos.
—¿Me mandarás cartas? Me encanta saber de tus
aventuras. Aunque creo que deberías irte al oeste. Virginia empieza a ser un
poco aburrida.
—Te escribiré cartas desde donde quieras.
Lali vio que el hombre situado junto a la
puerta negaba lentamente con la cabeza.
—Por desgracia, no confío en ti, hermano.
Horrorizada, lo vio sacar una pistola.
—¡No! —gritó, levantándose y colocándose
delante de su marido. Notó que el fuego le atravesaba el cuerpo y le estallaba
dentro, oyó el eco de una explosión que pensó que podría derrumbar el techo y
se encontró de nuevo en el suelo mientras la oscuridad le iba robando la
visión. ¿Quién había apagado el candil?
—Cielo santo. ¿Lali? ¿Lali?
Notó que un fluido caliente brotaba de su
cuerpo y se encharcaba. Todo lo que la rodeaba se volvió negro, hasta la voz
que la llamaba sonaba lejana. Sintió que la envolvían en mantas, que la
levantaban unos brazos fuertes y firmes.
—¡Por todos los santos, no te quedes ahí
parado! Ve al pueblo a buscar a un médico. ¡Rápido!
Mientras sucumbía al dulce abismo del olvido, Lali
se percató de que acababa de oír la voz del verdadero duque de Killingsworth.
Capitulo 54
—Gracias, no os necesito. El duque me ha dicho
que subáis a la casa y comáis algo. Yo me quedaré aquí hasta que volváis.
Lali entró en la sala y cerró la puerta. En
una mano, llevaba un candil, en el otro brazo un montón de mantas, como si no
supiera que a él la comodidad física ya le daba igual.
Peter prefirió mirar al suelo antes que a
ella. Oyó el eco de sus pasos huecos a su alrededor, luego un ruido seco cuando
ella dejó el candil en el suelo.
—Te he traído unas mantas —le comunicó en voz
baja, como si temiera molestarlo.
Él la miró, después volvió la vista al suelo.
—¿Quieres que te ayude a incorporarte? —le
preguntó.
—No.
—No me gusta que te tengan aquí encerrado,
pero tu hermano teme que intentes usurparle su autoridad...
—Me extraña, porque no tiene ninguna —replicó
él con una mirada feroz—. Te cuenta un puñado de mentiras y tú le crees.
Apretando las mantas contra su pecho, Lali se
arrodilló en el duro suelo de piedra.
—Estaba conmocionada. ¿Tienes idea de lo que
es descubrir que no estás casada con quien creías?
—Pensabas que te casabas con el duque de
Killingsworth, y es exactamente lo que has hecho.
—Según tu hermano, no.
—Miente, Lali. ¿Por qué te cuesta tan poco
creerle a él en vez de a mí?
—Porque él nunca me ha engañado...
—Claro que te ha engañado, ha engañado a todo
Londres haciéndose pasar por mí.
—Y tú lo podías haber solucionado diciéndome
la verdad desde el principio, pero no lo has hecho. Sabías que no eras el
hombre que se me había declarado. ¿Por qué no cancelaste la boda?
—Porque no podía imaginar que fuera otra cosa
que un matrimonio de conveniencia. Pensé que deseabas casarte con el título, no
con el hombre.
—El título no me da calor por las noches.
—Entonces no te conocía lo suficiente para
saber cómo pensabas.
—¿Y ahora?
—Ahora te conozco muy bien, pero, por lo
visto, tú a mí no.
—Pues cuéntame lo que no sé.
No quería contarle nada. Quería que lo creyera
tan sólo con lo que ya sabía de él. Eso bastaría. Si de verdad lo amaba, eso
sería suficiente. Pero también se dio cuenta de que, para ella, aquella
petición era razonable... y en realidad lo era.
—Creo que sí que voy a incorporarme.
Ella dejó las mantas a un lado, lo cogió del
brazo y tiró tanto como pudo para ayudarlo a levantarse, hasta que Peter logró
apoyar la espalda en la tumba de su madre, con las rodillas dobladas para
mantener el equilibrio.
—¿Quieres que te arrope con una manta? —le
preguntó ella.
—No, estoy bien.
—¿Estás atado como un pavo de Navidad y dices
que estás bien?
—Atado gracias a tu sugerencia de dar un paseo
por los jardines.
Ella bajó la vista al suelo.
—No sabía que iba a... —Meneó la cabeza—. Me
dijo que quería hablar.
—Y sigues creyendo que él es el duque de
Killingsworth.
—Cuéntame lo que debo saber —repuso ella
mirándolo.
—Deberías saber, sin que yo te lo diga, que Peter
soy yo.
—Supongamos que es cierto. Aun así, me
engañaste. No eres el hombre al que me prometí. .
—Tienes razón —suspiró él—. No tenía
previsto... —«Enamorarme de ti.» Pero no terminó la frase, porque tampoco eso
importaba ya—. Me has pedido que te cuente lo que no sabes. No sé lo que sabes,
así que te voy a contar lo que sé yo.
»Poco antes de que cumpliéramos dieciocho
años, John propuso que organizáramos una gran celebración que empezaría en la
noche de mi cumpleaños y terminaría en la madrugada del suyo. Lo planificamos
todo: los locales a los que iríamos, lugares en los que me garantizó que nos
recibirían bien. Debí haber sospechado algo entonces, no sé por qué.
«Recorrimos todo Londres, bebiendo whisky en
el carruaje. Fuimos a una casa en las afueras de la ciudad. Yo no había estado
allí nunca, pero por lo visto John sí, porque lo conocía todo el mundo. Dentro,
nos esperaban más bebidas, jarana y mujeres. Recuerdo que John me dio un vaso
de whisky, me puso en la mano la de una señorita, y me dijo que bebiera, que
ella se encargaría del resto. —Meneó la cabeza.
»Recuerdo que subí la escalera y entré en una
habitación... mi siguiente recuerdo es que desperté en una celda, vestido con
un traje de preso, pidiendo ayuda y recibiendo a cambio una paliza. Era el
preso D3-10. Y cuando supe que estaba en Pentonville, me di cuenta de que me
había metido en un buen lío.
»Pensé que quizá John también estaba allí, en
otra celda. Que habíamos ido a parar a una red de comercio de esclavos o algo
similar. O que las personas de la casa a la que habíamos ido nos habían
utilizado para reemplazar a sus amigos convictos. Todas las explicaciones que
se me ocurrían me parecían absurdas, pero también lo era la situación. Me
sentía estúpido, y no entendía por qué sucedía todo aquello.
»Como sabes, nos obligaban a llevar el
capuchón puesto cuando salíamos al patio de ejercicio, pero yo procuraba mirar
a los ojos a los otros presos en busca de unos parecidos a los míos. A veces,
intentaba susurrarle al hombre que tenía delante, pero lo único que conseguía
era el aislamiento absoluto durante un tiempo.
»Entonces, un día, no sé cuántos habían
pasado, recibí una carta. Dentro había un recorte del Times.
Era la necrológica de los duques de Killingsworth.
—Tus padres —susurró ella.
Él asintió con la cabeza.
—La carta sólo decía: «He pensado que querrías
saberlo». Iba firmada por Peter Lanzani, duque de Killingsworth. Entonces supe
que no encontraría a John entre los presos, que nuestra celebración de
cumpleaños había sido una retorcida treta para deshacerse de mí.
—Pero ¿por qué esa noche, cuando aún no eras
duque? Además, alguien tuvo que darse cuenta de que faltaba uno de vosotros.
—John les había dicho a nuestros padres en
incontables ocasiones que quería viajar a América. Supongo que, haciéndose
pasar por Peter, los convenció de que John había querido cumplir su sueño de
cruzar el Atlántico justo después de nuestra celebración de cumpleaños. Quizá
les dijo que se había emborrachado un poco y se había largado, pero eso es sólo
una suposición mía.
Ella empezó a frotarse los brazos
enérgicamente, y él no supo si lo hacía por el aire frío que los rodeaba o por
lo espeluznante de su relato.
—No me crees —señaló.
—Él me ha dicho que vuestro padre lo dispuso
todo porque sabía que querrías llevarte lo que no te correspondía.
—¿Qué ganaba mi padre con eso?
—¿Y qué ganaba tu hermano?
—El ducado.
—Pero tardaría en tenerlo. Él no podía saber
que tus padres morirían tan pronto.
Peter tragó saliva y se obligó a expresar la
sospecha que lo había atormentado casi todos esos años.
—Salvo que supiera que heredaría el ducado en
breve.
Lali dejó de frotarse los brazos.
—Pero eso sólo podía saberlo...
Peter asintió con la cabeza.
—¿Y si su plan incluía matar a nuestro padre?
De pronto, Lali sintió un escalofrío que nada
tenía que ver con el frío mármol que la rodeaba.
—¿Por qué no cancelaste la boda?
—Lo pensé, pero tienes que entender que había
estado aislado mucho tiempo, privado de la posibilidad de compartir mis
pensamientos con nadie más que yo mismo, y de repente me encontré de pie ante
el altar, tratando de decidir qué debía hacer. No sabía cómo demostrar que yo
era Peter, y temía que, si no seguía adelante con la ceremonia, me harían
preguntas que no estaba preparado para responder. Después de la boda, no pude
decirte la verdad porque me confesaste que me querías muchísimo, y pensé que si
te decía la verdad, tendría que enfrentarme a las autoridades antes de haber
decidido cuál era la mejor forma de probar mi identidad.
»Tenía previsto no ponerte una mano encima y,
cuando pudiera liberar a John, encontrar un modo de deshacer el matrimonio y
alguna forma de burlar la ley, aunque fuera con una acta del parlamento, con el
fin de que pudieras casarte con el hombre al que te habías prometido.
Su voz estaba cargada de sinceridad, de
desesperación por que lo creyera, por que confiara en él, por que lo
comprendiera.
—¿Cómo te fugaste?
Lali escuchó en silencio, embelesada, la
descripción de su rutina diaria, del aislamiento constante, salvo por el paseo
en el patio de ejercicio y el trayecto a la capilla; que hasta en los momentos
de culto los tenían aislados, y el silencio los rodeaba excepto cuando
cantaban; y cómo había conseguido soltar las tablillas del suelo y escapar.
Le habló de Matthews, y de cómo el celador se
había llevado a John en su lugar.
—Aunque, en realidad, no era mi lugar. Jamás
debí ir a parar allí, para empezar.
Lali vio cómo los ojos se le llenaban de
lágrimas, y cómo parpadeaba para deshacerse de ellas. Él apartó la mirada y
ella se fijó en el trabajoso movimiento de los músculos de su cuello.
—Lali, no te imaginas lo que fueron esos ocho
años —le confesó con voz áspera y desgarrada—. Que nadie te tocara salvo para
empujarte; no poder hablar nunca con nadie ni siquiera de cosas
intrascendentes, del tiempo, del color de los ojos de una mujer, de su garbo al
caminar; por no mencionar de los anhelos del corazón, de las esperanzas, de los
sueños.
—Y aun así mantuviste la distancia hasta la
noche de la tormenta en que te pedí que no lo hicieras.
—Yo no tenía derecho a tocarte.
—Pero lo hiciste.
—Si quieres una disculpa... —Meneó la cabeza—.
La quieras o no, la mereces. Lo siento, Lali. Siento el daño irreparable que
haya podido causarte...
—¿Cómo vas a demostrar quién eres?
—¿Me crees?
Su voz sonaba llena de esperanza, de
desesperación por que lo creyera.
—Lo único que sé es que te quiero —admitió
ella.
Con un profundo suspiro, él bajó la cabeza.
—No es suficiente.
Aquello le partió el corazón, pero sospechaba
que su reticencia a reconocerlo como el duque era igual de dolorosa para él. Si
lo amaba, ¿no debería creerle?
De entre las mantas, sacó el cuchillo que
había ocultado en los pliegues.
—Seas quien seas, no mereces este trato.
—Empezó a cortar la cuerda que le sujetaba las piernas—. Ve a Londres y
averigua con quién deben hablar los lores cuando surge una disputa por su
título.
—Con el lord Canciller.
Tras liberarle los pies, ella se detuvo y le
lanzó una mirada furiosa.
—Si lo sabías, ¿por qué no has hablado ya con
él?
—Porque no puedo demostrar que yo soy el
duque. Es la palabra de John contra la mía.
—¿Y esto te parece mejor? ¿Jugar a
encarcelaros el uno al otro?
—No, tienes razón. Debo confiar en los
tribunales.
Ella se acercó y él se retorció para darle
acceso a sus manos. Cuando hubo cortado las ataduras, él soltó un gruñido y
empezó a frotarse las muñecas y a ejercitar los dedos.
—Ve a Londres —le ordenó ella.
—¿Vienes conmigo? —le preguntó él,
acariciándole la mejilla.
¿A sabiendas de que su amor no era suficiente
para él? Con lágrimas abrasándole los ojos, ella sacudió lentamente la cabeza.
—No puedo.
Capitulo 53
Lali pensó que jamás olvidaría el gesto de
traición demoledora que había aparecido en el rostro de su marido al percatarse
de que ella le había tendido una emboscada. Sólo que ella no sabía lo que iba a
ocurrir. La había sorprendido tanto como a él, pero aún no se había recuperado
de las revelaciones de aquella tarde.
Ya no estaba segura de lo que debía creer, de
lo que debía hacer. Se sentó en una silla, en su dormitorio, y contempló cómo
anochecía, total y absolutamente exhausta por la terrible experiencia,
confundida por sus sentimientos, preocupada por el hombre al que había
traicionado.
Dos hombres decían ser Peter Lanzani. Con uno
había prometido casarse; con el otro se había casado. Uno le había gustado; al
otro lo amaba. ¿Importaba que se hubiera casado con John? A su corazón le daba
igual no ser duquesa. Pero si era John, su marido necesitaba ayuda.
Desesperadamente.
Oyó que se abría una puerta, la que separaba
el dormitorio del duque del suyo. Había esperado con tanta ilusión que él fuera
a verla esa noche, pero ahora sólo deseaba que aquel hombre se marchara.
Él se situó a su lado y se apoyó en el marco
de la ventana. Notó que la miraba fijamente.
—¿En qué piensas? —preguntó él.
—Trato de decidir si estoy casada con el
hombre con el que intercambié los votos nupciales o con el hombre cuyo nombre
figura en el acta matrimonial.
—Yo me he estado preguntando lo mismo, pero
hasta que sepamos si estás embarazada de mi hermano, la cuestión es discutible.
—No entiendo —dijo ella, volviéndose hacia él.
—No me meteré en tu cama durante un mes. Si en
ese tiempo se sabe que no estás embarazada, te tomaré por esposa, como habíamos
acordado inicialmente. Sin embargo, si lo estás... —se interrumpió.
—Entonces, ¿qué?
—No puedo arriesgarme a que sea un varón, un
heredero. Tendría que divorciarme de ti alegando adulterio.
—¿Vas a divorciarte de mí sin haberte casado
conmigo?
—Aunque yo no subiera al altar, mi hermano ha
contraído matrimonio contigo y tú, de buena fe, has creído que te casabas
conmigo.
—Bastará con que expliquemos que tu hermano
—le costaba llamar a su marido John— se ha hecho pasar por ti.
—No. No permitiré que mi familia se vea
envuelta en un escándalo así. Lo sucedido quedará entre nosotros.
—¿Prefieres que todo Londres piense que tu
esposa te ha sido infiel?
—Espero que no nos veamos obligados a tomar
esa decisión.
—¿Y qué vas a hacer con... él?
—Aún no lo sé.
—¿Y si yo lo convenciera para que renunciase a
todo esto y nos fuéramos los dos lejos de aquí...?
Él soltó una falsa carcajada.
—No renunciaría a todo esto, ni siquiera por
ti.
—Me ha dicho que me quiere.
—También te ha dicho que es Peter, el duque.
Las mentiras le brotan de la boca como el vino brota de una botella. No puedes
confiar en él, Lali.
—No sé por qué has tenido que encerrarlo en el
mausoleo.
—Era eso o la cárcel del pueblo.
—¿Qué vas a hacer con él? No puedes dejarlo
ahí eternamente. Es un lugar muy frío.
—Sólo se quedará ahí hasta que decida qué
hacer con él.
Se apartó de la ventana, se agachó y le
acarició la barbilla.
—No tenía derecho a ti. Podría perdonarle que
me haya arrebatado el ducado, pero a ti, eso no se lo perdonaré nunca. —Se
inclinó, su rostro muy cerca del de ella—. Porque, como ves, yo también te
quiero. —La soltó y se enderezó—. Vamos a cenar.
Lo dijo como si a ella no se le hubiera
partido el corazón, como si su mundo no se hubiera derrumbado.
—No tengo apetito.
—Debes reponer fuerzas. Todo esto no ha hecho
más que empezar.
Peter apenas sentía el frío cortante o el
hambre que le roía las entrañas. Sus manos y sus pies atados estaban tan entumecidos
como su corazón.
Yacía de costado, donde los matones de su
hermano lo habían tirado sin ceremonias. ¿Cómo se las arreglaba John para
juntarse siempre con la escoria de la sociedad?
Por lo menos, en Pentonville, había luz. Allí
no había otra cosa que la lúgubre oscuridad de la desesperación.
Lali dudaba de él y el dolor de aquella duda
era como una espada afilada que le atravesaba el corazón. Había necesitado más
fortaleza de la que creía poseer para no llorar de angustia al verla marcharse
con John.
Si Lali dudaba de él, ¿de qué le servía
demostrar que era el verdadero duque?
El ducado, las propiedades, los títulos... ya
no le importaban.
Vio un haz de luz recorrer las vidrieras de la
fachada del mausoleo. Oyó el rechinar de la llave en la cerradura. La puerta se
abrió y entonces sonó la suave voz de su esposa.
Capitulo 52
A Peter le encantaban sus paseos con Lali al
anochecer. Habían tomado por costumbre pasar ese tiempo juntos antes de cenar
para liberarse de las preocupaciones del día. Aquella tarde, se habían reunido
en los establos en cuanto él había vuelto y, aunque a ella parecía apetecerle
mucho el paseo al principio, ahora se mostraba particularmente solemne, algo
impropio de su naturaleza alegre.
Sabía que no podía seguir engañándola más
tiempo. Tenía que decirle la verdad. Y, cuando se la dijera, tendría que
confiar en que ella siguiera sintiendo lo mismo por él.
No había previsto enamorarse de ella, pero
había ocurrido. No había nada en ella que no valorara. Nada que no adorara.
Se había pasado la tarde cabalgando sin rumbo
por el campo, intentando decidir el modo de comunicarle la noticia, cuándo
sería el mejor momento. ¿Antes de volver a hacerle el amor? Porque sin duda lo
haría. Carecía de fuerza de voluntad en lo relativo a ella. Tal vez sería
preferible que se lo contara después, cuando yaciera en sus brazos, con la piel
iluminada por el rubor de su alivio.
Debía decírselo durante la cena, para que
pudiera prohibirle la entrada a su dormitorio si así lo deseaba. O por la
mañana, para poder tenerla entre sus brazos una noche más.
Y se serviría de las mismas excusas al día
siguiente, y al otro. Precisamente por eso se encontraba ahora en tan
inadmisible aprieto. Porque no había querido herir sus sentimientos y, al
final, muy a su pesar, eso era lo que iba a suceder.
—¿Va todo bien, Lali? —preguntó por fin.
Ella lo miró y le sonrió, regalándole el
hoyuelo que tanto le gustaba.
—Claro. Estoy algo distraída.
—¿No es ésa una de las cosas que te molestan
de mí, que me pierda por completo en mis pensamientos?
Ella asintió con la cabeza, y a él le pareció
ver que las lágrimas asomaban a sus ojos antes de que apartase la mirada.
—¿Lali?
—Estoy bien. Me preguntaba cuándo crees que
podremos volver a Londres.
Él tenía que volver a Londres. Debía decidir
el mejor modo de resolver el asunto de John, que era precisamente la razón por
la que no podía seguir posponiendo contárselo a Lali.
Había pensado que quizá habría una forma de
soltar a John sin que nadie saliera perjudicado, pero el problema era cómo
asegurarse de que su hermano no hacía más daño. Pondría en peligro a Lali si no
le contaba la verdad, y si John iba a verlos alguna vez, posiblemente ella lo
identificara como el hombre que le había propuesto el matrimonio.
Él nunca había querido que las cosas se
complicaran tanto. Sólo pretendía recuperar lo que era suyo por derechos.
Ya estaban a bastante distancia de la casa,
caminando por la zona de los jardines donde los arbustos eran altos y el
follaje denso.
—La verdad es que lo he estado pensando mucho.
Creo que quizá...
Oyó crujir unas ramas. Al tiempo que él se
volvía, Lali se escabulló. Los dos hombres que lo agarraron eran enormes,
fornidos y, aunque se revolvía contra ellos, sabía que tenía poca esperanza de
escapar. Uno de ellos le dio un fuerte puñetazo en el estómago que lo dejó sin
respiración. Le retorcieron los brazos a la espalda...
—¡No le hagáis daño! —gritó Lali.
Una soga se le clavaba en las muñecas.
Respirando con...
—Ponedlo de pie.
...dificultad, alzó la mirada al oír una voz
que le era familiar. Lo levantaron de un tirón y él se esforzó por mantenerse
en pie a pesar de que sus piernas sólo querían desplomarse, no tanto por el
dolor que aún sentía debajo de las costillas como por el que se le concentraba
en el corazón.
Lali estaba allí, en absoluto sorprendida por
la aparición de un hombre idéntico a su marido. Entonces se dio cuenta de que
ella sabía que John y sus matones lo estarían esperando.
El dolor de aquella amarga traición lo deshizo
por dentro.
—Lali...
—Ahora ya sabe la verdad, hermano —intervino
John—. Sabe que tú eres John y yo soy Peter.
Ignorando a su hermano, se centró en su
esposa.
—Lali, Peter soy yo. Debes creerme.
—¿Por qué no me dijiste la verdad desde el
principio? ¿Por qué te has hecho pasar por...?
—¡Yo no me he hecho pasar por nadie! —Sus
palabras resonaron—. Yo soy Peter.
—Te has hecho pasar por el hombre que me
cortejó y me pidió el matrimonio. Todo este tiempo has sabido que yo te creía
otra persona. Te he entregado mi corazón.
—Y yo te lo he entregado todo.
—Qué poético, John.
—Yo no soy John, y lo sabes bien —replicó Peter
a John con una mirada furiosa.
—Claro que eres John.
Luchó en vano por zafarse de los hombres que
lo sujetaban.
—Soy Peter Lanzani, duque de Killingsworth.
—Miró a su esposa—. Tienes que creerme, Lali.
—¿Por qué no me lo has contado? Si es cierto,
por qué no me has dicho nada.
—¿Dudas de que sea cierto?
—¿Cómo no voy a dudarlo si me has engañado
desde que nos conocimos?
—La has engañado y traicionado como me has
traicionado a mí —remató John—. Llevadlo al mausoleo.
—¿Por qué al mausoleo? —quiso saber Lali.
—Es el único lugar que no se atrevería a
profanar para poder huir.
—Lali... —Peter lo intentó una vez más, pero
ella se alejó de él, y entonces detectó la mirada de triunfo en los ojos de su
hermano.
—No olvidéis atarle los pies cuando lleguéis
allí —ordenó John—. Por si me he equivocado al creerlo incapaz de profanar ese
lugar. Después de todo, me ha robado mis títulos, mis tierras y a mi amor.
Una punzada de dolor atravesó el pecho de Peter
al ver que Lali aceptaba que John la rodeara con el brazo como gesto de
consuelo, y sintió que la había perdido para siempre.
Capitulo 51
Retorciéndose y librándose a tirones de la
sujeción de aquel hombre, Lali retrocedió, y el horror de sus palabras se le
asentó en la boca del estómago.
—Eso no puede ser. Yo... yo... —Se llevó la
mano a la boca. Al principio, ¿no le había parecido que se había casado con un
desconocido? ¿No había encontrado extraña su reserva?
Sin embargo, se había enamorado de su marido.
Había descubierto en él una dulzura, una amabilidad extrema. Disfrutaba de su
compañía, disfrutaba de todo lo que hacía con él.
—Sabes que digo la verdad, Lali. Lo veo en tus
ojos.
Ella pensó que lo que veía en sus ojos debían
de ser lágrimas, porque se las notaba en los ojos y en la garganta. Notó que la
humedad le rodaba por las mejillas. Él le resultaba familiar, con una
familiaridad que iba más allá de la forma de su nariz, del grosor de sus
labios, del azul de sus ojos. Había pasado tiempo en compañía de aquel hombre.
¿Por qué se daba cuenta ahora y no cuando lo había visto por primera vez
delante de la ventana?
—Es posible —admitió ella con voz ronca—. No
te veo como a un extraño, sino como a alguien a quien he conocido.
—¿Alguien con quien has bailado con un vestido
blanco de encaje estampado de rosas rosa?
Le dio un salto el corazón al recordar lo que
llevaba puesto la noche en que conoció al duque de Killingsworth.
—¿Alguien que te daba fresas rebozadas en
azúcar cuando ibas de picnic junto al Támesis?
Notó una opresión en el pecho que apenas le
permitía respirar.
—¿Alguien que te pidió que le concedieras el
honor de convertirte en la duquesa de Killingsworth?
Lali soltó un grito contenido. Cielo santo,
sólo podía saber esas cosas si era quien las había vivido. Empezaron a
temblarle las piernas y tuvo que dejarse caer en una silla cercana.
—No lo entiendo —susurró, odiando la duda y el
temor de su propia voz.
—No tienes por qué —dijo, amable—. Desde que
tengo uso de razón, John ha codiciado lo que me pertenecía por derecho. Como
primogénito, me corresponde heredarlo todo. Según las leyes inglesas, la
vinculación...
—Conozco perfectamente las leyes inglesas...
—espetó ella, perdiendo la paciencia, desesperada porque llegara al fondo del
asunto. Albergaba una lejana esperanza de que todo aquello fuera una broma
horrible. Una pequeña parte de ella se sentía profanada, pero la mayor parte no
quería otra cosa que ver a su marido, que la abrazara y le dijera que todo iba
a salir bien. Sólo que no era su marido el que estaba de pie delante de ella
ahora. Era otra persona, de otra vida.
—Por supuesto —le concedió él con una sonrisa
burlona—. Pero como mi hermano quería mis títulos y mis propiedades, es lógico
pensar que también quisiera poseer a mi dama.
Pero no quería. En realidad, no. Había tratado
de evitarla. Había sido ella la que había ido tras él como un cachorro
necesitado de consuelo hasta que él había claudicado.
«Me tientas demasiado», le había susurrado.
—Si ni siquiera sabía de mi existencia —le
recordó—. Él estaba en Virginia...
—No, lo de que estaba en Virginia fue una
mentira cuidadosamente ideada para proteger a la familia.
—Pero sus cartas...
—Las escribí yo mismo.
—¿Por qué?
Se acercó una silla para poder sentarse
delante de ella, tan cerca que le parecía estar presa. Tenía palpitaciones, y
le sudaban las palmas de las manos. Se sentía como un animal acorralado, nada
segura de poder huir.
—¿Dónde está...? —No sabía cómo llamarlo—.
¿... mi marido? —se atrevió a preguntar.
—Supongo que habrá salido a ocuparse de los
asuntos de la finca.
—¿Y cuándo vuelve?
—Tú y yo debemos acordar un plan de acción.
—No entiendo cómo ha podido suceder esto —dijo
ella presionándose las sienes con la palma de las manos.
—Intento explicártelo lo mejor que puedo. —La
cogió por las muñecas y le bajó las manos al regazo—. Por increíble que
parezca, mi padre sabía que no podía confiar en que John no quisiera ocupar mi
lugar en vez del que le correspondía, así que, la noche en que cumplimos la
mayoría de edad, lo envió a Pentonville...
—¿A Pentonville? Es una prisión.
—Sí, la otra opción era Bedlam. Mi padre pensó
que Pentonville, al ser un complejo moderno, constituiría una opción mejor.
—Pero la cárcel es para los delincuentes, y tu
hermano no había cometido ningún delito.
—Pero lo habría hecho. Mi padre estaba
convencido de eso. De modo que pagó generosamente a un celador para que tuviera
a John encerrado entre los muros de Pentonville.
—¿Y tú estabas al tanto de esa injusticia?
—Sí.
Ella se estudió las manos y luego lo miró.
—¿Por eso te quedabas parado allí delante de
vez en cuando?
—Sí, odiaba pensar que mi hermano estuviera
encerrado allí. Intentaba decidir si sería seguro soltarlo. Su libertad se
convirtió en un infierno para mí. —Se levantó de la silla con tal violencia que
Lali se apretó contra el respaldo por temor a que fuera a pegarle.
Él dio la vuelta a la suya y se situó detrás,
agarrándose al respaldo con tanta furia que los nudillos se le pusieron
blancos, la mandíbula apretada mientras proseguía.
—Mi hermano se fugó. No podía haber elegido
peor momento: la víspera del día en que tú y yo íbamos a casarnos. Vino a la
casa de Londres e hizo que me llevaran a Pentonville en su lugar. —Escudriñó el
techo, como si los recuerdos se alojaran en él—. Me confinaron en una celda de
aislamiento, así que me llevó un tiempo poder hablar con el celador y
convencerlo de que había cometido una equivocación. Me soltaron en secreto hace
tres días.
»Entonces empezó mi infierno —añadió,
volviendo a mirarla—. Hice algunas indagaciones discretas y averigüé que mi
hermano había seguido adelante con la ceremonia, que John se estaba haciendo
pasar por Peter, y no sólo me había robado mis títulos y mis propiedades sino
también a mi dama. Y a juzgar por tu reacción de antes, debo suponer que además
te ha robado el corazón.
«Amén de su cuerpo y de su alma.»
En aquel momento, a Lali le pareció que la
odiaba de la cabeza a los pies. Volvió a mirarse las manos, incapaz de soportar
su escrutinio, como si pudiera ver todo lo que su hermano había hecho con ella,
cada beso, cada caricia...
—Tu historia es increíble.
—No es una historia, es la verdad.
Se atrevió a levantar la mirada.
—La solución de tu padre a lo que percibía
como un problema me parece cruel. No, no me lo parece, lo es —rectificó
meneando la cabeza—. Tenía que haber otra forma de proteger lo que crees tuyo.
—¿Lo que creo mío? Es mío, Lali. Iba a ser
tuyo también. ¿Te has acostado con mi hermano?
Ella notó que se le encendía el rostro.
—¿Te has acostado con él?
Asintió con la cabeza. Él se volvió y le dio
la espalda.
—Podría matarlo sólo por eso —murmuró.
—No —espetó ella levantándose como un
resorte—. No merece morir. Si lo que dices es cierto...
Él se volvió de inmediato.
—¿Dudas de mí?
Lali tragó saliva.
—No sé qué creer.
—Créete esto: no ha pasado una sola noche en
que no haya pensado en ti, ni un instante en que no me haya preocupado por lo
que pudiera haberte ocurrido. No ha pasado un segundo sin que viera tu rostro,
oyera tu risa o recordara tu sonrisa.
Aquello era un disparate, y empezaba a dudar
de su cordura, de la de aquel hombre y de la de su marido.
—Pero ¿cómo es posible que no haya notado la
diferencia? Aunque seáis idénticos...
—¿Aún dudas de que soy el hombre que te
cortejó?
Notó que las lágrimas le escocían en los ojos,
que le quemaban la garganta. Pensó que quizá estaba enferma. Al principio, le
daba la impresión de haberse casado con un desconocido. De hecho, así había
sido.
Él apartó de un golpe la silla, que se cayó al
suelo, se arrodilló ante ella y le tomó las manos.
—¿Quién soy, Lali?
Tenía la boca demasiado seca para hablar, y un
nudo de emoción en la garganta.
—¿Soy el hombre que te conquistó?
Ella estudió su rostro, sus ojos... Asintió
con la cabeza.
—¿Soy el duque de Killingsworth?
¿Lo era? No lo sabía. Sólo sabía que aquél no
era el hombre con el que se había casado.
—Necesito ver... —iba a decir «a Peter», pero
¿y si lo estaba mirando a los ojos en aquel mismo instante?— a mi marido.
—¿Crees que soy el duque de Killingsworth, que
soy Peter? —insistió él.
—¿Por qué iba a mentirme? —repuso ella en
lugar de contestar a su pregunta.
—Ya te lo he dicho. Quería lo que yo tenía.
—Si lo que dices es cierto... —Las lágrimas le
nublaron la visión y empezaron a rodarle por las mejillas.
—Es verdad, Lali. Debes creerme. ¿Por qué iba
a inventarme una historia tan retorcida?
—¿Qué es lo que esperas de mí?
—Debes entender que es muy probable que, aun
cuando se enfrente a la verdad, siga asegurando que es Peter —dijo, apretándole
las manos—. Temo que cree que es Peter. Peor aún, me temo que está loco. La
noche en que se fugó...
Como le sostenía las manos, ella notó el
temblor que lo recorría.
—¿Qué? ¿Qué sucedió la noche de su fuga?
—Me ató y me amordazó.
Lali pudo ver el horror de lo que aquel hombre
había soportado reflejado en sus ojos.
—Me dejó inconsciente de un golpe. Cuando
desperté, estaba solo. Completamente solo en un lugar oscuro.
A ella aún le costaba creerlo, pero tampoco
podía negar que su marido no era el mismo hombre con el que había accedido a
casarse. Ahora lo veía clarísimo. Las dudas iníciales de él...
—¿Vas a volver a enviarlo a Pentonville?
—No. Nunca estuve de acuerdo con la solución
que papá dio al problema. Sólo quería complacerlo, pero ahora veo que fue muy
injusto con mi hermano. Aun así, no puedo correr el riesgo de que vuelva a
quitarme lo que es mío.
Ella no pudo hacer mucho más que asentir para
demostrar que comprendía la situación.
—¿Qué quieres que haga?
—Quiero reunirme con él, hablar con él...
—Volverá en cualquier momento.
—Aquí no. Quiero verlo lejos de la casa, donde
el servicio no pueda oírnos. No me cabe duda de que llegar a un acuerdo
supondrá muchos gritos. No querrá oír lo que tengo que decirle, si admite que
él es John, quizá nos baste para salir de este entuerto.
—No entiendo por qué no puedes reunirte con él
aquí.
—Porque es muy probable que se ponga violento.
—No me parece un hombre de los que recurren a
la violencia.
—¿Y te parece de los que viven la vida de
otro?
—No.
—Hay muchas cosas de mi hermano que tú no
sabes, Lali. No olvides que al tomarte como esposa te ha engañado mucho más que
a mí.
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