A Peter le encantaban sus paseos con Lali al
anochecer. Habían tomado por costumbre pasar ese tiempo juntos antes de cenar
para liberarse de las preocupaciones del día. Aquella tarde, se habían reunido
en los establos en cuanto él había vuelto y, aunque a ella parecía apetecerle
mucho el paseo al principio, ahora se mostraba particularmente solemne, algo
impropio de su naturaleza alegre.
Sabía que no podía seguir engañándola más
tiempo. Tenía que decirle la verdad. Y, cuando se la dijera, tendría que
confiar en que ella siguiera sintiendo lo mismo por él.
No había previsto enamorarse de ella, pero
había ocurrido. No había nada en ella que no valorara. Nada que no adorara.
Se había pasado la tarde cabalgando sin rumbo
por el campo, intentando decidir el modo de comunicarle la noticia, cuándo
sería el mejor momento. ¿Antes de volver a hacerle el amor? Porque sin duda lo
haría. Carecía de fuerza de voluntad en lo relativo a ella. Tal vez sería
preferible que se lo contara después, cuando yaciera en sus brazos, con la piel
iluminada por el rubor de su alivio.
Debía decírselo durante la cena, para que
pudiera prohibirle la entrada a su dormitorio si así lo deseaba. O por la
mañana, para poder tenerla entre sus brazos una noche más.
Y se serviría de las mismas excusas al día
siguiente, y al otro. Precisamente por eso se encontraba ahora en tan
inadmisible aprieto. Porque no había querido herir sus sentimientos y, al
final, muy a su pesar, eso era lo que iba a suceder.
—¿Va todo bien, Lali? —preguntó por fin.
Ella lo miró y le sonrió, regalándole el
hoyuelo que tanto le gustaba.
—Claro. Estoy algo distraída.
—¿No es ésa una de las cosas que te molestan
de mí, que me pierda por completo en mis pensamientos?
Ella asintió con la cabeza, y a él le pareció
ver que las lágrimas asomaban a sus ojos antes de que apartase la mirada.
—¿Lali?
—Estoy bien. Me preguntaba cuándo crees que
podremos volver a Londres.
Él tenía que volver a Londres. Debía decidir
el mejor modo de resolver el asunto de John, que era precisamente la razón por
la que no podía seguir posponiendo contárselo a Lali.
Había pensado que quizá habría una forma de
soltar a John sin que nadie saliera perjudicado, pero el problema era cómo
asegurarse de que su hermano no hacía más daño. Pondría en peligro a Lali si no
le contaba la verdad, y si John iba a verlos alguna vez, posiblemente ella lo
identificara como el hombre que le había propuesto el matrimonio.
Él nunca había querido que las cosas se
complicaran tanto. Sólo pretendía recuperar lo que era suyo por derechos.
Ya estaban a bastante distancia de la casa,
caminando por la zona de los jardines donde los arbustos eran altos y el
follaje denso.
—La verdad es que lo he estado pensando mucho.
Creo que quizá...
Oyó crujir unas ramas. Al tiempo que él se
volvía, Lali se escabulló. Los dos hombres que lo agarraron eran enormes,
fornidos y, aunque se revolvía contra ellos, sabía que tenía poca esperanza de
escapar. Uno de ellos le dio un fuerte puñetazo en el estómago que lo dejó sin
respiración. Le retorcieron los brazos a la espalda...
—¡No le hagáis daño! —gritó Lali.
Una soga se le clavaba en las muñecas.
Respirando con...
—Ponedlo de pie.
...dificultad, alzó la mirada al oír una voz
que le era familiar. Lo levantaron de un tirón y él se esforzó por mantenerse
en pie a pesar de que sus piernas sólo querían desplomarse, no tanto por el
dolor que aún sentía debajo de las costillas como por el que se le concentraba
en el corazón.
Lali estaba allí, en absoluto sorprendida por
la aparición de un hombre idéntico a su marido. Entonces se dio cuenta de que
ella sabía que John y sus matones lo estarían esperando.
El dolor de aquella amarga traición lo deshizo
por dentro.
—Lali...
—Ahora ya sabe la verdad, hermano —intervino
John—. Sabe que tú eres John y yo soy Peter.
Ignorando a su hermano, se centró en su
esposa.
—Lali, Peter soy yo. Debes creerme.
—¿Por qué no me dijiste la verdad desde el
principio? ¿Por qué te has hecho pasar por...?
—¡Yo no me he hecho pasar por nadie! —Sus
palabras resonaron—. Yo soy Peter.
—Te has hecho pasar por el hombre que me
cortejó y me pidió el matrimonio. Todo este tiempo has sabido que yo te creía
otra persona. Te he entregado mi corazón.
—Y yo te lo he entregado todo.
—Qué poético, John.
—Yo no soy John, y lo sabes bien —replicó Peter
a John con una mirada furiosa.
—Claro que eres John.
Luchó en vano por zafarse de los hombres que
lo sujetaban.
—Soy Peter Lanzani, duque de Killingsworth.
—Miró a su esposa—. Tienes que creerme, Lali.
—¿Por qué no me lo has contado? Si es cierto,
por qué no me has dicho nada.
—¿Dudas de que sea cierto?
—¿Cómo no voy a dudarlo si me has engañado
desde que nos conocimos?
—La has engañado y traicionado como me has
traicionado a mí —remató John—. Llevadlo al mausoleo.
—¿Por qué al mausoleo? —quiso saber Lali.
—Es el único lugar que no se atrevería a
profanar para poder huir.
—Lali... —Peter lo intentó una vez más, pero
ella se alejó de él, y entonces detectó la mirada de triunfo en los ojos de su
hermano.
—No olvidéis atarle los pies cuando lleguéis
allí —ordenó John—. Por si me he equivocado al creerlo incapaz de profanar ese
lugar. Después de todo, me ha robado mis títulos, mis tierras y a mi amor.
Una punzada de dolor atravesó el pecho de Peter
al ver que Lali aceptaba que John la rodeara con el brazo como gesto de
consuelo, y sintió que la había perdido para siempre.
No Lali me has decepcionado mucho, como le vas a creer a un canalla como el. Pobresito Peter :(
ResponderEliminarJohn el lugar de prisión debería ir al psiquiatrico
Marines