Estaba sentada en un
campo, rodeada de matas de frambuesa en flor, y las flores diminutas la
llamaban. Su marido, tendido a su lado, con la cabera apoyada en su regazo,
arrancó una flor sin zarzas espinosas y se la entregó. Mientras la flor
descansaba en la palma de su mano, la vio transformarse milagrosamente en una
frambuesa. Luego la puso en los labios del hombre al que amaba...
Lali se esforzó por salir de la oscuridad, su
cuerpo dolorido como si la hubieran arrojado desde un precipicio. Se volvió un
poco; el dolor le atravesó el costado. Gimió.
—Chis, ahora descansa.
Notó que unos dedos le apartaban el pelo de la
frente. Al abrir los ojos, vio a aquel mismo hombre sentado junto a su cama.
Sus ojos reflejaban tanto amor y tanta preocupación por ella que pensó que
aunque le pusieran delante una fila de cien hombres idénticos a él podría
distinguirlo de todos los demás.
Había estado allí cada vez que ella había
abierto los ojos, le había dedicado una sonrisa tranquilizadora, le había
humedecido la frente, le había dado unas cucharadas de caldo y le había pedido
que se pusiera buena pronto, como si dependiera de ella.
—¿Peter?
—Chis —le dijo una vez más, tomándole la mano
y dándole un beso en los dedos—. Te ha pasado algo horrible. Tienes que
descansar.
Él tampoco tenía buen aspecto, y no podía
imaginar que lo suyo hubiera sido peor. Barba de varios días, el pelo
despeinado, los ojos enrojecidos, el cuello de la camisa desabotonado.
—Sé cómo demostrar que tú eres Peter —susurró
ella.
—Cielo santo, Lali, has estado a punto de
morir. ¿De verdad crees que me preocupa el maldito ducado? —inquirió él, con la
voz áspera de emoción—. ¿Más de lo que me preocupas tú?
Pudo ver lágrimas en sus ojos, que él se
esforzaba por contener. Le temblaba la mano cuando se la puso en la mejilla.
—He pasado ocho años solo, pero cuando he
creído que iba a perderte, que jamás volvería a ver tu sonrisa o ese hoyuelo
diminuto, que nunca más oiría tu risa... «soledad» no es palabra suficiente
para describir el sentimiento que me ha invadido. Una desesperación tan intensa
que renunciaría a todo, a mis títulos, a mis propiedades, a mi nombre, por
abrazarte un instante más. Tan sólo un instante.
Las lágrimas le quemaban los ojos, y deseó
tener fuerzas para abrazarlo.
—No podría vivir sin ti. —Desvió la mirada, y
ella detectó el movimiento trabajoso de los músculos de su cuello mientras
intentaba recuperar el control de sus emociones.
Cuando volvió a mirarla, la sorprendió la
furia que llenaba sus ojos.
—Y como vuelvas a ponerte en peligro... ¿en
qué pensabas para cubrirme de ese modo?
Le cogió la mano con la que él aún le
acariciaba la mejilla.
—En que yo tampoco podría vivir sin ti.
Peter soltó un sollozo que parecía venir de lo
más profundo de su alma. Apoyó la cabeza en su pecho y ella le acarició el
pelo.
—No quiero perderte nunca —dijo él.
Ella quería decirle que eso no ocurriría, que
había encontrado una solución, pero empezó a sentirse cansada, los párpados le
pesaban. Necesitaba decirle cómo demostrar quién era. Justo antes de quedarse
traspuesta, susurró: «Frambuesas...».
ufff no se murio que alivio
ResponderEliminarhay que lindos el amor debe triunfrar <3 <3
Besitos
Marines