—¿Sabes cuánto resuena un disparo? —inquirió
ella—. ¿Sabes lo ensordecedor que es el silencio que lo sigue? ¿Tienes idea de
lo aterrador que resulta estar ahí sentada sin saber lo que ha sucedido? ¿Y
querer ir a buscarte pero no poder por no saber con exactitud dónde está el
risco cuando hay riscos por todas partes...?
—Lali —dijo Peter en voz baja, poniendo la
mano sobre la que ella tenía en la mesa.
Pero Lali no quería tranquilizarse. Quería...
No sabía lo que quería, salvo desahogarse.
—Además, tu esposa se negaba a moverse porque
te había prometido que no iría a buscarte, así que aquí estábamos, sentadas,
como si no pasara nada, tomándonos el maldito té...
—Lali. —Peter le apretó la mano—. Tranquila,
cariño. Ha sido muy desconsiderado por nuestra parte.
—¿Quién demonios se bate en duelo ya?
—Por lo visto Weddington.
—¡Todavía te hace gracia! —exclamó, llevándose
una mano a la boca, avergonzada de haber gritado.
Peter se levantó en seguida, haciendo chirriar
la silla al arrastrarla por el suelo.
—Si nos disculpáis un instante...
—Por supuesto —respondió Weddington.
Se situó detrás de Lali y le puso las manos en
los hombros.
—Ven, salgamos un momento.
—Sigue lloviendo, ¡por eso aún estamos aquí!
—No, estamos aquí porque nuestros amigos nos
han pedido que nos quedemos. Y cuando digo que «salgamos», me refiero
simplemente a que salgamos de la habitación.
Lali se puso de pie y se dirigió a los duques:
—Disculpadme.
—No es necesario que te excuses —señaló
Eleanor—. Aprovecharé tu ausencia para decirle unas palabritas a mi Weddy.
Tenía pensado hacerlo en la intimidad de nuestro dormitorio, pero también puedo
hacerlo aquí.
—Me va a sentar mal la cena —protestó
Weddington.
Pero ante la mirada asesina de su esposa, se
limitó a suspirar, posó el tenedor y dijo:
—Muy bien, que me siente mal la cena. Mejor a
mí que a ti.
Peter sacó a Lali del comedor y, una vez en el
pasillo, le cogió la mano y la llevó por un laberinto de estancias.
—¿Adónde vamos? —preguntó ella.
—A algún sitio donde tengamos más intimidad.
Por fin llegaron a un pasillo oscuro. Un lacayo
abrió una puerta y Peter metió a Lali en lo que ella reconoció de inmediato
como una biblioteca. Al fondo, unos candelabros encendidos parpadeaban a ambos
lados de la estancia. Sin embargo, el extremo donde se encontraban estaba en la
penumbra. En cuanto el lacayo cerró la puerta tras ellos, Peter la atrajo hacia
sí.
—Lo siento, Lali. Lo siento muchísimo.
Ella apoyó la cabeza en su pecho, confortada
por su calor, por su aroma. Cuando Weddington y él habían llegado por fin a la
casa estaban empapados. Los criados habían conducido a Peter a un dormitorio en
el que, por lo visto, se había dado un baño y se había puesto unas ropas de
Weddington, pero aun con todo, ella detectaba su olor único, una fragancia que
había temido perder para siempre al oír el primer disparo.
—Sé que me he puesto insoportable...
—No, no —la interrumpió él—. No estoy
acostumbrado a estar casado, a pensar en alguien más que en mí mismo. No he
pensado en lo que podías sufrir tú, y debería haberlo hecho. Siento la angustia
que te ha causado mi falta de consideración.
Apartándose un poco, Lali estudió su
semblante, la genuina preocupación reflejada en la profundidad de sus ojos
azules. Aún no había disfrutado lo suficiente de aquellos ojos, no lo bastante
como para perderlos. De pronto, se dio cuenta de lo mucho que había empezado a
quererlo, y de lo tonta que había sido al dudar de si debía casarse con él.
—Aunque Weddington debería saberlo —repuso él,
acariciándole la mejilla con los nudillos—. Lleva casado un poquito más. Si
mañana ha dejado de llover, creo que lo retaré a un duelo...
—¡Ni se te ocurra!
Peter le mantuvo la mirada sólo un instante
más antes de bajar la cabeza un poco. La luz de las velas le iluminaba el
rostro, así que ella pudo verlo con claridad, pudo ver cómo el deseo le
oscurecía los ojos, incitándola a ella al desenfreno, un desenfreno del que ni
siquiera se sabía capaz.
—Ni se te ocurra retarlo a un duelo —le
susurró, asombrada de la aspereza de su propia voz—. Pero podrías besarme.
Él abrió un poco los ojos, como sorprendido,
antes de que un extraño caleidoscopio de emociones que ella no supo descifrar
invadiera su semblante. Luego, su boca se posó sobre la de ella, y Lali olvidó
por completo toda intención de descifrar nada. Sólo era consciente del fuego
abrasador de sus labios, del encanto tentador de su lengua, y de la forma tan
deliciosa en que empleaba sus habilidades. Y tenía muchas habilidades.
Ella se colgó de su cuello y lo recorrió con
los dedos hasta que éstos se perdieron en su pelo. Con un grave gemido, él se
la acercó más, sus brazos como sólido acero, y ella se puso de puntillas para
facilitarle la tarea.
Peter aceptó gustoso lo que Lali le ofrecía, y
respondió con un gemido animal y un beso más intenso. Un escalofrío de placer
le recorrió el cuerpo hasta los dedos de los pies; todo su ser parecía plegarse
y contraerse, como si cada sensación atrajera a otra de mayor magnitud.
Lali enterró los dedos en el pelo de Peter
agarrándose a él, buscando un punto de anclaje, un modo de prolongar la
proximidad. Aquella tarde había creído que lo perdía, y ahora se daba cuenta de
que nunca lo había tenido, no en corazón, cuerpo y alma. Había estado danzando
alrededor del amor como si fuera un estanque helado, temerosa de abordarlo,
aterrada de que pudiera agrietarse y despedazarse bajo su peso. Había procurado
protegerse el corazón, y eso le había dolido más.
Ya no buscaba la seguridad, porque él no era
seguro. Era un peligro para el corazón, pero también la salvación.
Sospechaba que él albergaba los mismos
temores, y por eso aún no le había hecho el amor, porque notaba que ella se
guardaba su corazón, y él lo quería todo. Por primera vez desde que lo conocía,
estaba dispuesta a dárselo. Todo, todo su ser.
Le puso las manos en el pecho, deslizándolas
por debajo de su chaqueta, y notó el latido intenso, casi violento, de su
corazón.
Él le recorrió el cuello con la boca, húmeda y
más caliente de lo imaginable, trazando ondulaciones con la lengua sobre su
piel, dejando a su paso un rastro de frescura. Luego inició de nuevo el
ascenso, y ancló su boca en la de ella mientras le acariciaba el costado con la
mano hasta detenerse por fin en su pecho.
Lo recorrió un violento escalofrío y apartó de
pronto su boca de la de ella, apretando su delicado rostro contra su pecho, y
el eco de su jadeante respiración los envolvió a los dos.
También ella respiraba con dificultad, y pensó
que debía oponerse a la posición de su mano, pero era como si su pecho se
hubiera hinchado para adaptarse a ella, como si se hubiera sentido atraído por
su milagroso tacto.
Unos instantes después, él la soltó al fin y
se apartó. La estudió brevemente antes de peinarse con las manos.
—Me he dejado llevar un poco.
—Un poco.
—Pero no voy a disculparme porque me has
provocado.
—¿Por eso lo has hecho? ¿Porque te he
provocado?
—Te he besado porque quería hacerlo.
Desesperadamente. —Le recolocó algunos mechones de pelo sueltos—. Te he
despeinado.
—¿Crees que nuestros anfitriones se darán
cuenta?
Se encogió de hombros.
—Sospecho que esperan que volvamos algo
desaliñados. Llevamos un rato fuera. —Se apartó un poco de ella—. Deberíamos
regresar al comedor.
—Sí, supongo que sí.
Volvió a acercarse, como si dudara entre
continuar con el beso o proseguir con la cena.
—Siento haber perdido los nervios en la mesa
—se excusó ella.
Él esbozó una sonrisa de medio lado que ella
empezaba a identificar como la sonrisa amable e indulgente con la que pretendía
lograr que ella se sintiera mejor.
—Me parece que pasamos demasiado tiempo
disculpándonos.
—¿Crees que es porque somos recién casados? A
veces no estoy segura de cómo actuar, de qué decir. No me siento cómoda del
todo siendo esposa.
—Ni yo siendo esposo. Sugiero que observemos
detenidamente a Weddington y a Eleanor. Da la impresión de que ellos ya lo
tienen todo bajo control.
—Me caen bien —declaró ella.
—A mí también. Aunque quizá quieran terminar
de cenar.
—Ay, sí —dijo Lali casi con un brinco,
sobresaltada por el recordatorio—. Seguro que sí. Probablemente hayan empezado
a preocuparse por nosotros.
Peter abrió la puerta y ella lo siguió al
pasillo.
—Espero que sepas volver al comedor.
—Podría encontrarlo con los ojos vendados.
Le ofreció el brazo y ella lo enlazó con el
suyo, deseando en parte que la condujera al dormitorio.
estan a punto y que pasa.... eso nada jajaja pero son tan tiernos <3
ResponderEliminarBesitos
Marines