lunes, 23 de septiembre de 2013

Capítulo 41


Con una buena cantidad de whisky en el estómago, Peter creyó bastante razonable la opinión de Weddington sobre su caso. De hecho, era casi brillante.
Se dejó caer en la silla del dormitorio al que lo había llevado Weddington con un guiño y un codazo, mientras le comunicaba que Lali estaba en el dormitorio contiguo. Weddington le había propuesto enviarle a su ayuda de cámara, pero Peter había declinado la oferta. Quería estar a solas con sus pensamientos.
Se había preocupado tanto por evitar que ella descubriera que no era el hombre al que conocía como Peter que no se le había ocurrido dejarle descubrir al que realmente era. Seguía sin pensar en acostarse con ella. Si el matrimonio finalmente se anulaba, no quería llevarse nada que no pudiera devolver, como su inocencia.
Pero podía pasar más tiempo con ella, gastarse dinero en ella. Podía incluso escribirle sonetos. Bueno, quizá escribirle sonetos fuera un poco ambicioso, dado que no había escrito uno en su vida y sólo los había leído cuando el profesor lo había obligado a hacerlo.
Su mente vagaba en una dirección de escasa trascendencia. Se agachó, se agarró la bota y tiró, tiró, tiró hasta que consiguió quitársela, luego la echó al suelo.
Se recostó en la silla y sostuvo un dedo en alto. Debía reconducir sus pensamientos hacia el plan. Sí, el plan. Sonetos. No, sonetos, no. Eso sería desastroso. Podía leerle los sonetos de otro. Los de Shakespeare, por ejemplo. Si no recordaba mal, había escrito unos cuantos bastante buenos que podían apelar al corazón de una mujer.
Tiempo, dinero, sonetos. ¿Qué más? Sabía tan poco del cortejo... Cuando habría podido dedicarse a ello, a pulir sus habilidades, se entrenaba en el arte de las sombras chinescas, y éstas no le servían de mucho para conquistar a una mujer.
Oyó un golpecito en su puerta. Maldición. Weddington le había enviado a su criado después de todo. Peter echó un vistazo a la bota abandonada en el suelo y a la que aún llevaba puesta y decidió que quizá no le vendría mal un poco de ayuda.
—¡Adelante!
La puerta se abrió, pero no era el criado. Era su esposa. Allí de pie, en camisón y chal, y con los pies descalzos sobresaliendo por debajo.
—Me ha parecido oírte.
—Lo siento. Procuraré hacer menos ruido.
Fin de sus planes de seducirla. Aquélla habría sido la ocasión perfecta para decirle algo ingenioso y lo único que se le había ocurrido era una disculpa. «Déjalo, Peter, jamás te la ganarás.»
—No me molesta. Aún no dormía. En realidad, reflexionaba sobre un problema que quizá tú podrías ayudarme a resolver.
Se enderezó. ¿Se enderezó? ¿Qué demonios hacía aún sentado? Había entrado una dama en la habitación. Su dama. Se levantó de inmediato, se tambaleó un poco, logró guardar el equilibrio y se percató de lo estúpido que debía de parecer inclinado en la dirección del pie descalzo, más bajo que el otro. Sí, señor, un hombre tan fino y gallardo... a ella no le quedaría más remedio que enamorarse locamente de él.
—¿Qué problema tienes? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó.
—Quizá debería ayudarte yo a ti primero. Aún llevas una bota puesta —indicó ella, bajando tímidamente la barbilla.
Se miró.
—Ah, sí, es cierto. Y yo que pensaba que la tormenta había escorado la casa hacia un lado, como los buques en el mar.
—¿Estás borracho?
—No, no. Sólo estoy contento.
—¿Quieres que te ayude a quitarte la bota?
—No, no, puedo yo solo, gracias.
«Otra oportunidad perdida, Peter. Habría tenido que acercarse para ayudarte.»
—¿Qué problema tienes? —repitió.
—Primero tú bota.
—Muy bien.
Se dejó caer en la silla, levantó el pie, se agarró la bota y tiró, tiró...
—Necesitas ayuda —resolvió ella, acercándose.
Su aroma a rosas y lilas lo envolvió, tan embriagador como el whisky que acababa de tomarse. Ella se arrodilló, sujetó la bota y tiró, aunque con igual suerte que él.
—Mi asistente suele conseguirlo cuando se pone... —se interrumpió. Una cosa era que su ayuda de cámara se colocara como él iba a proponerle y otra muy distinta que lo hiciera ella.
Lali lo miró con aquellos oscuros ojos, y él pensó que podría perderse fácilmente en ellos. No, perderse no. Como le había confesado ese mismo día, con ella podría reencontrarse.
—¿Cómo lo hace tu asistente?
—Bueno, pues se... se... ya lo hago yo. —Intentó subir el pie, pero ella no quiso soltarlo.
—Ya lo has intentado. ¿Cómo lo hace tu asistente?
—Se pone de espaldas, se coloca a horcajadas sobre la pierna, yo la levanto, él me agarra la bota, yo le pongo el otro pie en el trasero y empujo —terminó rápidamente.
—Entiendo.
—Lo suponía. Devuélveme el pie, por favor.
Pero ella no lo hizo. Se colocó a horcajadas sobre la pierna, le levantó el pie y agarró con fuerza la bota. Con el camisón levantado, se le veían las pantorrillas. Eran preciosas. Peter quería acercarse y acariciarlas, y luego llenárselas de besos.
—Empuja, de prisa —le gritó ella—. Tu pie me pesa mucho.
Su mirada ascendió por las caderas. Cielo santo. Su trasero no se parecía en nada al del criado. Se le empezó a secar la boca. Por el bien de ella, debía terminar con aquello cuanto antes.
—Vamos, ¿a qué esperas? —le recriminó ella.
Sin más preámbulos, le puso el pie en el trasero, firme, muy firme, y redondo, y empujó. La bota salió, ella se tambaleó hacia adelante, recobró el equilibrio y se enderezó.
—¿Estás bien? —le preguntó él, levantándose como una bala.
—Perfectamente —respondió ella, abrazada a la bota.
—Te agradezco la ayuda. Prefiero tener los dos pies a la misma altura.
Ella soltó una risita con la que se le formó el hoyuelo.
—¿Qué pasa? —quiso saber él.
—A veces pareces tan distinto que no sé qué pensar.
Y ése era el problema. Empezaba a pasársele la borrachera, y la idea de Weddington de seducirla de pronto le parecía nefasta.
—Me has dicho que tenías un problema con el que podía ayudarte.
—Ah, sí. —Con mucho cuidado, dejó la bota en el suelo y se cruzó las manos sobre el pecho.
—No me sale el elefante.
—¿Cómo dices? —inquirió él con la cabeza algo ladeada.
—Los pájaros y el perro y el ciervo con su cornamenta los hago bien, pero el elefante me desconcierta.
Él sí que debía de parecer desconcertado, porque ella añadió:
—Las sombras. Lo de antes. Con Richard.
—Ah, sí, el elefante. En realidad, es muy fácil. —Miró alrededor en busca de un trozo de pared despejado—. ¿Te importa sentarte en el suelo?
—No.
—Estupendo. —Cogió de la mesa una lámpara encendida y la puso a su lado—. Vamos a probarlo aquí. Siéntate delante de mí para que pueda rodearte con mis brazos como a Richard. Así me resulta más fácil ayudarte a colocar bien los dedos —se sintió obligado a explicarle. Ahora que recuperaba la sobriedad con asombrosa rapidez, se daba cuenta de que era preferible evitarla, porque, si le daba la más mínima libertad, mantener controlada su pasión no iba a ser fácil. Era como llevar a un preso a las puertas de Pentonville, abrirlas y decirle: «Muy bien, sal un momento y luego vuelve a entrar». De todo punto imposible.
Para poder sostenerle las manos delante de la lámpara, tenía que acercarse mucho a ella, y le resultaba más fácil si colocaba una pierna a cada lado de su cadera. Ella no tardó en acurrucarse en su regazo. Ante las posibilidades, a él se le aceleró el corazón y se le secó la boca. Pensó que cuando terminara de ayudarla con su «problema» quizá haría una excursión a la casa de baños, pero esta vez para zambullirse de verdad en el agua gélida. De cabeza. De lado. De todas las formas imaginables. Y se quedaría allí hasta que él y su virilidad, que reclamaba a gritos un poco de atención, quedaran reducidos a nada.
—El elefante —le recordó ella.
—Sí, el elefante.
Le cogió el brazo izquierdo y le notó el pulso acelerado. ¿Estaba tan nerviosa como él?
—Levanta el brazo, dobla la muñeca, relaja la mano, déjala colgando. Tienes unas manos tan pequeñas... Tan suaves... —Le acarició el dorso del brazo con el pulgar. De satén. Recordó la piel de su cuello de su excursión a la biblioteca, hacía unas horas, tan cerca de su boca; tenía el mismo tacto.
—El elefante —volvió a recordarle ella, casi sin aliento.
Enseñarle a Lali a hacer sombras chinescas no era lo mismo que enseñarle a Richard. Le costaba centrarse teniendo tan cerca recompensas tan deliciosas. Podía mordisquearle la oreja, pasear su aliento por su pelo.
—Bajas el corazón y el anular. Ésos hacen de trompa, ¿ves? Luego levantas un poco el meñique y el índice para los colmillos. Con el pulgar, haces la forma de la boca. Lo bajas para abrirla y lo subes para cerrarla.
Le cogió la otra mano.
—Luego ahuecas la mano derecha sobre la izquierda para la cabeza, y curvas los dedos para que pase un poco de luz que forme el ojo. Y ya lo tienes. Estamos en África.
—¿Has viajado a África alguna vez? —preguntó ella en voz baja.
—Sólo con la imaginación.
—Yo no he estado en casi ningún sitio. Me gustaría viajar.
—¿Adónde te gustaría ir?
—Siempre he tenido ilusión por ir a Egipto. No sé por qué, pero me gustaría ver las pirámides.
—Quizá vayamos algún día. Podríamos hacer un crucero por el Nilo.
—Haría falta mucho valor para eso.
—No da tanto miedo cuando vas con alguien.
Ella volvió un poco la cabeza y sus labios quedaron a la altura de los de él. No tenía más que mover la boca... La miró.
—Eleanor dice que las tormentas son buenas para acurrucarse. Que entones, Weddington la abraza y la besa hasta el agotamiento...
—¿Que la besa hasta el agotamiento? No creo que a él le halagara tal descripción de sus esfuerzos amorosos.
—Ella lo quiere con locura... Se me cansan los brazos.
—¿Sí? Lo siento. Apóyalos en los míos. —Movió los brazos para que ella pudiera apoyarse en ellos.
—¿Te he dicho alguna vez que me aterrorizan las tormentas?
Cielo santo. ¿Se lo había dicho? ¿Debía saber la respuesta o era una pregunta retórica?
—Si me lo has dicho no me acuerdo. —Como un gamberro insensible. Pensó que recordaría cada palabra que le había dicho desde el instante en que la había conocido.
—Pues sí. Me aterrorizan —declaró—. Sobre todo aquí, junto al mar. Son muy ruidosas, y el viento parece tan violento... Además, no puedo dormir, por eso me consolaba con las sombras chinescas, pero preferiría que me consolaras tú...
Y a Peter le bastó con eso.

2 comentarios:

  1. No Natali porque justo ahi, sera que porfin o no? vamos uno mas please uno.
    aaaaaaaa
    Besitos
    Marines

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  2. Please porfis uno mas, tan tierna Lali!!!
    @ROCHI16TA

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