A medida que recuperaba fuerzas, Lali no pudo
evitar darse cuenta de que su marido se mostraba muy atento a sus necesidades,
pero también cauteloso al atenderlas. Le traía las comidas en una bandeja de
plata, como si no tuvieran criados que pudieran hacerlo. La miraba comer como
si fuera la actividad más asombrosa del mundo.
Por las tardes, la envolvía en una manta y la
sacaba al jardín para que le diera el sol. Para consternación del concienzudo
jardinero, Peter pasaba un rato arrancando las flores más hermosas del jardín
hasta llenarle el regazo a Lali con un surtido de colores y fragancias. Luego
se sentaba a su lado y la acosaba con preguntas sobre la Exposición Universal y
los múltiples inventos y cambios que se habían producido durante su ausencia.
Así era como había empezado a llamar al tiempo que había pasado en Pentonville;
ya no era su encarcelación, ni su reclusión, ni el horrible acto de su hermano
sino su ausencia. No quería que nadie supiera nunca que su hermano se había
cambiado por él durante unos años. Quería que ella le hablara de todos los
inventos modernos para poder seguir adelante como si nunca se hubiera
ausentado.
Mientras le contaba una u otra cosa, ella
misma se asombraba de lo mucho que se había progresado en ocho años.
A última hora de la tarde, él salía un
momento, y aunque siempre le decía que era para encargarse de los asuntos de la
finca y ella era consciente de que tenía muchas obligaciones que atender,
sospechaba que iba a visitar a su hermano. Sabía que a Peter lo entristecía que
su hermano estuviera apartado de la sociedad, y más aún no saber la razón por
la que John se había vuelto contra él y creía ser Peter.
Además, había empezado a perseguirle la duda
sobre la muerte de sus padres. El arsénico era fácil de conseguir, podía
comprarse en cualquier botica, y era popular entre las damas, que lo empleaban
para realzar el cutis. La ley exigía que se firmara el «registro de sustancias
tóxicas» al adquirirlo, pero lo que se hacía con él después... bueno, no todo
el mundo lo usaba para el cutis. Se estaba convirtiendo en el arma homicida
favorita de las mujeres casadas que deseaban deshacerse de sus maridos. Peter
había contratado a un hombre para que viajara por todo Londres examinando los
registros de los boticarios. Se había encontrado su firma en uno de ellos, el
de la compra de arsénico un mes antes de su decimoctavo cumpleaños. Como Peter
jamás había comprado el veneno, supuso que, una vez más, había sido su hermano,
haciéndose pasar por él.
Sin embargo, aquello sólo demostraba que John
había comprado arsénico, no que lo hubiera usado. A Lali nunca le había
parecido que el cutis de John lo necesitara.
Sabía que a su marido lo angustiaban sus
averiguaciones, por eso estaba casi segura de que Peter pasaba algún tiempo con
su hermano, intentando discernir qué lo había transformado en un hombre tan
distinto, si bien aquello era una tarea imposible. Volvía a primera hora de la
noche, más triste, solemne y reflexivo. Ella procuraba animarlo leyéndole
fragmentos de las cartas que le enviaba Diana para contarle sus progresos en la
búsqueda de un hombre que no la aburriera a los dos días.
Cuando Lali se retiraba a su dormitorio, él se
reunía con ella y se limitaba a abrazarla, como si fuera algo delicado,
demasiado frágil para nada más. Y hablaban.
—Quiero entender la clase de hombre que eres,
lo que has soportado y cómo ha podido afectarte.
—Eres un poquito morbosa, ¿no?
—¿Te golpeaban o azotaban?
—No. No era tan malo. Bueno, los guardias te
pegaban si hablabas o no te ponías el capuchón para taparte la cara. Pero
tenían un castigo peor: la celda de aislamiento.
—No entiendo en qué se diferenciaba de la
celda normal.
—Al menos en mi celda oía actividad. Aunque
estaba solo, no me sentía solo del todo, porque sabía que había otros por allí.
Los oía moverse mientras trabajaba en mi telar. En ese sentido, era afortunado.
Mi trabajo consistía en tejer en mi celda todo el día.
—¿Cómo puedes considerarte afortunado por una
experiencia así?
—Sobreviví. Ésa fue mi suerte. Además, de
cuando en cuando, nos traían algún libro para que leyéramos. Lo peor eran las
noches, porque el silencio era absoluto.
—¿Fue entonces cuando aprendiste a hacer
sombras chinescas?
—Sí, en todas las celdas había luz de gas,
para que pudiéramos ver cuando se hacía de noche. Hasta que pasaban los
guardias para apagarlas, a las nueve, yo aprovechaba para jugar con las manos y
ver qué clase de criaturas podía simular. Mis creaciones me transportaban más
allá de las paredes tras las que vivía. Los elefantes de África y los camellos
de Egipto. Probaba con todos los animales que conocía. Y también con personas.
Sé hacer una bruja y un anciano con barba.
—No puedo ni imaginar lo solo que debías de
sentirte.
—No quiero que lo imagines. No quiero que
imagines nada de aquello.
Luego él le decía:
—Háblame de tu vida, de las cosas que te
gustan. Quiero saberlo todo de ti.
—A ver... Mi color favorito es el rojo. Mi
estación preferida, la primavera. Me gusta dar largos paseos y...
Pero a medida que fue recuperándose, una parte
de ella temía que no fuera su convalecencia lo que le impedía hacerle el amor,
sino la idea de que no había sido él quien la había elegido como duquesa de
Killingsworth, sino su hermano, y ella era un recordatorio constante de la
traición de aquél.
Las dudas la bombardeaban con frecuencia e
intensidad cada vez mayores, como las olas sacudían la playa durante una fuerte
tempestad. Sobre todo a última hora de la noche, cuando se preparaba para
acostarse, preguntándose si su marido asumiría su papel de amante.
Sentada delante del tocador, se cepillaba el
pelo distraída mientras pensaba en el lugar que ocupaba en la vida de Peter.
Suponía que cualquier mujer se daría por satisfecha con la atención que él le
prestaba, pero a ella le costaba conformarse con menos cuando había tenido más.
Y tal vez fuera ése el origen de su creciente descontento. Lo había estado
pensando mientras se daba un baño relajante, mientras Charity la ayudaba a
ponerse el camisón, cuando su doncella se había ido a dormir y ella se había
quedado esperando la llegada de su esposo.
El divorcio era la solución que siempre se le
ocurría. Él era muy joven cuando lo encerraron. Había asistido a muy pocos
bailes, a muy pocas cenas. Nunca había tenido la oportunidad de examinar a las
jóvenes debutantes, ni de elegir a la que más lo atrajera. Se había casado con
ella porque ella era quien se había reunido con él en el altar.
—Me prometiste que un día me concederías el
privilegio de cepillarte el pelo.
Al alzar la mirada, vio el reflejo de su
marido, de pie a su espalda, vestido con un camisón de seda azul, del mismo
tono que sus ojos.
—No te he oído entrar —comentó ella.
—Pareces inmersa en tus pensamientos, como a menudo
me reprochas a mí. Estás aquí pero no estás. ¿Dónde estabas?
—No tiene importancia —mintió ella. Al día
siguiente le pediría el divorcio, pero aquella noche no. Quería pasar una noche
más con él... y mientras pensaba eso, se le ocurrió que quizá se lo pediría al
siguiente, o al otro. ¿Cuántos días podía posponer hacer frente a la verdad?
Peter se situó detrás de ella y, con dulzura,
le quitó el cepillo de la mano.
—Todo lo que tiene que ver contigo es
importante. —Le deslizó el cepillo despacio por la melena—. Recuerdo la primera
vez que te vi el pelo suelto, extendido sobre la almohada de esa cama.
Ella lo observó en el espejo, la intensidad
con que la miraba.
—Mi primera noche aquí, la noche de la
tormenta, cuando me trajiste una taza de chocolate caliente.
—Pensé que me iba a fracturar los dedos de las
manos, de tanta fuerza como me los apretaba para evitar tocarte.
—Yo quería que me tocaras.
—Pero pensabas que era otra persona.
Algo le vino a la cabeza.
—Viruela —susurró—. La primera mañana en la biblioteca,
me dijiste que tenías viruela, no que habías visto huellas... de zorro.
Él se mostró notablemente avergonzado.
—Trataba de inventar una excusa convincente
para no cumplir con mis deberes conyugales. Quería que entendieras que era por
mí, no porque hubiera ningún problema contigo.
—Pero no tienes viruela.
—No.
—Pero buscabas un modo de evitarme.
—No de evitarte. De evitar hacerte el amor.
Tenía la descabellada idea de que podría devolverte a John intacta.
Ella manifestó su entendimiento con una inclinación
de la cabeza, y tragó saliva.
—En eso pensaba antes, cuando estaba absorta
en mis pensamientos, en lo injusto que es para ti encontrarte de pronto casado
con alguien a quien tú no has elegido.
—Mis pensamientos van por derroteros
similares. Cuando se llevaban a John, tuvo el descaro de recordarme que lo
habías querido a él primero.
—No. —Ella se volvió de pronto y levantó la
cabeza para mirarlo—. No, ya te lo dije aquella noche en el carruaje... Tenía
dudas...
Él le acarició la mejilla.
—Lo recuerdo, pero, cuando me miras, ¿ves al
hombre que te pidió en matrimonio?
Lali meneó la cabeza despacio.
—No, veo al hombre del que me he enamorado.
Peter se puso de rodillas y le sujetó la cara
entre sus manos grandes y fuertes.
—Ves a Peter, duque de
Killingsworth.
—No, no veo un nombre ni un título, sólo veo a
un hombre. Al hombre que me abrazó toda la noche sentado en un carruaje en una
postura incómoda, al que intentó ocultar el llanto por la pérdida de sus
padres, al que llevó a un niño de viaje por las sombras de la selva africana y
del desierto egipcio, al que arriesgó su vida por salvar a otros de una
tempestad, al hombre al que su hermano trató insufriblemente mal pero que aun
así quiere ayudarlo, al hombre cuya esposa lo traicionó pero él continúa leyéndole
en el jardín. Siento haber dudado de tu nombre, pero, por favor, créeme cuando
te digo que jamás he dudado de mis sentimientos por ti. Te quiero más que a
nada en este mundo.
—Ay, Lali —dijo él, apretándola contra su
pecho, bajándola de la silla y sentándola en su regazo—. No imaginas lo
insoportable que es no sentir el amor, estar incomunicado y solo, con la única
compañía de tus pensamientos.
—Y de las sombras chinescas.
mas tiernos <3 <3 jaajaj viruela
ResponderEliminara mi nuca me salen las sombras
Besitos
Marines