—Menos mal, ya hemos llegado. Habrá que
arreglarse.
Ella acababa de subirse el escote y él de
abrocharse la camisa cuando el coche se detuvo y el lacayo abrió la puerta. El
gesto del hombre no varió un ápice mientras ayudaba a sus desaliñados señores a
bajar del carruaje.
Lali aún llevaba el pelo suelto, y su sombrero
seguía en el asiento, pero no le importaba. Peter se agachó, la cogió en brazos
y se dirigió a la casa. Ella colocó el rostro en la calidez de su cuello.
—Puedo andar, ¿sabes?
—Me gusta llevarte.
Subió corriendo la escalera, con paso firme.
La puerta se abrió antes de que llegara a ella.
—Me alegro de que estén de vuelta, señor —dijo
Whitney.
—Y nosotros —replicó Peter sin detenerse,
encaminándose hacia la amplia escalera que conducía al ala familiar—. Dile a la
señora Cuddleworthy que la duquesa y yo cenaremos en nuestras habitaciones esta
noche, pero no queremos que se nos moleste hasta que yo llame.
—Muy bien, señor.
—Peter, los sirvientes murmurarán.
—Pues que murmuren.
—¿Por qué siempre cierras los ojos cuando
hacemos el amor?
Lali, tumbada encima de su marido, apoyó la
cara en su pecho para que él no la viera avergonzada.
—No siempre.
—Casi siempre.
—¿Tú no cierras los ojos?
—No.
—¿Nunca?
—Casi nunca.
Una vez desnudos, a ninguno de los dos le
apetecía volver a vestirse. Llevaban toda la tarde en el dormitorio de él. Les
habían subido la cena y se la habían tomado en indecorosa desnudez.
—¿Por qué? —insistió él—. ¿Por qué cierras los
ojos?
Ella levantó la cabeza y le hundió la barbilla
en la clavícula.
—¡Ay! —Peter deslizó la mano bajo la barbilla
de Lali para evitar la presión—. ¿Por qué me has hecho eso?
—Porque tú pregunta es demasiado personal.
—¿Demasiado personal? ¿Cómo puede haber algo
demasiado personal entre nosotros después de todo lo que hemos hecho esta
tarde?
Lali no podía negar que su marido tenía
bastante razón. Era todo un aventurero. Si no recordaba mal, aún no habían
hecho el amor dos veces en la misma postura. Le había puesto almohadas bajo las
caderas para elevárselas y modificar su ángulo de entrada. Habían hecho el amor
sentados en una silla. Lo habían hecho de pie.
Peter parecía insaciable.
Con la punta de un mechón de pelo, le hizo
cosquillas en la nariz.
—Vamos, Lali, dime por qué cierras los ojos.
Ella soltó un resoplido.
—Porque lo que hacemos es demasiado íntimo
para mirar. Sé perfectamente lo que está ocurriendo sin necesidad de abrir los
ojos.
—A mí me gusta mirar.
—Eres un pervertido. Me he casado con un
pervertido.
—No soy un pervertido. Me interesa. Soy
curioso. Si cerrara los ojos, no podría ver el rubor que te inunda desde el
cuero cabelludo hasta el más pequeño de los dedos de tus pies cuando el gozo se
apodera de ti.
—Sí, claro, seguro que es el rubor lo que te
interesa.
—Quiero que mires la próxima vez.
—¿Va a haber una próxima vez?
Él le dedicó una sonrisa perversa, y ella notó
una presión en el trasero.
—Bien, supongo que sí la habrá —le respondió
devolviéndole la sonrisa.
—Mira esta vez.
—¿Por qué te preocupa tanto?
—No sé. La idea de que mires... bueno, así
puedes ver cómo me afecta.
—No creo que pueda mirar. Además, no siempre
cierro los ojos.
—Los cierras cuando estoy dentro de ti.
—¿Cómo puedes hablar de algo así tan
alegremente?
—¿Cómo quieres que lo diga?
—Preferiría que no lo dijeras.
—Levántate —espetó él dándole una palmadita en
el trasero.
—Creía que íbamos a...
—Y así es. Pero primero necesito hacer una
cosa.
Ella rodó de encima de él y se tapó con la
sábana hasta el pecho.
—No, deja la sábana. La necesito.
Le arrebató la sábana y empezó a atarla a la
parte superior de uno de los postes de la cama.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella al tiempo
que doblaba las rodillas y se abrazaba a ellas.
—Ahora lo verás. —Ató el extremo opuesto de la
sábana al otro poste.
Cuando terminó, había una pared blanca a la
derecha de Lali. Peter situó una mesa delante de sí, acercó la mesilla,
recolocó las lámparas...
—Con esto valdrá —señaló satisfecho allí de
pie, con las manos en las caderas.
Ella se volvió hacia donde él miraba y vio la
silueta de una mujer sentada.
—Ay, no —protestó ella, soltándose las piernas
y gateando hasta los pies de la cama.
Él la agarró por el tobillo, la detuvo y la
atrajo de nuevo hacia sí. Le cogió el otro tobillo, le separó las piernas, las
colocó a ambos lados de su cadera, se bajó y la inmovilizó.
—Pensé que te gustaban las sombras chinescas.
—Me gusta ver lo que haces con las manos.
Una mirada de puro triunfo masculino le
iluminó los rasgos.
—Ah, pues no te preocupes, que voy a hacer
algo con ellas.
—No me refería a eso —repuso, casi sin
aliento, incapaz de creer que estuviera ya tan increíblemente excitada.
—Mira, Lali, no es tan perverso —la instó él
al tiempo que le volvía la cara con la mano.
Ella lo miró y deseó tener la fortaleza
necesaria para resistir, pero le pudo la curiosidad. Y allí estaban: dos
sombras, una mujer tumbada boca arriba y un hombre encima de ella.
—Parece que estás dentro de mí, pero no lo
estás.
—Te has dado cuenta de que no estoy dentro de
ti, ¿verdad?
—Es difícil no darse cuenta de cuándo estás.
Él sonrió.
—¿Cómo es que las palabras y las bromas
provocativas no te incomodan pero no te interesa mirar?
—No lo sé.
—Parece bastante aburrido, ¿no? —señaló
volviendo a estudiar las sombras.
Vio bajar la sombra de arriba y notó que Peter
le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.
—¿Te sigue pareciendo aburrido? —le preguntó
él con una voz grave que la hizo tensarse.
Notó que la lengua de Peter se paseaba por su
piel.
—¿Aún te aburre?
—No —suspiró ella, cerrando los ojos muy
despacio.
—No cierres los ojos. Mira las sombras.
Vio cómo el hombre se ponía de rodillas, con
los hombros hacia atrás y su miembro en erección. Vio a la mujer incorporarse
un poco y recorrer con sus manos los muslos del hombre, ascender al estómago,
al pecho, y descender de nuevo hasta el fondo para detenerse en lo que él le
ofrecía.
La sombra se estremeció, el hombre echó la
cabeza hacia atrás y su profundo gruñido resonó entre los dos. Él levantó los
puños y ella vio que las manos de la mujer se deslizaban por él, rodeándolo y
acariciándolo, en algunas zonas muy nítidas, en otras borrosas, de sombras
trémulas y líneas indefinidas.
Ella se perdió en el baile de sombras mientras
el hombre la tomaba por los brazos y la levantaba al tiempo que él se
recostaba, tirando de ella hasta situarla a horcajadas sobre sus caderas. Ella
se estiró sobre él como un gato perezoso a punto de beberse a lengüetazos un
cuenco de leche, y empezó a lamerlo, recorriendo con su lengua la piel desnuda
de él, saboreándolo, disfrutándolo. Con un grave gemido, él le envolvió los
brazos con las manos y la atrajo hacia sí hasta que sus pechos quedaron
suspendidos sobre él.
Entonces empezó a hacerle lo que ella estaba
haciéndole a él, provocándola con la lengua, trazando círculos alrededor de sus
pezones mientras le besaba el pecho y su mano se deslizaba hacia abajo, entre
los dos, para acariciarla y volverla loca de deseo.
Ella apartó la mirada de las sombras de la
sábana y miró a Peter. Éste tenía vuelta la cabeza, la mirada fija en el baile
de seducción reflejado en aquel lienzo, mirándose, mirándolos...
Lali notó que el placer se apoderaba de ella.
El la tomó por las caderas, y la subía, la bajaba..., hasta que gritó con un
alivio instantáneo, más intenso que nada de lo anterior, pero perfectamente
alcanzable... Otro.
Gimió mientras él empezaba a introducirse en
su interior con fuerza, controlando sus movimientos con manos firmes que se
clavaban en sus caderas.
Ahora era ella la que echaba la cabeza hacia
atrás, la volvía de lado y se miraba mientras deslizaba las manos por su propio
estómago y se agarraba los pechos, provocándolo con su crueldad, tocándose como
él solía tocarla. Resultaba estimulante abandonar su reserva, expresar su deseo
con tanta libertad...
Él soltó un gruñido salvaje, arqueó la espalda
y dio una última sacudida a sus caderas al tiempo que la atraía hacia sí. Un
placer increíblemente intenso la recorrió de pies a cabeza y una vez más se
sorprendió gritando.
Vio cómo la mujer de la sombra se desplomaba y
se fundía con su sombra amante.
—Ya puedes cerrar los ojos —dijo él con una
risita de satisfacción mientras la estrechaba entre sus brazos.
Volviendo la cabeza, ella sonrió al ver a la
pareja satisfecha que yacía en sombras, y sonrió de nuevo antes de dejarse
llevar por el sueño, feliz.
Son tan lindos!!! Estan encargando un heredero!!!
ResponderEliminarMe voy a cenar cuando regreso firmo el que subas despues!!!
ResponderEliminar:)
@ROCHI16TA