miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capitulo 59

Bombonas es el Ultimoooo Capitulo de la Nove........... se nos viene el epilogo 


Peter se echó hacia atrás, sosteniéndole la cabeza, con los dedos hundidos en su pelo y la mirada fija en ella.
—Pensé que iba a volverme loco. Había planeado mi venganza, el modo de hacer sufrir a John. Entonces, tú entraste en mi vida, y lo único que quería eras tú.
Ella notó que se le tensaba el cuello y su abrazo se hacía más intenso.
—Te quiero con locura. Procuré no caer en la tentación de besarte, de hacerte el amor, de estar contigo. Mariana Alexandria Esposito Lanzani, ¿me harías el honor de seguir siendo mi esposa, de ser la madre de mis hijos y la dueña de mi corazón?
Lali notó que las lágrimas volvían a brotarle y le rodaban por las mejillas. La mirada que él le dedicó era tan sentida como sus palabras, amor puro y verdadero.
—Sí —respondió ella, la voz ronca, ahogada, y un nudo en la garganta—. Sí.
Él le cubrió la boca con la suya, como si quisiera sellar aquella palabra eternamente. La besó como si pensara que nunca más iba a poder hacerlo, como si le fuera la vida en ello, como si nunca fuera a tener suficiente, como si la amara con todo su corazón y toda su alma, como si ella fuera la razón de su existencia.
Y Lali le devolvió el beso con la misma intensidad. Lo amaba. Tenía entre sus brazos al anhelo de su corazón, todo lo que siempre había deseado: que la amaran, que cuidaran de ella, que la valoraran. Él lo era todo para ella porque ella lo era todo para él.
—¿Cómo está tu herida? —preguntó él al tiempo que le besaba el cuello por detrás de la oreja antes de pasear la lengua por el contorno de ésta.
—Completamente curada.
—Quizá debería inspeccionar la cicatriz.
Ella se recostó un poco, sonriéndole mientras él le enjugaba las lágrimas que habían empezado a secarse.
—¿Tú crees?
Él asintió solemne con la cabeza, y ella pensó que, aunque bromeara, tal vez decía en serio lo de la cicatriz.
Se levantó de encima de él, se sentó apoyada en los talones y se desabrochó el primer botón.
—Ya lo hago yo —señaló él, apartándole las manos antes de que prosiguiera la tarea.
Lali notó un leve temblor en los dedos de su marido, y recordó la primera vez.
—Has estado encerrado ocho años.
—Sí —confirmó, mirándola.
—Has pasado mucho tiempo sin una mujer.
—Siempre he estado sin una mujer.
Ella se lo quedó mirando, incrédula.
—¿Yo fui la primera?
—Y serás la última.
Lali volvió a notar aquellas lágrimas persistentes.
—No puedo creer que... te contuvieras tanto. Legalmente...
—Tenía derecho, Lali. Ya lo sé. Pero no habría sido justo para ti. No quería servirme de ti para aplacar mi lujuria. Cuando por fin me acerqué, no fue por lujuria. —Ladeó la cabeza—. Bueno, quizá un poco. No creo que un hombre pueda librarse por completo de ella.
—Lo hiciste tan bien que jamás habría pensado que nunca...
—He tenido ocho años para ponderar las posibilidades. Algún día tendré que enseñarte algunas sombras chinescas poco convencionales.
—¿Perversas?
—Sin la menor duda.
Ahora era ella quien debía ponderar las posibilidades mientras él volvía a centrarse en los botones y se los desabrochaba uno a uno. Deslizó las manos por debajo del tejido abierto y le deslizó poco a poco el camisón por los hombros hasta que éste se amontonó alrededor de sus caderas. Cerró los ojos y frunció el cejo, como si algo le doliera mucho. Cuando los abrió, Lali pudo ver que el dolor era más profundo de lo que ella imaginaba.
—Debiste haber dejado que la bala me alcanzara —repuso él, con la voz ronca de emoción. Bajó la cabeza y le besó la cicatriz del costado que señalaba la entrada de la bala, que milagrosamente no había tocado ningún órgano interno.
Ella dejó que sus dedos se perdieran entre sus cabellos y lo besó en la frente.
—¿Cómo iba a hacer algo así? Perderte habría sido mucho peor que cualquier dolor físico que haya podido sufrir.
—Si uno de los dos debía hacerlo, habría preferido ser yo.
—Precisamente por eso. Si hubieras muerto, lo habría sufrido yo.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
—Me parece que tu argumento es un poco enrevesado.
—Procuraremos que ninguno de los dos vuelva a pasar por algo así.
—De acuerdo. Prometido. No volverás a sufrir.
Se puso de pie y se agachó para levantarla; el camisón se le deslizó por las piernas hasta el suelo. Luego él le pasó un brazo por debajo de las rodillas y la tomó en brazos.
—Puedo andar, Peter —murmuró ella al tiempo que se colgaba de su cuello y se acurrucaba más contra su pecho.
—Necesito que reserves tus energías.
—¿Por qué?
—Porque vas a necesitarlas para lo que tengo en mente.
Lo que tenía en mente era un placer absoluto que comenzó en el mismo instante en que la depositó en la cama y se desprendió de su camisón. Cuando se acercó a ella, estaba espléndido, listo y dispuesto.
Se convirtieron en una maraña de extremidades, su boca en la de ella, sus manos la acariciaban y se detenían al pasar por la herida en proceso de cicatrización.
—Ya no me duele —le informó ella cuando volvió a detenerse, como a la espera de que ella gritara de dolor.
—No quiero que vuelva a dolerte nunca.
—Pues bésame.
Le pareció verlo pensativo un instante, como si se preguntara qué tenía que ver una cosa con la otra, pero en seguida dejó de importarle. Ancló su boca en la de ella, y se besaron con pasión, con la intensidad de un hombre hambriento y de una mujer ansiosa por lo que se le había negado tanto tiempo.
Ella le acarició los hombros y la espalda. Él le besó el cuello, la barbilla, la mandíbula, saboreando el eco de sus gemidos mientras se elevaba sobre ella.
Alojado entre sus muslos, la miraba con un gesto de absoluta adoración. Ella confió en que él pudiera ver que sentía lo mismo, mientras le acariciaba las pantorrillas con la planta de los pies. Abriéndose paso con los dedos por entre su melena, le sostuvo la cabeza y le besó la frente, la nariz, los labios, la barbilla.
—Has sido un regalo inesperado, y creo que, ya que te he desenvuelto, voy a disfrutar jugando contigo.
—¿Qué vas a hacer?
Él le guiñó un ojo antes de deslizarse hacia abajo, mientras su boca dedicaba a un pecho un círculo de besos para después lanzarle un soplido de aire fresco al pezón. Ella notó que éste se arrugaba y se endurecía, irguiéndose, al tiempo que se le tensaba la zona sensible de entre sus muslos. Se arqueó un poco, apretándose contra el estómago plano de él, en busca de alivio mientras Peter la torturaba negándoselo.
Paseó la lengua por el pezón antes de rodeárselo por completo con la boca, chupándolo, acariciándolo, volviéndolo a chupar.
—Peter —lo llamó con voz ronca.
—¿Mmm?
—Ya has disfrutado bastante de tu regalo. Ven a mí para que yo pueda disfrutar de ti.
—Aún no.
Viajó hasta el otro pecho, dejando tras de sí un rastro de piel humedecida por el beso. Le dedicó las mismas atenciones que al otro mientras le recorría los costados, las caderas, los muslos, con las manos. Unas manos maravillosas, grandes.
Ella le devolvió el favor, acariciándole hasta donde llegaba: los hombros, la espalda, el pecho, los costados. Le encantaba su tacto. Crecía la tensión, la urgencia que percibía en él, aunque intentara reprimirla para ir despacio.
—Me estás volviendo loca —murmuró ella.
—Te lo mereces —respondió él, en voz baja y ronca—. Tú me produces el mismo efecto a cualquier hora del día. Te quiero tanto que me conformaría con pasar el resto de mi vida aquí contigo, en la cama.
Se deslizó un poco más y le besó el abdomen. Un poco más abajo, paseó los labios por la cara interna de sus muslos, provocándole deliciosos escalofríos en todo el cuerpo. ¿Cómo era posible que el contacto en un punto produjera sensaciones en otro? Sin embargo, así era. Constantemente.
Entonces Peter se tornó decididamente perverso y la miró con ojos ardientes de deseo justo antes de posar los labios en su parte más íntima. Paseó la lengua por ella, trazando círculos incesantes. Deslizó las manos por debajo de sus caderas y la elevó un poco con el fin de poder desencadenar en ella un placer exquisito.
Lali se agarró con fuerza a las sábanas, buscando algo a lo que anclarse, aunque él la incitaba a ascender por encima de lo mundano, a alzar el vuelo. Apretó los muslos contra los hombros de él, le recorrió la espalda con los pies y notó que sus breves gemidos aumentaban, se aceleraban...
Acto seguido lo llamaba por su nombre, le rogaba que parara, le suplicaba que siguiera, su cuerpo convulso con la fuerza de la liberación, mientras el letargo se propagaba por todo su ser como la lava fundida por la ladera. A medida que iba recuperando el aliento, se percató de que él había apoyado la mejilla en su abdomen, como si pensara que precisaba un instante para recuperarse del cataclismo que la había pillado por sorpresa.
Ella hundió los dedos en su pelo.
—Ven a mí —le susurró, sorprendida al descubrir que parecían no quedarle energías. Pero su letargo era maravilloso.
Y cuando él subió y se situó encima, descubrió sus energías renovadas. Cuando entró en ella con la seguridad nacida del amor y de la aceptación, pensó que nada en el mundo entero podía proporcionarle mayor satisfacción.
Él empezó a moverse como un hombre obsesionado, alguien con una finalidad, pensando no sólo en sí mismo sino también en ella, balanceándose, acariciando, dejando claro que no haría ese viaje solo. Con un suave gruñido, la besó y ella percibió cómo la tensión aumentaba en su interior, y también en el de ella.
Lali no esperaba un segundo ascenso, suponía que el primero la había dejado agotada, pero allí estaba, apoderándose de ella. Le clavó los dedos en los hombros, en busca de algún asidero ante la tempestad que estaba a punto de desatarse en ella, en los dos...
Y cuando por fin estalló, los hizo ascender, y descender, y volver a ascender. Notó cómo él bombeaba el semen en su interior, y cómo su cuerpo se fundía con el suyo. Cuando cesaron los espasmos, Lali pensó que jamás podría volver a moverse. Aún entre sus brazos, Peter enterró el rostro en la curva del cuello de su esposa.
Ella notó los pequeños temblores que aún lo sacudían.
—Relájate —le dijo, frotándole la espalda empapada en sudor.
—Te voy a aplastar.
—No, no me aplastas.
—Dame sólo un instante.
—Te doy toda una vida.
La risa sofocada de él sonó como si viniera de lo más profundo de un alma exhausta mientras él se tumbaba a un lado y la atraía hacia sí.
—Acepto encantado.

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