lunes, 23 de septiembre de 2013

Capitulo 42



Lali experimentó un instante de indecisión al ver arder de pronto el deseo en los ojos de Peter, como si lo hubiera estado conteniendo y ahora pudiera liberarlo. No podía ignorar la ternura que sus juegos con el niño le habían inspirado. Quería conocerlo de todas las formas posibles. Estaba cansada de ser la esposa paciente.
Deseaba abrirle su corazón por completo. Entonces él le sostuvo la cara y la besó, y ella se dio cuenta de que se estaba enamorando de su marido.
Jamás había conocido unas caricias tan tiernas y unos besos tan tentadores, que la impulsaban a rendirse a su seducción. No por la fuerza o la insistencia, sino simplemente concediéndole lo que pedía sin exigirle más.
Se volvió para mejorar el ángulo, la posición de sus cuerpos, y darle permiso para que la besara con mayor pasión, algo que él hizo entusiasmado. Ella le pagó con la misma moneda, colgándose de su cuello, apenas consciente de que él volvía a cambiar de postura y la depositaba con cuidado sobre la gruesa moqueta en la que estaban sentados.
Con un brazo la rodeaba, y los dedos de la mano que aún le sujetaba la cara iban ascendiendo poco a poco hasta enredarse en su pelo, que una de las doncellas de Eleanor le había peinado hacia atrás y trenzado antes de que se fuera a dormir.
Le llenó de besos la mandíbula y el cuello, murmurando su nombre como si fuera una bendición. Luego volvió a besarla, con una sutil diferencia: ya no se contenía.
Era como si no tuviera suficiente, como si ella nunca fuera a satisfacer el deseo que le ardía dentro. Sus gemidos la envolvían, al tiempo que su lengua la exploraba y sus labios la provocaban.
—¿Qué quieres? —inquirió él, mientras su aliento se mezclaba con el de ella y el beso apenas cesaba con su pregunta.
—¿Qué quieres tú? —le replicó ella.
—Todo lo que estés dispuesta a darme esta noche. —Se apartó un poco y en sus ojos de intenso azul, ahora tan próximos, vio motas de un negro oscuro. Detectó en ellos la pasión y las dudas, pero sobre todo el afecto, y la posibilidad de amor—. Quiero que te sueltes el pelo —añadió con voz ronca—, que te desabroches el camisón. Quiero sentirte en mi pecho desnudo, en mi espalda, en mi pelo. Quiero mirarte y estar tan cerca que lo vea todo. Pero más que nada, quiero que tú quieras lo que puedo ofrecerte. Dame permiso y seré tan suave como el caer de la noche.
¿Permiso? Qué petición tan extraña para un marido. ¿Alguna vez le había dado la impresión de que no se lo concedería, de que ella no deseaba aquel momento? ¿No era ella la que lo incitaba y lo instaba a que continuara?
Jamás habría pensado que su marido, un duque, pudiera dudar de que ella lo deseaba. Un hombre que gobernaba propiedades y empezaba a gobernar su corazón. Sonrió cariñosa y él bajó la cabeza y le besó la mejilla.
—Me encanta cuando se te forma el hoyuelo —susurró—. Haría lo que fuera porque nunca desapareciera.
La aspereza de su voz le produjo un escalofrío, se le hizo un nudo en el estómago y se le dilató el corazón.
—Por favor —se oyó suspirar—. Por favor.
Él volvió a besarla y ella pensó que aquel momento podría ser el preludio de algo grandioso. Era tan hábil, su lengua no paraba de moverse, bailaba con la de ella una danza antiquísima. Le pareció notar que le deshacía la trenza al tiempo que su boca tejía su magia. De pronto ya no estaba, su respiración agitada detrás de ella, mientras le desenmarañaba la espesa mata de pelo y se lo soltaba, hundiendo las manos en los espesos mechones de su cabello.
—Tan hermoso, tan suave... —Enterró la cabeza en su pelo como si fuera lo más maravilloso de ella. Lo recorrió un estremecimiento, su cuerpo se tensó, y fue como si necesitara un instante para recuperarse de un hallazgo trascendental.
Volviendo la cabeza hacia ella, le besó la mandíbula, la barbilla, el cuello. Cada toque encendía en Lali un fuego que se propagaba por todo su ser. Por el rabillo del ojo, veía oscilar las sombras. Pensó que se le daba muy bien hacer sombras chinescas, pero sus manos eran igual de diestras provocando placer.
Peter se incorporó para quitarse la camisa por la cabeza, y ella se sorprendió apoyándole la mano en el pecho.
—Tan hermoso, tan firme... —dijo con una sonrisa.
Él rió, un sonido que empezaba a encantarle.
Cuando volvió a ella esta vez, Lali disfrutó de su gozo y su asombro mientras recorría los botones de su camisón. Vio cómo sus dedos desabrochaban uno, luego el otro. Sin prisa, sin precipitación, como si abriera un regalo, saboreando cada instante del viaje hacia el descubrimiento de lo que se encontraba oculto bajo el envoltorio.
Una vez desabrochado el último, ella contuvo la respiración mientras él la desnudaba. El asombro de su mirada casi la hizo llorar. Moldeó sus pechos con las manos, gimió suavemente y los sostuvo con exquisito cuidado. Lali había pensado que tal vez se sentiría cohibida o asustada, pero no fue así: deseaba que no parara nunca.
Con un gemido profundo, él la atrajo hacia sí, y el calor de su pecho penetró la frialdad de la piel de ella.
—No te imaginas lo mucho que he deseado estar tan cerca de ti; desde que te vi caminando hacia el altar.
Antes de que ella pudiera responder, él la estaba tocando con las manos, con la boca, recorriéndola con la lengua, y ella también lo hacía, saboreando la firmeza de sus músculos, el calor aterciopelado de su cuerpo. Sí, eso era que la quisieran a una, que se ocuparan de ella. No podía haber amor sin aquello... No, no era posible. Era parte esencial de la complejidad de una relación, la búsqueda, el disfrute...
Llamaron a la puerta. Ella chilló cuando ésta se abrió y sonaron unos pasos. Peter se la acercó y le enterró la cara en el pecho. Lali inhaló su aroma único y embriagador, procurando ocultar la humillación de verse sorprendida en una situación tan incómoda, aun siendo consciente de que su marido se esforzaba por taparla y protegerla.
—Siento interrumpir, pero me alegra comprobar que has seguido mi consejo —dijo Weddington.
—No lo he seguido.
—¿No? Pues lo parece. Bueno, no importa. Ha encallado un barco en la tormenta, lejos de la costa. Voy a salir a ver si consigo llevar a los supervivientes hasta la playa.
—Te echaré una mano.
—Perfecto, pero date prisa. El barco se está escorando y si...
—Voy en seguida.
—Bien.
Se cerró la puerta de golpe. Peter dejó a Lali en el suelo y se apartó de ella.
—Lo siento pero tengo que ir.
Ella se incorporó y empezó a abrocharse los botones, mirando cómo volvía a ponerse la camisa y las botas.
—Pero si estás borracho.
—Me he despejado bastante. —La miró—. Aunque creo que podría emborracharme fácilmente con tus besos.
Pensó que quizá ella se había emborrachado un poco con los suyos.
Se puso de pie y terminó de calzarse.
—¿Vas a ayudarles? —preguntó ella.
—Sí, claro. No te angusties. Ya he ayudado antes. Sé lo que hay que hacer.
¿Parecía angustiada? Seguramente porque lo estaba.
—Pero hay tormenta...
—Sí, y ésa ha sido la causa del problema. —Cogió la chaqueta que había dejado colgada del respaldo de una silla.
—¿Y cómo vas a ayudarles? Si están en el barco...
—Cogeremos un bote de remos e iremos trayéndolos a la orilla por grupos.
—¿Cuándo has ayudado antes?
—Cuando éramos niños.
Se levantó, temblorosa, de pronto más aterrada que nunca por la tormenta, horrorizada ante la posibilidad de perderlo cuando acababa de empezar a tenerlo de verdad. Su cuerpo aún bullía por algo que no acababa de comprender. Los labios hinchados le hormigueaban, impregnados de su sabor.
Él se detuvo de pronto y la miró fijamente.
—¿Qué?
—El pelo. Te llega por debajo de la cadera, como una cortina de terciopelo, ni castaño ni rojizo, de un caoba oscuro. Precioso.
Avergonzada por sus elogios, se recolocó la melena, dejándola caer por delante de los hombros.
—Tendrás cuidado, ¿verdad?
Él le sonrió con cierto aire despreocupado.
—Por supuesto.
Se acercó de una zancada, le puso las manos en los hombros y la besó, y la desesperación de aquel beso casi la hincó de rodillas. Se sorprendió colgándose de su cuello, reacia a dejarlo marchar.
Él se soltó.
—Tengo que irme.
Se dirigió a la puerta.
—¿Peter? —lo llamó.
Se detuvo y se volvió a mirarla.
—Estaré aquí cuando vuelvas para ayudarte a quitarte las botas.
Él le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.
—Si es así, te besaré hasta el agotamiento.
Lali rió mientras él desaparecía por la puerta. Se había reído, cielo santo, a pesar del peligro al que se dirigía; y supo que sin duda estaría allí cuando él volviera.

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les menti pero ya viene el rock falta tan poquito pero bueno chicas si no comentan dejo la maraton hasta un cap antes del rock

1 comentario:

  1. aaaaaa interrumpidos jajaja me recuerda a Casi Angeles cuando los interrumpian jajaja ni modo Lali hay pa la otra sera sigue participando
    Weddy que inoportuno eres eeee
    Besitos
    Marines

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