Frambuesas.
Lali llevaba ya varios días balbuceando algo
sobre la bendita fruta.
Peter sintió que los dedos de su mujer se
relajaban entre su pelo y, al levantar la mirada, descubrió que había vuelto a
dormirse. Al menos, había estado despierta un instante. Quizá al día siguiente
se mantendría despierta unos minutos más.
Pentonville le había parecido un infierno,
pero no era nada comparado con la agonía de los últimos tres días. Nunca se
había sentido tan impotente. Al darse cuenta de lo que había hecho ella, de lo
que había hecho John y ver el charco de sangre junto el cuerpo de su esposa...
una emoción que era incapaz de describir le había brotado de dentro, y esperaba
no tener que sentirla nunca más. Pánico frío y despiadado. Y, cuando había
pasado...
Cuando se apartaba sigiloso de ella, descubrió
que estaba despierta otra vez, mirándolo, con los ojos despejados, el hoyuelo
diminuto visible y un esbozo de esa sonrisa que él pensaba que no volvería a
ver jamás.
—Tarta de frambuesas —dijo ella en voz baja.
Él sonrió y se acercó.
—¿Quieres que le pida a la señora Cuddleworthy
que te haga una?
—No, así es como puedes demostrar que tú eres Peter,
duque de Killingsworth.
—¿Cómo dices?
—La primera mañana que estuve aquí, la
cocinera me dijo que, de pequeño, a lord Peter le encantaba la tarta de
frambuesas.
—Sí, es cierto.
—A John no le gustan. No sé cómo no me he
acordado antes...
—Lali, cariño, ya no importa.
—Sí importa. Tú eres el duque, y es muy fácil
demostrarlo.
—Con una tarta de frambuesas.
Su hoyuelo se acentuó.
—Muy fácil —dijo, agotada, con ojos amorosos,
no febriles.
Él se llevó sus manos a los labios y las
mantuvo allí. De modo que, aun presa de la fiebre y en pugna por curarse, había
estado soñando con salvarlo una vez más.
—Es aún más fácil que eso —le respondió él—.
No tengo más que ser Peter, duque de Killingsworth.
—No lo entiendo. ¿Y así cómo pruebas que...?
—Lali, me he dado cuenta de que no tengo que
demostrar quién soy. Ya no. Cuando John te disparó —meneó la cabeza intentando
no recordar la sangre que le había empapado la ropa al cogerla en brazos y el
pánico que había sentido—, cuando te lanzaste delante de mí, cuando te vi en el
suelo, por primera vez desde que me fugué de Pentonville, me convertí de verdad
en el duque de Killingsworth. No iba a permitir que nadie en el mundo entero se
interpusiera entre yo y lo que debía hacer para salvarte.
—Te oí —susurró ella asombrada—. En el
mausoleo. Y pensé: «Quienquiera que ha hablado, ése es el duque».
Peter le sonrió.
—Nadie cuestionó mis órdenes. Ni siquiera
cuando les pedí que sujetaran a John.
Una mirada de preocupación le recorrió el
rostro.
—¿Dónde está ahora?
Él le apartó los mechones de pelo de la
frente.
—Donde ya no puede volver a hacernos daño ni a
mí ni a los míos.
—¿Dónde? —insistió ella.
—Hay un psiquiátrico en el campo, no muy lejos
de aquí. Pedí que lo llevaran allí. No está en su sano juicio, Lali. A veces me
parece que realmente cree ser yo.
—¿Y cómo ha podido volverse...?
Él le selló los labios con el pulgar.
—No lo sé. No sé si alguna vez sabremos la
verdad sobre John Lanzani.
Lo que sí sabía era que las últimas palabras
de John mientras se lo llevaban aún lo torturaban. «¡Me quiso primero a mí!»,
le había gritado. Peter le había respondido como un niño provocado por un
bravucón.
—Pero es a mí a quien quiere ahora.
Cuando ella se recuperara, pondría a prueba su
amor... y el propio.
aaaa cierto la tarta de frambuesas bien ahi Lali.
ResponderEliminarjusto donde deberia estar desde el principio en el psiquiátrico
Besitos
Marines