lunes, 23 de septiembre de 2013

Capitulo 43



Se quedó sentada en la silla un minuto entero antes de darse cuenta de que no podía limitarse a esperarlo. Seguramente podría ayudar en algo. Se recolocó el chal para arroparse mejor y fue en busca de Eleanor, convencida de que ella tampoco estaría durmiendo. Los criados la orientaron por la inmensa mansión, y encontró a la duquesa de Weddington de pie delante de un ventanal, tres pisos más arriba, mirando al mar mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—¿Eleanor?
Ésta sorbió y se enjugó las mejillas.
—Lo siento. Odio el mar, ¿sabes?
—No. No tenía ni idea. ¿Por qué vivís aquí entonces?
—Porque a Weddy le encanta. Es lo único que puede robármelo. Y temo que un día me lo arrebate para siempre.
Lali se situó junto a ella delante del ventanal. Cuando un rayo iluminaba el cielo, el mar, el barco encallado, la tormenta se hacían más aterradoramente visibles.
—He visto cómo te mira. Ni siquiera el mar puede arrebatártelo.
—Una vez vino al pueblo una gitana adivinadora y cometí el error de pedirle que me leyera el futuro en las cartas del tarot. Me dijo que el mar me arrebataría a dos de mis seres queridos.
—Nada ni nadie podrá arrebatártelo.
Eleanor negó con la cabeza.
—No, me dijo que no tendría al que amo durante demasiado tiempo. He pensado mil veces en pedirle a Weddy que nos traslademos a otra de sus propiedades, lejos del mar, pero prefiero tenerlo feliz a mi lado unos años que cien infeliz.
—Eleanor, nadie tiene el poder de ver el futuro.
—Tal vez no. Quizá sea una tontería. Pero temo que no tengamos bastante tiempo, con todo el ajetreo social de Londres en esta época del año. No quiero que nada nos distraiga al uno del otro. Jamás estaré preparada para que me deje, pero mientras pueda, iré creando recuerdos. Bueno, me estoy poniendo pesimista y tenemos mucho trabajo. Pronto habrá personas a las que calentar, vestir y dar de comer. Puedes ayudarme si quieres.
—Dime qué tengo que hacer.


Encendieron fuego en todas las chimeneas de la mansión. Calentaron mantas delante de ellas, y sopa en la cocina. Cuando los criados subieron a los primeros supervivientes, los llevaron a la cocina, donde pudieron quitarse la ropa empapada tras un biombo, en privado y sin pasar mucho frío, porque los hornos estaban en marcha. Lali les daba mantas calientes y, cuando ya estaban bien tapados, los acompañaba al enorme comedor, donde les servían sopa caliente y les aseguraban continuamente que todo iba a salir bien.
Luego, los sirvientes se los llevaban a algún dormitorio para que pudieran descansar. Veintisiete en total, pasaje y tripulación.
Lali no podía imaginar lo que habrían hecho si Drummond no fuera tan increíblemente grande. Pero cupieron todos.
Hubo un momento en que Lali se echó una capa por encima y bajó con cuidado a la orilla para presenciar de cerca las labores de rescate, convencida de que podría hacer más allí que dentro de la casa, donde el abundante servicio se encargaba de todo. Pero ella no tenía fuerza suficiente para mover los remos del bote que Peter y Weddington llevaban hasta el barco. Apenas podía aguantar el embate del viento, allí, de pie en la playa. Sin embargo, vio a su marido arriesgar la vida por aquellos desconocidos, y su amor por él creció como las olas del mar.
No podía quedarse mirando; la angustia y el pánico de perderlo iban en aumento. Hasta que no llegó a la casa, no se dio cuenta de que ahora sería una preocupación adicional para el servicio, porque tendría que secarse y calentarse. Eleanor le llevó otro camisón al dormitorio.
—Lo siento, no he pensado en las consecuencias —señaló, ya vestida con ropa seca y sentada delante del fuego—. En seguida bajo a ayudarte.
—Creo que el servicio lo tiene todo controlado. Y no te reprocho que hayas bajado. Esta es sólo la segunda vez que sucede una catástrofe así desde que estoy aquí, pero yo soy incapaz de presenciarla tan cerca de la orilla.
—¿Estaba Peter aquí la vez anterior?
—No de la que yo fui testigo. Creo que ocurrió en otra ocasión, cuando eran niños. Los barcos y las tormentas no suelen hacer buena pareja.
—No lo conozco, Eleanor. —Miró fijamente a su nueva amiga—. Me lo había imaginado dando órdenes a todo el mundo. Nunca habría supuesto que se subiría a un bote, y que saldría a la mar en medio de la tempestad. Me ha aterrorizado verlo. Pero a la vez, parecía tan seguro de sí mismo, tan impertérrito, tan decidido.
Eleanor se arrodilló delante de ella y le tomó las manos.
—Hubo un tiempo en que Weddy pensaba que no había un amigo más fiel que Peter. Después, el Peter al que conocíamos desapareció de algún modo. Pero ahora ha vuelto. Confía en tu corazón y verás al Peter que todos queremos.
Lali, a quien el comentario de Eleanor le pareció algo críptico, se la quedó mirando.
—Cuando dices que desapareció, te refieres a...
—¡Ah, estás aquí!
—¡Weddy! —Eleanor se levantó de golpe, cruzó la habitación corriendo y se abalanzó sobre su marido, sin darle otra opción que estrecharla entre sus brazos para evitar que ambos perdieran el equilibrio y se cayeran al suelo.
—Estoy empapado, Eleanor, y tú lo estarás también si no te despegas de mí.
—Creo que prefiero no despegarme, así nos secamos y nos calentamos el uno al otro.
Weddington miró a Lali por encima de la cabeza de Eleanor.
—Peter vendrá en seguida. Le están prestando más ropa mía.


Lali estaba en el dormitorio de él cuando volvió, vestido sólo con unos pantalones y descalzo. Parecía exhausto, y no le extrañaba. La miró, luego se miró los pies.
—Me ha ayudado el asistente de Weddington —explicó, casi disculpándose.
—Te he visto en medio de la tempestad. Estaba aterrorizada.
—Yo también.
—Pero has seguido saliendo al mar.
—Necesitaban ayuda, y yo estaba en condiciones de prestarla.
—¿Y si hubieras muerto?
—Pero no ha sido así. No tiene sentido hablar de lo que podría haber pasado.
—Pues discutamos lo que sí pasa. Eres mi marido, pero aún no gozamos de la intimidad que nos corresponde. ¿Por qué no me deseas?
—Cielo santo. Claro que te deseo, con todas las fibras de mi ser.
—Entonces, tómame.
Peter contempló su invitación mientras la veía desabrocharse el camisón, abrírselo y dejar que se deslizara por sus hombros. ¿Desde cuándo eran las mujeres tan increíblemente descaradas?
¿Y desde cuándo era él tan increíblemente débil? La miró asombrado y agradecido mientras la prenda resbalaba poco a poco por su magnífico cuerpo, revelando centímetro a centímetro su tentadora y absoluta desnudez, su vulnerabilidad, su pasmosa belleza.
Era exquisita, aquella conjunción de líneas y curvas...
Agachándose de pronto, cogió rápidamente el camisón y se lo subió hasta el pecho.
—No —dijo él, con más brusquedad de la que pretendía, y ella se quedó paralizada, sus ojos como los de la cierva del bosque al saberse observada—. Déjame que te mire un momento.
Ella se humedeció los labios y frunció el cejo.
—Pensé que una vez desnuda, todo iría muy rápido. Me ha parecido que tal vez te he decepcionado.
—¿Qué podría decepcionarme?
Ella apartó un poco el camisón y reveló un pecho perfecto.
—Mis pechos son algo...
—¿Voluptuosos?
—Iba a decir grandes.
—Yo tengo las manos grandes.

Ella le miró las manos, inmóviles a los costados. En ese mismo instante, levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de él, volvió a soltarse el camisón y éste hizo de nuevo su lento recorrido hasta el suelo.

1 comentario:

  1. aleluya espero sea la buena jajaja a mi parecer ya lo necesitan
    Besitos
    Marines

    ResponderEliminar