miércoles, 25 de septiembre de 2013

Capitulo 54



—Gracias, no os necesito. El duque me ha dicho que subáis a la casa y comáis algo. Yo me quedaré aquí hasta que volváis.
Lali entró en la sala y cerró la puerta. En una mano, llevaba un candil, en el otro brazo un montón de mantas, como si no supiera que a él la comodidad física ya le daba igual.
Peter prefirió mirar al suelo antes que a ella. Oyó el eco de sus pasos huecos a su alrededor, luego un ruido seco cuando ella dejó el candil en el suelo.
—Te he traído unas mantas —le comunicó en voz baja, como si temiera molestarlo.
Él la miró, después volvió la vista al suelo.
—¿Quieres que te ayude a incorporarte? —le preguntó.
—No.
—No me gusta que te tengan aquí encerrado, pero tu hermano teme que intentes usurparle su autoridad...
—Me extraña, porque no tiene ninguna —replicó él con una mirada feroz—. Te cuenta un puñado de mentiras y tú le crees.
Apretando las mantas contra su pecho, Lali se arrodilló en el duro suelo de piedra.
—Estaba conmocionada. ¿Tienes idea de lo que es descubrir que no estás casada con quien creías?
—Pensabas que te casabas con el duque de Killingsworth, y es exactamente lo que has hecho.
—Según tu hermano, no.
—Miente, Lali. ¿Por qué te cuesta tan poco creerle a él en vez de a mí?
—Porque él nunca me ha engañado...
—Claro que te ha engañado, ha engañado a todo Londres haciéndose pasar por mí.
—Y tú lo podías haber solucionado diciéndome la verdad desde el principio, pero no lo has hecho. Sabías que no eras el hombre que se me había declarado. ¿Por qué no cancelaste la boda?
—Porque no podía imaginar que fuera otra cosa que un matrimonio de conveniencia. Pensé que deseabas casarte con el título, no con el hombre.
—El título no me da calor por las noches.
—Entonces no te conocía lo suficiente para saber cómo pensabas.
—¿Y ahora?
—Ahora te conozco muy bien, pero, por lo visto, tú a mí no.
—Pues cuéntame lo que no sé.
No quería contarle nada. Quería que lo creyera tan sólo con lo que ya sabía de él. Eso bastaría. Si de verdad lo amaba, eso sería suficiente. Pero también se dio cuenta de que, para ella, aquella petición era razonable... y en realidad lo era.
—Creo que sí que voy a incorporarme.
Ella dejó las mantas a un lado, lo cogió del brazo y tiró tanto como pudo para ayudarlo a levantarse, hasta que Peter logró apoyar la espalda en la tumba de su madre, con las rodillas dobladas para mantener el equilibrio.
—¿Quieres que te arrope con una manta? —le preguntó ella.
—No, estoy bien.
—¿Estás atado como un pavo de Navidad y dices que estás bien?
—Atado gracias a tu sugerencia de dar un paseo por los jardines.
Ella bajó la vista al suelo.
—No sabía que iba a... —Meneó la cabeza—. Me dijo que quería hablar.
—Y sigues creyendo que él es el duque de Killingsworth.
—Cuéntame lo que debo saber —repuso ella mirándolo.
—Deberías saber, sin que yo te lo diga, que Peter soy yo.
—Supongamos que es cierto. Aun así, me engañaste. No eres el hombre al que me prometí. .
—Tienes razón —suspiró él—. No tenía previsto... —«Enamorarme de ti.» Pero no terminó la frase, porque tampoco eso importaba ya—. Me has pedido que te cuente lo que no sabes. No sé lo que sabes, así que te voy a contar lo que sé yo.
»Poco antes de que cumpliéramos dieciocho años, John propuso que organizáramos una gran celebración que empezaría en la noche de mi cumpleaños y terminaría en la madrugada del suyo. Lo planificamos todo: los locales a los que iríamos, lugares en los que me garantizó que nos recibirían bien. Debí haber sospechado algo entonces, no sé por qué.
«Recorrimos todo Londres, bebiendo whisky en el carruaje. Fuimos a una casa en las afueras de la ciudad. Yo no había estado allí nunca, pero por lo visto John sí, porque lo conocía todo el mundo. Dentro, nos esperaban más bebidas, jarana y mujeres. Recuerdo que John me dio un vaso de whisky, me puso en la mano la de una señorita, y me dijo que bebiera, que ella se encargaría del resto. —Meneó la cabeza.
»Recuerdo que subí la escalera y entré en una habitación... mi siguiente recuerdo es que desperté en una celda, vestido con un traje de preso, pidiendo ayuda y recibiendo a cambio una paliza. Era el preso D3-10. Y cuando supe que estaba en Pentonville, me di cuenta de que me había metido en un buen lío.
»Pensé que quizá John también estaba allí, en otra celda. Que habíamos ido a parar a una red de comercio de esclavos o algo similar. O que las personas de la casa a la que habíamos ido nos habían utilizado para reemplazar a sus amigos convictos. Todas las explicaciones que se me ocurrían me parecían absurdas, pero también lo era la situación. Me sentía estúpido, y no entendía por qué sucedía todo aquello.
»Como sabes, nos obligaban a llevar el capuchón puesto cuando salíamos al patio de ejercicio, pero yo procuraba mirar a los ojos a los otros presos en busca de unos parecidos a los míos. A veces, intentaba susurrarle al hombre que tenía delante, pero lo único que conseguía era el aislamiento absoluto durante un tiempo.
»Entonces, un día, no sé cuántos habían pasado, recibí una carta. Dentro había un recorte del Times. Era la necrológica de los duques de Killingsworth.
—Tus padres —susurró ella.
Él asintió con la cabeza.
—La carta sólo decía: «He pensado que querrías saberlo». Iba firmada por Peter Lanzani, duque de Killingsworth. Entonces supe que no encontraría a John entre los presos, que nuestra celebración de cumpleaños había sido una retorcida treta para deshacerse de mí.
—Pero ¿por qué esa noche, cuando aún no eras duque? Además, alguien tuvo que darse cuenta de que faltaba uno de vosotros.
—John les había dicho a nuestros padres en incontables ocasiones que quería viajar a América. Supongo que, haciéndose pasar por Peter, los convenció de que John había querido cumplir su sueño de cruzar el Atlántico justo después de nuestra celebración de cumpleaños. Quizá les dijo que se había emborrachado un poco y se había largado, pero eso es sólo una suposición mía.
Ella empezó a frotarse los brazos enérgicamente, y él no supo si lo hacía por el aire frío que los rodeaba o por lo espeluznante de su relato.
—No me crees —señaló.
—Él me ha dicho que vuestro padre lo dispuso todo porque sabía que querrías llevarte lo que no te correspondía.
—¿Qué ganaba mi padre con eso?
—¿Y qué ganaba tu hermano?
—El ducado.
—Pero tardaría en tenerlo. Él no podía saber que tus padres morirían tan pronto.
Peter tragó saliva y se obligó a expresar la sospecha que lo había atormentado casi todos esos años.
—Salvo que supiera que heredaría el ducado en breve.
Lali dejó de frotarse los brazos.
—Pero eso sólo podía saberlo...
Peter asintió con la cabeza.
—¿Y si su plan incluía matar a nuestro padre?


De pronto, Lali sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el frío mármol que la rodeaba.
—¿Por qué no cancelaste la boda?
—Lo pensé, pero tienes que entender que había estado aislado mucho tiempo, privado de la posibilidad de compartir mis pensamientos con nadie más que yo mismo, y de repente me encontré de pie ante el altar, tratando de decidir qué debía hacer. No sabía cómo demostrar que yo era Peter, y temía que, si no seguía adelante con la ceremonia, me harían preguntas que no estaba preparado para responder. Después de la boda, no pude decirte la verdad porque me confesaste que me querías muchísimo, y pensé que si te decía la verdad, tendría que enfrentarme a las autoridades antes de haber decidido cuál era la mejor forma de probar mi identidad.
»Tenía previsto no ponerte una mano encima y, cuando pudiera liberar a John, encontrar un modo de deshacer el matrimonio y alguna forma de burlar la ley, aunque fuera con una acta del parlamento, con el fin de que pudieras casarte con el hombre al que te habías prometido.
Su voz estaba cargada de sinceridad, de desesperación por que lo creyera, por que confiara en él, por que lo comprendiera.
—¿Cómo te fugaste?
Lali escuchó en silencio, embelesada, la descripción de su rutina diaria, del aislamiento constante, salvo por el paseo en el patio de ejercicio y el trayecto a la capilla; que hasta en los momentos de culto los tenían aislados, y el silencio los rodeaba excepto cuando cantaban; y cómo había conseguido soltar las tablillas del suelo y escapar.
Le habló de Matthews, y de cómo el celador se había llevado a John en su lugar.
—Aunque, en realidad, no era mi lugar. Jamás debí ir a parar allí, para empezar.
Lali vio cómo los ojos se le llenaban de lágrimas, y cómo parpadeaba para deshacerse de ellas. Él apartó la mirada y ella se fijó en el trabajoso movimiento de los músculos de su cuello.
—Lali, no te imaginas lo que fueron esos ocho años —le confesó con voz áspera y desgarrada—. Que nadie te tocara salvo para empujarte; no poder hablar nunca con nadie ni siquiera de cosas intrascendentes, del tiempo, del color de los ojos de una mujer, de su garbo al caminar; por no mencionar de los anhelos del corazón, de las esperanzas, de los sueños.
—Y aun así mantuviste la distancia hasta la noche de la tormenta en que te pedí que no lo hicieras.
—Yo no tenía derecho a tocarte.
—Pero lo hiciste.
—Si quieres una disculpa... —Meneó la cabeza—. La quieras o no, la mereces. Lo siento, Lali. Siento el daño irreparable que haya podido causarte...
—¿Cómo vas a demostrar quién eres?
—¿Me crees?
Su voz sonaba llena de esperanza, de desesperación por que lo creyera.
—Lo único que sé es que te quiero —admitió ella.
Con un profundo suspiro, él bajó la cabeza.
—No es suficiente.
Aquello le partió el corazón, pero sospechaba que su reticencia a reconocerlo como el duque era igual de dolorosa para él. Si lo amaba, ¿no debería creerle?
De entre las mantas, sacó el cuchillo que había ocultado en los pliegues.
—Seas quien seas, no mereces este trato. —Empezó a cortar la cuerda que le sujetaba las piernas—. Ve a Londres y averigua con quién deben hablar los lores cuando surge una disputa por su título.
—Con el lord Canciller.
Tras liberarle los pies, ella se detuvo y le lanzó una mirada furiosa.
—Si lo sabías, ¿por qué no has hablado ya con él?
—Porque no puedo demostrar que yo soy el duque. Es la palabra de John contra la mía.
—¿Y esto te parece mejor? ¿Jugar a encarcelaros el uno al otro?
—No, tienes razón. Debo confiar en los tribunales.
Ella se acercó y él se retorció para darle acceso a sus manos. Cuando hubo cortado las ataduras, él soltó un gruñido y empezó a frotarse las muñecas y a ejercitar los dedos.
—Ve a Londres —le ordenó ella.
—¿Vienes conmigo? —le preguntó él, acariciándole la mejilla.
¿A sabiendas de que su amor no era suficiente para él? Con lágrimas abrasándole los ojos, ella sacudió lentamente la cabeza.

—No puedo.

1 comentario:

  1. hay pobre todo lo que paso, Lali como que no puedes ve con el anda vallase juntos
    Marines

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