Peter levantó el brazo de lado, hasta la
altura del hombro, y disparó al mar. Oyó el graznido de una ave. Maldición,
esperaba no haberle dado, pero no iba a mirar, no le daría la espalda a la
muerte. Quería mirarla a la cara cuando llegara.
Oyó resonar el estallido a su alrededor, vio
la nube de humo que salía de la pistola de Weddington, pero no sintió nada más
que el viento agitándole la ropa.
—¿Peter? —preguntó Weddington acercándose
varios pasos.
—¿Quién demonios creías que era?
—El cobarde de tu hermano. ¿Dónde diablos te
habías metido?
—Hace cinco años, sospeché que era John quien
estaba difundiendo aquellos infames rumores haciéndose pasar por ti, pero me
resultó tan difícil probarlo como a ti demostrar que eres Peter .
Habían descendido por el camino irregular que
iba del acantilado a la playa hasta llegar a una roca a la orilla del mar. Se
sentaron en ella, contemplando las aguas turbulentas, y Peter no pudo evitar pensar lo mucho que aquellas
olas se parecían a su vida.
—Entonces, ¿crees que sobornó a un celador
para que te retuviera en Pentonville sin posibilidad de juicio?
—Debo confesar que no tengo una imaginación
muy viva. Ésa es la única explicación que se me ocurre. Además, el celador vino
a casa a contarle a John que me había fugado. Parecía muy alterado por mi
desaparición y muy aliviado al ver de nuevo a su cuidado a quien él creyó el
preso D3-10.
—Parece que el perfecto sistema penal de
Inglaterra tiene algunos fallos. Pero ¡que te retuvieran ocho años! Increíble.
Ese lugar es más una especie de calabozo que otra cosa. Se supone que los
presos sólo deben estar allí dieciocho meses antes de que los embarquen rumbo a
una colonia penitenciaria. ¿Cómo es que nunca te subieron a uno de los barcos
de traslado?
—Dentro de las celdas, teníamos un cartel con
todos nuestros datos, el número, la fecha de ingreso en la celda y la fecha
prevista de salida. El celador, Matthews, cambiaba los míos cada cierto tiempo,
cuando se aproximaba la fecha de mi partida.
—¿Y nadie se daba cuenta?
—Él estaba a cargo de mi bloque de celdas.
¿Por qué iba a cuestionarlo nadie? Y, como siempre llevábamos la cara tapada
por el capuchón, ¿cómo iba a saber alguien que era siempre el mismo hombre el
que paseaba por el patio de ejercicio? No se nos podía reconocer.
—Creo que yo me habría quitado el maldito
capuchón.
—Eso crees tú. Todos podríamos haberlo hecho,
pero cuando no se ha estado allí, es difícil entender el ambiente de opresión
al que estábamos sometidos. Hacíamos lo que nos decían porque sabíamos que era
la única forma de sobrevivir. Muchísimos hombres se vuelven locos allí dentro,
Weddington. Es un sistema atroz.
—Bueno, ahora ya eres libre, y estás en el sitio
que te corresponde.
—Aún está la cuestión de John y nuestro ajuste
de cuentas. No pensarás que va a aceptar que yo sea el duque sin más, sin
intentar una nueva traición.
—Envíale un mensaje al celador y dile que lo
metan en un maldito barco de transporte inmediatamente, para que cumpla cadena
perpetua en Australia.
—¿Y pasarme la vida vigilando mis
espaldas, preguntándome si habrá conseguido escapar y regresar? ¿Para que pueda
volver a encarcelarme y luego lo encarcele yo a él? No, necesito una solución
permanente.
Por el rabillo del ojo, vio a Weddington
volverse hacia él.
—¿Y tu esposa? ¿Lali, se llama?
—Sí, Lali. Diminutivo de Victoria. No lo sabe.
Fue John quien la pidió en matrimonio, y a John a quien se prometió. Mi
desgracia fue escapar la noche antes de la boda, no saber que eso iba a
ocurrir. —Miró a Weddington—. Aún no hemos consumado el matrimonio, y me estoy
quedando sin excusas para no acudir a su dormitorio.
—Pues deja de inventar excusas. A pesar de lo
enfadado que estaba, no he podido evitar ver lo hermosa que es. Además, me
cuesta creer que prefiriera a John antes que a ti.
—Lo prefería a él antes de que nos casáramos.
—Porque no podía compararlo contigo. ¿Cómo vas
a demostrar quién eres?
—No tengo ni idea.
—Yo estaría más que dispuesto a atestiguar que
tú eres el verdadero duque de Killingsworth.
—Y a John no le costaría que Lynmore declarara
lo mismo de él. Y así podríamos pasarnos una eternidad, cada uno buscando un
amigo más que asegurara que es Peter, en cuyo caso, ganaría el que tuviera más
amigos.
—No es una mala forma de salir victorioso.
—Sólo que yo he estado encerrado unos cuantos
años y ahora mismo no me quedan muchos amigos. Por cierto, ¿cómo sabías que era
yo?
—No lo sabía. Hasta que le has disparado al
pájaro. Si no hubiera estado tan enfadado contigo, quizá me habría dado cuenta
nada más verte. Eleanor no merecía lo que John le hizo.
—Encontraré un modo de compensarla.
—Es demasiado tarde para eso. Además, no es
cosa tuya. Creí que no podría quererla más de lo que la quería. Llevábamos ocho
meses casados cuando nació Richard. Los rumores habían empezado a circular
antes de eso, claro. Aumentaron cuando nació. La pobre Eleanor les hizo frente
diciendo que nuestro hijo había llegado antes porque los Weddington siempre
habían tenido prisa por ponerse manos a la obra. Lo cierto es que ella ya
estaba embarazada cuando nos casamos. Culpa mía. Me costaba contenerme. Y sigue
costándome, la verdad.
—Vuestro hijo se parece a ti.
—Sí. Pero yo le veo muchas cosas de Eleanor. Es
un niño muy listo. A propósito de niños, tendrás que tener un heredero.
—No hasta que haya solucionado lo de John. —Lo
recorrió un escalofrío—. No quiero ni pensar en lo que le haría a un hijo mío,
a alguien que fuera a heredarlo todo.
—Haz que tiren la llave de su celda.
—Ojalá fuera tan fácil. Hablando contigo, aquí
sentado, me he dado cuenta de que no se trata sólo de que demuestre que soy Peter.
Debo garantizar el futuro de mi familia. ¿Y cómo lo hago?
Le cayó una gota de lluvia en la nariz.
—Más vale que volvamos antes de que nos
empapemos.
Weddington se puso de pie y le tendió la mano
a Peter. Este la agarró y dejó que su amigo lo ayudara a levantarse, aliviado
al comprobar que su amistad había logrado sobrevivir a los manejos de John.
—Siempre puedes matarlo —señaló Weddington.
—No creas que no lo he pensado, pero ¿en qué
clase de hombre me convertiría eso?
Weddington se inclinó para acercarse.
—En uno vivo.
—¿Te lo puedes creer? A mí aún me cuesta
hacerlo. ¡Le ha vuelto a dar a un pobre pájaro! —exclamó el duque de
Weddington.
Tras oír los disparos a lo lejos, Lali se
había quedado petrificada.
—Deberíamos ir a ver qué ha ocurrido —había
susurrado al fin.
—Le prometí a Weddy que no iría, oyera lo que
oyese.
Lali no le había prometido nada a nadie. Pero
no conocía la zona, no podía correr el riesgo de volver a perderse. De modo que
había seguido sentada allí casi una hora, aterrada ante la posibilidad de que Peter
hubiera muerto.
Al empezar a llover, había divisado a los dos
hombres que se dirigían a buen paso hacia la casa mientras el viento llevaba
hasta el jardín sus carcajadas. Como no parecía que fuese a escampar, los
Weddington les habían pedido que se quedaran a cenar.
—El disparo no tuvo ningún mérito —se defendió
Peter, sentado a un extremo de la mesa mientras Weddington ocupaba el otro—. No
apuntaba al pobre bicho.
—¡No apuntabas a nada!
—Debo decir, Weddy, que no ha sido nada
delicado por vuestra parte dejar que Lali y yo nos preocupáramos si no teníais
intenciones de seguir adelante con el duelo. Estoy muy disgustada contigo, y no
me cabe duda de que Lali lo estará con Peter. —Miró a la joven, sentada
enfrente de ella—. Creo que deberíamos negarles nuestro consuelo unos días.
—Vamos, Eleanor, no seas cruel. Ya sabes lo
mucho que sufro cuando no me haces caso.
—No más que yo esta tarde, cuando he pensado
que podrías volver colgando del hombro de Peter.
—Ay, princesa, ten un poco de fe en mi
habilidad para acertar un tiro.
—Hemos oído dos tiros, Weddy.
—Bueno, sí, Peter sólo había mutilado al pobre
pájaro. Yo he tenido que rematarlo. Era lo más noble que podía hacer.
—¿Cómo podéis tomároslo a broma? —preguntó Lali
al fin. Había guardado silencio durante toda la terrible experiencia. Cuando
empezó a llover, cuando su marido volvió por fin, cuando le aseguró que estaba
bien y los dos amigos empezaron otra vez a reírse del pájaro, y luego
decidieron que la tormenta no haría más que empeorar...
—Vamos a asearnos y lo hablamos durante la
cena —había dicho Weddington.
Sólo que, en realidad, no lo estaban hablando.
Hablaban del pobre pájaro que se había interpuesto en la trayectoria de la
bala, ¡qué mala suerte! ¡Ja, ja, ja!, y no de que Lali hubiera estado ahí
sentada una hora sin saber si su esposo estaba vivo o muerto.
ufff que alivio pense que se morian, me hisiste sufrir Natali para que lo sepas eeee jajjaja
ResponderEliminarBesitos
Marines