martes, 25 de junio de 2013

Capitulo 1



Hola chicas bienvenidas a las Nuevas Lectoras Angie y Abril y obio a Marines que siempre esta pendiente, espero que les guste la Nove y que la COMENTEN besos nos estamos leyendo mañana...aa y esta nove es una Adaptacion... 
 



Londres, 1852

Peter Lanzani contempló un rostro que llevaba ocho largos años sin ver.
Un rostro que apenas reconocía. La última vez que lo había mirado, no había visto más que el semblante inmaculado de una vida sin estrenar, unos rasgos que carecían de arrugas, de carácter y de profundidad. Una cara sobre la que no se había escrito, y que ahora, por desgracia, narraba una increíble historia de inconcebible crueldad.
Las patas de gallo y las arrugas de expresión eran fruto de la agonía, una angustia no necesariamente provocada por el malestar físico, sino más bien por el trastorno emocional, que puede grabarse con la misma o mayor intensidad, y dejar bien visible su sello para cualquiera que se atreva a mirar. En efecto, el tormento físico y psíquico sufrido eran tan evidentes como el paso del tiempo.
La oscura barba que un día fuera tan suave como la pelusilla de un recién nacido, se veía ahora gruesa, áspera y descuidada. Su pálida piel parecía casi enfermiza, pero ¿cómo iba a ser de otro modo si llevaba años sin que le tocase el sol?
Esa palidez malsana podía suponerle un pequeño problema.
Sin embargo, mientras estudiaba aquel semblante que tenía ante sí, Peter  decidió que eran los ojos lo que más lo impresionaba. No el color, de un azul como el de un cielo justo antes de que el atardecer dé paso a la noche. No, el color seguía siendo exactamente como lo recordaba, pero lo que podía verse en ellos había cambiado notablemente.
Reflejaban las consecuencias de una traición devastadora. También eso podía suponerle un problema, porque un hombre no puede ocultar lo que revelan sus ojos. Al menos, un hombre bueno no.
Peter apartó la vista del espejo donde se reflejaba el hombre al que había sujetado a la cama con cintas de seda tomadas de varios camisones que colgaban del armario. Los ojos de aquel hombre eran del mismo azul intenso que los suyos, pero en ellos ardía una mezcla de furia y odio. Se preguntó por qué nunca antes había detectado en él aquellos sentimientos.
Había tenido ocasión de mirarlo a los ojos durante los primeros dieciocho años de su vida. Seguramente, en alguna de aquellas miradas, había tenido que descubrir al monstruo que ocultaban.
—¿Por qué, John? —preguntó, con la voz rota de no usarla durante los años en los que no se le había permitido hablar—. ¿Por qué me encerraste? ¿Qué hice para merecer tamaña injusticia?
El pañuelo con sus iníciales bordadas que le había metido en la boca le impedía hacer otra cosa que gruñir, y aunque fuera un poco injusto, no quería arriesgarse a que gritara y despertara al servicio. Además, dudaba de que John fuera a proporcionarle una respuesta veraz.
No obstante, las preguntas habían atormentado a Peter  durante más de tres mil días: mientras recorría nervioso su celda, cuando yacía en el catre, al oír los gritos de los hombres que sucumbían a la tentadora y enloquecedora promesa de libertad.
Le aterraba recordar la frecuencia con que él mismo había estado a punto de rendirse a la locura. Pero había logrado escapar, y allí estaba por fin, haciendo frente a un rival que no sabía que lo fuera hasta que fue demasiado tarde, y con sólo una vaga idea de qué haría para recuperar lo que le habían arrebatado.
No podía negar que John siempre había sido un libertino, que disfrutaba de su propia perversidad, y cuyas transgresiones se toleraban como bromas inofensivas. En su juventud, los había engañado a todos, pero a Peter  no le consolaba no ser el único que lo había juzgado mal.
Deseaba sentir deleite ante la lucha de su cautivo por librarse de los lazos que lo mantenían atado a los cuatro postes de la magnífica cama en la que había nacido, pero lo único que experimentaba era un profundo desasosiego. Como si pudiese contemplar su propia alma y la encontrara marchita y vacía, totalmente desprovista de valor.
—Pensaba que éramos algo más que hermanos. Creía que éramos amigos. Compartíamos confidencias. Te habría confiado mi vida. Más aún, con gusto habría sacrificado... —Inspiró con fuerza, apretando los dientes, y se volvió, casi incapaz de soportar aquel inmenso dolor. Había querido a su hermano (aún lo quería, del modo en que sólo se quieren los hermanos), y ese mismo amor incondicional hacía más dolorosa la traición.
Si no podía confiar en John, ¿de quién iba a fiarse?
Por un momento, agradeció que sus padres ya no vivieran, porque así nunca sabrían la verdad de lo sucedido, pero su gratitud era fugaz, como la vida, y sólo deseaba poder regresar a los maravillosos días de su juventud, cuando toda su preocupación consistía en satisfacer las elevadas expectativas de su padre, algo que había logrado con asombrosa regularidad.
Si pensaba demasiado en sus actuales circunstancias, empezaba a sentirse desorientado, perdía el norte. La recuperación de lo que le correspondía por derecho era crucial, no sólo a nivel personal sino también patrimonial. No podía desentenderse de lo que, a ojos del deber, del honor y de los que lo habían precedido, era su obligación enmendar sin cejar en su empeño. Se lo debía al pasado, y también al futuro.
Impulsado por una energía que ignoraba poseer hasta que se lo habían robado todo, se concentró en la tarea que tenía por delante, consciente de que debía ejecutarla cuanto antes.
—Deja de revolverte, John. Así sólo conseguirás hacerte daño. Confía en el consejo que te doy, fruto de la experiencia: no conviene que estés debilitado cuando recibas tu justa recompensa. Te aseguro que tengo previsto dispensarte algo más de compasión que tú a mí, pero debo tomar medidas para proteger mi persona, mi patrimonio y a mis herederos.
Meneó la cabeza con una mezcla de tristeza e incredulidad. Después de tanto tiempo, aún no alcanzaba a comprender cómo había sucedido todo aquello.
—No me explico cómo lograste llevar a buen término tu engaño. ¿Cuánto tiempo estuviste maquinando deshacerte de mí y ocupar mi lugar? Sólo la planificación debió de resultarte muy dificultosa, con tan numerosos detalles. Casi admiro tu astucia.
Peter dejó el espejo en la mesilla de noche, apoyado en una pila de libros que su hermano sin duda debía de haber disfrutado leyendo antes de dormirse; ambos deleites —el de leer el libro que le apeteciera y el de descansar tranquilo— pronto se le negarían, igual que muchos otros placeres.
Ajustó el ángulo del espejo para poder verse bien desde la silla de respaldo alto forrada de terciopelo color vino, que había acercado a la cama. Se preguntaba en qué momento se había modernizado la casa con la iluminación de gas, y qué otros cambios encontraría. Resultaba desconcertante darse cuenta de que la vida había continuado como si no pasara nada. Un instante después, lo consoló el mismo pensamiento, porque significaba que volvería a suceder: la vida continuaría sin que nadie, salvo los dos hermanos gemelos, se percatara del increíble cambio que había tenido lugar.
Con unas tijeras que encontró en el vestidor, junto a su dormitorio, se cortó las guedejas morenas siguiendo el contorno de las orejas y la nuca.
—Ni un piojo —murmuró—. Después de todo, ésa es la finalidad del aislamiento, supongo. Un hombre aislado no puede contagiar enfermedades, ni rebeldía. Tiene sus ventajas.
Además de un sinfín de desventajas que pocos hombres podían soportar mucho tiempo. Aún lo asombraba que él hubiera logrado mantener la cordura. No quería ni pensar que quizá no hubiera sido así, que su fuga fuera sólo una compleja ilusión y que, al despertar, descubriera que seguía siendo el preso del corredor D, galería tres, celda diez.
Se obligó a apartar de su mente aquellos pensamientos perturbadores y, concentrándose en lo que sabía que era real, se miró al espejo y estudió sus mechones recortados. El corte de pelo estaba lejos de ser perfecto, pero eso no lo inquietaba. Le pediría a su asistente que se lo retocara por la mañana. Dudaba que el criado dijera nada si el cabello de su señor le parecía más rebelde de lo habitual.
Después de todo, no se cuestionaba a un duque.
A continuación,Peter  usó las tijeras para recortarse la larga barba hasta dejarla manejable, luego cogió el cuenco de afeitar, batió en él la brocha y empezó a aplicarse generosamente el espumoso jabón. Al inhalar su fragancia, recordó la primera vez que su asistente lo había afeitado, ante la mirada orgullosa de su padre.
—Estás a punto de convertirte en un joven caballero —le había dicho.Peter  había escuchado las palabras de su padre no con vanidad, sino con la tranquilidad del que se sabe merecedor de dicha consideración.
No recordaba que su padre le hubiera dicho lo mismo a John en su primer afeitado. Tal vez ése fuera el origen del problema. John siempre había sido el segundo: el segundo en nacer, el segundo a los ojos de su padre, el segundo en la línea hereditaria.
Peter escudriñó a su hermano menor, menor por menos de un cuarto de hora, y aun así nacido no sólo un día más tarde sino en un año distinto:Peter  había venido al mundo antes de la medianoche del 31 de diciembre, mientras que John había llegado el primer día del nuevo año. Sin embargo, en materia de primogenitura, los minutos contaban tanto como los años.
—No puedo decir que me entusiasmen tus patillas, tan largas y pobladas. ¿Son la última moda o es que sigues siendo un granuja que hace las cosas a su manera sin importarle si son o no de recibo? —Se inclinó sobre él y añadió—: O legales. Pero ¿cómo voy a demostrar la verdad si es tu palabra contra la mía? He ahí mi dilema y la razón por la que debo tratarte tan injustamente como tú a mí.
Ignorando los gruñidos de John,Peter  devolvió el cuenco a la mesa, cogió la navaja de barbero y, con mucho cuidado, empezó a retirar lo que le quedaba de barba, dejándose unas patillas muy parecidas a las de John. Después de dejarse ver por Londres al día siguiente o al otro, se las cambiaría por un estilo que le gustara más. No quería que al principio su aspecto fuera muy distinto para que nadie pensara que pasaba algo, aunque, en realidad, lo único que iba a hacer era corregir lo que llevaba años sucediendo.
Ansiaba darse un baño de jabón perfumado, pero para eso tendría que pedir a los criados que le subieran agua caliente, de modo que dejaría ese lujo para la mañana siguiente. Aquella noche, se conformaría con lavarse como pudiera con el agua que encontrara en su dormitorio y en el vestidor.
—Para explicar mi palidez, tendré que decir que estoy algo indispuesto. Con eso bastará hasta que pueda tomar el sol. Por tu aspecto, diría que has disfrutado de buena salud. Pero eso cambiará pronto, hermano.
Concluyó su tarea y apoyó el filo de la navaja bajo la barbilla de John. No tenía claro qué reacción debía esperar: ¿miedo, remordimiento, arrepentimiento? Por el contrario, John se mostró aún más rebelde, como si fuera él el traicionado.
—¿Por qué no te limitaste a matarme, John? ¿No podías mirar un rostro tan parecido al tuyo y ver cómo le arrebatabas la vida? ¿Fue el recuerdo del seno materno que habíamos compartido lo que te detuvo? ¿O acaso algo muy distinto? —Terriblemente entristecido, apartó la navaja de la garganta de su hermano. ¿Cómo había llegado a suceder aquello?
Se alejó de la cama y empezó a moverse con mayor premura. Tenía mucho que hacer antes de que amaneciera y poco tiempo para hacerlo. Cuando se había colado en la residencia familiar de Londres y en el dormitorio de su hermano, había encontrado a John dormido. Ahora tenía que hacerle a su hermano lo mismo que éste le había hecho a él.
Se volvió hacia la cama.
—¿Por qué me drogaste y me encarcelaste? ¡Qué pregunta tan tonta! Lo hiciste para heredar el ducado.
La historia de Inglaterra estaba plagada de historias de hombres que habían liquidado a quienes se interponían entre ellos y la corona, asesinado a sobrinos en torres, a hermanos en el campo de batalla y a padres durante el sueño. Para algunos, un título era tan preciado como una corona. Mientras no se descubriera el engaño, ¿qué importaba cómo uno se convirtiera en heredero?
—Pero ¿cómo demonios conseguiste salirte con la tuya? ¿No sospecharon nuestros padres? ¿Y el servicio? ¿Mis amigos y conocidos?
»Alguien tuvo que darse cuenta de que te hacías pasar por mí. ¿Cómo pudiste explicar que sólo uno de los dos regresaba a casa después de una noche de parranda?
Habían salido a celebrar su decimoctavo cumpleaños.Peter  recordaba haber bebido, el perfume de una mujer... y haberse despertado solo, en prisión. Primero la rabia, seguida inmediatamente de la desesperación. Hasta que averiguó la verdad...
—Tuviste suerte de que nuestros padres enfermaran poco después de que te deshicieras de mí. Rezo para que fuera así, porque, querido hermano, temo que nunca podría perdonarte el que hubieras segado sus vidas.
»Debo decir que aprecio que me hicieras llegar el periódico en el que se publicaba su necrológica, junto con tu sucinta nota. De lo contrario, habría perdido el tiempo buscándolos en lugar de venir directamente a por ti.
Le habían pasado un sobre por entre los barrotes del ventanuco de la puerta. Casi incapaz de creer que le enviaran alguna comunicación —y sin sospechar que nadie salvo su carcelero sabía dónde estaba—, había contemplado cómo el sobre caía al suelo describiendo una trayectoria ondulada.
En el interior, había encontrado un recorte del Times que anunciaba la repentina muerte de los duques de Killingsworth a consecuencia de una gripe. En plena pugna con su difícil situación, todavía incapaz de saber cómo había llegado hasta allí, leyó el artículo tres veces, impasible, como si se tratara de meros conocidos.
Después, había desplegado la nota que acompañaba la necrológica.
He pensado que querrías saberlo.
Peter Lanzani, duque de Killingsworth.
Se había quedado mirando aquellas palabras hasta que se habían emborronado, sin encontrarles sentido. Cuando por fin lo había comprendido, le había costado creer en la magnitud de su significado.
—Debo reconocer la brillantez de tu plan. Era mucho más fácil hacer desaparecer a John que a Peter . A John nadie lo buscaría, ¿verdad? Después de todo, él no era el heredero. Eso tuvo que fastidiarte, saber que la desaparición de John no desencadenaría reacción alguna. Sin embargo, si desaparecía Peter , la cosa cambiaba, ¿no es así? Habrías necesitado una prueba concluyente de mi defunción para poder ocupar mi lugar.
»Así que, aunque lograste deshacerte de mí, no podías seguir siendo John. Eso te habría complicado las cosas, porque sólo con mi muerte conseguirías el ducado, y, como ya he dicho antes, no tienes valor para matarme, por lo que supongo que tendré que estarte siempre agradecido. Espero que me disculpes si no lo manifiesto debidamente.
Se metió la mano por dentro de la camisa y sacó la capucha de color marrón que había llevado durante su arriesgada fuga. Estaba diseñada de modo que, cuando el preso se la ponía en la cabeza, la tela caía hasta la barbilla, ocultando su rostro y su identidad por completo, salvo por los ojos, que asomaban por dos agujeros.
—A estas alturas, ya habrán descubierto que el preso D3-10 ha escapado. ¿Recuerdas cuando visitamos las instalaciones con papá, cuando concluyeron las obras, antes de que empezaran a acomodar a los presos? Claro que sí. ¿Fue entonces cuando empezaste a concebir tu plan?

4 comentarios:

  1. (¿Por qué, John?)Me mato jaja
    John eres un nene muy malo como lo encerraste asi malo jajaja
    Besitos
    Marines

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    1. John por el hecho de que tengo un primo queme cae re mal jajaj por eso jaja

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  2. Eres mi ídola ahora tus noves son buenicimas soy Ana y soy nueva lectora

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