Hola chicas bienvenidas a las Nuevas Lectoras Angie y Abril y obio a Marines que siempre esta pendiente, espero que les guste la Nove y que la COMENTEN besos nos estamos leyendo mañana...aa y esta nove es una Adaptacion...
Londres, 1852
Peter Lanzani contempló un rostro que llevaba
ocho largos años sin ver.
Un rostro que apenas reconocía. La última vez
que lo había mirado, no había visto más que el semblante inmaculado de una vida
sin estrenar, unos rasgos que carecían de arrugas, de carácter y de profundidad.
Una cara sobre la que no se había escrito, y que ahora, por desgracia, narraba
una increíble historia de inconcebible crueldad.
Las patas de gallo y las arrugas de expresión
eran fruto de la agonía, una angustia no necesariamente provocada por el malestar
físico, sino más bien por el trastorno emocional, que puede grabarse con la
misma o mayor intensidad, y dejar bien visible su sello para cualquiera que se
atreva a mirar. En efecto, el tormento físico y psíquico sufrido eran tan
evidentes como el paso del tiempo.
La oscura barba que un día fuera tan suave
como la pelusilla de un recién nacido, se veía ahora gruesa, áspera y
descuidada. Su pálida piel parecía casi enfermiza, pero ¿cómo iba a ser de otro
modo si llevaba años sin que le tocase el sol?
Esa palidez malsana podía suponerle un pequeño
problema.
Sin embargo, mientras estudiaba aquel
semblante que tenía ante sí, Peter decidió que eran los ojos lo que más lo
impresionaba. No el color, de un azul como el de un cielo justo antes de que el
atardecer dé paso a la noche. No, el color seguía siendo exactamente como lo
recordaba, pero lo que podía verse en ellos había cambiado notablemente.
Reflejaban las consecuencias de una traición
devastadora. También eso podía suponerle un problema, porque un hombre no puede
ocultar lo que revelan sus ojos. Al menos, un hombre bueno no.
Peter apartó la vista del espejo donde se
reflejaba el hombre al que había sujetado a la cama con cintas de seda tomadas
de varios camisones que colgaban del armario. Los ojos de aquel hombre eran del
mismo azul intenso que los suyos, pero en ellos ardía una mezcla de furia y
odio. Se preguntó por qué nunca antes había detectado en él aquellos
sentimientos.
Había tenido ocasión de mirarlo a los ojos
durante los primeros dieciocho años de su vida. Seguramente, en alguna de
aquellas miradas, había tenido que descubrir al monstruo que ocultaban.
—¿Por qué, John? —preguntó, con la voz rota de
no usarla durante los años en los que no se le había permitido hablar—. ¿Por
qué me encerraste? ¿Qué hice para merecer tamaña injusticia?
El pañuelo con sus iníciales bordadas que le
había metido en la boca le impedía hacer otra cosa que gruñir, y aunque fuera
un poco injusto, no quería arriesgarse a que gritara y despertara al servicio.
Además, dudaba de que John fuera a proporcionarle una respuesta veraz.
No obstante, las preguntas habían atormentado
a Peter durante más de tres mil días:
mientras recorría nervioso su celda, cuando yacía en el catre, al oír los
gritos de los hombres que sucumbían a la tentadora y enloquecedora promesa de
libertad.
Le aterraba recordar la frecuencia con que él
mismo había estado a punto de rendirse a la locura. Pero había logrado escapar,
y allí estaba por fin, haciendo frente a un rival que no sabía que lo fuera hasta
que fue demasiado tarde, y con sólo una vaga idea de qué haría para recuperar
lo que le habían arrebatado.
No podía negar que John siempre había sido un
libertino, que disfrutaba de su propia perversidad, y cuyas transgresiones se
toleraban como bromas inofensivas. En su juventud, los había engañado a todos,
pero a Peter no le consolaba no ser el
único que lo había juzgado mal.
Deseaba sentir deleite ante la lucha de su
cautivo por librarse de los lazos que lo mantenían atado a los cuatro postes de
la magnífica cama en la que había nacido, pero lo único que experimentaba era
un profundo desasosiego. Como si pudiese contemplar su propia alma y la
encontrara marchita y vacía, totalmente desprovista de valor.
—Pensaba que éramos algo más que hermanos.
Creía que éramos amigos. Compartíamos confidencias. Te habría confiado mi vida.
Más aún, con gusto habría sacrificado... —Inspiró con fuerza, apretando los
dientes, y se volvió, casi incapaz de soportar aquel inmenso dolor. Había
querido a su hermano (aún lo quería, del modo en que sólo se quieren los
hermanos), y ese mismo amor incondicional hacía más dolorosa la traición.
Si no podía confiar en John, ¿de quién iba a
fiarse?
Por un momento, agradeció que sus padres ya no
vivieran, porque así nunca sabrían la verdad de lo sucedido, pero su gratitud
era fugaz, como la vida, y sólo deseaba poder regresar a los maravillosos días
de su juventud, cuando toda su preocupación consistía en satisfacer las
elevadas expectativas de su padre, algo que había logrado con asombrosa
regularidad.
Si pensaba demasiado en sus actuales
circunstancias, empezaba a sentirse desorientado, perdía el norte. La
recuperación de lo que le correspondía por derecho era crucial, no sólo a nivel
personal sino también patrimonial. No podía desentenderse de lo que, a ojos del
deber, del honor y de los que lo habían precedido, era su obligación enmendar
sin cejar en su empeño. Se lo debía al pasado, y también al futuro.
Impulsado por una energía que ignoraba poseer
hasta que se lo habían robado todo, se concentró en la tarea que tenía por
delante, consciente de que debía ejecutarla cuanto antes.
—Deja de revolverte, John. Así sólo
conseguirás hacerte daño. Confía en el consejo que te doy, fruto de la
experiencia: no conviene que estés debilitado cuando recibas tu justa
recompensa. Te aseguro que tengo previsto dispensarte algo más de compasión que
tú a mí, pero debo tomar medidas para proteger mi persona, mi patrimonio y a
mis herederos.
Meneó la cabeza con una mezcla de tristeza e
incredulidad. Después de tanto tiempo, aún no alcanzaba a comprender cómo había
sucedido todo aquello.
—No me explico cómo lograste llevar a buen
término tu engaño. ¿Cuánto tiempo estuviste maquinando deshacerte de mí y
ocupar mi lugar? Sólo la planificación debió de resultarte muy dificultosa, con
tan numerosos detalles. Casi admiro tu astucia.
Peter dejó el espejo en la mesilla de noche,
apoyado en una pila de libros que su hermano sin duda debía de haber disfrutado
leyendo antes de dormirse; ambos deleites —el de leer el libro que le
apeteciera y el de descansar tranquilo— pronto se le negarían, igual que muchos
otros placeres.
Ajustó el ángulo del espejo para poder verse
bien desde la silla de respaldo alto forrada de terciopelo color vino, que
había acercado a la cama. Se preguntaba en qué momento se había modernizado la
casa con la iluminación de gas, y qué otros cambios encontraría. Resultaba
desconcertante darse cuenta de que la vida había continuado como si no pasara
nada. Un instante después, lo consoló el mismo pensamiento, porque significaba
que volvería a suceder: la vida continuaría sin que nadie, salvo los dos
hermanos gemelos, se percatara del increíble cambio que había tenido lugar.
Con unas tijeras que encontró en el vestidor,
junto a su dormitorio, se cortó las guedejas morenas siguiendo el contorno de
las orejas y la nuca.
—Ni un piojo —murmuró—. Después de todo, ésa
es la finalidad del aislamiento, supongo. Un hombre aislado no puede contagiar
enfermedades, ni rebeldía. Tiene sus ventajas.
Además de un sinfín de desventajas que pocos
hombres podían soportar mucho tiempo. Aún lo asombraba que él hubiera logrado
mantener la cordura. No quería ni pensar que quizá no hubiera sido así, que su
fuga fuera sólo una compleja ilusión y que, al despertar, descubriera que
seguía siendo el preso del corredor D, galería tres, celda diez.
Se obligó a apartar de su mente aquellos
pensamientos perturbadores y, concentrándose en lo que sabía que era real, se
miró al espejo y estudió sus mechones recortados. El corte de pelo estaba lejos
de ser perfecto, pero eso no lo inquietaba. Le pediría a su asistente que se lo
retocara por la mañana. Dudaba que el criado dijera nada si el cabello de su
señor le parecía más rebelde de lo habitual.
Después de todo, no se cuestionaba a un duque.
A continuación,Peter usó las tijeras para recortarse la larga barba
hasta dejarla manejable, luego cogió el cuenco de afeitar, batió en él la
brocha y empezó a aplicarse generosamente el espumoso jabón. Al inhalar su
fragancia, recordó la primera vez que su asistente lo había afeitado, ante la
mirada orgullosa de su padre.
—Estás a punto de convertirte en un joven
caballero —le había dicho.Peter había
escuchado las palabras de su padre no con vanidad, sino con la tranquilidad del
que se sabe merecedor de dicha consideración.
No recordaba que su padre le hubiera dicho lo
mismo a John en su primer afeitado. Tal vez ése fuera el origen del problema.
John siempre había sido el segundo: el segundo en nacer, el segundo a los ojos
de su padre, el segundo en la línea hereditaria.
Peter escudriñó a su hermano menor, menor por
menos de un cuarto de hora, y aun así nacido no sólo un día más tarde sino en
un año distinto:Peter había venido al
mundo antes de la medianoche del 31 de diciembre, mientras que John había
llegado el primer día del nuevo año. Sin embargo, en materia de primogenitura,
los minutos contaban tanto como los años.
—No puedo decir que me entusiasmen tus
patillas, tan largas y pobladas. ¿Son la última moda o es que sigues siendo un
granuja que hace las cosas a su manera sin importarle si son o no de recibo?
—Se inclinó sobre él y añadió—: O legales. Pero ¿cómo voy a demostrar la verdad
si es tu palabra contra la mía? He ahí mi dilema y la razón por la que debo
tratarte tan injustamente como tú a mí.
Ignorando los gruñidos de John,Peter devolvió el cuenco a la mesa, cogió la navaja
de barbero y, con mucho cuidado, empezó a retirar lo que le quedaba de barba,
dejándose unas patillas muy parecidas a las de John. Después de dejarse ver por
Londres al día siguiente o al otro, se las cambiaría por un estilo que le
gustara más. No quería que al principio su aspecto fuera muy distinto para que
nadie pensara que pasaba algo, aunque, en realidad, lo único que iba a hacer
era corregir lo que llevaba años sucediendo.
Ansiaba darse un baño de jabón perfumado, pero
para eso tendría que pedir a los criados que le subieran agua caliente, de modo
que dejaría ese lujo para la mañana siguiente. Aquella noche, se conformaría
con lavarse como pudiera con el agua que encontrara en su dormitorio y en el
vestidor.
—Para explicar mi palidez, tendré que decir
que estoy algo indispuesto. Con eso bastará hasta que pueda tomar el sol. Por
tu aspecto, diría que has disfrutado de buena salud. Pero eso cambiará pronto,
hermano.
Concluyó su tarea y apoyó el filo de la navaja
bajo la barbilla de John. No tenía claro qué reacción debía esperar: ¿miedo,
remordimiento, arrepentimiento? Por el contrario, John se mostró aún más
rebelde, como si fuera él el traicionado.
—¿Por qué no te limitaste a matarme, John? ¿No
podías mirar un rostro tan parecido al tuyo y ver cómo le arrebatabas la vida?
¿Fue el recuerdo del seno materno que habíamos compartido lo que te detuvo? ¿O
acaso algo muy distinto? —Terriblemente entristecido, apartó la navaja de la
garganta de su hermano. ¿Cómo había llegado a suceder aquello?
Se alejó de la cama y empezó a moverse con
mayor premura. Tenía mucho que hacer antes de que amaneciera y poco tiempo para
hacerlo. Cuando se había colado en la residencia familiar de Londres y en el
dormitorio de su hermano, había encontrado a John dormido. Ahora tenía que
hacerle a su hermano lo mismo que éste le había hecho a él.
Se volvió hacia la cama.
—¿Por qué me drogaste y me encarcelaste? ¡Qué
pregunta tan tonta! Lo hiciste para heredar el ducado.
La historia de Inglaterra estaba plagada de
historias de hombres que habían liquidado a quienes se interponían entre ellos
y la corona, asesinado a sobrinos en torres, a hermanos en el campo de batalla
y a padres durante el sueño. Para algunos, un título era tan preciado como una
corona. Mientras no se descubriera el engaño, ¿qué importaba cómo uno se
convirtiera en heredero?
—Pero ¿cómo demonios conseguiste salirte con
la tuya? ¿No sospecharon nuestros padres? ¿Y el servicio? ¿Mis amigos y
conocidos?
»Alguien tuvo que darse cuenta de que te
hacías pasar por mí. ¿Cómo pudiste explicar que sólo uno de los dos regresaba a
casa después de una noche de parranda?
Habían salido a celebrar su decimoctavo
cumpleaños.Peter recordaba haber bebido,
el perfume de una mujer... y haberse despertado solo, en prisión. Primero la
rabia, seguida inmediatamente de la desesperación. Hasta que averiguó la
verdad...
—Tuviste suerte de que nuestros padres
enfermaran poco después de que te deshicieras de mí. Rezo para que fuera así,
porque, querido hermano, temo que nunca podría perdonarte el que hubieras
segado sus vidas.
»Debo decir que aprecio que me hicieras llegar
el periódico en el que se publicaba su necrológica, junto con tu sucinta nota.
De lo contrario, habría perdido el tiempo buscándolos en lugar de venir
directamente a por ti.
Le habían pasado un sobre por entre los
barrotes del ventanuco de la puerta. Casi incapaz de creer que le enviaran
alguna comunicación —y sin sospechar que nadie salvo su carcelero sabía dónde
estaba—, había contemplado cómo el sobre caía al suelo describiendo una
trayectoria ondulada.
En el interior, había encontrado un recorte
del Times que anunciaba la repentina muerte de los
duques de Killingsworth a consecuencia de una gripe. En plena pugna con su
difícil situación, todavía incapaz de saber cómo había llegado hasta allí, leyó
el artículo tres veces, impasible, como si se tratara de meros conocidos.
Después, había desplegado la nota que
acompañaba la necrológica.
He pensado que querrías saberlo.
Peter Lanzani,
duque de Killingsworth.
Se había quedado mirando aquellas palabras
hasta que se habían emborronado, sin encontrarles sentido. Cuando por fin lo
había comprendido, le había costado creer en la magnitud de su significado.
—Debo reconocer la brillantez de tu plan. Era
mucho más fácil hacer desaparecer a John que a Peter . A John nadie lo
buscaría, ¿verdad? Después de todo, él no era el heredero. Eso tuvo que
fastidiarte, saber que la desaparición de John no desencadenaría reacción
alguna. Sin embargo, si desaparecía Peter , la cosa cambiaba, ¿no es así?
Habrías necesitado una prueba concluyente de mi defunción para poder ocupar mi
lugar.
»Así que, aunque lograste deshacerte de mí, no
podías seguir siendo John. Eso te habría complicado las cosas, porque sólo con
mi muerte conseguirías el ducado, y, como ya he dicho antes, no tienes valor
para matarme, por lo que supongo que tendré que estarte siempre agradecido.
Espero que me disculpes si no lo manifiesto debidamente.
Se metió la mano por dentro de la camisa y
sacó la capucha de color marrón que había llevado durante su arriesgada fuga.
Estaba diseñada de modo que, cuando el preso se la ponía en la cabeza, la tela
caía hasta la barbilla, ocultando su rostro y su identidad por completo, salvo
por los ojos, que asomaban por dos agujeros.
—A estas alturas, ya habrán descubierto que el
preso D3-10 ha escapado. ¿Recuerdas cuando visitamos las instalaciones con
papá, cuando concluyeron las obras, antes de que empezaran a acomodar a los
presos? Claro que sí. ¿Fue entonces cuando empezaste a concebir tu plan?
Maaaas
ResponderEliminar(¿Por qué, John?)Me mato jaja
ResponderEliminarJohn eres un nene muy malo como lo encerraste asi malo jajaja
Besitos
Marines
John por el hecho de que tengo un primo queme cae re mal jajaj por eso jaja
EliminarEres mi ídola ahora tus noves son buenicimas soy Ana y soy nueva lectora
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