—Será la
muchacha granjera que llevas dentro.
—Probablemente.
¿Qué te trae por mi rincón del jardín?
—Peter me ha
invitado a Sachse Hall, Eugenia sería mi carabina, y quiero ir. —Lo dijo todo
muy de prisa, de forma atropellada, como si pensara que, si lo soltaba de
sopetón, a su madre le pasaría desapercibido su verdadero significado; que se
marchaba con Peter.
—¿Te parece
una decisión acertada? —le preguntó en voz baja.
—Probablemente
no —contestó Lali sin dejar de mirarse el pulgar sucio.
—Bueno,
entonces sé prudente mientras estéis fuera.
Levantó
bruscamente la mirada, pero su madre ya estaba de nuevo concentrada en la
tierra, ahuecándola sin ponerse los guantes.
—¿Me das
permiso para ir?
Se preguntó si
habría intuido su escapada de la noche anterior.
—Al menos así
sabré dónde estás, y puedo fingir que Eugenia me parece una carabina adecuada
—repuso Elizabeth. —Además, si vas con ella, el viaje parecerá más decoroso. Es
lo mejor que puedo esperar.
—Eugenia será
una excelente carabina —le aseguró Lali, que se vio en la necesidad de defender
a su prima. —Conoce mejor que nadie el escándalo.
—No tienes que
convencerme —señaló la mujer. —Cuentas con mi bendición.
Una victoria
tan fácil no podía ser el final de la batalla.
—Nos vamos
mañana —la informó ella con cautela, a la espera de algún tipo de indicio de
que su madre le estuviera tomando el pelo.
Sus manos
dejaron de moverse con aparente frenesí.
—Cuídate el
corazón —le dijo.
Lali la abrazó
con fuerza, sin importarle que la manchara de tierra.
—Gracias por
no complicar este momento. —Le dio un beso en la mejilla, y sólo entonces se
dio cuenta de que tenía otra mancha en un lado de la nariz y el reguero húmedo
del descenso de una lágrima. —Te quiero muchísimo —le susurró, luego se levantó
y fue a prepararse para el viaje.
Como Peter y Nicolas
eran hombres corpulentos y las damas, a pesar de la brevedad de su estancia,
llevaban dos baúles de ropa cada una, viajaron en dos coches distintos y,
aunque no fuera muy apropiado, Lali y Peter ocuparon el mismo carruaje.
—Estás muy callada
—le dijo él en cuanto salieron de Londres.
—Mi madre se
ha mostrado demasiado complaciente con este viaje. Me escama la facilidad con
que ha capitulado.
La risa de Peter
resonó por todo el coche.
—Quizá piense
que un tiempo conmigo te convencerá de que ya no te interesamos ni Texas ni yo.
Mientras lo
estudiaba allí sentado, vestido con levita gris con cuello de terciopelo negro,
pantalones grises, chaleco azul y pañuelo rojo, se dio cuenta de que ya no
esperaba que se presentara con su atuendo de vaquero. La constancia de ese
hecho en cierto modo la sorprendió, la entristeció y, curiosamente, también la
satisfizo. No podía atribuirse todo el mérito de aquella transformación. Buena
parte se había producido antes de que ella aceptara ayudarlo, pero si se
recortaba un poquito el bigote y no hablaba, nadie notaría que no se había
criado en Inglaterra.
—Podrías
recortarte un poco el bigote —le propuso. —Es muy americano.
Peter se llevó
el pulgar y el índice al centro del bigote, justo por encima del labio, y los
desplazó despacio hacia ambos extremos, siguiendo su recorrido.
—¿Para que se
levante por las puntas?
Ella asintió
con la cabeza, y él puso una mueca de asco que la hizo sonreír.
—Era sólo una
sugerencia.
—Me gusta mi
bigote como está.
—Supongo que
podrías quitártelo del todo.
—Entonces
parecería demasiado joven.
—Eres joven.
—Joven en
años, Lali, no en experiencia. En algunos sentidos, soy mayor que muchos de los
caballeros a los que conozco. Ellos han llevado una vida muy fácil.
—Una vida de
excesos también puede envejecer.
—Muy cierto.
La joven se
quedó cañada un instante, luego dijo:
—Nunca he
estado en Sachse Hall.
—La casa
necesita mucho trabajo.
—No sabía que
precisara reformas.
—Reformas no,
pero remodelación sí. Por lo visto, a mi padre le gustaba... —Miró por la
ventanilla, como si buscara las palabras adecuadas, y en el cristal, Lali pudo
ver que Peter había vuelto a sonrojarse, ¿o era el reflejo de su pañuelo?
—¿Qué le
gustaba?
—Las
esculturas de desnudos y esas cosas. Había pensado en redecorar la casa yo
mismo, pero luego he creído preferible dejárselo a mi esposa, que lo haga a su
gusto.
A Lali se le
hizo un nudo en el estómago, como cada, vez que él hablaba de su futura esposa.
¿Se lo recordaba constantemente de forma deliberada? ¿Esperaba obtener de ella
alguna clase de reacción, una chispa de celos? Aunque le fastidiaba tener que
reconocerlo, envidiaba a la mujer que se casara con Peter. Porque seguro que
terminaría casándose.
—Eso es muy
considerado por tu parte —comentó ella, esforzándose por evitar que aquel
instante estropeara la colección de recuerdos maravillosos que esperaba reunir
antes de su partida.
—Me pareció
una decisión... civilizada. Su perfecto inglés la dejó estupefacta. Se lo quedó
mirando.
—Madre mía, Peter,
ya casi no tienes acento texano.
—Sólo cuando
me concentro.
—Creo que has
descubierto el secreto. Todos los aspectos de la vida inglesa requieren
concentración.
Él volvió a
reírse, y ella se dio cuenta de que tenía una risa mucho más fácil que la
mayoría de los hombres que había conocido en los últimos años.
—No se trata
sólo de perder el acento —explicó Peter. —Hay que usar las palabras de una
forma que jamás las había usado antes —añadió con una mirada penetrante. —Lo
encuentro... algo molesto.
—Terriblemente
molesto —lo corrigió ella con una sonrisa tierna.
—Me temo que
tienes razón.
—Si hablaras
bien, estaría más contenta que una alondra.
—Más contenta
que una alondra —repitió él. —No es lo mismo que un gorrino chapoteando en agua
sucia, claro.
Ella se rió
aún más.
—Peter, ¡qué
atrocidad! Pues claro que no son lo mismo. Una expresión es refinada y la otra
es basta.
—¿Cuál es
cuál?
—Sabes
perfectamente cuál es cuál. Si no tienes cuidado, me disgustaré mucho.
El meneó la
cabeza.
—Que te
disgustes mucho no me parece una gran amenaza. Si me dijeras que te vas a
enfadar, indignar o enfurecer, a lo mejor me lo pensaría.
—No subestimes
lo desagradable que puede llegar a ser una mujer muy disgustada. Te aseguro
que, aunque las palabras empleadas den una impresión más civilizada, pueden
enmascarar una reacción terrible.
—Siempre había
creído que hablar inglés era hablar inglés.
—No
exactamente, pero tú hablas muy bien, y no te está costando captar los matices.
—Todo esto no
tiene nada de fácil. Me resulta tan difícil como sentarme en mi lado del coche
mientras tú te sientas en el tuyo.
—Procuro
comportarme con el máximo decoro durante nuestra escapada. No quiero
comprometer a Eugenia.
—Define decoro
—dijo él, inclinándose hacia adelante y cogiéndole las manos enguantadas.
—No tengo
intención de dejarme seducir.
Él frunció los
ojos.
—¿Cómo se
puede no tener intención de dejarse seducir? Yo sí tengo intención de...
—Lo que he
querido decir es que estaré alerta en todo momento ante cualquier clase de
insinuación indecente que puedas dirigirme. —Ella no iba a colarse en su
dormitorio. De ningún modo iba a hacerlo.
Sonriendo como
si supiera que Lali no iba a poder resistirse, Peter le soltó las manos, volvió
a ocupar su rincón del coche y miró fijamente por la ventanilla.
—¿Qué haces?
—le preguntó ella.
—Contemplar el
paisaje. Es tan condenadamente verde...
—También hay
campos verdes en Texas.
—En Fortune,
no, no los hay. Como éste, no. Hacia mediados del verano, todo se pone marrón.
—La miró. —¿Ya no te acuerdas?
—Tengo un vago
recuerdo... —Muy vago. ¿Se acordaba siquiera de cómo era?
—No creo que
aquí se seque todo.
—Eres como mi
madre con sus rosales. Su pequeño pedazo de tierra...
—Sachse Hall
es algo más que un pequeño pedazo de tierra. Los arrendatarios son agricultores.
Si quieres, puedes venir conmigo cuando vaya a visitarlos a caballo.
—Eres un
hombre de tierra, ¿verdad, Peter?
—Sí, creo que
tanto si la tierra está en Inglaterra como en Texas, me llama.
Luego guardó
silencio, como si escuchara lo que el verde y el marrón del campo le susurraban
a su paso. Lali se preguntó si el padre de Peter lo habría llevado alguna vez a
dar paseos por sus tierras, si de algún modo le habría inculcado el amor por
ellas... ya fuera intencionadamente o no.
Debía de haber
alguna otra prueba de la influencia paterna, aparte de las cicatrices.
La asombraba
el aprecio con que sus ojos contemplaban los campos que iban recorriendo, como
si nunca se cansara de verlos, como si no le aburrieran, como si viera ese
paisaje por primera vez, cuando debía de haberlo visto ya, al viajar a Londres.
—¿Recuerdas si
tu padre te llevaba a pasear por las tierras?
—No —respondió
con la mandíbula tensa. —De los recuerdos que tengo —añadió meneando la
cabeza—, aún no he encontrado ninguno que quiera conservar.
—Al menos no
tendrás malos recuerdos del campo.
Lali se acercó
a la ventanilla para poder disfrutar de una vista similar a la que tanto lo
fascinaba a él. Nunca se había molestado en contemplar el paisaje, en mirarlo
sin resentimiento por no ser Texas. Las colinas onduladas de Inglaterra le
habían parecido ajenas, porque en Fortune sólo había buenas tierras de labranza
próximas a la costa texana. Como no había encontrado nada que se lo recordara,
lo había despreciado toda Sólo ahora, al mirarlas con los ojos de Peter, las
verdes praderas parecían merecer su aprecio y la hacían sentir un poco culpable
por tantos años de severo juicio.
El se levantó
y se sentó en el banco de ella, a su lado, inclinado hacia adelante para mirar
por la ventanilla hasta apoyar su pecho en el hombro de Lali.
—Prefiero ver
a donde voy que de dónde vengo —dijo en voz baja, y su aliento acarició la
sensible piel del cuello de ella, produciéndole un escalofrío que la estremeció
de la cabeza a los pies.
—¿Quieres que
me siente en el otro lado, para que así veas mejor? —le propuso Lali.
—No, veo muy
bien desde aquí.
—Nunca he
podido contemplar el campo sin resentimiento. ¿No te pasa lo mismo?
—¿Cómo voy a
mirarlo con resentimiento si forma parte de mí?
Ella se volvió
por completo.
—¿Estas
tierras son tuyas?
—No, estas no.
Aún nos quedan unas horas de viaje. No he querido decir que me pertenezcan,
sino que son... hermosas. No se puede odiar la tierra por el simple hecho de
existir, menos aún con todo lo que nos da.
—Lo llevas en la
sangre —afirmó Lali, asombrada por el descubrimiento.
—A veces me lo
parece. Cuando la miro, ya no echo tanto de menos Texas.
Contemplar la
tierra con el perfil de Lali como parte de su campo visual, probablemente
tuviera mucho que ver con que ya no añorara Texas. El cielo se había cubierto
de nubarrones, había empezado a caer una lluvia suave, y la nana de las gotas
que repiqueteaban en el techo del coche había adormecido a Lali, que descansaba
con la cabeza apoyada en el hombro de Peter, tapada con su chaqueta para que no
tuviera frío. El brazo con que la rodeaba para sujetarla se le había quedado
dormido, pero era un inconveniente sin importancia comparado con el placer de
disfrutar del peso de su cuerpo contra su costado, de la fragancia de su pelo,
de aquel perfume que lo tentaba a respirar hondo sólo para poder deleitarse en
su aroma único, memorizarlo para cuando no la tuviera cerca.
Con aquel
viaje, pretendía tanto alejarse de Londres como buscar ocasión de atesorar
recuerdos de ella. Tenía asuntos que atender en relación con sus propiedades,
pero aun así, había previsto encontrar tiempo para estar juntos, para pasear,
montar a caballo y sentarse en el jardín, para intentar persuadirla de que se
conformara con un poquito de Texas y se quedara con él.
Cuando
estuvieran en la finca, Lali se haría una idea más realista de la vida que él
iba a llevar. No todo serían bailes, cenas, óperas y paseos matinales a caballo
por el parque. De hecho, habría poco de eso. Confiaba en que pudiera llegar a
conocerlo mejor, que empezara a verlo a él de verdad, no como vaquero ni como
lord, sino como hombre.
Por fortuna,
cuando llegaron a Sachse Hall, la lluvia había cesado. Peter contuvo la
respiración y esperó la reacción de Lali al ver por primera vez el hogar de sus
antepasados. Aunque todo aquello era suyo sólo por ser hijo de quien era, se
sentía innegablemente orgulloso de formar parte de algo que, hasta hacía unos
meses, ni siquiera sabía que existía. No había clavado los clavos que sostenían
aquella casa, ni contratado a los sirvientes que recorrían con sigilo sus
pasillos tenebrosos, ni había surtido la bodega, ni adquirido una sola de
aquellas ostentosas piezas de arte expuestas por todas partes, y sin embargo,
esperaba... impresionarla.
Quería que la
mirase como él lo había hecho, para que viera lo que era y lo que podía ser.
Hasta que el
coche se detuvo, no se percató de que Lali lo miraba a él, que ya no miraba por
la ventanilla. Se había quitado de encima su chaqueta y ahora se la devolvía.
—Estás
nervioso —le dijo en voz baja.
—No seas
ridícula. —Cogió la chaqueta y se retiró lo justo para ponérsela sin darle un
golpe en la cara.
—Me asombra
que te preocupe algo que no has conseguido con tu esfuerzo.
—A mí también
me asombra —replicó él con sinceridad. —Pero cuando contemplo lo que he
heredado, me gusta pensar que todo esto tiene una historia de seis
generaciones. Lo que tengo en Texas empezó conmigo, y no voy a negar que me
enorgullece muchísimo el logro, pero también me satisface la idea de que,
dentro de unas generaciones, los hombres que hereden lo que yo empecé puedan
admirar y valorar su historia. No me conocerán, ni sabrán lo que me costó
proporcionarles el comienzo de un legado, del mismo modo que yo tampoco conocía
a los hombres que me han dejado esto hasta que vine aquí, pero eso no significa
que no respete lo que consiguieron.
Los ojos de
ella, de pronto oscurecidos, revelaban una especie de aprecio, y él era lo
único que estaban contemplando atentamente...
Se abrió la
puerta del carruaje y se deshizo el hechizo; Lali dio un brinco, acompañado de
un gritito, y Peter pensó que, por unos instantes, ella había estado tan
perdida en él como él lo había estado en ella. El lacayo la ayudó a bajar del
coche, y Peter la siguió, deseando que no se les hubiera escapado aquel
momento, preguntándose qué estaría pensando, qué le habría dicho de no haberlos
interrumpido.
—Es
impresionante —comentó Lali.
Peter tuvo que
darle la razón. Tres plantas por encima del nivel del suelo, una parcialmente
por debajo, todas casi el doble de altas que los pisos de la casa que él se
había construido en Texas. Se le ocurrió que sus antepasados debieron de
creerse gigantes entre los hombres, y habían querido que el lugar en el que
vivían fuera un reflejo de esa actitud.
Hayyy que lindos <3
ResponderEliminarmuy bueno el capitulo
Peter te ves bien con o sin bigote jajaja
besitos
Marines