No podía
negarlo, ni la chispa de placer que le producía tenerla allí, dispuesta a
ayudarlo a salir adelante, ocupándose de algunas de las obligaciones
domésticas. Había una ventaja clara al contar con una dama en la casa, sobre
todo con aquella dama. Se preguntó si aún podría oler su perfume floral en
aquellos pasillos cuando ella se hubiera ido, si impregnaría las almohadas de
la cama en la que dormía, si dormir en ella sería como dormir con ella.
—Pareces saber
a dónde vas —dijo él.
—Como Eugenia
ya ha estado aquí antes y está familiarizada con la estructura de la casa, me
ha dado instrucciones antes de que Nicolas y ella prosiguieran su camino. Este
pasillo conduce a los jardines. Hemos pensado que podíamos dar un paseo
nocturno. Eugenia y Nicolas deberían estar esperándonos fuera.
Estaban en
efecto en el mirador, hablando en voz baja; dejaron de hacerlo de pronto para
volverse hacia Peter y Lali, que se acercaban.
—Supongo que
deberíamos seguiros, para que así yo pueda vigilaros mejor —señaló Eugenia.
Perplejo, Peter
empezó a pasear con Lali por el sendero, oyendo los tacones de Eugenia a su
espalda, junto con Nicolas.
—No entiendo
cómo aquí las parejas pueden llegar a saber que quieren casarse si siempre hay
alguien vigilando cada uno de sus movimientos.
—Con mucha
astucia encuentran el modo de esquivar a sus carabinas. Aunque la práctica de
los acompañantes ya no es tan estricta como lo era antes. Cada vez son más las
mujeres que se rebelan ante el hecho de que no se confíe en que puedan
conseguir que sus hombres se comporten.
Peter se rió.
—Así que somos
los hombres los que no sabemos comportarnos
Ella lo miró,
e incluso en la penumbra de la noche, pudo adivinar su sonrisa, el brillo de
sus ojos.
—Por supuesto.
Una dama está siempre por encima de cualquier reproche. Las mujeres tenemos más
fuerza de voluntad, resistimos mejor la tentación de una conducta indecorosa.
—¿Y qué
consideras tú indecoroso? —No hace falta que te lo diga, Peter. Tú ya sabes lo
que es indecoroso.
—¿Fumarse un
puro?
—Sin duda.
—¿Beber?
—¿Alcohol? ¿En
exceso? Naturalmente.
—¿Los besos?
—Si no son en
la mano o en la mejilla, si, por supuesto.
—No recuerdo
que te hayas opuesto a ninguno de los besos que te he dado.
—Porque
siempre me pillas por sorpresa, antes de que pueda oponerme.
¿Por sorpresa?
El repaso de cada uno de aquellos besos le llevó su tiempo, lo hizo despacio,
saboreando el momento. ¿A qué clase de juego estaba jugando ella?
Olió de nuevo
la lluvia en el aire apenas unos minutos antes de que empezara el chaparrón. Lali
y Eugenia chillaron, y Nicolas gritó:
—¡Volvamos a
la casa!
Peter imaginó
que sus acompañantes volverían a toda prisa por donde habían venido. Entonces
aprovechó para coger a Lali por la mano e impedirle así la retirada en la misma
dirección.
—¡Por aquí!
Cuando
llegaron hasta el techo protector del cenador, Lali iba riéndose y chillando
alternativamente. Peter iba encogido como un perro recién salido del río y
pensó que quizá ella también. Gracias a las distantes luces de gas repartidas
por el sendero, el cenador no estaba completamente a oscuras, sino sumido en
una especie de penumbra, lo que le permitía verla, allí de pie, con los brazos
cruzados sobre el pecho, algo despeinada...
Sonrió. El
recogido se le estaba desmoronando. La lluvia había conseguido lo que él
llevaba toda la noche deseando hacer, liberar aquellos mechones dorados de la
prisión de las horquillas, las cintas y los lazos. Se quitó la chaqueta
empapada. De poco serviría para calentarla.
—Toma. —Aun
así se la ofreció. —Está mojada, pero el forro sigue seco. —Se la puso por los
hombros, y sintió que se estremecía bajos sus dedos.
—¿Adonde ha
ido Eugenia? —preguntó Lali. —He oído a Nicolas gritar algo de la casa, así que
supongo que han vuelto dentro.
—¿Y por qué
nosotros no? —El cenador estaba más cerca. —Sí, pero en la casa tengo ropa
seca, y aquí no. —Me tienes a mí —dijo él en voz baja. —Pero estás tan mojado
como yo. —Le temblaba la voz, y Peter no supo si era por el frío o por sus
palabras. Se acercó hasta que sus cuerpos casi se tocaron. —SÍ nos juntamos un
poco, podemos darnos calor el uno al otro.
—Imagino que
me vas a proponer que nos quitemos la ropa para generar aún más calor.
—El rumbo de
tus pensamientos... ¿es decoroso para una dama?
Peter oyó una
carcajada poco femenina, torció la boca y la ligereza de su nuevo bigote le
produjo una sensación rara. ¿Cómo demonios se le había ocurrido recortárselo?
—Llevas el
pelo alborotado —dijo él, levantando la mano muy despacio, con mucho cuidado,
para quitarle las horquillas; con el rostro tan cerca del de ella que su
aliento le acariciaba la mejilla.
—Así me lo vas
a enredar —se quejó Lali con la respiración entrecortada, pero no hizo nada
para detenerlo.
—Cuando
volvamos a la casa, te lo desenredo.
—¿Y cuándo
crees que será eso?
—En cuanto
deje de llover.
—Que podría
ser dentro de horas.
«Con un poco
de suerte», pensó Peter mientras le quitaba la última horquilla y la melena le
caía sobre los hombros. Sentía la necesidad de provocarla, de demostrarle que
podía estar muy cerca sin tocarla. Tenía el deseo diabólico de empujarla hasta
el límite, hasta que no pudiera resistir la tentación de ser ella quien lo
tocara, de demostrar que no era siempre el hombre el que hacía necesaria la
carabina. La dama era igualmente responsable, tentaba al hombre, con su cuello
y sus hombros al descubierto, para que él no pudiera evitar imaginarse
mordisqueando aquella piel tan delicada; se echaba gotitas de perfume en
lugares provocativos para que él no pudiera resistirse a la tentación de
inhalar la dulce fragancia; se humedecía los labios de vez en cuando con la
lengua para que ellos no pudieran evitar pensar en saborear...
Se había
acercado tanto a Lali que podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo, oler
su perfume embriagador y casi saborear aquellos labios. Un aliento separaba su
boca de la de él, y sus dedos estaban enroscados en su pelo. Adiós a su
propósito de no tocarla.
Podía oír cada
temblorosa inhalación de aire, sin saber muy bien de cuál de los dos era.
Seguía lloviendo a mares, la lluvia golpeaba el techo del cenador, salpicando
el suelo que rodeaba la estructura, encerrándolos en un nido de intimidad.
Resistir el impulso de inclinarse y tomar lo que deseaba tan desesperadamente
le estaba costando una barbaridad. Aun en la penumbra, la vio humedecerse los labios,
y eso casi hizo pedazos la poca contención que le quedaba.
Necesitaba una
prueba de que Lali lo deseaba con la misma vehemencia que él, quería que fuera
ella quien levantara un puente entre los dos, que le suplicara de rodillas. La
vio humedecerse de nuevo los labios, y su respiración se volvió más irregular.
Notó sus dedos bajo el chaleco, en contacto directo con su camisa.
—Tengo las
manos heladas, y tú estás tan caliente... —se excusó con voz áspera. —¿Cómo
puedes estar tan caliente?
Porque ella
tenía la habilidad de encender un fuego en su interior que amenazaba con
consumirlo. Tragó saliva y cerró los ojos. No iba a poder aguantar, maldita
fuera. No podía soportarlo más, ya no podía resistirse... Sintió el levísimo
roce de los labios de ella en los suyos, como la brisa suave que agita los
pétalos de las margaritas...
—¿Milord?
Abrió los ojos
de golpe y miró en la dirección de donde provenía la voz. Smythe estaba a la
entrada del cenador, cubriéndose con un paraguas para protegerse del diluvio.
—Me envía la
duquesa con un paraguas para que me asegure de que usted y la señora puedan
volver a la mansión sin correr el riesgo de resfriarse.
No enfermaría
por la lluvia, sino por su orgullo y su vanidad, por la necesidad de demostrar
un argumento estúpido. Respiró hondo, obligando a su cuerpo a relajarse, a
volver a la normalidad, para así poder pensar con claridad en otra cosa que no
fuera Lali. El anhelo le dolía. Se acercó a Smythe y tomó los dos paraguas que
le ofrecía el mayordomo.
—Gracias.
—La duquesa
dice que espera que vuelvan inmediatamente, de lo contrario, el duque tendrá
que salir a buscarlos para asegurarse de que todo va bien.
—Informa a la
duquesa de que volveremos en seguida —dijo Peter, conteniendo su impaciencia.
—Muy bien,
señor. Estamos teniendo un tiempo terrible para esta época del año. Me
atrevería a sugerirle que vuelvan despacio para evitar que la señorita Fairfield
se tuerza un tobillo.
—Eso haremos.
—Le comunicaré
a la duquesa que tardarán un poco en volver.
Antes de que Peter
pudiera responder, el mayordomo se alejó a toda prisa por el sendero del jardín
que conducía a la casa.
Al volverse
hacia Lali, Peter pudo oír cómo le castañeteaban los dientes. Sin el calor de
su proximidad, sin el ardor de la pasión de los dos, el frío y la humedad
empezaban a hacer mella en ella. Peter abrió uno de los paraguas y lo sostuvo
en alto.
—Vamos.
La joven se
puso a su lado y, sujetando con una mano la chaqueta de él, tendió la otra para
coger el paraguas.
—Yo lo llevo
—le dijo Peter.
—Tú ponte debajo.
—No creo que
quepamos los dos, y tenemos otro —replicó ella.
—A mí no me
importa mojarme. —La cogió por el cuello, se la acercó y le susurró al oído: —Suerte
que ha intervenido tu carabina. Creo que tu resistencia estaba a punto de
desmoronarse. —Luego le plantó un beso en la boca, destinado a hacerla lamentar
haberse resistido.
Con un suspiro
de satisfacción, Lali se sumergió en el agua caliente con que los criados le
habían llenado la bañera de resplandeciente bronce. Notó que el frío abandonaba
sus huesos y lo reemplazaba una sensación de euforia, muy similar a la que
había experimentado al inclinarse para besar a Peter. Había maldecido la
interrupción, a pesar de agradecerla. No sabía qué demonios estaba pensando él
para quedarse completamente inmóvil, como una de las estatuas que decoraban su
casa, sólo que en su caso iba vestido, aunque ella se había sorprendido
deseando que no fuera así, deseando haber tenido la oportunidad de ver su
figura sólidamente esculpida en aquel cenador, con la lluvia cayendo a su
alrededor y la pálida luz espiando a las sombras.
Bebió un sorbo
del té que Eugenia le había preparado, y se preguntó si sabía tan dulce porque Eugenia
le había echado mucho azúcar o porque el sabor de Peter aún perduraba en su
boca. Apenas le había rozado los labios, pero le bastaba para saber que habría
sabido como el delicioso pastel de nueces que les habían servido de postre. Aun
sin la dulzura del postre servido tras la comida, Peter le habría sabido a
gloria, porque siempre era así, siempre había sido así, desde la primera vez
que la besó.
—Espero que no
te haya molestado que os enviara a Smythe con unos paraguas. Sé de buena tinta
los peligros que pueden surgir al abrigo del cenador —dijo Eugenia, sacando de
inmediato a Lali de su ensueño. Su prima estaba sentada en una silla, al otro
lado del biombo, como si pensara que, incluso dentro de la habitación, Lali
necesitaba que la protegieran.
Ésta dejó a un
lado su taza de té y cogió el jabón.
—Mientras no
estés pensando en dormir en mi cama...
—No, claro que
no.
Se hizo el
silencio entre ellas, y lo único que Lali podía oír era el chisporroteo del
fuego en el hogar.
—¿Has hecho
alguna travesura? —preguntó su prima al fin. Lali decidió que el silencio era
más acertado que la í mentira. No quería
que Eugenia estuviera aún más alerta de lo que ya estaba. Lo cierto era que le
sorprendía su grado de vigilancia; esperaba que fuera su carabina sólo nominalmente,
sobre todo después de las instrucciones que le había dado antes de la cena. —¿Lali?
—No, ninguna
travesura. —Terminó de lavarse, salió de la bañera y se envolvió en la toalla
que se había estado calentando delante del fuego. Aquello era una delicia. Todo
parecía pensado para mimarla.
Smythe que inoportuno que eres jajaja
ResponderEliminarLindo Capitulo
Besitos
Marines