viernes, 14 de junio de 2013

Capitulo 39



No podía negarlo, ni la chispa de placer que le producía tenerla allí, dispuesta a ayudarlo a salir adelante, ocupándose de algunas de las obligaciones domésticas. Había una ventaja clara al contar con una dama en la casa, sobre todo con aquella dama. Se preguntó si aún podría oler su perfume floral en aquellos pasillos cuando ella se hubiera ido, si impregnaría las almohadas de la cama en la que dormía, si dormir en ella sería como dormir con ella.
—Pareces saber a dónde vas —dijo él.
—Como Eugenia ya ha estado aquí antes y está familiarizada con la estructura de la casa, me ha dado instrucciones antes de que Nicolas y ella prosiguieran su camino. Este pasillo conduce a los jardines. Hemos pensado que podíamos dar un paseo nocturno. Eugenia y Nicolas deberían estar esperándonos fuera.
Estaban en efecto en el mirador, hablando en voz baja; dejaron de hacerlo de pronto para volverse hacia Peter y Lali, que se acercaban.
—Supongo que deberíamos seguiros, para que así yo pueda vigilaros mejor —señaló Eugenia.
Perplejo, Peter empezó a pasear con Lali por el sendero, oyendo los tacones de Eugenia a su espalda, junto con Nicolas.
—No entiendo cómo aquí las parejas pueden llegar a saber que quieren casarse si siempre hay alguien vigilando cada uno de sus movimientos.
—Con mucha astucia encuentran el modo de esquivar a sus carabinas. Aunque la práctica de los acompañantes ya no es tan estricta como lo era antes. Cada vez son más las mujeres que se rebelan ante el hecho de que no se confíe en que puedan conseguir que sus hombres se comporten.
Peter se rió.
—Así que somos los hombres los que no sabemos comportarnos
Ella lo miró, e incluso en la penumbra de la noche, pudo adivinar su sonrisa, el brillo de sus ojos.
—Por supuesto. Una dama está siempre por encima de cualquier reproche. Las mujeres tenemos más fuerza de voluntad, resistimos mejor la tentación de una conducta indecorosa.
—¿Y qué consideras tú indecoroso? —No hace falta que te lo diga, Peter. Tú ya sabes lo que es indecoroso.
—¿Fumarse un puro?
—Sin duda.
—¿Beber?
—¿Alcohol? ¿En exceso? Naturalmente.
—¿Los besos?
—Si no son en la mano o en la mejilla, si, por supuesto.
—No recuerdo que te hayas opuesto a ninguno de los besos que te he dado.
—Porque siempre me pillas por sorpresa, antes de que pueda oponerme.
¿Por sorpresa? El repaso de cada uno de aquellos besos le llevó su tiempo, lo hizo despacio, saboreando el momento. ¿A qué clase de juego estaba jugando ella?
Olió de nuevo la lluvia en el aire apenas unos minutos antes de que empezara el chaparrón. Lali y Eugenia chillaron, y Nicolas gritó:
—¡Volvamos a la casa!
Peter imaginó que sus acompañantes volverían a toda prisa por donde habían venido. Entonces aprovechó para coger a Lali por la mano e impedirle así la retirada en la misma dirección.
—¡Por aquí!
Cuando llegaron hasta el techo protector del cenador, Lali iba riéndose y chillando alternativamente. Peter iba encogido como un perro recién salido del río y pensó que quizá ella también. Gracias a las distantes luces de gas repartidas por el sendero, el cenador no estaba completamente a oscuras, sino sumido en una especie de penumbra, lo que le permitía verla, allí de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, algo despeinada...
Sonrió. El recogido se le estaba desmoronando. La lluvia había conseguido lo que él llevaba toda la noche deseando hacer, liberar aquellos mechones dorados de la prisión de las horquillas, las cintas y los lazos. Se quitó la chaqueta empapada. De poco serviría para calentarla.
—Toma. —Aun así se la ofreció. —Está mojada, pero el forro sigue seco. —Se la puso por los hombros, y sintió que se estremecía bajos sus dedos.
—¿Adonde ha ido Eugenia? —preguntó Lali. —He oído a Nicolas gritar algo de la casa, así que supongo que han vuelto dentro.
—¿Y por qué nosotros no? —El cenador estaba más cerca. —Sí, pero en la casa tengo ropa seca, y aquí no. —Me tienes a mí —dijo él en voz baja. —Pero estás tan mojado como yo. —Le temblaba la voz, y Peter no supo si era por el frío o por sus palabras. Se acercó hasta que sus cuerpos casi se tocaron. —SÍ nos juntamos un poco, podemos darnos calor el uno al otro.
—Imagino que me vas a proponer que nos quitemos la ropa para generar aún más calor.
—El rumbo de tus pensamientos... ¿es decoroso para una dama?
Peter oyó una carcajada poco femenina, torció la boca y la ligereza de su nuevo bigote le produjo una sensación rara. ¿Cómo demonios se le había ocurrido recortárselo?
—Llevas el pelo alborotado —dijo él, levantando la mano muy despacio, con mucho cuidado, para quitarle las horquillas; con el rostro tan cerca del de ella que su aliento le acariciaba la mejilla.
—Así me lo vas a enredar —se quejó Lali con la respiración entrecortada, pero no hizo nada para detenerlo.
—Cuando volvamos a la casa, te lo desenredo.
—¿Y cuándo crees que será eso?
—En cuanto deje de llover.
—Que podría ser dentro de horas.
«Con un poco de suerte», pensó Peter mientras le quitaba la última horquilla y la melena le caía sobre los hombros. Sentía la necesidad de provocarla, de demostrarle que podía estar muy cerca sin tocarla. Tenía el deseo diabólico de empujarla hasta el límite, hasta que no pudiera resistir la tentación de ser ella quien lo tocara, de demostrar que no era siempre el hombre el que hacía necesaria la carabina. La dama era igualmente responsable, tentaba al hombre, con su cuello y sus hombros al descubierto, para que él no pudiera evitar imaginarse mordisqueando aquella piel tan delicada; se echaba gotitas de perfume en lugares provocativos para que él no pudiera resistirse a la tentación de inhalar la dulce fragancia; se humedecía los labios de vez en cuando con la lengua para que ellos no pudieran evitar pensar en saborear...
Se había acercado tanto a Lali que podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo, oler su perfume embriagador y casi saborear aquellos labios. Un aliento separaba su boca de la de él, y sus dedos estaban enroscados en su pelo. Adiós a su propósito de no tocarla.
Podía oír cada temblorosa inhalación de aire, sin saber muy bien de cuál de los dos era. Seguía lloviendo a mares, la lluvia golpeaba el techo del cenador, salpicando el suelo que rodeaba la estructura, encerrándolos en un nido de intimidad. Resistir el impulso de inclinarse y tomar lo que deseaba tan desesperadamente le estaba costando una barbaridad. Aun en la penumbra, la vio humedecerse los labios, y eso casi hizo pedazos la poca contención que le quedaba.
Necesitaba una prueba de que Lali lo deseaba con la misma vehemencia que él, quería que fuera ella quien levantara un puente entre los dos, que le suplicara de rodillas. La vio humedecerse de nuevo los labios, y su respiración se volvió más irregular. Notó sus dedos bajo el chaleco, en contacto directo con su camisa.
—Tengo las manos heladas, y tú estás tan caliente... —se excusó con voz áspera. —¿Cómo puedes estar tan caliente?
Porque ella tenía la habilidad de encender un fuego en su interior que amenazaba con consumirlo. Tragó saliva y cerró los ojos. No iba a poder aguantar, maldita fuera. No podía soportarlo más, ya no podía resistirse... Sintió el levísimo roce de los labios de ella en los suyos, como la brisa suave que agita los pétalos de las margaritas...
—¿Milord?
Abrió los ojos de golpe y miró en la dirección de donde provenía la voz. Smythe estaba a la entrada del cenador, cubriéndose con un paraguas para protegerse del diluvio.
—Me envía la duquesa con un paraguas para que me asegure de que usted y la señora puedan volver a la mansión sin correr el riesgo de resfriarse.
No enfermaría por la lluvia, sino por su orgullo y su vanidad, por la necesidad de demostrar un argumento estúpido. Respiró hondo, obligando a su cuerpo a relajarse, a volver a la normalidad, para así poder pensar con claridad en otra cosa que no fuera Lali. El anhelo le dolía. Se acercó a Smythe y tomó los dos paraguas que le ofrecía el mayordomo.
—Gracias.
—La duquesa dice que espera que vuelvan inmediatamente, de lo contrario, el duque tendrá que salir a buscarlos para asegurarse de que todo va bien.
—Informa a la duquesa de que volveremos en seguida —dijo Peter, conteniendo su impaciencia.
—Muy bien, señor. Estamos teniendo un tiempo terrible para esta época del año. Me atrevería a sugerirle que vuelvan despacio para evitar que la señorita Fairfield se tuerza un tobillo.
—Eso haremos.
—Le comunicaré a la duquesa que tardarán un poco en volver.
Antes de que Peter pudiera responder, el mayordomo se alejó a toda prisa por el sendero del jardín que conducía a la casa.
Al volverse hacia Lali, Peter pudo oír cómo le castañeteaban los dientes. Sin el calor de su proximidad, sin el ardor de la pasión de los dos, el frío y la humedad empezaban a hacer mella en ella. Peter abrió uno de los paraguas y lo sostuvo en alto.
—Vamos.
La joven se puso a su lado y, sujetando con una mano la chaqueta de él, tendió la otra para coger el paraguas.
—Yo lo llevo —le dijo Peter.
—Tú ponte debajo.
—No creo que quepamos los dos, y tenemos otro —replicó ella.
—A mí no me importa mojarme. —La cogió por el cuello, se la acercó y le susurró al oído: —Suerte que ha intervenido tu carabina. Creo que tu resistencia estaba a punto de desmoronarse. —Luego le plantó un beso en la boca, destinado a hacerla lamentar haberse resistido.


Con un suspiro de satisfacción, Lali se sumergió en el agua caliente con que los criados le habían llenado la bañera de resplandeciente bronce. Notó que el frío abandonaba sus huesos y lo reemplazaba una sensación de euforia, muy similar a la que había experimentado al inclinarse para besar a Peter. Había maldecido la interrupción, a pesar de agradecerla. No sabía qué demonios estaba pensando él para quedarse completamente inmóvil, como una de las estatuas que decoraban su casa, sólo que en su caso iba vestido, aunque ella se había sorprendido deseando que no fuera así, deseando haber tenido la oportunidad de ver su figura sólidamente esculpida en aquel cenador, con la lluvia cayendo a su alrededor y la pálida luz espiando a las sombras.
Bebió un sorbo del té que Eugenia le había preparado, y se preguntó si sabía tan dulce porque Eugenia le había echado mucho azúcar o porque el sabor de Peter aún perduraba en su boca. Apenas le había rozado los labios, pero le bastaba para saber que habría sabido como el delicioso pastel de nueces que les habían servido de postre. Aun sin la dulzura del postre servido tras la comida, Peter le habría sabido a gloria, porque siempre era así, siempre había sido así, desde la primera vez que la besó.
—Espero que no te haya molestado que os enviara a Smythe con unos paraguas. Sé de buena tinta los peligros que pueden surgir al abrigo del cenador —dijo Eugenia, sacando de inmediato a Lali de su ensueño. Su prima estaba sentada en una silla, al otro lado del biombo, como si pensara que, incluso dentro de la habitación, Lali necesitaba que la protegieran.
Ésta dejó a un lado su taza de té y cogió el jabón.
—Mientras no estés pensando en dormir en mi cama...
—No, claro que no.
Se hizo el silencio entre ellas, y lo único que Lali podía oír era el chisporroteo del fuego en el hogar.
—¿Has hecho alguna travesura? —preguntó su prima al fin. Lali decidió que el silencio era más acertado que la  í mentira. No quería que Eugenia estuviera aún más alerta de lo que ya estaba. Lo cierto era que le sorprendía su grado de vigilancia; esperaba que fuera su carabina sólo nominalmente, sobre todo después de las instrucciones que le había dado antes de la cena. —¿Lali?

—No, ninguna travesura. —Terminó de lavarse, salió de la bañera y se envolvió en la toalla que se había estado calentando delante del fuego. Aquello era una delicia. Todo parecía pensado para mimarla.

1 comentario:

  1. Smythe que inoportuno que eres jajaja
    Lindo Capitulo
    Besitos
    Marines

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