viernes, 7 de junio de 2013

Capitulo 28

—Eh, ¿te encuentras bien? —le preguntó Peter.
...pero él la sostenía con la fuerza suficiente como para evitar cualquier contratiempo embarazoso.
—Sí —rió Lali tímidamente. Claro que se casaría. Ella ya lo sabía. Aunque le costara aceptarlo. —No sabía que ya hubieras iniciado la caza.
—Dicho así parece una barbaridad.
—Sí, supongo que sí. En cualquier caso, no sabía que ya hubieras empezado a buscar esposa.
—De momento, no busco en serio, pero no quiero descartar posibilidades. —Sus ojos recorrieron los hombros desnudos de ella. —Me gusta tu vestido.
—Charles Worth se echaría a temblar si te oyera llamarlo «vestido». Es un traje de noche.
—Te sienta bien.
—Worth posee la extraordinaria habilidad de saber qué estilo y qué color favorece más a cada mujer. Sus prendas se consideran obras de arte y, a juzgar por lo que cuestan, casi podrían enmarcarse y colgarse de la pared.
—Sigue habiendo algo de rural en ti, ¿no, Lali? —afirmó Peter, riéndose.
—A veces temo que sea más que «algo».
—¿Y por qué lo temes?
—Es sólo una forma de hablar. En realidad, espero haber conservado algo de mi yo rural. Me preocupa no encajar cuando vuelva a Texas. ¿No sería irónico que hubiera cambiado tanto que no encontrara mi sitio ni aquí ni allí?
—Creo que, si te lo propones, puedes encajar donde quieras.
—Al menos, puedo fingir que encajo —admitió ella. —Por cierto, tú te has adaptado muy bien. No creo que vayas a necesitarme esta noche.
—Ay, querida, claro que te necesito. No lo dudes ni un segundo.
Había algo oculto en aquellas palabras, no era sólo un comentario intrascendente.
A Lali le dieron ganas de acariciarle la mejilla, de peinarle hacia atrás los mechones de pelo que se le habían descolocado. Mientras él seguía haciéndola girar por todo el salón, la muchacha se perdió en el calor de sus ojos oscuros. No quería que mirara a ninguna otra como la miraba a ella; como si aún fuera suya.
Cesó la música y los murmullos empezaron a ocupar su lugar, mientras los asistentes al baile comenzaban a buscar a su siguiente pareja. Lali nunca había tenido ocasión de bailar con Peter en Texas. Y se alegró de poder marcharse de Inglaterra habiéndolo hecho al menos una vez.
Él se acercó e, inclinando un poco la cabeza, le dijo:
—Ha sido un placer bailar contigo, querida. Espero que me hayas reservado por lo menos otro baile.
El tono áspero y seductor de su voz le hizo palpitar el corazón, al tiempo que el soplo de su aliento le acariciaba el lóbulo de la oreja. Ella asintió con la cabeza, casi incapaz de pronunciar las palabras:
—El último.
—Contaré los minutos.
Mientras la sacaba de la pista, Lali pensó que ella también.


Peter nunca había tenido ocasión de sentir celos, pero en aquel instante se dio cuenta de que no podía controlarlos. Lali era sin duda la mujer más hermosa de la sala, y una de las más solicitadas. Su carné de baile debía de estar lleno, porque aún no había pasado sentada ni una sola pieza. Peter apenas le quitaba los ojos de encima, lo que hacía peligrar sus bailes con otras damas.
—Deja de mirarla.
Peter bajó la vista hacia Eugenia. Los dos bailaban mejor que aquella vez en el granero de la familia, cuando celebraron el cumpleaños de ella.
—No puedo decir que me guste vuestra costumbre de cambiar de pareja —declaró él.
Ella le dedicó una mirada traviesa.
—De no ser así, no la dejarías bailar con nadie más, ¿verdad?
No si él tuviese algo que decir al respecto, cosa que evidentemente no era así. Durante la última semana, en todas sus salidas, Lali se había mostrado educada y reservada mientras lo acribillaba con retahílas de instrucciones, explicaciones y ejemplos de lo que se consideraba decoroso y lo que no. No podía negar que había aprendido mucho, ni que ella no estuviera haciendo exactamente lo que le había pedido que hiciera: enseñarle a dar la imagen de un hombre civilizado. Pero apenas habían tenido un momento a solas, para hablar de verdad, para explorar sus posibilidades.
Le había costado mucho no ir todas las noches a tirarle piedrecitas a la ventana para llamar su atención.
—Vaya, alguien se está poniendo mustio —comentó Eugenia.
El la miró.
—Discúlpame. Pensaba en todo lo que hemos hecho esta última semana, y me da la impresión de que, en realidad, no hemos tenido mucho tiempo para... —Se interrumpió. ¿Para qué? ¿Para volver a conocerse?
—La Temporada social suele ser un torbellino de actividades.
—Y a ti te encanta.
—Sí. Y te advierto que la cosa empeora después de este primer baile.
¿Empeorar? Le costaba imaginarlo. Quería acostumbrarse a aquella vida, pero se encontraba anhelando la quietud de una noche estrellada.
—Si te llama la atención alguna otra dama y quieres que te la presente, dímelo y yo me encargaré de todo —le ofreció Eugenia.
—Agradezco tu amabilidad.
Sonaron los últimos acordes de la pieza. Para su sorpresa, Eugenia se puso de puntillas y le susurró al oído:
—Tengo entendido que acostumbra a pasear por el jardín entre los bailes duodécimo y decimotercero.
—Eso te lo agradezco mucho más que cualquier presentación —le contestó con una sonrisa.
—Lo suponía —replicó ella sonriéndole también.
La promesa de un encuentro resonaba en su cabeza mientras bailaba con lady Blythe, quizá la segunda mujer más hermosa del salón. Ella coqueteaba;, y a él le gustaba cómo sonreía cuando la llamaba «querida». Sin embargo, no lograba retener su atención. Por lo visto, sólo Lali lo conseguía.
La misma Lali a la que había prometido comprar un pasaje a Texas cuando concluyera la Temporada social. Si hubiera pactado con el mismísimo diablo, no habría hecho un trato más insatisfactorio.
Salió fuera durante el undécimo baile y esperó oculto entre las sombras, viendo cómo otros, no todos discretos, recorrían el sendero iluminado por lámparas de gas que conducía a los jardines. Algunos exhibían cierto aire de culpabilidad, y Peter se preguntó si tendrían previsto abandonar el sendero, buscar un lugar donde no pudieran verlos y ser un poco atrevidos, algo descarados, cambiar el decoro por un poco de diversión.
Eso era lo que echaba de menos: la diversión. No lograba entender por qué no lo pasaba bien. Disfrutaba de la compañía, y no cabía duda de que estaba entretenido con muy diversas actividades, pero no lograba identificar su verdadera finalidad, salvo dejarse ver y, al hacerlo, causar una buena impresión a todo Londres.
Se preguntó cuánto tiempo experimentaría aquella necesidad de impresionar favorablemente, cuánto tardaría en sentir que su padre por fin descansaba en paz.
Al oír que cesaba la música, centró su atención en las puertas de la galería, imaginó que la última pareja de Lali la devolvía a su grupo de amistades, y se preguntó cuánto tardaría en escaparse. No mucho.
Una sonrisa inundó su cara cuando la vio aparecer por el umbral de la puerta y desaparecer tan de prisa entre las sombras que, si no hubiera estado esperándola, posiblemente ni la habría visto. Se acercó y Lali se sobresaltó.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó.
El se rió entre dientes.
—¿Tienes idea de la de veces que me has preguntado eso desde que llegué a Londres?
—Es lógico que lo pregunte si insistes en aparecer tan inesperadamente.
—¿No le has pedido a Eugenia que me dijera que estarías paseando por el jardín?
—No. Pero por lo visto, a mi prima le gustan los enredos. No tenía ni idea de que conociera tan bien mis costumbres.
Su voz no revelaba censura, quizá una pizca de guasa, como si no le molestara del todo que Eugenia lo hubiera informado de su pequeño ritual.
—¿Por qué siempre sales a pasear por el jardín entre estos dos bailes?
—Necesito alejarme un rato de la locura, y la decisión de no bailar nunca estas piezas me ha funcionado bien.
—¿Te importa que te acompañe?
—No mientras te comportes.
—Le quitas toda la gracia. —Aun así, le tendió el brazo y ella posó su mano encima.
—Parece que disfrutas del baile —dijo ella cuando ya habían avanzado unos pasos e iniciado un paseo tranquilo.
¿Cómo podía explicárselo? Él era partidario de pasárselo bien, no podía negar que lo complacía sostener en sus brazos a una mujer y hacerla girar por una pista de baile, pero...
—Con tantas normas, resulta un poco menos divertido. Lali le sonrió.
—Hasta ahora no sabía bien qué era lo que me disgustaba. Quizá sea eso. No niego que me gusta bailar, y los caballeros siempre son agradables...
—Tal vez demasiado agradables —la interrumpió él.
Antes de que ella se diera cuenta de lo que pretendía, ya la había cogido por la cintura y la había sacado del sendero para llevarla hasta un rincón en penumbra, tras una espaldera de rosas. Lali se encontró de pronto contra la pared, con Peter muy cerca, sin tocarla, pero lo bastante pegado como para que pudiera sentir el calor de su cuerpo penetrando en el suyo.
—Admítelo, Lali. Lo que no te gusta de esta gente es que son demasiado estirados, que no te incitan a hacer lo prohibido.
Le acarició la mejilla con el dedo desnudo, ¿Cuándo se había quitado el guante? ¿Tenía que quitárselo siempre antes de tocarla?
—Son muy decentes —añadió.
Atrevido, recorrió el perfil de su cuello hasta la clavícula, y la dejó muda.
—Están domesticados —prosiguió, bajando un poco más el dedo hasta rozar la parte superior de sus pechos, endureciéndole los pezones y debilitándole las rodillas. —Y, querida, tú siempre has sido demasiado salvaje como para conformarte con lo domesticado —concluyó.
Voraz, le cubrió la boca con la suya al tiempo que subía la mano para acariciarle la mejilla, la parte inferior de la barbilla, el cuello... indecorosamente decoroso. Podía haber sido más descarado, y ella estaba tan perdida en la pasión que le provocaba la exploración de su lengua que no se habría opuesto. Podía haberle quitado el corpiño y haberla expuesto a su oscura mirada, y a Lali no le habría importado.
Peter tomaba sólo lo que sabía que estaba dispuesta a darle, y ella no podía pensar con claridad, con lo que podía haberlo instado a que tomara más, incluso sin darse cuenta. En cambio, se limitó a devolver el beso del hombre con idéntico fervor, hundiendo los dedos en su pelo, sujetándolo bien, para que no se fuese y también por miedo a desplomarse, porque las piernas ya no la sostenían sin un apoyo sólido, y Peter sin duda lo era.
Sus brazos la rodeaban como bandas de acero, la apretaban con fuerza mientras cambiaba el ángulo de la boca y volvía el beso más íntimo. El deseo la abrumaba. Durante la última semana, había logrado mantenerlo a raya; pensar en Peter como un proyecto, alguien a quien debía enseñar pero no tocar, alguien a quien debía mostrar la vida de Londres sin preguntarse cómo sería vivirla con él. Se había esforzado por mantenerse distante, por levantar un muro, por no cuestionarse lo distinto que podría ser todo si Peter aún estuviera en Texas, esperándola.
Le parecía que él había logrado civilizarse notablemente.
En cambio, sus besos le demostraban que se equivocaba. Seguía siendo tan indómito como la tierra que les había permitido conocerse.
Igual que ella.
Que deseaba que la boca de él devorara la suya, que necesitaba que la rodeara con sus brazos. Deseo y necesidad, botando de un lado a otro como una pelota en una pista de tenis. Deseo. Necesidad. Necesidad. Deseo.
De pronto, Peter apartó la boca y Lali se encontró apoyando la mejilla en la curva de su cuello, donde podía oír el latido acelerado de su corazón, su respiración rápida y agitada, la de él y la propia, llenando la noche, ahogando todos los demás sonidos.
¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Cuántos bailes habían pasado? ¿Los habrían echado de menos?
Lali notó que algo le hacía cosquillas en el hombro, y cuando fue a apartárselo de un manotazo, descubrió que era su propio pelo. Presa del pánico, se apartó de Peter, se tocó el recogido y se dio cuenta de que buena parte del mismo ya no estaba en su sitio. No podía volver al salón con los labios hinchados y despeinada. Y tenía la sensación de que él debía de estar igual de desaliñado. Después de todo, recordaba haber hundido los dedos en su pelo. No sabía por qué no recordaba que él hubiera hecho lo mismo.
—Hay una puerta lateral que conduce a la zona de servicio y por la que podemos volver a la casa, con suerte sin que nos vean, para allí poder recomponernos —le dijo ella.
Notó que Peter le tiraba de un mechón de pelo suelto y pudo ver el destello de su sonrisa a la leve luz de las lámparas de gas.
—Me gusta cómo estás ahora —replicó él.
—No me ves bien en la oscuridad.
—Lo suficiente.
Ojalá su voz grave y ronca no la hiciera desear anclar de nuevo su boca a la de él. Desenfreno, sin duda. Lali iba ya a echar a andar cuando él la cogió por el brazo.
—No te arregles —le dijo. —Vámonos.
—¿Para qué? Creo que esta pequeña incursión tras las rosas ha dejado bien claro que ninguno de los dos somos tan civilizados como deberíamos.
—También ha demostrado que no somos tan salvajes como podríamos. Sigues vestida.
Sí, completa y absolutamente, algo que ella consideraba una especie de milagro, dado que su cuerpo ardía como Texas en agosto.
—Peter, sería una falta absoluta de decoro que me marchara contigo.
—¿Aunque no nos vean?
—Mis padres me buscarán, como los caballeros a los que he prometido bailes. No, lo siento. No puedo arriesgarme a echar a perder mi reputación.
—Te vas a marchar, Lali. En Texas tu reputación será la que quieras que sea.
—Pero aún no estoy allí, y tengo que pensar en mi familia. No les causaré ninguna vergüenza porque tú y yo no tengamos la fortaleza necesaria para comportarnos civilizadamente.
Se zafó de él, se dio un beso en las yemas de los dedos y luego lo trasladó a los labios calientes de Peter.
—El último baile. Te veré entonces.
Asomó la cabeza desde detrás de la espaldera, no vio a nadie por allí, y corrió al lateral de la casa. Se alegró de conocer la vivienda de su prima tan bien como la suya para poder colarse sin ser vista en alguna estancia donde arreglarse el pelo rápidamente, con la esperanza de que nadie notara el cambio.

Esconderse dentro para poder resistir mejor la tentación de Thomas Warner, no sólo la de marcharse con él, sino también la de quedarse.

1 comentario:

  1. Amo los besos intensos que se dan....lindos a mas no poder. <3
    Besitos
    Marines

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