—Eh, ¿te
encuentras bien? —le preguntó Peter.
...pero él la
sostenía con la fuerza suficiente como para evitar cualquier contratiempo
embarazoso.
—Sí —rió Lali
tímidamente. Claro que se casaría. Ella ya lo sabía. Aunque le costara
aceptarlo. —No sabía que ya hubieras iniciado la caza.
—Dicho así
parece una barbaridad.
—Sí, supongo
que sí. En cualquier caso, no sabía que ya hubieras empezado a buscar esposa.
—De momento,
no busco en serio, pero no quiero descartar posibilidades. —Sus ojos
recorrieron los hombros desnudos de ella. —Me gusta tu vestido.
—Charles Worth
se echaría a temblar si te oyera llamarlo «vestido». Es un traje de noche.
—Te sienta
bien.
—Worth posee
la extraordinaria habilidad de saber qué estilo y qué color favorece más a cada
mujer. Sus prendas se consideran obras de arte y, a juzgar por lo que cuestan,
casi podrían enmarcarse y colgarse de la pared.
—Sigue
habiendo algo de rural en ti, ¿no, Lali? —afirmó Peter, riéndose.
—A veces temo
que sea más que «algo».
—¿Y por qué lo
temes?
—Es sólo una
forma de hablar. En realidad, espero haber conservado algo de mi yo rural. Me
preocupa no encajar cuando vuelva a Texas. ¿No sería irónico que hubiera
cambiado tanto que no encontrara mi sitio ni aquí ni allí?
—Creo que, si
te lo propones, puedes encajar donde quieras.
—Al menos,
puedo fingir que encajo —admitió ella. —Por cierto, tú te has adaptado muy
bien. No creo que vayas a necesitarme esta noche.
—Ay, querida,
claro que te necesito. No lo dudes ni un segundo.
Había algo
oculto en aquellas palabras, no era sólo un comentario intrascendente.
A Lali le
dieron ganas de acariciarle la mejilla, de peinarle hacia atrás los mechones de
pelo que se le habían descolocado. Mientras él seguía haciéndola girar por todo
el salón, la muchacha se perdió en el calor de sus ojos oscuros. No quería que
mirara a ninguna otra como la miraba a ella; como si aún fuera suya.
Cesó la música
y los murmullos empezaron a ocupar su lugar, mientras los asistentes al baile
comenzaban a buscar a su siguiente pareja. Lali nunca había tenido ocasión de
bailar con Peter en Texas. Y se alegró de poder marcharse de Inglaterra
habiéndolo hecho al menos una vez.
Él se acercó
e, inclinando un poco la cabeza, le dijo:
—Ha sido un
placer bailar contigo, querida. Espero que me hayas reservado por lo menos otro
baile.
El tono áspero
y seductor de su voz le hizo palpitar el corazón, al tiempo que el soplo de su
aliento le acariciaba el lóbulo de la oreja. Ella asintió con la cabeza, casi
incapaz de pronunciar las palabras:
—El último.
—Contaré los
minutos.
Mientras la
sacaba de la pista, Lali pensó que ella también.
Peter nunca
había tenido ocasión de sentir celos, pero en aquel instante se dio cuenta de
que no podía controlarlos. Lali era sin duda la mujer más hermosa de la sala, y
una de las más solicitadas. Su carné de baile debía de estar lleno, porque aún
no había pasado sentada ni una sola pieza. Peter apenas le quitaba los ojos de
encima, lo que hacía peligrar sus bailes con otras damas.
—Deja de
mirarla.
Peter bajó la
vista hacia Eugenia. Los dos bailaban mejor que aquella vez en el granero de la
familia, cuando celebraron el cumpleaños de ella.
—No puedo
decir que me guste vuestra costumbre de cambiar de pareja —declaró él.
Ella le dedicó
una mirada traviesa.
—De no ser
así, no la dejarías bailar con nadie más, ¿verdad?
No si él
tuviese algo que decir al respecto, cosa que evidentemente no era así. Durante
la última semana, en todas sus salidas, Lali se había mostrado educada y
reservada mientras lo acribillaba con retahílas de instrucciones, explicaciones
y ejemplos de lo que se consideraba decoroso y lo que no. No podía negar que
había aprendido mucho, ni que ella no estuviera haciendo exactamente lo que le
había pedido que hiciera: enseñarle a dar la imagen de un hombre civilizado.
Pero apenas habían tenido un momento a solas, para hablar de verdad, para
explorar sus posibilidades.
Le había
costado mucho no ir todas las noches a tirarle piedrecitas a la ventana para
llamar su atención.
—Vaya, alguien
se está poniendo mustio —comentó Eugenia.
El la miró.
—Discúlpame.
Pensaba en todo lo que hemos hecho esta última semana, y me da la impresión de
que, en realidad, no hemos tenido mucho tiempo para... —Se interrumpió. ¿Para
qué? ¿Para volver a conocerse?
—La Temporada
social suele ser un torbellino de actividades.
—Y a ti te encanta.
—Sí. Y te
advierto que la cosa empeora después de este primer baile.
¿Empeorar? Le
costaba imaginarlo. Quería acostumbrarse a aquella vida, pero se encontraba
anhelando la quietud de una noche estrellada.
—Si te llama la
atención alguna otra dama y quieres que te la presente, dímelo y yo me
encargaré de todo —le ofreció Eugenia.
—Agradezco tu
amabilidad.
Sonaron los
últimos acordes de la pieza. Para su sorpresa, Eugenia se puso de puntillas y
le susurró al oído:
—Tengo
entendido que acostumbra a pasear por el jardín entre los bailes duodécimo y
decimotercero.
—Eso te lo
agradezco mucho más que cualquier presentación —le contestó con una sonrisa.
—Lo suponía
—replicó ella sonriéndole también.
La promesa de
un encuentro resonaba en su cabeza mientras bailaba con lady Blythe, quizá la
segunda mujer más hermosa del salón. Ella coqueteaba;, y a él le gustaba cómo
sonreía cuando la llamaba «querida». Sin embargo, no lograba retener su
atención. Por lo visto, sólo Lali lo conseguía.
La misma Lali
a la que había prometido comprar un pasaje a Texas cuando concluyera la Temporada
social. Si hubiera pactado con el mismísimo diablo, no habría hecho un trato
más insatisfactorio.
Salió fuera
durante el undécimo baile y esperó oculto entre las sombras, viendo cómo otros,
no todos discretos, recorrían el sendero iluminado por lámparas de gas que
conducía a los jardines. Algunos exhibían cierto aire de culpabilidad, y Peter
se preguntó si tendrían previsto abandonar el sendero, buscar un lugar donde no
pudieran verlos y ser un poco atrevidos, algo descarados, cambiar el decoro por
un poco de diversión.
Eso era lo que
echaba de menos: la diversión. No lograba entender por qué no lo pasaba bien.
Disfrutaba de la compañía, y no cabía duda de que estaba entretenido con muy
diversas actividades, pero no lograba identificar su verdadera finalidad, salvo
dejarse ver y, al hacerlo, causar una buena impresión a todo Londres.
Se preguntó
cuánto tiempo experimentaría aquella necesidad de impresionar favorablemente,
cuánto tardaría en sentir que su padre por fin descansaba en paz.
Al oír que
cesaba la música, centró su atención en las puertas de la galería, imaginó que
la última pareja de Lali la devolvía a su grupo de amistades, y se preguntó
cuánto tardaría en escaparse. No mucho.
Una sonrisa
inundó su cara cuando la vio aparecer por el umbral de la puerta y desaparecer
tan de prisa entre las sombras que, si no hubiera estado esperándola,
posiblemente ni la habría visto. Se acercó y Lali se sobresaltó.
—¿Qué haces
aquí? —le preguntó.
El se rió
entre dientes.
—¿Tienes idea
de la de veces que me has preguntado eso desde que llegué a Londres?
—Es lógico que
lo pregunte si insistes en aparecer tan inesperadamente.
—¿No le has
pedido a Eugenia que me dijera que estarías paseando por el jardín?
—No. Pero por
lo visto, a mi prima le gustan los enredos. No tenía ni idea de que conociera
tan bien mis costumbres.
Su voz no
revelaba censura, quizá una pizca de guasa, como si no le molestara del todo
que Eugenia lo hubiera informado de su pequeño ritual.
—¿Por qué
siempre sales a pasear por el jardín entre estos dos bailes?
—Necesito
alejarme un rato de la locura, y la decisión de no bailar nunca estas piezas me
ha funcionado bien.
—¿Te importa
que te acompañe?
—No mientras
te comportes.
—Le quitas
toda la gracia. —Aun así, le tendió el brazo y ella posó su mano encima.
—Parece que
disfrutas del baile —dijo ella cuando ya habían avanzado unos pasos e iniciado
un paseo tranquilo.
¿Cómo podía
explicárselo? Él era partidario de pasárselo bien, no podía negar que lo
complacía sostener en sus brazos a una mujer y hacerla girar por una pista de
baile, pero...
—Con tantas
normas, resulta un poco menos divertido. Lali le sonrió.
—Hasta ahora
no sabía bien qué era lo que me disgustaba. Quizá sea eso. No niego que me
gusta bailar, y los caballeros siempre son agradables...
—Tal vez
demasiado agradables —la interrumpió él.
Antes de que
ella se diera cuenta de lo que pretendía, ya la había cogido por la cintura y
la había sacado del sendero para llevarla hasta un rincón en penumbra, tras una
espaldera de rosas. Lali se encontró de pronto contra la pared, con Peter muy
cerca, sin tocarla, pero lo bastante pegado como para que pudiera sentir el
calor de su cuerpo penetrando en el suyo.
—Admítelo, Lali.
Lo que no te gusta de esta gente es que son demasiado estirados, que no te
incitan a hacer lo prohibido.
Le acarició la
mejilla con el dedo desnudo, ¿Cuándo se había quitado el guante? ¿Tenía que
quitárselo siempre antes de tocarla?
—Son muy
decentes —añadió.
Atrevido,
recorrió el perfil de su cuello hasta la clavícula, y la dejó muda.
—Están
domesticados —prosiguió, bajando un poco más el dedo hasta rozar la parte
superior de sus pechos, endureciéndole los pezones y debilitándole las rodillas.
—Y, querida, tú siempre has sido demasiado salvaje como para conformarte con lo
domesticado —concluyó.
Voraz, le
cubrió la boca con la suya al tiempo que subía la mano para acariciarle la
mejilla, la parte inferior de la barbilla, el cuello... indecorosamente
decoroso. Podía haber sido más descarado, y ella estaba tan perdida en la
pasión que le provocaba la exploración de su lengua que no se habría opuesto.
Podía haberle quitado el corpiño y haberla expuesto a su oscura mirada, y a Lali
no le habría importado.
Peter tomaba
sólo lo que sabía que estaba dispuesta a darle, y ella no podía pensar con
claridad, con lo que podía haberlo instado a que tomara más, incluso sin darse
cuenta. En cambio, se limitó a devolver el beso del hombre con idéntico fervor,
hundiendo los dedos en su pelo, sujetándolo bien, para que no se fuese y
también por miedo a desplomarse, porque las piernas ya no la sostenían sin un
apoyo sólido, y Peter sin duda lo era.
Sus brazos la
rodeaban como bandas de acero, la apretaban con fuerza mientras cambiaba el
ángulo de la boca y volvía el beso más íntimo. El deseo la abrumaba. Durante la
última semana, había logrado mantenerlo a raya; pensar en Peter como un
proyecto, alguien a quien debía enseñar pero no tocar, alguien a quien debía
mostrar la vida de Londres sin preguntarse cómo sería vivirla con él. Se había
esforzado por mantenerse distante, por levantar un muro, por no cuestionarse lo
distinto que podría ser todo si Peter aún estuviera en Texas, esperándola.
Le parecía que
él había logrado civilizarse notablemente.
En cambio, sus
besos le demostraban que se equivocaba. Seguía siendo tan indómito como la
tierra que les había permitido conocerse.
Igual que
ella.
Que deseaba
que la boca de él devorara la suya, que necesitaba que la rodeara con sus
brazos. Deseo y necesidad, botando de un lado a otro como una pelota en una
pista de tenis. Deseo. Necesidad. Necesidad. Deseo.
De pronto, Peter
apartó la boca y Lali se encontró apoyando la mejilla en la curva de su cuello,
donde podía oír el latido acelerado de su corazón, su respiración rápida y
agitada, la de él y la propia, llenando la noche, ahogando todos los demás
sonidos.
¿Cuánto tiempo
llevaban allí? ¿Cuántos bailes habían pasado? ¿Los habrían echado de menos?
Lali notó que
algo le hacía cosquillas en el hombro, y cuando fue a apartárselo de un
manotazo, descubrió que era su propio pelo. Presa del pánico, se apartó de Peter,
se tocó el recogido y se dio cuenta de que buena parte del mismo ya no estaba
en su sitio. No podía volver al salón con los labios hinchados y despeinada. Y
tenía la sensación de que él debía de estar igual de desaliñado. Después de
todo, recordaba haber hundido los dedos en su pelo. No sabía por qué no recordaba
que él hubiera hecho lo mismo.
—Hay una
puerta lateral que conduce a la zona de servicio y por la que podemos volver a
la casa, con suerte sin que nos vean, para allí poder recomponernos —le dijo
ella.
Notó que Peter
le tiraba de un mechón de pelo suelto y pudo ver el destello de su sonrisa a la
leve luz de las lámparas de gas.
—Me gusta cómo
estás ahora —replicó él.
—No me ves
bien en la oscuridad.
—Lo
suficiente.
Ojalá su voz
grave y ronca no la hiciera desear anclar de nuevo su boca a la de él.
Desenfreno, sin duda. Lali iba ya a echar a andar cuando él la cogió por el
brazo.
—No te
arregles —le dijo. —Vámonos.
—¿Para qué?
Creo que esta pequeña incursión tras las rosas ha dejado bien claro que ninguno
de los dos somos tan civilizados como deberíamos.
—También ha
demostrado que no somos tan salvajes como podríamos. Sigues vestida.
Sí, completa y
absolutamente, algo que ella consideraba una especie de milagro, dado que su
cuerpo ardía como Texas en agosto.
—Peter, sería
una falta absoluta de decoro que me marchara contigo.
—¿Aunque no
nos vean?
—Mis padres me
buscarán, como los caballeros a los que he prometido bailes. No, lo siento. No
puedo arriesgarme a echar a perder mi reputación.
—Te vas a
marchar, Lali. En Texas tu reputación será la que quieras que sea.
—Pero aún no estoy
allí, y tengo que pensar en mi familia. No les causaré ninguna vergüenza porque
tú y yo no tengamos la fortaleza necesaria para comportarnos civilizadamente.
Se zafó de él,
se dio un beso en las yemas de los dedos y luego lo trasladó a los labios calientes
de Peter.
—El último
baile. Te veré entonces.
Asomó la
cabeza desde detrás de la espaldera, no vio a nadie por allí, y corrió al
lateral de la casa. Se alegró de conocer la vivienda de su prima tan bien como
la suya para poder colarse sin ser vista en alguna estancia donde arreglarse el
pelo rápidamente, con la esperanza de que nadie notara el cambio.
Esconderse
dentro para poder resistir mejor la tentación de Thomas Warner, no sólo la de
marcharse con él, sino también la de quedarse.
Amo los besos intensos que se dan....lindos a mas no poder. <3
ResponderEliminarBesitos
Marines