viernes, 7 de junio de 2013

Capitulo 25




La puerta se abrió de pronto y apareció Candela con la respiración entrecortada.
—Acaba de llegar. Cielo santo, Lali, ¿seguro que estarás a salvo con él?
—Claro que sí. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Bueno, porque se ha arreglado muchísimo. Creo que hasta mamá parece impresionada.
El pánico se apoderó de Lali.
—¿Mamá está abajo?
Se suponía que ella y su padrastro debían quedarse en sus habitaciones, o en la biblioteca. No iban a salir a saludar a Peter.
—Ella y papá —respondió Candela.
—Cielo santo, pensaba que habían entendido que no los quería por ahí —exclamó Lali al tiempo que salía a toda prisa de la habitación y bajaba la escalera precipitadamente.
—Bueno, es su casa —señaló Rocio, siguiéndola.
—Lo sé, y empieza a resultar muy inconveniente.
—Sólo porque piensas que nuestra vida anterior era más interesante que ésta.
—Lo era.
Lali siguió bajando la escalera a toda velocidad.
—Pero...
—Olvídalo, por favor. No quiero tener otra vez la misma discusión de siempre. Tengo asuntos más urgentes que...
Casi se cayó rodando al ver a Peter. O a quien suponía que era Peter. Seguramente lo era. Sí, sin la menor duda lo era. Aquellos ojos siempre lo delatarían, y la forma en que se encontraban con los de ella y la miraban, como si pudiera verle hasta el alma, el corazón, todo su ser.
¿Era ésa la mirada a la que se refería su hermana? La había mirado así desde que se habían conocido, en la parte trasera de la tienda de ultramarinos.
—Madre mía, sí que se ha arreglado —murmuró Rocio.
—Cállate —le ordenó Lali.
Ella nunca había visto nada malo en su aspecto anterior. Vestido de vaquero estaba guapo, irresistible. Pero aquella noche...
No quedaba rastro del vaquero. Peter llevaba un frac cruzado de color gris con pantalones a juego y chaleco recto color burdeos. Una pajarita de seda adornaba su camisa plisada de color gris pálida En lugar de las botas, llevaba zapatos negros, tan limpios y lustrosos que seguramente podría verse reflejado en ellos y en la mano izquierda, enguantada, sostenía un sombrero de copa negro.
Se había peinado hacia atrás el pelo color ébano, y sus ojos oscuros brillaron cuando le dedicó una de sus sonrisas lentas y sensuales. Lo único de él que seguía recordándole al descarado vaquero,
Lali bajó el resto de peldaños sin apenas darse cuenta; supo que había llegado al final de la escalera cuando sus pies aterrizaron por fin en el suelo de mármol del vestíbulo.
—Hola, querida —dijo, y su voz resonó entre las paredes.
—Estás... —empezó a decir con una risita tonta— muy decente.
—A pesar de los rumores, no soy un completo bárbaro.
—Hablando de rumores —intervino su madre—, si insistes en salir sin carabina...
—Mamá —la interrumpió Lali—, ya hemos hablado de ese tema. Las únicas personas que sabrán que he salido esta noche, y más aún que he salido sin carabina, son las de esta casa y las de casa de Eugenia. Si empieza a correr algún rumor, sabré dónde mirar, y no me complacerá en absoluto.
Su madre le lanzó a Peter una mirada furiosa.
—Si te aprovechas de...
—Yo mismo le daré la fusta —replicó él.
La mujer echó un poco la cabeza hacia atrás y parpadeó, como si en aquel momento estuviera viendo en Peter algo que nunca antes había visto. Luego bajó un poco la barbilla y relajó los labios fruncidos.
—En realidad, he venido a darte las gracias por las flores. Ha sido un detalle muy bonito.
—Un placer, queri... señora.
Lali contuvo la sonrisa, y le pareció que su madre hacía lo misma
—No me esperéis levantados —anunció mientras se dirigía a la puerta.
El mayordomo la abrió y Lali pasó y esperó a que Peter se uniera a ella.
—Podría haber sido peor, supongo —comentó. Miró a Peter y sonrió. —Había pensado pedirle a Harrington que te ayudara con el vestuario, pero veo que te las has arreglado muy bien.
—Lady Sachse ya me había llevado a un sastre. Lo que ocurre es que al hombre le ha costado un poco tener lista mi ropa. ¿Te parece que ha hecho un buen trabajo?
No estaba segura de si buscaba un cumplido o la tranquilidad de saber que no desentonaría en aquella velada.
—Ha hecho un trabajo espléndido. Estás guapísimo.
—Quería ser merecedor de la mujer más hermosa de Londres.
—Vas por mal camino, Peter. Como sigas así, no voy a poder resistirme, y quizá me arrepienta de no haber traído carabina.
Habían llegado al carruaje. Él le cogió la mano para ayudarla a subir los estribos, pero algo en la ligera presión de los dedos de él sobre los suyos la hizo detenerse y mirarlo.
—¿Tan malo sería que no pudieras resistirte? —le preguntó en voz baja.
—Podría estropear nuestro acuerdo —contestó ella.
—Repito: ¿tan malo sería?
Lali bajó la mirada de sus ojos a sus labios, y notó que se le secaba la boca.
—Nuestro acuerdo era que yo te enseñaría, no que me dejaría seducir por ti. —Volvió a mirarlo a los ojos y se dio cuenta de que, lamentablemente, sus palabras sólo habían servido para instigar aún más su deseo. A Peter siempre le habían gustado los retos. —Debes aprender a no ser tan franco a la hora de revelar... tus pensamientos.
—¿Sabes en qué estoy pensando?
Ella asintió enérgicamente con la cabeza.
—Creo que sí, lo sé.
—¿Y te incomoda el rumbo de mis pensamientos?
—Me halaga —admitió. —Pero también me inquieta. Un caballero no debe incomodar a una mujer, y estamos en plena lección sobre lo que es decoroso y lo que no.
Le pareció que la decepción invadía el hermoso rostro de Peter antes de que la ayudara a subir al coche. Al ocupar su asiento, la sorprendió ver en el asiento de enfrente un enorme ramo de rosas color rosa cuyo aroma inundaba el interior del vehículo.
—¿Para quién son? —preguntó Lali, mientras Peter se sentaba delante de ella.
—Para nuestra anfitriona.
—Un buen gesto —comentó.
—Me ha parecido lo mínimo que podía hacer.
Deseó no haberle aconsejado que ocultara sus emociones. Peter dominaba la técnica a la perfección. Allí sentada, se dio cuenta, incómoda, de que no tenía ni idea de en qué estaba pensando. Miró por la ventana y empezó a lamentar el trato al que habían llegado: convertirlo en un tipo de hombre que ella jamás podría amar.

Mientras el coche bien engrasado avanzaba traqueteando hacia su destino, Peter fingía escuchar el parloteo de Lali sobre tenedores, cucharas y cuchillos, cómo se serviría cada plato, cuándo debía empezarse a comer (en cuanto se le sirviera la comida; no era necesario esperar a que todos estuvieran servidos); cuándo había que dejar de comer (no había que dejar el plato limpio, ni pedir una segunda ración), qué debía esperar (seis o siete platos), qué se esperaba de él (una conversación agradable). Lali le estaba dando justo lo que había pedido: las aburridas y mundanas normas de la sociedad educada.
Curiosamente, lo que él había pedido no era lo que deseaba de verdad. Quería demostrarle a toda aquella gente lo que valía, pero empezaba a darse cuenta de que deseaba mucho más demostrárselo a ella. La satisfacción que le había producido su mirada de aprobación al bajar la escalera y verlo allí, lo había henchido de tal modo que casi le habían estallado los botones de la camisa. Había visto deseo en sus ojos, un deseo que reflejaba el suyo, pero obviamente ésa era una emoción que no debía mostrar. Un absurda ¿Cómo iba a saber una mujer que un hombre la deseaba si éste debía mantener bien oculta su pasión?
Mientras ella proseguía sin apenas detenerse para tomar aliento, Peter empezó a entender por qué Lali había numerado todas aquellas normas.
—¿Por cuál vamos ya, por la treinta y cinco? —le preguntó, interrumpiendo su interminable soliloquio.
Ella se lo quedó mirando.
—¿Cómo dices?
—Una de tus hermanas mencionó que habías numerado las normas. He perdido la cuenta de por cuál vamos.
—Ya te dije que tendrías que recordar muchas cosas. —Miró por la ventana, como avergonzada de repente de todo lo que había dicho. O quizá dolida por la brusquedad de su tono. Siempre que estaba con ella, cuanto más tiempo estaba con ella, más grave parecía tornarse la voz de él.
—No tienes que enseñármelo todo de una sentada. Deberías disfrutar un poco de la velada.- Lali volvió a mirarlo.
—Me pagas generosamente por enseñarte bien.
Empezaba a irritarlo que ella se tomara los términos de su acuerdo tan en serio. Quería su ayuda, no podía negarlo, pero también agradecía la oportunidad de pasar algún tiempo juntos.
—Bueno, ¿quiénes vamos a ser esta noche? —preguntó.
—¿Te acuerdas de Gina?
—¿Pierce?
Lali asintió con la cabeza.
—Ahora está casada con él conde de Huntingdon. Ellos también estarán. Sólo seremos nosotros seis. He preferido que fuéramos pocos para que, si tienes alguna duda, no te sientas abochornado. Eugenia y Gina también han estado en tu situación, y sus maridos entienden que lleva algún tiempo aprenderlo todo. De modo que, si metes la pata, a nadie le importará y, fuera de esa casa, no se sabrá nada de tus errores.
Peter imaginó que jugaba al póquer y tuvo cuidado de no revelar sus cartas; no quería que ella supiera que le dolía darse cuenta de que esperaba que metiera la pata. Quizá fuera culpa suya por conversaciones anteriores, por haberle pedido ayuda. Pero en realidad era algo más refinado de lo que Lali parecía creer.

Tal vez la velada fuera una experiencia instructiva para los dos.

1 comentario:

  1. Lindos....jajaja al parecer fue una mini enviscada pata Peter ya que toda la familia de Lali lo esperaba jajaja
    Besitos
    Marines

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