La puerta se
abrió de pronto y apareció Candela con la respiración entrecortada.
—Acaba de
llegar. Cielo santo, Lali, ¿seguro que estarás a salvo con él?
—Claro que sí.
¿Por qué no iba a estarlo?
—Bueno, porque
se ha arreglado muchísimo. Creo que hasta mamá parece impresionada.
El pánico se
apoderó de Lali.
—¿Mamá está
abajo?
Se suponía que
ella y su padrastro debían quedarse en sus habitaciones, o en la biblioteca. No
iban a salir a saludar a Peter.
—Ella y papá
—respondió Candela.
—Cielo santo,
pensaba que habían entendido que no los quería por ahí —exclamó Lali al tiempo
que salía a toda prisa de la habitación y bajaba la escalera precipitadamente.
—Bueno, es su
casa —señaló Rocio, siguiéndola.
—Lo sé, y
empieza a resultar muy inconveniente.
—Sólo porque
piensas que nuestra vida anterior era más interesante que ésta.
—Lo era.
Lali siguió
bajando la escalera a toda velocidad.
—Pero...
—Olvídalo, por
favor. No quiero tener otra vez la misma discusión de siempre. Tengo asuntos
más urgentes que...
Casi se cayó
rodando al ver a Peter. O a quien suponía que era Peter. Seguramente lo era.
Sí, sin la menor duda lo era. Aquellos ojos siempre lo delatarían, y la forma
en que se encontraban con los de ella y la miraban, como si pudiera verle hasta
el alma, el corazón, todo su ser.
¿Era ésa la
mirada a la que se refería su hermana? La había mirado así desde que se habían
conocido, en la parte trasera de la tienda de ultramarinos.
—Madre mía, sí
que se ha arreglado —murmuró Rocio.
—Cállate —le
ordenó Lali.
Ella nunca
había visto nada malo en su aspecto anterior. Vestido de vaquero estaba guapo,
irresistible. Pero aquella noche...
No quedaba
rastro del vaquero. Peter llevaba un frac cruzado de color gris con pantalones
a juego y chaleco recto color burdeos. Una pajarita de seda adornaba su camisa
plisada de color gris pálida En lugar de las botas, llevaba zapatos negros, tan
limpios y lustrosos que seguramente podría verse reflejado en ellos y en la
mano izquierda, enguantada, sostenía un sombrero de copa negro.
Se había
peinado hacia atrás el pelo color ébano, y sus ojos oscuros brillaron cuando le
dedicó una de sus sonrisas lentas y sensuales. Lo único de él que seguía
recordándole al descarado vaquero,
Lali bajó el
resto de peldaños sin apenas darse cuenta; supo que había llegado al final de
la escalera cuando sus pies aterrizaron por fin en el suelo de mármol del
vestíbulo.
—Hola, querida
—dijo, y su voz resonó entre las paredes.
—Estás...
—empezó a decir con una risita tonta— muy decente.
—A pesar de
los rumores, no soy un completo bárbaro.
—Hablando de
rumores —intervino su madre—, si insistes en salir sin carabina...
—Mamá —la
interrumpió Lali—, ya hemos hablado de ese tema. Las únicas personas que sabrán
que he salido esta noche, y más aún que he salido sin carabina, son las de esta
casa y las de casa de Eugenia. Si empieza a correr algún rumor, sabré dónde
mirar, y no me complacerá en absoluto.
Su madre le
lanzó a Peter una mirada furiosa.
—Si te
aprovechas de...
—Yo mismo le
daré la fusta —replicó él.
La mujer echó
un poco la cabeza hacia atrás y parpadeó, como si en aquel momento estuviera
viendo en Peter algo que nunca antes había visto. Luego bajó un poco la
barbilla y relajó los labios fruncidos.
—En realidad,
he venido a darte las gracias por las flores. Ha sido un detalle muy bonito.
—Un placer,
queri... señora.
Lali contuvo
la sonrisa, y le pareció que su madre hacía lo misma
—No me
esperéis levantados —anunció mientras se dirigía a la puerta.
El mayordomo
la abrió y Lali pasó y esperó a que Peter se uniera a ella.
—Podría haber
sido peor, supongo —comentó. Miró a Peter y sonrió. —Había pensado pedirle a
Harrington que te ayudara con el vestuario, pero veo que te las has arreglado
muy bien.
—Lady Sachse
ya me había llevado a un sastre. Lo que ocurre es que al hombre le ha costado
un poco tener lista mi ropa. ¿Te parece que ha hecho un buen trabajo?
No estaba
segura de si buscaba un cumplido o la tranquilidad de saber que no desentonaría
en aquella velada.
—Ha hecho un
trabajo espléndido. Estás guapísimo.
—Quería ser merecedor
de la mujer más hermosa de Londres.
—Vas por mal
camino, Peter. Como sigas así, no voy a poder resistirme, y quizá me arrepienta
de no haber traído carabina.
Habían llegado
al carruaje. Él le cogió la mano para ayudarla a subir los estribos, pero algo
en la ligera presión de los dedos de él sobre los suyos la hizo detenerse y
mirarlo.
—¿Tan malo
sería que no pudieras resistirte? —le preguntó en voz baja.
—Podría
estropear nuestro acuerdo —contestó ella.
—Repito: ¿tan
malo sería?
Lali bajó la
mirada de sus ojos a sus labios, y notó que se le secaba la boca.
—Nuestro
acuerdo era que yo te enseñaría, no que me dejaría seducir por ti. —Volvió a
mirarlo a los ojos y se dio cuenta de que, lamentablemente, sus palabras sólo
habían servido para instigar aún más su deseo. A Peter siempre le habían
gustado los retos. —Debes aprender a no ser tan franco a la hora de revelar...
tus pensamientos.
—¿Sabes en qué
estoy pensando?
Ella asintió
enérgicamente con la cabeza.
—Creo que sí,
lo sé.
—¿Y te
incomoda el rumbo de mis pensamientos?
—Me halaga
—admitió. —Pero también me inquieta. Un caballero no debe incomodar a una
mujer, y estamos en plena lección sobre lo que es decoroso y lo que no.
Le pareció que
la decepción invadía el hermoso rostro de Peter antes de que la ayudara a subir
al coche. Al ocupar su asiento, la sorprendió ver en el asiento de enfrente un
enorme ramo de rosas color rosa cuyo aroma inundaba el interior del vehículo.
—¿Para quién
son? —preguntó Lali, mientras Peter se sentaba delante de ella.
—Para nuestra
anfitriona.
—Un buen gesto
—comentó.
—Me ha
parecido lo mínimo que podía hacer.
Deseó no
haberle aconsejado que ocultara sus emociones. Peter dominaba la técnica a la
perfección. Allí sentada, se dio cuenta, incómoda, de que no tenía ni idea de en
qué estaba pensando. Miró por la ventana y empezó a lamentar el trato al que
habían llegado: convertirlo en un tipo de hombre que ella jamás podría amar.
Mientras el coche bien
engrasado avanzaba traqueteando hacia su destino, Peter fingía escuchar el
parloteo de Lali sobre tenedores, cucharas y cuchillos, cómo se serviría cada
plato, cuándo debía empezarse a comer (en cuanto se le sirviera la comida; no
era necesario esperar a que todos estuvieran servidos); cuándo había que dejar
de comer (no había que dejar el plato limpio, ni pedir una segunda ración), qué
debía esperar (seis o siete platos), qué se esperaba de él (una conversación
agradable). Lali le estaba dando justo lo que había pedido: las aburridas y
mundanas normas de la sociedad educada.
Curiosamente,
lo que él había pedido no era lo que deseaba de verdad. Quería demostrarle a
toda aquella gente lo que valía, pero empezaba a darse cuenta de que deseaba
mucho más demostrárselo a ella. La satisfacción que le había producido su
mirada de aprobación al bajar la escalera y verlo allí, lo había henchido de
tal modo que casi le habían estallado los botones de la camisa. Había visto
deseo en sus ojos, un deseo que reflejaba el suyo, pero obviamente ésa era una
emoción que no debía mostrar. Un absurda ¿Cómo iba a saber una mujer que un
hombre la deseaba si éste debía mantener bien oculta su pasión?
Mientras ella
proseguía sin apenas detenerse para tomar aliento, Peter empezó a entender por
qué Lali había numerado todas aquellas normas.
—¿Por cuál
vamos ya, por la treinta y cinco? —le preguntó, interrumpiendo su interminable
soliloquio.
Ella se lo
quedó mirando.
—¿Cómo dices?
—Una de tus
hermanas mencionó que habías numerado las normas. He perdido la cuenta de por
cuál vamos.
—Ya te dije
que tendrías que recordar muchas cosas. —Miró por la ventana, como avergonzada
de repente de todo lo que había dicho. O quizá dolida por la brusquedad de su
tono. Siempre que estaba con ella, cuanto más tiempo estaba con ella, más grave
parecía tornarse la voz de él.
—No tienes que
enseñármelo todo de una sentada. Deberías disfrutar un poco de la velada.- Lali
volvió a mirarlo.
—Me pagas
generosamente por enseñarte bien.
Empezaba a
irritarlo que ella se tomara los términos de su acuerdo tan en serio. Quería su
ayuda, no podía negarlo, pero también agradecía la oportunidad de pasar algún
tiempo juntos.
—Bueno,
¿quiénes vamos a ser esta noche? —preguntó.
—¿Te acuerdas
de Gina?
—¿Pierce?
Lali asintió
con la cabeza.
—Ahora está
casada con él conde de Huntingdon. Ellos también estarán. Sólo seremos nosotros
seis. He preferido que fuéramos pocos para que, si tienes alguna duda, no te
sientas abochornado. Eugenia y Gina también han estado en tu situación, y sus
maridos entienden que lleva algún tiempo aprenderlo todo. De modo que, si metes
la pata, a nadie le importará y, fuera de esa casa, no se sabrá nada de tus
errores.
Peter imaginó
que jugaba al póquer y tuvo cuidado de no revelar sus cartas; no quería que
ella supiera que le dolía darse cuenta de que esperaba que metiera la pata.
Quizá fuera culpa suya por conversaciones anteriores, por haberle pedido ayuda.
Pero en realidad era algo más refinado de lo que Lali parecía creer.
Tal vez la
velada fuera una experiencia instructiva para los dos.
Lindos....jajaja al parecer fue una mini enviscada pata Peter ya que toda la familia de Lali lo esperaba jajaja
ResponderEliminarBesitos
Marines